Hans Neumann junto a Sofía Ímber / Archivo

Por ANTONIO GARCÍA PONCE

Lotar, Hans y Miguel Neumann ocuparon durante muchos años lugar destacado en los medios de comunicación por su vasta y múltiple actuación en los terrenos de la industria y de las artes.

Hans Neumann (1921-2001), su hijo Miguel (1947-1992) y su hermano Lotar (†1992) fueron tres sobrevivientes del nazismo primero y del comunismo soviético luego, en su Checoslovaquia natal. Arribaron a Venezuela y dejaron aquí honda huella en el ramo de la empresa de construcción y en las labores de la cultura.

Tuve oportunidad de entrevistar a dos grandes colaboradores de los Neumann, Francisco Pik y Leonid Rozental, nacidos en Praga.

Pick cuenta en su español cascado que, a causa del origen judío de sus madres, fueron considerados como tales, pero al estar casados con mujeres checas no judías tuvieron que trabajar, bajo la vigilancia de oficiales de la Gestapo, en las oficinas de registro de los judíos. Cuando terminó la guerra, un tío de Lotar y Hans, llamado Richard Barton, luego de pasar varios días retenido en Ellis Island, había hecho fortuna en los Estados Unidos, y les pidió que emigraran. Los Neumann aceptaron, porque era imposible volver a tener bajo la dominación comunista la fábrica Montana levantada por el padre. En 1949, todos se alojaron en una casa en la calle Nivaldo de La Florida. Con un préstamo de Barton, se pudo instalar la fábrica de pinturas. Hans aportó sus inventos al ensayar con pigmentos y polvos. Es que casi toda la pintura se importaba. Alguna gente importante, como Eugenio Mendoza, prestó su apoyo. Se compró una parcela en Los Cortijos de Lourdes.

Ya en noviembre, se levantó el primer galpón, con el nombre de “Pinturas Montana” y su logotipo “Montanito”, creado por el artista emigrado, Guillermo Heiter.

Con Eugenio Mendoza firmaron un contrato de exclusividad que obligaba a hacerle la primera entrega de pintura para el 15 de febrero de 1950. La entrega estuvo a punto de fracasar porque el camión que llevaba la carga no podía llegar al sitio de consignación por lo inadecuado del terreno. Se auxiliaron con muy buenos distribuidores locales. Y casi todos cumplieron la condición de tener un plazo de 30 días para la cancelación de sus ventas, y así se quebrantó la costumbre que había en Venezuela según la cual ni los más ricos pagaban en menos de seis meses. El gran impulso se obtuvo cuando se estableció la campaña “Compre venezolano”, porque hasta las compañías petroleras les hicieron grandes pedidos.

Por su parte, Leonid Rozental cuenta que ingresó en Montana en 1958. Observó cómo competían los dos hermanos, Hans y Lotar, para ver quién de los dos hacía mejor las cosas. Hans decía: “—Si él no funciona, yo tampoco podría funcionar, porque estaría por encima de él, y eso no cuadra conmigo”. Las empresas Montana se expandieron a Estados Unidos, Chile, Santander. En 1963, Lotar decide retirarse a Suiza a vivir con sus dos hijas, y a leer, viajar, dedicarse a la fotografía; vivir como vivían los antiguos griegos Tenía 45 años. Ganó dos veces el Premio Nacional de Fotografía de Suiza. Formó parte de la Sociedad Alemana de Fotografías.

Por otra parte, él creó una escuela para niños pobres en Altamira.

Hans había adquirido la nacionalidad venezolana y se casó, en segundas nupcias, con una venezolana, María Cristina Anzola, que le dio una hija, Arianna. Su contribución al impulso y mantenimiento de proyectos periodísticos lo perfiló como un gran difusor de las ideas de avanzada, como The Daily Journal, El Diario de Caracas, entre otros. Fundó una institución inolvidable, el Instituto de Diseño. Fue presidente del Dividendo Voluntario para la Comunidad, y activo propulsor del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), el Instituto de la ciudad de Aspen, el Museo de Arte Moderno de Nueva York y la Fundación para la Defensa de la Naturaleza (Fudena).

Miguel Neumann fue hijo de Hans Neumann y Milada Svaton. Nació en 1947, se graduó de economista en Columbia Collage de Nueva York, ocupó altos cargos en las empresas del grupo Corimon, fue director de la Fundación Neumann y del Instituto de Diseño, y tuvo mucha actividad en el mundo del video y la fotografía. Contrajo primeras nupcias con la escritora María Ramírez Ribes, y luego con Florinda Pena. Miguel se quitó la vida en Aruba

Quien ha aquilatado en todo su valor las hazañas de Hans Neumann fue Teodoro Petkoff. He aquí trozos de su necrología:

Todavía el lunes pasado presidió Hans la reunión de la Junta Directiva de “La Mosca Analfabeta”, la editorial de TalCual. Su presencia allí, ya casi muda, fue expresión de esa tenacidad casi sobrehumana con que enfrentó la desgracia que martirizó sus últimos años de vida. Nunca se rindió ni se dejó abatir. Paralizado el cuerpo, pero lúcido y alerta el cerebro poderoso (lo que hacía doble el infortunio), este constructor de imperios resistió hasta que ya el organismo, desgastado por la enfermedad, no quiso obedecer más a la indomable voluntad de vivir que acompañó su existencia.

Nunca olvidaré la respuesta que me dio, hace veinte meses, en enero de 2000, cuando le expliqué el proyecto de TalCual como quijotesca contribución a la lucha por la preservación de los espacios democráticos en el país. Solo dos frases, separadas por un punto y seguido: “Te voy a ayudar”. “Te quiero ayudar”. Hans, desde luego, nunca pensó en esto como ocasión de lucro. A aquellas alturas de su vida, ese formidable capitán de empresas no necesitaba nuevos negocios. Además, sabía que no le quedaba mucha vida por delante. Alguna vez, con naturalidad, habló de «cuando yo falte». Se metió en esto por romanticismo. El día que sellamos el acuerdo se lo dije así. Le brillaron los ojos y la sonrisa de niño travieso, que le era tan característica, iluminó su cara, al tiempo que desde el fondo de la silla de ruedas sacaba su mano para apretar la mía. “Así es, Teodoro, y me encanta esa palabra que has usado: romanticismo”. 

Tal vez algunos pudieran extrañarse de esto. Pero será porque no lo conocieron bien. Hans, que sobrevivió al nazismo y al comunismo temprano en su Checoeslovaquia natal, poseía una cultura humanística que explica perfectamente ese último gesto por el país que lo acogió. “Quiero devolverle a Venezuela parte de lo mucho que me ha dado”, me dijo en alguna otra conversación de las muchas que a lo largo de estos meses sostuvimos.

Seguramente su personalidad multifacética, que atendía a un amplísimo abanico de intereses desde los económicos hasta los culturales, sin dejar de lado los problemas existenciales del país- permitirá recordarlo desde múltiples puntos cardinales, pero en esta casa jamás olvidaremos que Hans Neumann fue uno de los que contribuyó a hacerla posible.


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