Venezuela se ha convertido en un país de emigrantes. Las familias gangrenan hijos. Los padres los acompañan al aeropuerto para verlos volar solos por primera vez, como golondrinas. Al final, solo queda una triste y poco original foto con un mosaico de Cruz Diez que va perdiendo piezas igual de rápido que el país pierde a su clase productiva.

El estrés postraumático del chavismo empujó a muchos a buscar la identificación con sus antepasados. Si usted creció comiendo la fabada asturiana de la abuela, los ñoquis de la nona o la francesinha de la tía de Oporto, podrá buscar el codiciado pasaporte europeo. Es el ticket premiado para ir a la Chocolatería de Charlie: un continente con inflación casi inexistente y agua potable corriendo por las tuberías.

Esta elipsis identitaria, de italiano-devenido-venezolano-devenido-emigrante, constituye el tema central del libro La puerta que se cierra. Es una epopeya de la catástrofe: familias que huyen de la hambruna de la posguerra europea para terminar huyendo de la hambruna del postchavismo tres generaciones más tarde. Dice el autor: “En Venezuela se está viviendo una situación análoga a la que se vivía en la Europa de la posguerra, con la diferencia de que aquí no ha ocurrido un conflicto bélico convencional”.

La puerta que se cierra intercala la narración directa del autor con un alter ego –o Super Yo según los freudianos– que va avanzando objeciones y críticas. ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de nuestros recuerdos? ¿Y los de nuestros padres? ¿Son las historias familiares un reflejo de la realidad?

Mirco Ferri empieza el relato al norte de Italia, en Verona. La ciudad de Romeo y Julieta es donde uno de sus antepasados conocerá los horrores de la guerra y los placeres del amor juvenil:

“a sus quince años, tuvo que enfrentar dos situaciones terribles: el estallido de una nueva guerra, y la muerte de su padre. Era un adolescente, poco más que un niño, pero su condición de hermano varón mayor le impuso unas responsabilidades mucho más grandes que él. Le correspondía la difícil tarea de ser el ‘capo famiglia’, el jefe del hogar. (…) Eran momentos de desesperación, incertidumbre y terror. Sobre todo si tocaba refugiarse en lugares distantes al propio hogar, lejos de los familiares, sin poder comunicarse con ellos, sin saber de su suerte. Esos momentos revelaban el verdadero carácter de las personas: gestos de desinteresado altruismo se alternaban con acciones viles y egoístas”.

Así, un país devastado, humillado y arruinado ofrecía pocas perspectivas a los jóvenes italianos. Según Ferri, “la precariedad de la guerra había uniformado a casi todo el mundo con una apariencia de pobreza imposible de disimular”. Esta es la razón por la cual, cuando nace la hermana del autor, la idea de emigrar aparece con firmeza.

“Mi padre conoció [a su hija] a los dos o tres días de nacida, pues las normas imperantes en aquellos tiempos proscribían las visitas antes de ese período, así se tratase del padre de la criatura. Él no cabía en sí mismo del gozo que sentía por aquel acontecimiento, y mi hermana fue su principal responsabilidad desde ese momento. Comenzó a cuestionarse su vida y las pobres perspectivas que le ofrecía su país. En su mente empezó a urdir planes que le permitieran mejorar su condición económica y sostener a su pequeña familia de manera digna. Sobre todo añoraba la posibilidad de tener su propio techo, de salir de esa casa que ya les comenzaba a quedar chica y era el origen de algunos roces, todavía leves pero que amenazaban con intensificarse con el tiempo”.

Sigue Ferri:

“Un día llegó a casa con una novedad: ‘Lauretta, me voy a América’. La noticia le cayó como un pequeño cataclismo a mi mamá, que no se la esperaba para nada. Le pidió explicaciones, y se las dio. Había estado hablando con unos conocidos sobre el tema, y lo refirieron con un empresario que buscaba personal para transferirlo a Venezuela, justo en su ramo. (…) Para mi madre las palabras ‘Caracas’ y ‘Venezuela’ sonaban a jungla, como si hablara de lugares en África. Pero él la tranquilizó, diciéndole que era un país pujante, uno de los que mayor solidez económica poseía en ese momento gracias al petróleo, y a la voluntad de desarrollo que demostraba el gobernante de turno”.

Es así como desembarcan los Ferri en Venezuela. Lo primero que les llama la atención son las contradicciones típicas del país, aquel mantra que les lanzan a los venezolanos todos los extranjeros: cómo puede ser el país tan pobre y tan rico a la vez.

“Mi madre ya estaba prevenida sobre la primera impresión que recibiría al entrar a Caracas desde la autopista, pero de todas maneras no dejó de sentirse asombrada por la pobreza notoria de ese trozo de ciudad, impensable en un país con tanta fama de riqueza por su condición de potencia petrolera”.

Sin embargo, la Venezuela Saudí los integra rápidamente a la clase media, donde descubren comodidades impensables en Italia:

“No obstante el clima político enrarecido, la vida de la gente de clase media no se veía afectada. Más bien había una sensación de bonanza, materializada por el auge inmobiliario y del comercio. Nuevas construcciones se erigían en solares antes vacíos, o se construían sobre los cimientos de otras ya caducas. Y el parque automotor iba en un constante ascenso; era muy común que cada familia poseyera al menos un vehículo”.

La puerta que se cierra es un canto a la nostalgia de la Venezuela perdida. Ese país lleno de oportunidades, donde el joven Mirco Ferri podía refugiarse en los libros. Ese país que permitió que los hijos de una familia inmigrante italiana se convirtieran en profesionales con estudios.

El autor no niega los problemas políticos y sociales de su época, pero sí deja bien en claro el cambio ocurrido en estos últimos años. La revolución no ha dejado sino tierra quemada tras de sí. Los hijos de Ferri, ahora mayores de edad, deberán abocarse al largo retorno hacia el viejo continente. La revolución grita, insulta y corre a los venezolanos; entre tanta desolación, los padres constatan el sostenido deterioro de lo que alguna vez fue una sociedad:

“La ciudad apesta. Apesta a basura, apesta a suciedad. Apesta a gente que no consigue artículos de tocador, ni detergente para la ropa. Apesta a la gasolina de mala calidad, importada quién sabe de dónde. Salir a la calle significa sumergirse en un marasmo de olores desagradables”.

Es aquí donde aparece el dolor del desgarramiento familiar. La puerta que se cierra es un documento precioso sobre el spleen de los inmigrantes europeos. Estas familias, que lo entregaron todo para abrazar con entusiasmo el proyecto venezolano, se quedan paralizadas en medio de una Venezuela que se derrumba a su alrededor, como una película de Buster Keaton. Estas familias, que se sentían plenamente venezolanas, han sido separadas, forzadas a migrar, a la distancia.

“Te imaginabas con toda la familia reunida: hijos, sobrinos, nietos, presidiendo una mesa vestida para el domingo, llena de platos, botellas, alegría y bulla. Creías que los diciembres estarían consagrados a la preparación de las dos especialidades de la casa, una por cada vertiente de la familia: las hallacas caraqueñas, calcadas de la receta original de tu suegra, y los tortellini que aprendiste viéndolos hacer por tu madre; tú serás el oficiante, y comenzarías una tradición que los descendientes propagarían a las futuras generaciones, y que perduraría aún después de tu partida. Pero te equivocabas. El tiempo se encargó de hacerte saber cuán iluso fuiste”.

La puerta que se cierra es un libro que cobrará relevancia en el futuro, cuando alguien intente dar sentido a la debacle. Hurgando en nuestro estercolero histórico, se topará con un libro desgarrador, que plasma el sufrimiento de aquellos que estuvieron entre los primeros excluidos. Todos recordamos a las masas chavistas vociferando insultos hacia los inmigrantes, con sus pancartas mal escritas y sus corazones llenos de odio y rencor. El libro de Mirco Ferri es la respuesta más digna y humana que puede darse cuando la violencia y la barbarie te arrebatan todo, tu presente y tu futuro. Termina Ferri:

“Ahora creo saber lo que experimentó mi abuela al despedirse para siempre de su hijo, de su nuera y de su nieta. Aunque el guayabo que sentimos los que nos quedamos atrás es grande, sabemos que es lo mejor para ellas, y con eso tenemos el alma en paz”.

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La puerta que se cierra

Mirco Ferri

Oscar Todtmann Editores

2018

https://www.amazon.com/puerta-que-cierra-editores-Spanish/dp/9804070332


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