Día 1: Violentar la forma

Por Laura Soler

Quien haya estudiado historia del arte en cualquier nivel educativo (quizás allá, en el bachillerato) seguramente comenzó por una lección cuyo fin es, en principio, dilucidar qué es eso que llamamos arte. Este proceder se debe a que hoy en día el término “arte” arropa toda clase de artefactos cuyo propósito no constituyó inicialmente el que en la actualidad nos conduce a galerías y museos, como seguidamente comprobó dicho estudiante en su lección de arte prehistórico.  

La noción del arte como un aparte de la vida –un compartimiento autónomo, con criterios de valoración y mecanismos de legitimación propios y distintos a los de otros campos– es relativamente reciente. Previo a esto, la historia del arte nos revela siglos de artistas subordinados a poderes políticos y económicos, temporales y eternos. Durante milenios, el ser humano atrae o repele sucesos, honra a sus dioses, recuerda a sus antepasados y ostenta su poder y fortuna mediante la representación.

El reino de las formas no está aislado de la vida y, por lo tanto, no debe sorprendernos la magnitud con la cual la violencia, en cualquiera de sus vertientes, ejerce su poderío y reconfigura las apariencias, en ocasiones tornando irreconocibles a objetos y personas.

Partiendo de esta idea, la curadora María Elena Ramos inicia el quinto ciclo Discusiones, que recibe por nombre Imágenes del arte: Revelaciones de la violencia. La conferencia de Ramos, titulada “Ética, estética y política en el arte contemporáneo y en tiempos de crisis”, expone la variedad de discursos plásticos que se originan cuando los artistas se interesan por plasmar la violencia.

Para la investigadora, la forma sensible –materia prima del arte– concreta y, de este modo, sintetiza e integra realidades en principio heterogéneas y contradictorias. Haciendo justicia a la multiplicidad, enumera una serie de artistas –nacionales e internacionales– que materializan o ironizan la violencia en sus vertientes: Armando Rosales, Kruskheylim Jhamaly, Juan Manuel Echavarría, Carlos Zerpa, Ramsés Larzábal, Ai Weiwei y Malu Valerio, entre otros.

Si, en palabras de Ramos, el arte visibiliza un sentido esencialmente invisible, las imágenes de figuras públicas plasman mucho más que la apariencia física de sus modelos. Estos retratos cargan también con los significados y valores asociados a la persona que representan, y en la medida en la cual las sociedades se identifican o rechazan estos contenidos, el destino de efigies y monumentos varía.

En este orden de ideas, el historiador del arte Roldán Esteva-Grillet relata el destino de estatuas públicas en su conferencia “¡Abajo las estatuas!”. La intervención del investigador narra el periplo de políticos de piedra, héroes de algunos, villanos para muchos: Robespierre, Cortés, Somoza, Trujillo, Perón y, por supuesto, Chávez… Todas, imágenes que son tratadas con reverencia o desprecio al tiempo que las personalidades que las inspiran son atacadas o reverenciadas.

Sin embargo, la alternancia del poder no afecta únicamente a las estatuas de los poderosos. En “Arquitectura y violencia”, el arquitecto y profesor Rafael Pereira analiza la construcción y destrucción de edificios como instrumento para aplicar hegemonías en ámbitos diversos. Así, la destrucción del World Trade Center, la ruina de Palmira y Aleppo, y la devastación de templos precolombinos manifiestan plásticamente conflictos culturales, sociales, políticos, económicos e ideológicos, donde más que vencer al enemigo, se pretende aniquilarlo. Pereira finaliza con la imagen de Caracas a oscuras y justifica su elección: “No hay peor violencia que hacer de tu casa un sitio inhóspito, agresivo, donde no puedes ni bajar la poceta”.

Día 2: Lo que no queremos ver

Por Rebeca Martínez

I

¿Es posible una poética de la lucha armada? ¿Se podría considerar la guerrilla como una de las bellas artes? ¿Cómo se concibe y proyecta un guerrillero? ¿La lucha armada puede compararse con un happening –guardando las distancias políticas y éticas? Fueron algunas de las preguntas que arrojó la ponencia del investigador y profesor Rafael Castillo Zapata titulada “Estación violenta. La guerrilla considerada como una de las bellas artes. Políticas poéticas de la vanguardia venezolana 1960-1975”. El sentido de esta investigación es doble: a la vez que se levanta un corpus de la poesía venezolana, se analiza un momento coyuntural en la historia del país para intentar entender este que estamos viviendo

En esta ponencia se propone el estudio de la poesía producida en un momento coyuntural de la historia de Venezuela, como lo fue la década de los sesenta y el coletazo de la primera mitad de los setenta. Esa época estuvo signada, entre otros movimientos, por la Revolución cubana y el comunismo. Si bien muchos artistas, escritores y poetas se inscribieron en esta corriente ideológica, cada uno lo hizo desde un lugar muy propio, con matices y particularidades. ¿Por qué la poesía y no la narrativa? Porque el poeta capta, o debería captar, aquello que no se ve a simple vista, da cuenta de lo que no es evidente. Se ordena un corpus de poemas que orbitan alrededor de este tema. Poetas que encontraron una manera de operar subrepticia ante su realidad, pero que al final nos da cuenta de una sensibilidad y un modo de asumir los hechos y las esperanzas de una época.

II

“Resonancias de lo vivido”, la ponencia de la compositora de música clásica Diana Arismendi, empieza recordando la Heroica, sinfonía de Beethoven dedicada a Napoleón. Beethoven sentía admiración por los ideales de la Revolución francesa y, a su vez, por el corso. Posteriormente, el compositor retiró esa dedicatoria cuando Napoleón se autoproclama emperador. Aquello que había inspirado la pieza había desaparecido o había sido falso en un principio. Esta breve anécdota da cuentas de cómo el artista se relaciona con su época y el modo en que toma posición ante los hechos desde su obra.

Arismendi recabó un corpus de 134 compositores latinoamericanos, 30 de ellos venezolanos, que reúne 279 piezas de distintos géneros de música académica. El objetivo que dirigió esta investigación fue mostrar a “la música como testigo de su tiempo”. Cada pieza reunida estaba relacionada con uno o más temas: libertad, democracia, tolerancia, denuncias, tragedias humanas, violencia de género.

El material se ordenó temporal y regionalmente, puntos álgidos de la historia en Latinoamérica sirven como coordenadas: 60 y 70, bajo la égida de la revolución cubana; 70 y 80, dictaduras del sur; Centroamérica, ¿largo camino hacia la paz?; Colonia española sobre América; Venezuela siglo XXI.

Si consideramos “la música como testigo de su tiempo”, podríamos entender que la misma es una forma de memoria relacionada con las sensaciones. Los hechos a los cuales cada composición está atada dan cuenta no solo de la historia sino de una manera de sentirla.

Intermedio

Entre preguntas y respuestas, surge una conversación entre los dos ponentes. Ambos coinciden en que toma tiempo crear una obra a partir de un hecho doloroso, Castillo Zapata añade que quizá “no ha llegado el tiempo de madurez para darle una representación simbólica a lo que nos ocurre”.

III

Al regresar hubo problemas con el sonido, la videoconferencia del profesor y crítico de arte Félix Suazo fue leída por la voz de María Elena Ramos.  En “Cartografía corporal de la violencia. Performance, foto-performance y video-acciones en Venezuela (1998-2018)”, Suazo revisó obras de arte del siglo XX en las que el cuerpo, sea físico o simbólico, es el soporte sobre el cual recae la violencia. Estas obras-cuerpos reaccionan ante una realidad, porque se padece o se está en contra de la violencia, el sentido es causar un efecto de shock en el espectador.

Suazo recopiló una serie de obras producidas entre el 1998-2018 en Venezuela, donde se evidencia de distintas maneras y en diversos soportes una reacción ante las manifestaciones de violencia que azotan al país desde hace 20 años. Algunas de estas obras son Ejercicio contable de Teresa Mullet o Tu vida no vale una puta mierda de Juan José Olavarría. También se revisaron obras de Érika Ordosgoitti, en las que se explora la relación cuerpo y lenguaje; de Max Provenzano y Deborah Castillo, en las cuales se desarrolla una relación entre erotismo y violencia; y de Iván Candeo, titulada Carroza en movimiento, en la que se traza una parábola entre tiempo histórico y tiempo presente.

IV

La jornada cerró con la ponencia de Rodolfo Izaguirre, titulada “¿Cómo ver lo que se oculta en el barrio? (De cómo el arte y la acción pueden ‘hacer ver’, develando situaciones ocultas de la realidad)”. Luego de una divertida anécdota introductoria, entra al tema: ¿qué es lo que el cine venezolano no ha querido aprender a mirar y enseñarnos a ver? La película Hermano (2010) sirvió como umbral para entrar a una galería de miradas esquivas o demasiado fáciles sobre el barrio como tema. Así mismo, toca otras aristas del asunto: el cine venezolano no aborda la psique de sus personajes, siempre está volcado hacia lo exterior o sociológico, no ha querido ver ni a la mujer, ni a la violencia política. Por otro lado, ¿dónde está el criminal de cuello blanco? En el cine venezolano siempre delinque el muchacho de barrio, dice Rodolfo. ¿Por qué? El estereotipo de muchacho de barrio se dibuja a partir de todas las cargas y sombras de la clase media. Quizá lo que ocurre, concluye, es que el cine venezolano tiene miedo.

V

Este quinto ciclo de Discusiones titulado Imágenes del arte: Revelaciones de la violencia no solo reflexiona sobre la violencia en el arte a través distintos medios expresivos: performance, video-arte, arquitectura, escultura, poesía, música, cine, etc., sino que nos muestra una manera de aproximarse aquello que no se quiere ver o recordar. Castillo Zapata, Arismendi y Suazo dejan de manifiesto que trabajaron sus ponencias partiendo de un corpus de obras, como si el trabajo de rescate de la memoria estuviera a la par de la reflexión sobre las formas de la violencia.

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El quinto ciclo del Proyecto Discusiones, de la Colección Patricia Phelps de Cisneros, de la Fundación Cisneros, Imágenes del arte: Revelaciones de la violencia, se realizó con el apoyo del Centro Cultural Padre Carlos Guillermo Plaza, de la Universidad Católica Andrés Bello.


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