El vigilante de San Miguel, Estado Sucre (1994) / Ricardo Armas©

Por WILLIAM RODRÍGUEZ

Uno de los más equilibrados juicios sobre esta obra la ha hecho Simón Alberto Consalvi (El Nacional, 18 de marzo de 2001).  Se trata, en efecto, de la mejor biografía sobre el Siervo de Dios.  La mejor −pensamos−  no sólo por haber integrado armónicamente todo lo anteriormente producido alrededor de Hernández; sino por haber escogido un modo, un enfoque y un desarrollo del todo atrayentes para los más variados lectores.  No es un panegírico ni una ingenua hagiografía.

Consiste en una obra, bellamente ilustrada, en la que el “médico de los pobres” aparece como hombre de su época, científico y creyente.  Estas tres dimensiones se equilibran de un modo tan armónico que sólo una lectura mal intencionada podría hallar “parcialismos”.  El recurso a la abundancia de detalles en todas las dimensiones, evita cualquier interpretación sesgada.

Equilibrio es también la clave cuando de examinar las tesis interpretativas sobre la vida y obra de José Gregorio Hernández se trata.  Ni apología ciega ni denigración a posta.  En este aspecto el libro hace un evidente ejercicio de erudición.  Con especial delicadeza, pero con claridad se estudian las diversas posturas alrededor de los oficios de la jerarquía eclesiástica durante el Proceso de beatificación de Hernández.

Cada capítulo tiene un arranque sorprendente y novedoso.  Esto mantiene al lector abierto y curioso al desenlace.  El desenlace, por buena fortuna, se produce serena y naturalmente como la narración de una vida en forja.

En fin, se trata de un libro escrito con mucho tacto en el que descubrimos, tras la lectura de más de quinientas páginas, cómo y por qué a pesar de haber dividido el libro en “diversas unidades temáticas” estas convergen como “miríadas ordenadas de información”.

Hernández, ubicado en su época, aparece como un ser humano con unos condicionamientos familiares, sociales e históricos que, a la vez, le impulsan a superarlos poderosa y creativamente para hacer producir una vida plena de realización y ayuda.  Esto último es de destacar.  La vida de Hernández no puede interpretarse como la de quien decide su autónomo desarrollo; sino como la de aquel que, tendido éticamente al otro, se hace persona en la realización del otro.  Esto dice de la cultura y religiosidad de Hernández: populares. Así es el venezolano.  Alejandro Moreno (p. 427) lo destaca en la entrevista que concedió a las autoras.

Si sólo encontráramos la vida de José Gregorio en esta obra, ya sería bastante.  Pero el cimero valor de este libro consiste en que la vida del eminente médico sirve de punto focal para otear la historia regional y venezolana del XIX, la situación de la Educación en la época, el estado de las Ciencias médicas, los efectos de la Guerra Civil, etc.

Un aspecto novedoso tratado por el texto y que ha arrojado nuevas luces en la comprensión de la compleja figura y obra de Hernández, es la relación con su familia y, en especial, con su padre.  Figura clave para comprender la vocación, carácter y vida de Hernández.

Además, resulta del mayor valor el enfoque investigativo escogido por las autoras y el tiempo dedicado a tal tarea.  Ellas se deciden por una investigación documental y de archivos (privados y públicos), y por unas entrevistas finales en las que agrupan las más disímiles posturas.  Tanto las preguntas hechas, no previamente elaboradas, como el modo de preguntar y de seguir atentamente la respuesta del entrevistado, revelan no sólo inteligencia, sino conocimiento e interés sincero.

Un lustro de investigación le ha dedicado las autoras a la producción del texto y en las notas al final de cada capítulo, ellas recogen más de diez años de la investigación de otros. La bibliografía final, más de quinientas obras, entre revistas, libros, folletos, periódicos, etc., es impresionante.

José Gregorio Hernández Cisneros −reza el epílogo− se ha constituido para creyentes o no en “el lado luminoso de la vida cotidiana”.


*José Gregorio Hernández: Del lado de la luz.  María Matilde Suárez y Carmen Bethencourt. Fundación Bigott. Caracas, 2000.


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