HERTA MÜLLER, ULIA MONTAN, NOBEL FOUNDATION

Por NELSON RIVERA

Uno: todo lo que tengo lo llevo conmigo

Listo algunos autores afines que me permitan vislumbrar el lugar que Herta Müller podría ocupar en nuestros pensamientos: diré que algo de su voz parece devolvernos al mundo de la infancia y la adolescencia bajo el terror, que Danilo Kis desencarnó en su potente trilogía (reunida bajo el nombre de Circo familiar); diré que hay instantes (raptos) que la emparentan con el polaco Andrzej Stasiuk, en particular con la reescritura del paisaje que  se despliega en las páginas sorprendentes De camino a Babadag; añadiré que, como el ruso Varlam Shalámov de los Relatos de Kolimá, su reconstrucción del campo de trabajo logra dar cuenta de la dura y despojada materialidad que lo constituye.

Todo lo que tengo lo llevo conmigo transcurre en un campo de trabajo ruso. Si la narrativa de Shalámov hace de la escasez una condición metafísica (lo que falta como ‘presencia’ central de lo cotidiano), Herta Müller construye aquí una figura, ‘el ángel del hambre’, que es emblemática, no sólo de la lucha por la sobrevivencia (el campo de trabajo como ciudad de los padecimientos), sino también de su condición existencial, es decir, el campo como instalación mental.

“Se puede afirmar que existe un hambre que te hace enfermar de hambre. Que añade más hambre a la que ya padeces. El hambre que siempre renovada que crece insaciable y salta al interior del hambre eternamente vieja, reprimida con esfuerzo. Cómo vas a correr el mundo cuando lo único que sabes decir de ti es que tienes hambre. Cuando no puedes pensar en nada más. El paladar es más grande que la cabeza, una cúpula alta y permeable al ruido que llega hasta el cráneo. Cuando el hambre se te antoja insoportable, sientes tirones en el paladar como si hubieran tensado una piel de conejo fresca para secarla detrás de tu cara”.

Lo que Herta Müller alcanza es nada menos que esto: que su prosa actúe como un fino instrumento que sobrepasa la puesta del campo de trabajo como la experiencia del puro padecimiento, para sacar a flote otra dimensión: el campo como psique, el campo como un modo de vida (como hay una vida específica en el hospital o la cárcel) o, más allá, como una calidad perceptiva, como helado molde que modifica el intercambio del hombre con cuanto le rodea. Una aproximación, entre muchas posibles, a la psique de la víctima. Esto es: una psique.

La fuerza reveladora de Todo lo que tengo lo llevo conmigo nos plantea una discusión fascinante: que no es un testimonio, sino el hacer paciente de una escritora de ficción: trabajo de la lengua y de la imaginación sensible capaz de ver más allá que las víctimas; intuición profunda del sufrimiento de otros; privilegio del que son capaces sólo los grandes autores.

Dos: hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma

Se llega a Hoy hubiera preferido no encontrarme a mí misma cuando todo ha ocurrido. Quiero decir: cuando la dictadura ya se ha posado sobre todo. Se llega a estas páginas cuando el poder totalitario ha envuelto cada pequeño detalle, hasta los más nimios asuntos de lo cotidiano, con su manto opaco, con su atmósfera de bajo pulso, con su política de mundo despojado, a punto de asfixia. Allí, en medio de la desolación, en medio de un silencio a punto de ser impronunciable, allí, contra todas las probabilidades, quizás a despecho de todo cuanto la rodea, la prosa de Herta Müller, su escritura sorpresiva, única. Allí.

Mejor que hablar de una escritura sería hablar de una ‘peculiaridad’. De una voz de tinta única. Es la voz de una mujer que trabaja en una textilera. En el lugar donde cortan y cosen trajes para caballeros. Antes de coser los trajes que le corresponden, la mujer introduce un mínimo y desesperado mensaje a cualquier destinatario fuera de la Rumanía totalitaria, a quien sea, que dice, ‘cásate conmigo’. ‘Cásate conmigo’, es decir, ayúdame a huir, tiéndeme la mano para cruzar la frontera, toma una decisión de que me saque de la lenta muerte de la dictadura y me lleve más allá, a cualquier lugar del mundo donde sea posible respirar y caminar sin ser vigilado.

La mujer (ese ser que se proyecta en esa voz única) ha sido descubierta: la citan. Cuando uno llega a la narración la mujer está rumbo a cumplir con una nueva citación, cuyo resultado es imprevisible. La realidad circular de la citación ha terminado por reducir la vida a incertidumbre. Conoce al policía que la interroga, conoce su juego malévolo, conoce sus manías y sus flaquezas, pero no sabe qué pasará al terminar, si volverá a su casa o será despachada a un calabozo donde podría desaparecer para siempre.

Pero hay algo que escapa al círculo de lo que oprime: la voz. Esa voz que se devuelve a sus recuerdos, que atraviesa por la realidad sin dar un paso más allá de lo posible, que reivindica la existencia en sus propios deseos: la voz que dice “Yo quería saber cómo se juega la vida, y mientras volvía del taller del zapatero a casa fui sopesando todas las posibilidades de hastiarse del mundo. La primera y la mejor: no ser nunca citada y no acabar demente, como la mayoría. No ser nunca citado, pero acabar demente, como la mayoría. No ser nunca citado, pero acabar demente como la mujer del zapatero y la señora Micu, la de abajo junto a la entrada, es la segunda posibilidad. La tercera: ser citado y acabar demente, como las dos mujeres que habían perdido el juicio en el asilo de alienados. Ser citado y nunca acabar demente, como Paul y yo es la cuarta. No particularmente buena, pero en nuestro caso la mejor posibilidad”.


*Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Herta Müller. Traducción de Rosa Pilar Blanco. Ediciones Siruela, España, 2010.

*Hoy hubiese preferido no encontrarme a mí misma. Herta Müller. Traducción Juan José del Solar. Ediciones Siruela, España, 2010.


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