José Bergamín | Archivo

Por NILO PALENZUELA

Desde comienzos de los años veinte del pasado siglo, José Bergamín ocupa un lugar importante en el despliegue de la cultura española contemporánea. Si en 1923 publica sus aforismos El cohete y la estrella en las ediciones de la revista Índice, su significación crece con la participación en la revista La Gaceta Literaria y, en los años treinta, con la dirección de Cruz y Raya. Bergamín es, entonces, uno de los grandes animadores del centenario de Luis de Góngora, en 1927, y de Lope de Vega, en 1935. También en México, donde se exilia, prolonga su actividad como dinamizador cultural. Aquí, mientras dirige la editorial Séneca, publica La Realidad y el deseo, de Luis Cernuda, Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, o España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo.

Su papel de mediador cultural es considerable; su figura intelectual, destacadísima. Pero los exilios suelen concluir en lamentable indiferencia si se prolongan en el tiempo y no concluyen con acogidas  lideradas por partidos políticos e instituciones, o por profesores, periodistas  e intelectuales con influencia en el poder. En España esto sucedió a muchos que emprendieron el camino del exilio en 1939. Se quedaron sin país y, si regresaron, este se les volvió irreconocible. Siempre heterodoxo, tampoco le facilitó que dijera siempre lo que pensaba.

Después de su paso por la editorial Séneca, su influencia se desvanece paulatinamente. Incómodo en D.F., en Caracas, en Montevideo, crítico con las autoridades académicas en la Universidad Central de Venezuela o en la Universidad de la República de Uruguay, severo ante el servilismo de la izquierda en su regreso a España, Bergamín no hallará lugar en que vivir con sosiego.

Transterrado, sus inquietudes se extienden en múltiples direcciones. Bergamín busca unir autores e ideas que generalmente conviven mal; así, el catolicismo, el marxismo y el existencialismo; así, su elección de escritores de épocas diversas que acerca súbitamente. Bergamín apura las relaciones entre contrarios mientras sabe, además, que la dispersión es una manera de encarar el tiempo y la historia. Decía el filósofo Eugenio Trías en un libro de 1971 palabras que bien pueden retratar al autor de Fronteras infernales de la poesía: “Ahí está en la dispersión. Quien quiera cogerla al vuelo que lo intente. Pero no pretendáis recogerla. Dejadla así, dispersa y nómada”. Así es la escritura de Bergamín: desplazamiento, dispersión.  O en sus propias palabras: “Hay que correr las ideas como las liebres: no para cogerlas, sino para verlas correr”.

Prosas peregrinas I, los artículos que publica Gonzalo Penalva Candela en la editorial Renacimiento, constituyen una primera selección de las colaboraciones realizadas entre 1946 y 1963 en El Nacional de Caracas. Aparecen agrupadas en varias secciones: El duende y la palabra, El lenguaje poético de la pintura, El pensamiento de un fantasma, La fabulación cinematográfica. La natural dispersión bergaminiana aquí se expresa con intensidad. José Bergamín habla de literatura y arte, de clásicos antiguos y modernos, de filosofía, de toros, de sus amigos y conocidos, de Max Jacob y de Gómez de la Serna, de André Malraux, de Louis Aragon, de Albert Béguin, de Luis  Buñuel y Pablo Picasso…, o del regreso del exilio de su apreciado Rómulo Gallegos…

Sus ideas, no obstante, pertenecen a las corrientes de su época. Desde la perspectiva filosófica puede estar cerca de Wilhelm Dilthey, que muy pronto señaló que cualquier expresión histórica da cuenta de la vida tan solo como máscara provisional. También coincide con Dilthey en señalar que la poesía es esencial en el conocimiento y en la constitución de la historia. En esta línea opta por un camino en que trata de aunar pensamiento y poesía en la apropiación de las voces antiguas, especialmente del Siglo de Oro, con que pretende ilustrar inquietudes morales, éticas, filosóficas que atraviesan los siglos.

Peculiar interés tiene su referencia a los místicos. No es nuevo: ya desde 1942 en México, con motivo del centenario de San Juan de La Cruz,  Bergamín había congregado a filósofos y poetas para hablar de la relaciones entre poesía, pensamiento y mística. Allí invitó a  José Vasconcelos, García Bacca, José Gaos, Enrique González Martínez, Octavio Paz… La mística es una de esas ideas que corren sin parar por algunos de estos textos. El retorno a una lectura contemporánea de San Juan de la Cruz debe mucho a su influencia.

Interesante es también su visión de la época que sigue a la Segunda Guerra Mundial. El exiliado no puede seguir a Adorno y a Horkheimer, poco visibles todavía,  al hablar del derrumbamiento del orden occidental y de las atrocidades de Auschwitz. Prefiere hacerlo  a través de Heidegger, al que había editado en la editorial Séneca, y a través de una de sus declaraciones sobre la significación de la  bomba atómica. El filósofo alemán había sugerido, con escasa compasión, que la bomba ya había tenido lugar aunque no se hubiera lanzado sobre  las ciudades japonesas. Esto lleva al español a escribir con perspectiva más propia de los profesores de la escuela de Frankfurt: “En el mundo desintegrado o en estado de desintegración, ¿cómo podrá el hombre seguir siéndolo, seguir siendo humano?… La desintegración de lo humano no tiene fronteras ni aduanas que la entorpezcan o  detengan”. Con el Guernica, con Heidegger, incluso con referencias a Mircea Eliade y el “horror a la historia”, Bergamín transita, además, por los temas del infierno y del mal que ahora, menos literarios, arrasan pensamiento, política y cultura, y que lo sitúan ante un exilio doblemente radical: político, en relación con su país; metafísico, en relación con una cultura humanística que parece hundirse en el pasado.

En Prosas peregrinas I hallamos, además, reflexiones muy atinadas sobre el totalitarismo, aunque pase por alto las barbaridades de la URSS. En este último sentido no deja de ser significativo que se refiera con admiración a Jean Paul Sartre, tan tibio en estos temas; y que a Albert Camus se lo despache subrayando  “su inofensiva rebeldía”. ¿Inofensivo L’homme révolté?  Bergamín, no obstante, se aleja de la triste alianza de utopía y coerción estatal cuando afirma que “la fuerza empleada contra el débil es siempre repugnante. Pero lo es más cuando se enmascara  en razones de orden o de justicia… Los estados de fuerza suelen tener su causa y razón en la cobardía”.

Prosas peregrinas I recoge artículos con amplios contenidos. ¿Cómo dar cuenta de todo lo que enuncia cuando, siempre a contracorriente, se resiste a los encasillamientos, acepta la paradoja y afirma la condición libre de las ideas, las “ideas liebres? Veamos dos aspectos desde la ladera americana, por otro lado muy escasa en este libro.

Uno. El artículo que dedica a la escritora Susana Soca (1906-1959) destaca por su rareza. Bergamín llama la atención sobre esta poeta y traductora uruguaya. Soca había fundado en París los cuadernos La Licorne, donde contó con colaboraciones de Maurice Blanchot, T.S. Eliot,  Robert Musil o Silvina Campos.  La poesía de Susana Soca es de gran concisión poético-musical, con sustrato religioso y místico a veces muy visible. Su prosa crítica es, asimismo, precisa y rigurosa cuando se adentra en las obras de Kierkegaard, Rilke, Pasternak, Huxley, o de Jean Baruzi. Su mirada hacia Europa, su contacto con los poetas rusos, franceses, italianos…, muestra la condición universalista de la escritora. Prosas peregrinas llama la atención sobre esta poeta, a la que hoy, desde Internet,  se accede con facilidad a través de las digitalizaciones de En un país de la memoria (1959), Prosa de Susana Soca (1966) o La Licorne (1947-1948).

El artículo “Paisaje del recuerdo” que aparece en El Nacional es, salvo algunas variantes en los primeros párrafos, el mismo que se publica en Homenaje a Susana Soca (1961). Bergamín fue amigo suyo, como todos aquellos que participaron en el homenaje: Juana de Ibarbourou, María Zambrano, J.L. Borges, E.M. Cioran, Henri Michaux, Jules Supervielle,  Giuseppe Ungaretti…

Dos. En estas “prosas peregrinas” podemos observar cómo mira Bergamín el arte de su tiempo. Son varios los textos en que reflexiona sobre este tema. En uno de ellos describe la doble realidad que está presente en la Exposición de Arte Panamericano celebrada en Caracas en 1948. Los cuadros de cubanos, colombianos, estadounidenses, guatemaltecos, mexicanos, venezolanos, de artistas como Wifredo Lam, Carlos Mérida, Robert Motherwell, Amalia Peláez, Diego Rivera…, desvelan los “ojos de Europa en América”, y también que “ni Europa ni América tienen ya ojos propios que separar”. La cultura se desplaza y se hace complementaria, lo que llega es tan expresivo como lo que se imprime al otro lado del Atlántico. Bergamín recuerda, además, que la presentación de la muestra estuvo a cargo de su amigo Juan Liscano, el fundador de Papel Literario.

Al paso del medio siglo, su visión del arte contemporáneo, especialmente del  informalismo europeo y del expresionismo abstracto americano, se muestra en “Tránsfugas y traficantes” (1961). El trabajo con la materia, señala, tiene ahora una preminencia que lo acerca a cierto misticismo,  y también a la desintegración como “señal de advertencia o despedida ante el abismo”: “anodadamiento anonadante” o “imbecilidad integradora”. No deja de ver Bergamín qué peligros acechan al arte contemporáneo: los pintores se enriquecen con facilidad como “traficantes de misterio” y se hallan en manos de una “poderosa secta” que domina el mercado internacional. El camino al que asiste, sin duda, es el que se abre desde el mediosiglo en el negocio el arte, que casi todo lo atrapa entre sus mandíbulas por muy corrosivas que puedan aparentar sus señales. Hoy, la ensayista francesa Annie Le Brun, tan crítica con las impostaciones artísticas y la sobredimensión económica del arte, bien podría hacer suyas las afirmaciones del escritor español.

José Bergamín colaboró durante años en El Nacional, aunque solo estuvo en Caracas desde 1946 hasta 1948. Siquiera su hermano, el arquitecto Rafael Bergamín, que tan unido estuvo a Caracas, logró frenar su partida. Su vínculo con El Nacional, sin embargo, se prolonga durante casi dos décadas, acaso por la mediación de Liscano. Con todo, entre tantas colaboraciones, el autor de Antes de ayer y pasado mañana revela las inquietudes de un mundo posbélico, de quimeras nacionalistas y sueños fantasmales, y de profundos cambios que han llegado hasta el presente. Su dispersión y su nomadismo crítico, su defensa de la libertad y su vindicación de la memoria, tienen mucho que mostrarnos todavía.


*José Bergamín, Prosas peregrinas I. Artículos en El Nacional de Caracas, edición de Gonzalo Penalva Candela, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2021.


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