HILDA SÁBATO, DIARIO EL CLARÍN

Por JESÚS PIÑERO

Fue en la clase de Análisis Matemático III, al regreso de uno de los viajes que hacía por las provincias argentinas, cuando Hilda Sabato se preguntó: ¿cuántas personas de nuestro país pueden entender esto? Estaba frente a un pizarrón lleno de fórmulas complicadisimas, que como estudiante ella podía descifrar, pero que debían resultar ajenas a la gran mayoría de la población.

En ese momento, ya inquieta por la situación social del país, sintió que necesitaba tomar otra senda, una que —pensaba entonces— quizás le permitiera mayor sintonía con la gente. Decidió entonces orientarse hacia las Humanidades y así desembarcó en la carrera de Historia de la Universidad de Buenos Aires. Acababa de cumplir 22.

A Hilda no la ahuyentaron los números. Cinco décadas después de ese momento, afirma que continúan gustándole. Su decisión de estudiar Historia trascendía su desempeño en la carrera, que de hecho era bastante bueno. Fue otra cosa la que la hizo cambiar de opinión: los viajes habían despertado su vocación social al ver la realidad del país en sus distintas zonas. Queriendo entenderla, empezó por hurgar en el pasado.

“Y todavía, ha pasado medio siglo y sigo sin entender a la Argentina”, dice entre risas. Pero, aunque no está dentro de las facultades de los historiadores ver el futuro, y a pesar de la modestia y la jocosidad de su afirmación, Hilda ha investigado y estudiado lo suficiente como para tener una opinión bien fundamentada sobre lo que ha pasado en la historia reciente de los argentinos.

Precisamente a eso se debió su visita a Venezuela en septiembre de 2023. Fue invitada por la Universidad Católica Andrés Bello, que, en el marco de sus 70 años, organizó un seminario internacional sobre republicanismo coordinado por la historiadora Carole Leal Curiel, el historiador Tomás Straka, la Université Gustave Eiffel y por el exrector ucabista José Virtuoso antes de morir en 2022.

En sus palabras, después de haber sido presentada por su colega y paisana Catalina Banko, Sabato comentó que la primera vez que había pisado Venezuela había sido en los años 70, durante la primera administración de Carlos Andrés Pérez. Entonces, el país era otro, uno que ni pensaba en los problemas del presente, con una lluvia de petrodólares que le abría las puertas a la migración.

―¿Viajaba mucho?

―A Venezuela no, vine una sola vez en los 70. Dentro de la Argentina sí, viajaba muchísimo. Desde los 14 o 15 años ya recorría las provincias de norte a sur.

―¿Cuál de esos viajes le hicieron estudiar Historia?

―Los que hice al norte argentino, donde está el eco de toda la tradición precolombina y también la colonial española, ambas menos visibles en Buenos Aires. Te digo que yo era una muchacha de clase media que vivía en la ciudad y viajando por el interior del país pude descubrir otras realidades que me conmovieron. Me picó el bichito de la política y, por la efervescencia del momento —la de los años 60 y 70—, me importó tratar de entender a la Argentina, su realidad social y sus contrastes.

―¿Cómo era esa Argentina que descubrió en sus viajes?

―Empecé por el sur, que es una región muy apta para campamentos —y yo viajaba con amigos, hacíamos caminatas por lugares poco habitados, dormíamos en carpas y todo eso— pero esas zonas de mucha naturaleza son bastante despobladas, es puro paisaje. Después empecé a conocer el norte, que es diferente: ahí, como te dije, todavía queda ese eco de tradición colonial española, que en Buenos Aires no se ve. También la composición social del norte es distinta, es evidente la influencia de las sociedades indígenas. En ese momento se mantenían costumbres campesinas, una cultura campesina con fuerte influencia indígena. Eran zonas de mucha pobreza, una Argentina que desconocíamos los porteños como yo.

—Comentaba que ese bichito social la picó en una época de efervescencia política, en los 60 y 70. ¿Cómo era su relación con el auge del peronismo?

—Esa es una pregunta interesante (risas). Mis padres eran intelectuales, no de clase alta, sí de origen en una clase media trabajadora, de tradición inmigrante. Con mucho esfuerzo, y gracias al sistema de educación pública, mi padre estudió y llegó a convertirse en un científico muy conocido en Argentina. Por entonces, era un país con oportunidades, diferente al de hoy. En su etapa de estudiante se inclinó hacia la izquierda y a posiciones de enfrentamiento con el peronismo, sobre todo porque la Universidad había sufrido mucha censura durante la primera etapa de ese proceso. Entonces, yo me crié en una familia que era muy crítica de Perón, pero no por derecha sino por izquierda. No eran comunistas, pero sí de izquierda, y yo inicialmente me encaminé por ese lado. Sin embargo, a comienzos de los 70, me agarró la ola del peronismo revolucionario y me enganché en la militancia universitaria. No me gustaba Perón, pero sí la reevaluación que por entonces se estaba haciendo de ese movimiento político, sobre todo en la relación con el movimiento obrero. A ver, yo ya estaba estudiando en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y era casi imposible que pensara de otra manera.

—¿Cuándo y por qué rompió con el peronismo?

—Me separé de la militancia a partir de finales de 1974, cuando se produjo un quiebre muy fuerte dentro del peronismo. Entonces estaba en la Universidad, y aparte de ser estudiante trabajaba como ayudante de segunda, o sea, ayudante-alumna, en una cátedra de Historia Argentina. Ya muerto Perón, durante el gobierno de su esposa y sucesora, la intervención de las universidades por parte del Poder Ejecutivo introdujo una etapa de creciente represión y, quienes habían tenido actuación política, quedamos fuera de la institución. Ya antes de su muerte, Perón había roto con las formaciones armadas. Los grupos guerrilleros, los Montoneros en particular, pasaron a la clandestinidad. Luego con su viuda se acelera la lucha armada y el enfrentamiento, en una etapa de radicalización de la violencia. Por esos tiempos, me separé de la actividad militante, porque no estaba de acuerdo con la nueva situación.

—¿Fue en esos tiempos que conoció a la historiadora Catalina Banko?

—Sí, ella había entrado a la Facultad antes que yo, por lo tanto, no fuimos compañeras de curso, pero sí de militancia, porque en esa época, después de la intervención de la Universidad, estábamos en grupos de trabajo y de discusión fuera del campus. Eran grupos de lectura, leíamos a Althusser, a Marx. Ese era el momento, y nos formábamos de manera autodidacta prácticamente. Teníamos interés sobre lo que pasaba en el mundo, sobre el debate político de esa época. Pero pronto la represión fue en aumento, hasta que estalló el golpe militar de 1976, que inició la peor dictadura de la historia argentina. Fue por entonces, que Catalina se fue a Venezuela exiliada y yo partí a Londres con mi esposo y mi hijo de siete meses, donde realicé mis estudios de doctorado.

—Y después de Londres, decidió volver a Argentina. ¿La cosa había cambiado?

—Sí, nosotros volvimos a fines del 78, después de la Copa Mundial de Fútbol, que es una fecha importante porque hasta ese momento la represión había sido muy dura. Después del Mundial la represión siguió, pero con menor virulencia, ya que, a fuerza del terror y la represión, los militares habían logrado desarticular todas las redes de oposición. La persecución seguía, pero en Buenos Aires, al ser la cara ante el mundo y una metrópoli enorme, era posible pasar desapercibido; aunque eso no pasó en otras ciudades más pequeñas donde era más difícil reunirse sin llamar la atención. En ese contexto, había alguna capacidad de resistencia intelectual y en el campo de las ciencias sociales se crearon y sostuvieron circuitos, centros de investigación, en los que se podía seguir trabajando y adonde se incorporaba la gente que volvía del exilio. Yo me sumé a uno de esos grupos.

—¿Y después de regresar no sufrieron persecuciones?

—No, por suerte no nos tocó. El ambiente era menos peligroso que en los años anteriores, pese a que seguía la dictadura. Había tensiones, represión claro, pero las aguas se habían calmado un poco. No era un panorama alentador tampoco, ya que la situación general del país era muy mala en todos los planos.

—¿Parecido en la Argentina actual?

—No es comparable, porque al menos ahora tenemos, desde hace 40 años, un régimen político democrático, de libertad y participación. De todas formas, el presente es muy complicado. Es un momento muy difícil, de crisis económica muy fuerte. Estamos en una situación que se viene prolongando desde hace algunos años. Al menos 40% de los argentinos están bajo la línea de pobreza. Cuando yo era joven eso era impensable. De hecho, hasta pasado el siglo XX nunca habíamos llegado a más de 10% de pobreza. La inflación va 12% por mes. Este último gobierno del peronismo, el de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, fue verdaderamente desastroso: aparte de no resolver ninguno de los problemas económicos, agudizaron la realidad política que se tradujo en su incapacidad para gobernar. Ella, la vicepresidenta, se pasó todo el gobierno boicoteando al presidente. Esa sensación de ingobernabilidad generó consecuencias inmediatas sobre la economía y la sociedad, pero, sobre todo, desde el punto de vista político, produjo un vacío de poder. Eso evidentemente hizo que la figura de Javier Milei tomase fuerza, lo que constituye una amenaza, pues se trata de un personaje de la calaña de Bolsonaro o Trump. Él ha roto con el juego político protagonizado por dos movimientos de índole partidaria: el peronismo, que ha tenido varios matices, porque se disfraza, se transmuta, y vuelve a aparecer; y la oposición conformada por el partido radical (Unión Cívica Radical) y el PRO (Propuesta Republicana), este último de derecha y nuevo. ¡Estas dos fuerzas protagonizaron los últimos 40 años, pero hoy la situación ha cambiado y no para mejor!

—Y ante este panorama oscuro que describe, ¿está la República Argentina en peligro de perderse como muchos aseguran que pasó con la venezolana?

—Es una pregunta comprometida. Tengo la impresión de que Argentina tiene una sociedad civil bastante densa. Una trama de relaciones sociales que hasta ahora viene resistiendo a los impulsos más radicalizados y totalitarios provenientes de algunos sectores. Mal que mal, el sistema democrático se mantiene: el Estado de Derecho, la división de poderes, el sistema electoral con bastante libertad. Claro, siempre en tensión, a veces con tendencias a su control desde arriba, que han tenido poco éxito. Los embates más fuertes del kirchnerismo —el peronismo en su fase más reciente— contra el Poder Judicial, por ejemplo, han logrado ser más o menos frenados.

—¿Y Venezuela?, ¿cómo la encontró después de su última visita en los 70?

―Es que no hay punto de comparación porque fue hace mucho tiempo, en el 74. Para ese momento yo trabajaba como asistente de secretaría en Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales), que recién se formaba y era un lugar que reunía a los centros de investigación de ciencias sociales de la región. Ahí estaba gran parte de la intelectualidad latinoamericana. Por cierto, ahí conocí a dos venezolanos que aprecié mucho: Luis Lander y José Agustín Silva Michelena, junto con otros grandes nombres de Chile, Perú, Colombia, Brasil, México y Argentina. Como asistente pude recorrer todo el continente, porque las reuniones se hacían en los diferentes países y yo me encargaba de organizar algunas y coordinar las publicaciones. Esa etapa que duró unos cinco años fue, para mí, de un entrenamiento fabuloso. No solo allí conocí a un montón de gente interesante, sino que viajé por todo el continente, al que por cierto no conocía de antes. Y Venezuela, claro, era otro contexto de índole democrático. Ahora, en esta visita, creo que la situación es más complicada, pues se ve el control que ejercen los poderes del Estado sobre la sociedad civil. Estuve pocos días y no sería responsable arriesgar más opinión sobre lo que ocurre. Sí valoro mucho que eventos como el organizado por la Universidad Católica Andrés Bello se celebren. Este en el que me tocó participar resultó un ámbito vigoroso de debate, pese a las condiciones y las dificultades. Entonces, que mis colegas venezolanos organizaran una actividad de ese nivel habla muy bien del esfuerzo que realizan a pesar de las adversidades.


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