Venezuela sin límites
Mireya Blavia de Cisneros. Foto: Walter Otto

Por NELSON RIVERA

—Quiero pedirle que me hable de su disposición al bien común. ¿Cuándo apareció? ¿Cómo se transformó en un hecho marcador de su vida y su actividad?

—Desde que tengo memoria, he llevado conmigo el deseo de hacer bien a los demás. En mis tiempos de adolescente, esta vocación se perfiló con más claridad. En el fondo, la decisión de estudiar psicopedagogía estaba motivada por una inclinación de carácter social. Durante mi juventud, tenía un sueño de lo que sería mi vida de adulto: a una primera época dedicada a mi desarrollo profesional le seguiría una actividad dedicada a los demás. En un comienzo, más allá del ejercicio de mi profesión, no tenía una idea nítida de cómo lo haría. En 1999 nació el concepto que está en la base de Venezuela Sin Límites: dar apoyo a los que apoyan a los demás. A partir de ese momento, en 1999, cuando esa idea adquirió forma, además de ocuparme de mi familia, el trabajo social ha sido el eje de mi vida profesional.

—La disposición a hacer el bien a los demás, ¿es universal? ¿O es una característica resaltante en unas determinadas personas?

—En ciertas personas es como una especie de rasgo muy destacado de su personalidad. Así como hay quienes tienen una vocación, una especie de inclinación natural para la música o para la pintura, hay personas en el mundo que, sin que haya factores externos que los impulsen, tienen esa disposición a pensar en los demás, a tomar en consideración sus necesidades, y a preguntarse con frecuencia qué puedo hacer por los demás. Me parece que esa es la conducta resaltante: la personalidad solidaria siempre se pregunta qué puede hacer por los otros, por los que no han cubierto sus necesidades básicas. Esta es la diferencia con las personas cuya pregunta más repetida es qué puedo hacer por mí mismo. Esa es la pregunta del egoísta puro. Quizás lo recomendable en la vida sea encontrar un equilibrio entre estos dos extremos. Hay que estar bien con uno para poder ayudar a otros. Las experiencias propias de la vida de cada uno, especialmente cuando las personas o sus familiares queridos padecen de ciertos problemas o enfermedades, se sensibilizan y se involucran para ayudar a otros

—¿Se le puede considerar que el Bien Común es un esfuerzo marginal, a contracorriente de las tendencias predominantes en el mundo?

—Mi impresión es que en nuestro tiempo hay una mayor conciencia de la importancia que la acción social tiene para la convivencia, para reducir la conflictividad social y para lograr la estabilidad que los países necesitan para concentrarse en el estudio y en el trabajo. Ahora se habla en todas partes de cosas que a muy pocos preocupaban hace cuatro o cinco décadas, por ejemplo, de responsabilidad social. Hay más personas en el mundo que asumen que la pobreza, por ejemplo, no es un problema de los pobres, sino de la humanidad entera. Es probable que, en otras épocas, haya sido predominante la idea de que la pobreza era un asunto que competía a los gobiernos y ya. Esto ha cambiado.

—¿Es posible estimular en la sociedad la práctica del bien común?

—No solo es posible, sino que es imprescindible educar a los niños y a los jóvenes en los parámetros de la solidaridad. Si realmente se quiere que en la sociedad haya una sensibilidad extendida hacia los demás, habría que darle una formación al respecto. Los sistemas educativos podrían plantearse convertir los Objetivos de Desarrollo Sostenible en parte de una materia que hable de los grandes problemas que el mundo debe afrontar hoy y en los próximos años. Esa educación, además, debería poner especial énfasis en la responsabilidad que todos tenemos con respecto al medioambiente. Si la conciencia ambiental y social se convierten en un objetivo de los sistemas educativos, la situación en el mundo entero mejorará.

—¿A qué clase de dificultades recurrentes se enfrentan las personas y las organizaciones que se dedican a la acción social? ¿Son remediables?

—Lo que hemos constatado en Venezuela Sin Límites es que, a menudo, hay buenas ideas, personas capacitadas y proyectos bien concebidos, pero no hay recursos para ejecutarlos. Esta es una de las limitaciones que uno encuentra con mayor recurrencia. En mi contacto directo con las organizaciones, me han sorprendido, en algunos casos, las enormes dificultades, los pocos recursos con los que trabajan. Se logran resultados, haciendo cosas con ninguno o muy pocos recursos. Esto es verdaderamente admirable. Muchas veces le hemos repetido ese mensaje a las empresas que, como es natural, se preguntan por la eficiencia en el uso de los recursos con los que contribuyen a determinados proyectos sociales. Diría que es milagroso el modo en que extraen beneficios de lo que reciben. Hay tanto que hacer en todas partes, que cualquier nuevo esfuerzo que se haga en beneficio de los demás debe ser estimulado y reconocido.


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