JOHN PETRIZZELLI, AUTORETRATO

Por ALEJANDRO VARDERI

Este cineasta y narrador venezolano tiene en su haber una extensa e intensa obra donde confluyen muchas de sus preocupaciones en torno a la preservación de la memoria, especialmente de las manifestaciones culturales propias de los lugares por los que el ojo de la cámara se posa en sus recorridos, y que hoy se desplaza fundamentalmente entre Madrid y Cádiz, ciudad donde Petrizzelli tiene su base. “En Andalucía todos los días estoy descubriendo algo”, apunta en nuestra conversación entre Cádiz y Nueva York, desde la confluencia de recuerdos, experiencias compartidas y proyectos a ambos lados del Atlántico.

Documentales, películas, trabajos como asistente de dirección y los libros de relatos Negro lógico (1978), Historias para las posibilidades del músculo (2015) y El conjuro de los cardos (2020) constituyen el grueso de la producción de este artista, para quien Venezuela sigue siendo el punto de referencia pese a las décadas de traslaciones y cambios intercontinentales.

“Con los activistas venezolanos de los derechos LGBTI Ricardo Hung y Edgar Carrasco voy a organizar allí un ciclo de cine y aparte de eso filmar un largo documental”.

¿Cuándo se va a realizar el ciclo?

—Del 23 al 29 de junio.

¿Y el tema del documental?

—Es un documental en el cual los fantasmas del personal doméstico y sus antiguos patrones resucitan. La propuesta con los actores, algunos de ellos exempleados domésticos, es que yo les suministro la anécdota y ellos la reviven en mansiones abandonadas por la antigua élite que se fue del país. Allí aparecen por ejemplo los fantasmas de Cornelio o Margot, un jardinero y una señora de servicio a los que conocí muy bien, o el del hijo de una cocinera, con quien tuve una de mis primeras experiencias sexuales. Todo ocurre en diferentes temporalidades, con una estructura coral similar a la de Ti@s (2014).

Donde el rescate desde lo autobiográfico de un pasado venezolano, ahora en decadencia, también está muy presente.

—Aquí es más decadente todavía. Es una especie de Casas muertas, pero no desde la escritura, sino desde la filmación de distintos momentos de personajes, muchos de ellos envueltos en anécdotas, algunas trágicas o hermosas pero también muy extrañas. Historias como la de la señora que encontró en el congelador una foto suya amarrada a una pata de gallo, pues a la mujer de servicio le gustaba su marido y quiso con esa brujería congelar la relación entre ambos para seducirlo; o la doméstica quinceañera azotada con un fuete porque rompió sin querer el cenicero del patrón. Todo ello en ese Macondo que era y sigue siendo el país, al que llegaré próximamente tras cinco años de ausencia, y sin saber con lo que me voy a encontrar.

Con una sociedad polarizada entre la riqueza de unos pocos y las penurias de la mayoría; y donde han surgido recientemente negocios y viviendas de gran lujo, promocionados por jóvenes influencers desde las redes sociales. Algo paradójico si se piensa que el Caracazo de 1989, al que aludes en el largo de ficción Er relajo der loro (2012), estalló como reacción violenta contra una desigualdad social hoy exacerbada; pero que, pese a ser seguida por muchos en las plataformas virtuales, poco sucede más allá de las protestas de grupos aislados.

—Así es. En España tales desigualdades se observan también, en la polarización política y en la preponderancia de los grupos de poder, que siguen siendo los mismos de la dictadura, pues no se hizo ningún ajuste de cuentas durante la transición y ahora ya es demasiado tarde.

En una entrevista de 1994 me comentabas que te sentías más cómodo en un hotel, donde eres un ser en tránsito, que en tu casa. ¿Continúas pensando lo mismo o te has territorializado en algún paisaje específico?

—Seguir moviéndome es todavía mi objetivo principal y mi modo de vida. Después de Venezuela voy a un viaje por Rusia y el Asia Central para conocer mejor las raíces del conflicto entre Rusia y Ucrania. Pero ha sido en los paisajes de Andalucía donde he encontrado lugares culturalmente muy ricos, sobre todo en el folklore, que es también uno de los temas principales de varios de mis documentales rodados en Venezuela.

Igualmente lo mágico, lo inesperado en medio del caos global están también presentes en tu escritura, pues los libros se arman como cuadernos de viaje. ¿Por qué te ha interesado siempre mantener tal estructura?

—Soy como un camaleón, me voy adaptando a cada lugar donde estoy. Tengo un corto llamado El pozo (2022), rodado en un pueblo ficticio de Andalucía, que a muchos les remite a los pueblos en su niñez; dominados por la iglesia, los señoritos, el alcalde, el médico del lugar. No es mi cultura pero me interesa elaborar retratos tanto visuales como escritos. Esa serie de experiencias en El conjuro de los cardos son momentos de una narrativa personal vivida en distintas geografías, y reinterpretada mediante una prosa poética mucho más críptica. Aquí hay, por ejemplo, el relato sobre un niño negro, que tiene que ver con un viaje mío por África Oriental. Tras seis horas de viaje en un autobús donde yo era el único blanco, una mujer iba a parir y me preguntaron si tenía algo para cortar el cordón umbilical. Les dije que tenía hilo dental Johnson & Johnson y con él lo cortaron. Cuando pregunté cómo le iban a poner al niño, la madre me respondió “Johnson”.

Narrar, a través de la palabra y la imagen te ha llevado a descubrir y describir muchas geografías, desde el deseo hacia los cuerpos y paisajes. ¿Es el placer de la imagen y el texto, y el cuerpo que los contiene, lo que motoriza la escritura y aporta su densidad a la cinematografía?

—Es el cuerpo del planeta y el cuerpo del amado. Siempre hay un deseo, siempre hay una tensión sexual; una pulsión que está ahí en todo momento y lugar.

Especialmente en los textos. ¿Cómo ha sido su recepción, especialmente del último libro?

El conjuro de los cardos se publicó en Kálathos, la editorial de David Malavé en Madrid.  Lo presentamos allí y en Cádiz, y ha tenido buenas críticas. Pero como dice el editor, el texto poético, y más si es críptico, no tiene tanto público como la novela.

—¿Tienes algún nuevo proyecto narrativo? 

—Estoy trabajando en una serie de narraciones en primera persona sobre distintos personajes: un peluquero, un vendedor de bienes raíces, un tripulante de avión, un capitán de barco, una monja, que cuentan historias muy particulares en un lenguaje mucho más directo. Lleva por título provisional Los oficios.

Ello me remite a El embrujo (1983), tu primer corto, donde te apropias en primera persona de la voz de una mesonera.

—Sí, allí ya estaba muy presente ese estilo de narrar.

Inmaculada (2022), acerca de una joven que limpia un baño público donde espera encontrar su príncipe azul o, en este caso, orinador azul, incluye otro tema sumamente actual, el del inmigrante.

—El documental obtuvo, entre otros reconocimientos, el Premio a la mejor dirección en el Festival de Cine de Mérida. Forma parte de lo que llamo el cine de la diáspora, pues quienes participaron en él son venezolanos. Es un cine que estamos haciendo alrededor del mundo muchos venezolanos, con elenco venezolano, y que debe irse integrando a la producción internacional pero sin que se pierda lo nuestro.

—¿Cómo ves la integración de esas diáspora, no solo en el cine, sino en otros sectores de la sociedad española?

—Hay una diáspora de pobres y hay una diáspora de ricos. En todo caso, en lo relativo al cine, también contamos la historia de muchos inmigrantes. De hecho, la protagonista del documental es una actriz venezolana y evidentemente, estamos mostrando la historia de marginación y soledad de ese personaje. Estoy también por filmar un largo documental que es una visión crítica sobre los sanfermines; y el corto The English Lessons acerca de un inmigrante latino de tez morena y pelo rizado, quien al no encontrar trabajo decide probar suerte impartiendo clases de inglés, sin embargo, en las academias no lo emplean debido a su aspecto físico.

Otras formas de marginación se hallan en el largo documental Tí@as, donde los protagonistas cuentan historias de exclusión debido a su opción sexual, además de enfrentar hoy la soledad y la cercanía de la muerte. Entre ellos, el fantasma de tu propio tío, de quien dices al final, “soy el único que cuida su tumba, quizás con la esperanza de que algún día alguien cuide de la mía”.

—La soledad para los homosexuales mayores puede ser muy dura, especialmente dada la violencia contra la comunidad LGBTI en nuestras sociedades. Este ciclo de la diversidad sexual que haremos a fines de junio criticará el modo cómo en Venezuela se ha consolidado la violencia contra los LGBTI, sobre todo los de la tercera edad. Además, las deficiencias del sistema de seguridad social actúan en su contra; en tal sentido, casi todos los entrevistados en Ti@s ya han fallecido, aunque no todas las historias terminan de la misma manera.

El documental cubre un amplio espectro de la sociedad venezolana, mediante las historias de personajes pertenecientes a distintas clases sociales. Y pareciera que el tema homosexual siendo novedoso en el país pues, a diferencia de otras naciones del continente, no se reconoce legalmente ningún derecho para la comunidad LGBTI.

—Esto es cierto. Cuando lo estrenamos en cines de toda Venezuela, lo que me dio más satisfacción fue escuchar a mucha gente que salía de la función diciendo “yo tengo un tío así. Y hoy mismo lo voy a llamar porque tengo mucho tiempo que no lo veo por ese prejuicio, y esta película me ha hecho reflexionar”. Entonces el documental ha catalizado, si no un cambio social, al menos una respuesta positiva hacia este tema.

Bárbara (2017), tu largo más reciente, cuenta las historias, entre civilización y barbarie a orillas del Orinoco, de un travesti en decadencia y un muchacho campesino víctima de los paramilitares. Igualmente, la idea del Norte como lugar hacia donde escapar con la esperanza de encontrar una mejor vida, lo cual se anticipó al éxodo de millones que vendría después.

—El tema de ese largometraje son los sueños. Bárbara cree que puede realizar sus sueños y le dice al joven que tiene que aprender a soñar. La última imagen que ella tiene antes de su propio final es darse cuenta de que pudo hacer su cabaret y ser una Doña Bárbara de lentejuelas, y el muchacho, el luchador como El Santo que tanto quiso ser. Lo del Norte sí me llama la atención pues está muy marcado. Como tú dices: la premonición del éxodo masivo que estaba a punto de empezar. Pero eso ya es otra historia.


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