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“Mar borrascoso” / Gustave Courbet

Por DAVID DE LOS REYES

En la entrega de la semana anterior nos adentramos en la obra de este inconfundible autor de las letras norteamericanas del siglo XIX. Hablamos de sus inicios, de las vicisitudes por las que encuentra el rumbo para adentrarse a su arte luego de sus travesías por los mares como un marinero sin experiencia, pero formando en él todo un imaginario que lo decantará en la mayoría de sus obras de ambiente marino. La más emblemática e inimitable, Moby Dick, será un fracaso editorial y, por tanto, moral. Solo a principios del siglo XX vendría a ser reconocida como una de las obras fundamentales de la literatura de su país.

Melville viajó por las costas de América del Sur. Brasil, Chile, Perú serían puertos y mares con los que se abría sus mañanas de juvenil travesía marítima. Pero son los densos y oscuros mares de las costas de Ecuador que dan inspiración para seguir con experiencias que desencadenan toda una reflexión filosófica sobre la condición humana. Este país de la línea ecuatorial con latitud 0° se hará presente en la obra de Melville en esta travesía que, como un rito de paso, vive sobre un barco ballenero. Al proseguir el viaje, en el Acushnet, llegó, como dijimos, a las Islas Galápagos o Las Encantadas, habitadas por miles de lagartos o iguanas de agua, tortugas gigantes marinas y de tierra, y pájaros de múltiples condiciones. Es joven, tiene diecinueve años y allí, en esas islas prácticamente deshabitadas para ese entonces, encontraría el material para escribir diez magníficos relatos filosóficos que saldrían publicados muchos años después, en 1854, a cuatro años de haber publicado su novela Moby Dick, en la revista Putman’s Manthly Magazine bajo el seudónimo de Salvador R. Tarmoor. Luego serían recogidos e impresos en un solo grupo con el nombre de Las encantadas.

De Las encantadas su itinerario a seguir fue volver hacia el suroeste, a las salvajes islas Marquesas para descansar y tomar pertrechos la tribulación por algunos días. Fue allí, junto a su compañero Toby, cuando deciden separarse del barco y quedarse en tierra. Se internan en la isla de Taio Hae (Anna María), que era habitada por feroces nativos y poco amigables con los europeos o el hombre blanco. Entre las etnias que habitan esos parajes vírgenes de civilización occidental destacan los pertenecientes a los Taipís. Con ellos tendrá una estadía de tres semanas, haciendo casi un trabajo de etnólogo, estudiando costumbres y caracteres, sus formas de vida y observando su organización y creencias. Todo será el material que utilizará para escribir dos obras, Typee y Omoo. El canibalismo practicante de estos indígenas le hace reconsiderar su tiempo en la isla y la imposibilidad de acostumbrarse al manjar de la carne humana. Esa realidad cruenta e inhumana ante sus ojos y valores lo decide a escapar de la convivencia con la tribu.

Todo esto lo obliga a huir de ese entorno paradisíaco caníbal, para luego ser rescatado por un ballenero con bandera australiana, el Lucy Ann, que navegaba con la proa rumbo a Tahití en busca de un establecimiento médico que pudiera ayudar a su capitán postrado. El viaje en el Lucy Ann participa y conoce el amotinamiento de su tripulación por los maltratos del capitán ante su tripulación, y ante lo sucedido se separa y va a la isla Moorea (Eimeo).

Dos meses después se embarca en el tercer ballenero de esta travesía por los mares del Sur. Fue en la embarcación Charles and Henry, quedándose en el puerto Lahaina con el fin de buscar trabajo en tierra. Sin perspectiva de hallar algún oficio de su interés, se va a Honolulu, tomando una faena por unos meses como empleado librero, pero al no soportar la condición y trato que observa por los representantes de la civilización occidental sobre la población indígena, la cual estaba explotada y en la más penosa miseria, decide partir a su nación de origen; no hace esperar su regreso a los Estados Unidos. Como se sabe pasó por las Islas Marquesas, las Society y las Sandwich, antes de regresar a América a bordo por un buen tiempo en el buque de guerra United States, su cuarta experiencia marítima ahora bajo las órdenes de la fuerza naval norteamericana.

En este quinto barco alimentará sus vivencias que posteriormente expondría en su literatura, como serán los largos relatos del bello marino Billy Bud y hasta de la rebelión de africanos en el navío del capitán español Benito Cereno. ¿Fecha de su abordaje? El 1 de agosto de 1843 sube a la fragata norteamericana United States, concluyendo su crucero hacia la ciudad de Boston, tras catorce meses de navegación. Esta estadía lleva a Melville a conocer más profundamente la rigidez y la inhumanidad de la vida naval militar, la cual mantiene un parecido muy cercano con la jerarquía que se vive a nivel social en tierra norteamericana, pero que en el reducido espacio flotante lo condiciona a no tener ninguna posibilidad de escapatoria o evasión. La inflexibilidad de las órdenes y la dureza de vida que experimenta en ese buque de guerra no tiene parangón con la camaradería que conoció en los balleneros. Esta estadía entre los marines le permite obtener un perspicaz y escéptico pensamiento social a partir de su experiencia y posición anómala como marinero naval, que aliado a su nacimiento y educación con las clases gentiles de las que procede su familia, sumando la convivencia de los desheredados de la tierra, a mostrar y tener siempre su simpatía para con ellos.

Hacinamiento, constante trabajo forzado y rutinario, régimen disciplinario cruel, castigos brutales al menor descuido, serán las condiciones en que subsisten estos marines del United States. Lo único que salva al ambiente es su encuentro con algunos compañeros que compartirán su amor por la literatura, como el conocido marino y amigo John Jack Chase, quien lo incentiva a sus incursiones como autor de literatura. Melville le dedicará, cincuenta años más tarde, la obra de Billy Bud. J.J. Chase fue el impulso que necesitaba en un momento crítico el autor de Moby Dick; será el amigo paterno que lo inspirará para su carrera literaria posterior.

Estos cinco barcos, el St. Lawrence, el Acushnet, el Lucy Ann, el Charles and Henry y finalmente el barco de guerra United States, serán las naves que lo convertirán en un literario lobo de mar, poseyéndolo hasta el abismo de su alma en su personal y particular carrera en las letras sobre los mares y océanos –sobre todo de la inmensidad del océano Pacífico, describiéndolo como todo un universo casi totalmente desconocido– que definirán su vida, su carácter, su mirada del mal innato y, a la vez, la solidaridad en el animal humano, traduciéndola en el registro escrito de su búsqueda mística de gnóstica trascendencia y de lo absoluto en la acción y la aventura, el riesgo y las fuerzas inmarcesibles de la naturaleza. Experiencias que trazarán también  la otra gran odisea de su vida, la escritura. Con estas experiencias de juventud cimentadas por las circunstancias e impresiones vivenciadas en primera mano, sumando su obsesiva y apasionada lectura de toda una literatura bíblica, náutica, filosófica y de los clásicos, junto a su autoformación personal en las letras, emprenderá su posterior insólita y sólida obra literaria. Su carrera en las letras abarcó cuarenta y cinco años, y diecinueve serán detrás de un sólido escritorio de burócrata, como fiscal de aduana de New York; se cansó del mar. La enérgica fuerza de la juventud la trasladó al recinto de su familia, su mujer y sus hijos; a ello se agrega su decepción por los fracasos comerciales de sus obras posteriores a las primeras:  Typee  y Omoo. Pero su contacto con el territorio oceánico casi insondable lo pasó a la dimensión de la alquímica imaginación, aunada a su desbordante escritura, y esta, como bien sabemos, requiere de largas pausas de meditación y atento oficio.

Borges ha sido claro al hablar de este autor. Melville, nos dice, produce una novela infinita, que es su conocida Moby Dick, relato marino que se va ampliando hasta abarcar todos los linderos del cosmos irracional humano. Su creación no es solo mostrarnos la vida miserable de los arponeros y sus compañeros de la tripulación, sino el círculo infernal de la monomaniaca locura de Ahad (quien perturbará y eliminará a toda la tripulación, menos uno, Ismael, quien queda para escribir y relatar la tragedia del Pequot). Albur que marca inexorablemente a la obra con el único propósito de venganza por la pérdida de su pierna en la caza de la indomable ballena blanca y de su destrucción como ícono del mal y de la fuerza obstaculizadora de la voluntad de poder de ese mismo capitán mutilado. Pero Borges nos revela un detalle puntual y determinante de la escritura de este clásico: esta fatigante persecución por los océanos del planeta vendrá a ser símbolo y espejo del universo. ¿Por qué incluye aquí el escritor argentino al universo? Más que ser una alegoría del mal, la gran ballena, por la vastedad con que se nos presenta, es comprendida como el símbolo de la inhumanidad, lo absoluto animal, la bestial realidad o enigmática estupidez que arroja el universo que rodea y constituye al hombre. Las palabras de Borges afirman que en esta obra nos encontramos con “un cosmos (caos) no solo perceptiblemente maligno, como lo intuyeron los gnósticos, sino también irracional, como los hexámetros de Lucrecio”. Esta es la piedra angular del enigma aparente del arte de Melville. Y así poder aceptar y afirmar, sin la menor duda, lo que Borges comprende: “Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo. La historia universal abunda, en confirmaciones de ese tenor”.

Otro de sus grandes lectores será el escritor italiano Cesare Pavese, que posiblemente si hubiera tomado la recomendación del Ismael-Melville de embarcarse y salir al mar, no se habría suicidado. En sus estudios acuciosos sobre la literatura norteamericana toma a este marinero de Nueva York para ejemplificar la condición de una buena mayoría de los escritores norteamericanos. Afirma de este primitivo alquimista literario de los mares del sur lo siguiente:

“Herman Melville llegó a la vida enfermizo y alienado. Parece que cuando tenía alrededor de diecinueve años ya emborronaba cuartillas. Luego, de pronto, el mar; cuatro años de peripecias y de compañerismo, la pesca ballenera, las islas Marquesas, una mujer, Tahití, Japón, los cachalotes, algunas lecturas, muchas fantasías, El Callao, el cabo de Hornos, y en octubre de 1844 baja a tierra en Boston un hombre cuadrado, quemado por el sol, conocedor de los vicios humanos y del valor. ‘Un hombre bien desarrollado es siempre sano y robusto’, dirá más tarde Melville, en medio de una vida de estrecheces, melancolía y hasta de desgracias, puesto que esta gente tan práctica no es en absoluto superficial y dada a lo fácil como se podría sospechar. Casi todos los escritores norteamericanos que ya han aportado a la literatura este ideal de equilibrio y de serenidad han cumplido su obra en medio de duras dificultades, necesidad y enfermedades”.

Estos cuatro años de navegación oceánica dibujaron en él una gran cantidad de estelas vivenciales en su humanidad, lo conformó con la virilidad del hombre sano y robusto que no era al comenzar en sus idas y venidas por los mares y barcos en que trabajó. Aportando el valor ideal del equilibrio a pesar de las dificultades, el rechazo y el desconocimiento de la genialidad de sus obras. Recordemos que no fue hasta principios del siglo XX, con la biografía de Raymond M. Weaver Herman Melville, Mariner and Mystic (“Herman Melville, marinero y místico”), que volverá ver la luz su obra sumergida en el olvido del océano cultural norteamericano. La obra de Melville, a los doscientos años de su nacimiento, al “sanar su herida” causada por ese olvido de su arte, podemos en ella volver “alabar al inhumano mar” por otorgar el don de la aventura narrativa a este único filósofo y místico marino que hizo de los mares el escenario “líquido” de su obra.

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Herman Melville / Joseph Oriel Earton

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