Marianne Kohn Beker | Vasco Szinetar

Por MARIANNE KOHN BAKER

Cuando –a nivel de masas– el Holocausto ya es un tema no sólo olvidado sino ignorado por las nuevas generaciones, apenas ahora se emprenden las investigaciones más serias y rigurosas sobre un fenómeno que nos dejó tan consternados como para dejarnos tan sólo esporádicos e infructuosos intentos de descripción. Los ensayos, las novelas, las películas y todas las manifestaciones artísticas inspiradas en este tema sólo han logrado evidenciar el impacto del horror que causan las simples narraciones de los sobrevivientes y el material fotográfico y documental que lograron obtener gracias a que los alemanes fueron los perdedores en la Segunda Guerra Mundial.

No es suficiente señalar que si la posibilidad de este suceso  se hubiese avizorado antes de que ocurriera, porque incluso habiéndose producido hay quienes se niegan a creerlo, lo cual simplifica la labor de los propagandistas actuales que se empeñan en presentarlo como un infundio más, que sólo prueba la capacidad de engañar propia de los judíos (1).

En lo que todos estamos de acuerdo es que el Holocausto como fenómeno no tiene precaución en la historia ni cuantitativa ni cualitativamente. Algo semejante había acontecido en la historia de la humanidad, a pesar de que esa historia está repleta de mortandad, matanzas y crueldades (2).

El hecho de que hayan sido los causantes del Holocausto quienes perdieron la guerra proporciona la posibilidad de estudiar si no hubiese sucedido así; nadie estaría aquí para contarlo, ninguno de los libros de la gigantesca bibliografía de la que se dispone ahora sobre el tema, la humanidad habría entrado a formar parte ya de un orden social totalmente nuevo, un orden cuya descripción acostumbramos con ligereza a catalogarle de ciencia-ficción (3). Pero ésta es, precisamente, una interpretación de la hecatombe a la que solamente en estos últimos años se han acercado los investigadores, después de que una serie de mitos se han creado para satisfacer la curiosidad de quienes por muy distintos motivos (culpa, rencor, vergüenza, hostilidad) necesitaban tranquilizar sus conciencias.

Me limitaré a enumerar muy someramente las más difundidas de estas especulaciones:

  1. Lo acaecido en la 2ª Guerra Mundial fue la obra de unos locos fanáticos que, si bien estuvieron a punto de ganar la guerra, desde el momento que fueron derrotados desapareció toda posibilidad de que un hecho así vuelva a presentarse en la historia.
  2. Sólo un pueblo bárbaro y salvaje como lo es el pueblo alemán podría haber concebido tamaña arbitrariedad.
  3. La hecatombe no es sino un hecho más en la larga historia de persecuciones judías para la cual el cristianismo sembró todas las bases.
  4. En una ordenación política nacionalista, un pueblo carente de territorialidad está sujeto a toda clase de vicisitudes, incluida la acaecida durante el nazismo.
  5. La teoría del “chivo expiatorio” complementaria de la anterior, según la cual los gobiernos encuentran una salida a sus crisis sociales y económicas mediante la invención de un presunto culpable, que sea fácilmente aceptada por las masas descontentas y frustradas. ¿Quién entre la población europea lograba acumular tantas características propicias para ser el escogido aparte de los judíos? Carentes de poder político, odiosos por extraños y por todos los mitos adversos que se acumulaban sobre ellos en centurias de antisemitismo. Eran el señuelo perfecto a ser utilizado como arma política de un Estado enfrentado a una grave crisis económica.
  6. Las víctimas lo tenían merecido porque su objetivo final era apoderarse del mundo. Eran un enemigo de la humanidad. Conspiración judía internacional.
  7. La tesis religiosa ortodoxa: castigo divino de un Dios justiciero e implacable.
  8. Por último: aquella teoría según la cual la catástrofe cuantitativa, el hecho de que hubieran sucumbido por millones, se debió a la tradicional cobardía y pasividad judía, o al colaboracionismo con los nazis, tanto del pueblo alemán como de los judíos mismos.

No es fácil mantener la calma, reprimir la sublevación que, al menos, algunos de estos argumentos suscitan en un auditorio judío. Pero no son pocos los judíos que están de acuerdo con algunos de los que acabamos de enumerar. Tales respuestas o lucubraciones sólo pueden ponerse a prueba con un estudio exhaustivo y objetivo de los antecedentes históricos de judíos y no judíos y de las tendencias en juego en la Alemania pre-nazi.

Y esto se viene haciendo no sólo para saber qué fue lo que sucedió en realidad, no sólo para guardar memoria de lo acontecido, sino primordialmente con la esperanza de encontrar los instrumentos adecuados para que hechos similares no vuelvan a repetirse en el futuro. Aun cuando, por desgracia, ese dicho tan sagaz acerca de la historia, de que “lo único que se aprende de la historia, es que no se aprende de la historia”, ha sido por lo genera certero.

¿Por qué no aprendemos de la historia? Posiblemente porque la previsión histórica no puede ser tan exacta como en las ciencias experimentales. A pesar de los adelantos que últimamente se han realizado en las así llamadas disciplinas humanas, la complejidad de los fenómenos que entran en juego y los elementos que se nos escapan y que denominamos azar, son uno de los más importantes impedimentos. Pero, también es cierto que el estado actual de dichos conocimientos es mucho mayor que en el siglo pasado y que los hallazgos de la sicología, la pedagogía, la sociología y la teoría política ofrecen la posibilidad de diseñar programas más acordes con el estado actual de la civilización y despejan incógnitas sobre el comportamiento humano que permanecen encajonadas en los archivos de los investigadores. Es decir, que no se toman en cuenta cuando se diseñan las pautas políticas a menos que estos descubrimientos sirvan para afianzar la política del poder o para sacar mayores dividendos en alguna política económica.

Lo ocurrido con el descubrimiento de la energía nuclear, en la que hasta el momento, sólo sus efectos negativos se conocen a cabalidad, también ocurre con los trabajos realizados sobre la “conducta”. Hasta ahora sólo se utilizan estos hallazgos para la manipulación humana (propaganda).

¿Será posible, entonces, que el conocimiento de la tragedia más espantosa que azotó a la humanidad, que nos permitiría encontrar ciertas luces sobre la naturaleza del ser humano, sobre el estado actual de la civilización, sobre los mecanismos que actúan en las políticas de poder, sobre lo que pueda ocurrir en el futuro, no sirva además para poner sobre aviso a los hombres sobre los peligros que le esperan si los gobernantes poderosos no son obligados a rectificar sus objetivos y si las instituciones tradicionales no se transforman para obviar tamaña amenaza? ¿Y que, más bien, corremos el peligro de que, conociéndose cómo se ensambla y controla la maquinaria que produjo los campos de exterminio, ésta pueda utilizarse de nuevo a la simple orden de un mandatario? Hay buenas razones para temer esta última posibilidad. Porque la única política que caracteriza a la civilización desde los albores mismos de la vida en sociedad fue y sigue siendo la política del poder.

El que haya sido así en el pasado tenía su justificación porque la necesidad de ·seguridad” exigía satisfacción perentoria para la sobrevivencia humana aunque fuese a costa de perder parte de su “libertad”. Hoy en cambio, la satisfacción de los deseos de seguridad se ha conseguido a tan alto grado que ofrecen a los gobernantes un poder que nunca antes, ni en los más importantes imperios antiguos o modernos, se poseía. No sólo la sofisticación del armamento nuclear sino la organización son instrumentos tan coercitivos que se vuelve cada vez más improbable el éxito de cualquier empresa tendiente a realizar ciertos cambios a menos que sean considerados favorables, provechos, a los intereses de quienes detentan el poder.

El estado se viene apropiando de todas las formas del poder, en su deseo de ejercer control absoluto, lo que llevado a su última expresión implica la aparición del totalitarismo, cuya consecuencia es la imposición de un ordenamiento social completamente distinto; la aparición de una sociedad nueva en la que la libertad, en su totalidad, se habrá sacrificado a expensas de la “seguridad”. En consecuencia, la necesidad básica que exige satisfacción es la de la libertad del individuo, cada vez más sujeto a control, cada vez más cerca de convertirse en mano de obra esclava. El imperativo de la libertad es tanto más urgente cuanto menos es la disposición oficial para tomarlo en cuenta.

Esa oposición de intereses entre individuo y Estado, por lo general, se ignora. Como el poder establecido tiene en sus manos mayoritariamente los medios de comunicación e información, se utiliza la propaganda para exacerbar sentimientos de nacionalismo que conjugan ingredientes tales como la rivalidad, el odio y el temor; mientras que el capitalismo en su doble forma de capitalismo estatal y de libre empresa fomenta la competencia para exacerbar la posesividad.

Respuestas sicológicas perjudiciales producidas por la manipulación, no sólo porque tienden a mantener al individuo en la ignorancia de sus más legítimas necesidades, sino porque su peligrosidad es mucho mayor en una civilización como la actual que ostenta un grado de organización cuya efectividad puede llegar a ser fácilmente perfecta.

Todos los intentos de poner sobre aviso a la humanidad sobre la grave amenaza a su supervivencia se estrellan, sean éstos de carácter metodológico como en el caso de Russell o Hannah Arendt, o asumiendo el estilo literario como instrumento para evitar el mensaje a las masas también. El hecho de titular ese género literario que se ocupa de exponer los peligros de la concentración de poder como “ciencia-ficción”, minimiza sus alcances porque desvía al plano de la fantasía lo que en realidad es probable que ocurra, y según estos autores es seguro que ocurrirá si no se cambia el rumbo de la dirección actual de la civilización. Este cambio de rumbo sólo puede llevarse a cabo por quienes poseen el poder, precisamente aquellos que de ninguna manera están dispuestos a perderlo.

Lo que por otra parte, contribuye a debilitar la posición de quienes sustentan la tesis del totalitarismo como la amenaza que pende sobre el futuro de la humanidad, son los mecanismos sicológicos del hombre que lo incitan a negar el peligro, que lo vuelven incrédulo ante la inminencia de una catástrofe, que lo obligan a ignorarla y, más aún, que incluso después de acaecida prefieren negarla tercamente.

La monstruosidad de ciertas tragedias es tan increíble que el hombre se pregunta si realmente pudo haber acontecido. Contra ese anonadamiento tan pernicioso para la sobrevivencia es que han trabajado los escritores, politólogos, historiadores, sicólogos y  sociólogos que se dedican a escribir sobre el Holocausto acaecido en la 2ª Guerra Mundial.

¿Qué puede decirse, en líneas generales, de la repercusión de tamaña obra de miles de páginas escritas, desde diferentes ángulos y con el doble propósito de aleccionar y de mantener vívida la memoria de lo acontecido? Aún a pesar de sus buenas intenciones, los resultados han sido desconsoladores. Opino que eso puede ser debido, aparte de las consideraciones políticas y sicológicas ya expuestas, al simple hecho de que siendo esa bibliografía en su gran mayoría de autores judíos, los judíos sin proponérselo propiciaron la exclusividad de la propiedad de ese problema.

Desde la época de la emancipación judía dos corrientes principales agrupan la literatura sobre temática judía: aquella que denuncia los sufrimientos y las injusticias cometidas en distintas épocas y en distintos lugares por no judíos, es decir, la que sustituye lo que podría ser una historia judía por la historia del antisemitismo. Y la literatura “apologética” que pretende sustituir la imagen negativa del judío por una imagen positiva que, por dura que nos parezca la expresión, no viene a ser sino un lenguaje propagandístico, independientemente de que existen sobradas razones para legitimar su uso, pero que en definitivas cuentas adolece de esa objetividad que es una de las exigencias básicas para aceptar ciertas afirmaciones.

Esta tendencia siguió prevaleciendo también en los escritos sobre el Holocausto, lo cual contribuyó, por una parte, a delimitar el problema dentro de la categoría de un fenómeno antisemita más que no ameritaba demasiada atención para los no-judíos, puesto que no estaba previsto ni ejecutado en su contra. Pero, ¿por qué no conceder que esa respuesta típica no es ni exclusiva de los no judíos ni exclusivamente contra ellos? ¿Qué otra respuesta tenemos todos excepto los involucrados en las guerras y en los genocidios que se vienen sucediendo desde el mismo momento en que terminó la 2ª Guerra Mundial?  ¿Hasta qué punto eran sinceros los intereses por el destino de los vietnamitas en los argumentos antibelicistas norteamericanos? ¿Hubiesen sido tan fervientes de no tratarse de la vida de los mismos norteamericanos que estaban siendo sacrificadas allí? ¿Por qué preocupa la actual guerra entre Irán e Irak? ¿Es acaso por la muerte y la invalidez de millares de inocentes? Nunca como ahora ha sido tan despreciable la pérdida de vidas humanas, nunca como ahora su salvación depende solamente del hecho de  defender otros intereses incomparablemente más valiosos como, por ejemplo, el petróleo. Donde no se tiene la fortuna de que coincidan esos intereses no hay la más remota esperanza de una intervención eficiente y efectiva, con el único y solo propósito de evitar la victimización de los seres humanos.

Mientras el Holocausto se mantenga aislado de la problemática política e histórica universal, muy poco o ningún servicio puede prestarle a la humanidad como un todo y, es mi opinión también, que lo mismo ocurre aún en relación con los judíos. Ninguna de las medidas tomadas por los judíos, incluidas las más espectacular de todas, la creación del Estado de Israel, son realmente medidas novedosas y efectivas, creadas y puestas en práctica para la defensa contra una catástrofe similar. Son, sin excepción, todas ellas programas concebidos para contrarrestar el antisemitismo tradicional, pero de manera alguna serían capaces ni efectivas de enfrentarse a esta nueva y, en apariencia, insólita forma que el antisemitismo adoptó en los nazis, en la “solución” del así llamado problema judío. Más aún, se observa que al judío le molesta incluso que se mencionen otras víctimas no judías del Holocausto, como los comunistas, otros disidentes al régimen, los prisioneros de guerra, los gitanos, los homosexuales, etc. Creen, y no les falta razón, de que no hay comparación entre unos y otros, prácticamente toda la judería europea quedó destruida. Pero al oponerse a que sean colocados junto con esas otras víctimas, sólo consiguen aumentar la indiferencia, el olvidado, la ignorancia de esa ocurrencia, y desviar la atención de los historiadores políticos que no logran ubicarla en el lugar que le corresponde en el análisis de las políticas del siglo XX.

Parece como si se hubiera contagiado el acostumbramiento o como quiera llamársele de segregación judío en la esfera social, al ámbito histórico. Algo así como una historia universal “juden rein” y su contrapartida, una historia judía desconectada del contexto de la historia universal. Independientemente de las graves equivocaciones cometidas por unos y otros en esta artificiosa separación radical que en el caso de los judíos ha contribuido a mantenerlos en una ignorancia calamitosa de los propósitos y designios de los gobernantes y de las fuerzas socio-políticas de los países con cuyo destino están comprometidos. El caso es que a menos que el Holocausto le sea otorgado el dramático rol principal que le corresponde en la Historia Universal, habrá poco o ninguna esperanza para el futuro judío y habrá poca o ninguna esperanza para el futuro de la humanidad.

Esta es la teoría planteada con toda acuciosidad por Richard L. Rubenstein en su ensayo The cunning of history. Ella contiene una introducción de William Styron, de la que me permito citar el siguiente párrafo:

It is a very brief work –a long essay- but it is so rich in perception and it contains so many startling indeed, prophetic insights that one can only remain baffled at the almost complete absence of attention it suffered when it was first published in 1975.

En 1980, dos años después de su segunda edición, con la introducción de un autor tan nombrado como William Styron, Rubenstein sigue siendo un completo desconocido, incluso para mí, que no sé más que lo expuesto por él mismo en su muy somero prefacio; que es director del “Centro para el Estudio de la Cultura y Religión Sureña”. Presumiblemente de la Universidad Estatal de Florida. Nada extraño tiene que así sea, ya que hombres que después de haber merecido una reputación casi sin paragón en nuestra época como lo es Bertrand Russell, han sido ignorados en lo que se refiere a sus reflexiones y observaciones sobre el futuro de la humanidad.

Ha sido incluso en mi caso una mera coincidencia que cayera en mis manos primera, y lo leyera después, este pequeño librito que me inspira a atar ciertos cabos con lecturas anteriores. En él encontré las afirmaciones una y mil veces repetidas por B. Russell, las premoniciones de Kafka, los delirios de Orwell, las tesis de Hannah Arendt, o los experimentos psicológicos a los que hace referencia ashkenasy en su libro, que me conducen a asomar una primera tentativa de explicación del Holocausto dentro del contexto de una sociedad totalitaria, en el marco de la cual no sólo deja de ser increíble, implausible, fantasmagórico y un hecho pretendidamente “aislado” en el curso histórico de la civilización occidental sino la consecuencia necesaria de las corrientes de esa civilización con sus intrincados enlazamientos y choques en el siglo XX.

El que este nuevo enfoque sea más correcto que los anteriores sólo podrá evaluarse con los resultados que se obtengan en la medida que estos contribuyan a aclarar, para su mejor y mayor entendimiento, un acontecimiento histórico que permanece oscuro y mantiene perplejo al hombre del Siglo XX, incapaz de afrontar su destino.

Si la confusión en la que está sumido el mundo en la actualidad pudiera despejarse aunque fuera una poco, podría entreverse alguna esperanza. De lo contrario es muy posible que asistamos pasivamente como las víctimas del Holocausto a un suicidio colectivo. En todo caso lo habremos dejado al azar, es decir, ya no  es no estaría en nuestras manos, lo que nos depara el porvenir que viene a ser lo mismo que haber “colaborado” en el desastre porque la no intervención también es una acción política.

¿No es asombroso el parecido que se establece en este avisoramiento del porvenir de la humanidad con lo que ya aconteció en el Holocausto? Bien pudiera ser que el Holocausto fue el primer ensayo, una muestra, el experimento social de una acción aplicable a la humanidad en su totalidad. Y aún en el supuesto caso de que no fuera concebida con ese propósito, los resultados indudablemente exitosos obtenidos por los nazis n sus campos de exterminio, constituyen un modelo fácil de ser emulado por cualquier potencia política en un momento de crisis o con algún propósito de dominación mundial, cualquiera que fuese el pretexto.

La dedicatoria de Hans Ashkenasy en su libro reza así: “To the millions of men, women and children who did not live to tell it. And whom you and I will join unless […]” A menos que estemos sobre-aviso, a menos que se promueven una política que contenga los desmanes del poder estatal, y los de los intolerancia y todos los mitos e ideologías que la han alimentado por milenios y que siguen fortaleciendo el escenario social actual, la creciente organización que impone un mundo tecnificado es un terreno aún mucho más fecundo para que los designios de los nazis prosperen a nivel universal.

¿Por qué, nos preguntamos de nuevo, son tan pocos conocidos, se desprecian tanto las investigaciones que desde diferentes ámbitos del conocimiento llegan a casi idénticas conclusiones sobre el porvenir del hombre? Algo semejante ya ocurrió cuando las ciencias naturales empezaron a presentar sus nuevos hallazgos. La misma intolerancia que entonces sentenció a Copérnico y a Galileo se observa ahora con los hallazgos que a nivel de comportamiento individual y social del ser humano, son realizados por los investigadores. Entonces era la Iglesia la sustentadora del mayor poder y por ende, la más afectada, como en efecto ocurrió, en el caso de que triunfara la ciencia experimental. Hoy serían las grandes potencias las que sufrirían igual suerte. Y a pesar de que se predica la libertad de información, al menos en los países occidentales, aquella información que no esté protegida por grandes intereses políticos y económicos pasa desapercibida.

En este sentido todo parece indicar que los judíos –por motivos obvios- están más ávidos, por estar más conscientes, de dichas informaciones y por lo menos, hasta el momento, son quienes más han colaborado en este enfoque de la investigación histórica política que se viene acumulando a lo largo de estos últimos veinte años. Me refiero especifícame a la corriente que separándose del en que apologético tradicional ha deja de preguntarse por el “por qué” de lo ocurrido que nos obliga a movernos siempre dentro de un ámbito especulativo y en cambio se ha abocado a responder al “cómo”. El límite entre las suposiciones y lo cognoscible está precisamente en esta sustitución de puntos de vista.

A la pregunta: ¿cómo fue posible la exterminación sistemática de millones de seres humanos en un lapso tan relativamente corto tiempo? Tenemos ya respuestas concretas como las que por ahora me limitaré a mencionar escuetamente:

  1. Sólo un país altamente civilizado y desarrollado tecnológicamente podrá llevar a cabo tal empresa.
  2. Las medidas tomadas por los nazis no fueron provocadas por el odio irracional a los judíos sino por una fría y calculada resolución que puso en marcha un mecanismo que debía alcanzar automáticamente su objetivo.
  3. El objetivo, a su vez, no era exclusivamente la exterminación de los judíos sino de toda población superflua, es decir, se trataba de la puesta en práctica, por primera vez en la historia, del control biológico en la solución del problema de la explosión demográfica y su consecuencia inmediata, la de la población marginal.
  4. El objetivo tampoco era exclusivamente el del exterminio sino también el de la utilización de una mano de obra esclava que abarataba sustancialmente la producción porque era fácilmente sustituible y desechable y, al mismo tiempo, se solucionaba el problema de la eficiencia con la utilización del arma más efectiva para asegurar el empleo completo de la capacidad de trabajo. Esta arma empleada fue el terror.
  5. El descubrimiento de la respuesta humana en un sistema de organización burocrática. Respuesta para la cual los conceptos de “culpa” o de “moral” carecen totalmente de sentido. Tanto victimarios como víctimas asumen su papel sin trabas emocionales. La capacidad de despersonalizar, de deshumanizar, que tiene un mecanismo burocrático después que se aprieta el botón que le ordena andar, afecta por igual a los funcionarios que reciben la orden de ejecución como al que recibe la orden de dejarse ejecutar. La acusación de “colaboracionismo” ha sido hecho tanto contra el pueblo alemán que obedeció a los nazis, sin pestañear, como contra el pueblo judío que también acató a través de sus instituciones y cumplió fielmente las órdenes transmitidas por los comandos de la S.S. Unos y otros se convirtieron en “funcionarios”. La diferencia era sólo jerárquica. A los judíos les tocó el último nivel en una y la misma estructura de rigurosa jerarquía vertical que es la forma en que está organizada una burocracia efectiva.
  6. Y, por último, la puesta en práctica de la organización burocrática para estos u otros fines, conduce a resultados idénticos que los alcanzados en ese experimento aterrador del Holocausto. En fin, que cualquier ser humano puede convertirse indiferentemente en víctima o victimario, con hacer uso del arma burocrática.

Esto ya es decir mucho más y algo muy distinto a lo que se venía diciendo. Ni el nazismo es una peculiaridad que sólo aflora entre los alemanes, ni siquiera es una aberración, sino una respuesta “natural” (aunque suene espantosa a nuestros oídos), del hombre medio cuando se ofrecen las condiciones capaces de provocar esa conducta sicológica; ni la pasividad es una peculiaridad que define a los judíos, ni siquiera es “cobardía”. Es la respuesta típica de cualquier ser humano medio sometido a las mismas circunstancias provocadoras de esa conducta sicológica.

Estos resultados son aún más sobrecogedores que la descripción del infierno vivido en los campos de concentración de la 2ª Guerra Mundial, puesto que afectan sin excepción a todos los hombres y en vez de que la era nazi sea un capítulo cerrado, un acto pasado, concluido e irrepetible, un hito en la historia, un fenómeno en abierta y flagrante contradicción con el proceso evolutivo de la civilización, resulta ser una de las lógicas de esa mismísima civilización occidental.

Lo sucedido entonces podría servirnos de lección puesto que felizmente no llegó a culminar el proceso gracias a que los alemanes perdieron la guerra. Pero puede también ser sólo el preámbulo de u proceso en el que ya estamos encarrilados.

En todo caso la civilización y barbarie no son términos contrarios, ya que lo que con toda razón calificamos de barbarie es producto de la civilización occidental de la que tan orgullosos estamos de formar parte.

Estos argumentos no son en manera alguna concluyentes. No son más que el vislumbre de un camino largo que apenas ahora empieza a transitarse. No puedo negar mi deseo de que éste esfuerzo no sea en vano y es éste el propósito por el cual me atrevo a ser su portavoz, a pesar de no ser una experta en el tema. Trataré de ser lo más coherente posible en mi explicación sobre el Holocausto y sobre el totalitarismo, y creo que esto me ayudará a ser convincente también, después de todo no hay cosa más difícil que convencer por la verdad aun cuando se trate, como en este caso, de un auditorio que, supuestamente, no debe ser renuente. Imagínense después que se entable la discusión, las dificultades con que se tropieza cuando estos mismos argumentos se predican a la masa indiferente, o a quienes no les conviene en manera alguna su discusión.

Debo adelantarles, para que la decepción no sea sorpresiva, que todas las soluciones propuestas por quienes aún son tan optimistas como para atreverse a ofrecer alguna, son débiles y poco factibles de ponerse en práctica. Es decir, son vulnerables y fácilmente rebatibles. Pero el análisis crítico es serio y demoledor. Gracias a él muchos de los mitos viejos y nuevos se desenmascaran y muchos de los fenómenos históricos se aclaran con este nuevo enfoque. Al menos, el logro mínimo al que aspiro es ofrecerles una interpretación distinta de la acostumbrada en la que los conceptos de responsabilidad, culpa, pasividad, cobardía, aplicada a las víctimas del nazismo no pueden seguirse utilizando tan a la ligera para endorsárselos a los judíos. Una interpretación en que los adjetivos de bestialidad, salvajismo, barbarie, racismo e irracionalismo, no contribuyen a esclarecer la problemática del Holocausto.

Y, por último, una interpretación que revela que todas las medidas tomadas y propuestas hasta el momento por los judíos, para enfrentar el problema, siguen obedeciendo a cánones clásicos adoptados por el judaísmo a lo largo de su historia, sin que ninguna de ellas sea confiable en el enfrentamiento del problema que nos plantea el estado actual de la civilización.

*El arte del vivir y el oficio de escribir y otros ensayos de cultura y pensamiento. Marianne Kohn Beker. Dirección editorial: Luz Marina Barreto. Coeditores: Toni Beker Vainrub, Ilana Beker Weinberg y Carlos Kohn Wacher. Ediciones Espacio Anna Frank. Venezuela, 2022.


Notas

1 Revisionismo

2 Rebatir teoría del 2do templo

3 Cine: soiled Green. Literatura: a brave new world, 1984.

4 Un ejemplo reciente de la conducta típica del no-judío frente a la problemática judía es la respuesta dada por el Ministro del Interior francés al acto terrorista acaecido en una sinagoga de París: “no fue un acto provocado contra los franceses sino contra los judíos, con la lamentable consecuencia de la muerte de unos inocentes”. Según este señor los judíos no son ni franceses ni inocentes en primer lugar, y en segundo lugar hay una acusación tácita de que la verdadera culpabilidad de lo acaecido recae sobre los judío, pues de no haber judíos en Francia no se habría producido la explosión, y por lo tanto no habrían muertos ciudadanos franceses a consecuencia de la misma.

5 Rendimiento máximo.


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