MARIANELA BALBI / AURA ELENA GARCÍA©

Por NELSON RIVERA

¿Cómo debemos entender en nuestro tiempo, la premisa de ‘libertad de expresión’? 

—Cuando las condiciones democráticas de nuestro tiempo muestran sus hilachas y dejan al descubierto las debilidades de la democracia, vorazmente aprovechadas por los autoritarismos de cualquier factura ideológica, crece la importancia de la libertad de expresión como ese principio fundamental que puede asegurar que todo abuso contra cualquier otra forma de libertad, a la que aspira el ser democrático, sea conocida y se puedan cambiar las cosas.

La libertad de expresión se vuelve indefectiblemente una discusión sobre la democracia, sobre la perfectibilidad de la democracia, o sobre la recuperación de la democracia, sea cual sea el escenario que nos toque vivir. Por lo tanto, es estructural a la democracia y ésta no puede respirar sin aquella.

Ya sea desde su naturaleza individual o colectiva, la libertad de expresión ha dejado de ser un exquisito derecho de los periodistas y de los medios, para convertirse, en lo individual, en la posibilidad garantizada de que como ser humano puedo expresar mi propia perspectiva de las cosas, aunque no le guste a los demás, puedo comunicarme con los otros, puedo debatir y deliberar para reafirmarme como persona y para ejercer plenamente, lo que creo y defiendo como mi forma de vivir.

En su dimensión colectiva, le otorga al ciudadano, a los grupos sociales, a todos sin exclusión, el derecho a buscar, procurar y recibir información y a estar bien informada. Cuando desde Ipys Venezuela registramos y revelamos que más de 14 millones de venezolanos viven en desiertos informativos, con un solo medio de comunicación, o sin medios de comunicación en su localidad, estamos vulnerando esta dimensión colectiva de la libertad de expresión, por ejemplo.

Pero su significación va aún más allá: la libertad de expresión es la herramienta democrática clave para el ejercicio pleno y la exigencia de otros derechos fundamentales, como mi derecho a participar, a protestar, a mi libertad de culto, a mi identidad étnica; es la garantía de poder denunciar cuando se vulneran los derechos políticos y civiles, o cuando un Estado violenta derechos sociales, económicos, culturales.

Si la libertad de expresión es vulnerada, es porque hay algo de esa democracia que está fallando. Los riesgos y desafíos para la libertad de expresión son reflejo de las propias debilidades de la democracia, que ya tiene que batirse contra gobiernos autoritarios (y otros en apariencia no tan autoritarios), el populismo, los peligrosos rasgos de la anti política, y las nuevas trampas de las geopolíticas actuales.

Hay quienes entienden que libertad de expresión es la posibilidad de decir cualquier cosa. En el otro extremo están las leyes que pueden calificar a ciertas palabras o discursos, como delitos de odio. ¿Son admisibles las leyes que castigan supuestos delitos de odio?

—Después de transitar por la terrible historia de Ruanda y las llamadas “emisora del odio”, de ver cómo los mensajes radiales y de la prensa oficial ocasionaron la muerte del 80% de la población tutsi; luego de numerosos casos jurídicos de defensa del derecho al honor y a la intimidad, se puede afirmar que la libertad de expresión es uno de los derechos más claramente normados por la jurisprudencia nacional, interamericana y hasta por el sistema universal y la Corte Penal Internacional.

Por su puesto que tiene sus límites, y existe un test tripartito que se utiliza para determinar si las restricciones a este derecho son aceptables bajo los parámetros internacionales con los que se comprometen los países. Eso sí, su conclusión debe ser clara y precisa, apegarse a la ley, excepcionales y, sobretodo, que sus objetivos no se impongan por sobre el derecho colectivo, los temas de interés público y los principios democráticos.

En nombre de la libertad de expresión no puede haber propaganda de guerra ni apología al odio nacional, racial o religioso que incite a la violencia; la libertad de expresión no vale para justificar una incitación directa y pública al genocidio; así como tampoco puede alegarse para los mensajes relacionados con la trata de niños, el trabajo infantil, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía.

Estamos viendo con alarma cómo comienza a delinearse un claro patrón en gobiernos autoritarios de forzar el tema de discurso de odio e incitación a la violencia para aprobar leyes que luego utilizan de manera discrecional para perseguir y abrir juicios a disidentes, opositores, periodistas y ciudadanos en general ante cualquier discurso político y opinión, o tema de interés público, especialmente protegidos por la libertad de expresión.

Con ese mecanismo, desde 2017 tenemos en Venezuela más de 34 casos de juicios contra ciudadanos y periodistas fundamentados en la normativa contra el odio; y no conforme con eso, la Asamblea Nacional ha incluído en sus 34 leyes a revisar una reforma a la Ley de Responsabilidad Social de Radio, Televisión y Medios Electrónicos para agregar un capítulo de control a las redes sociales y los discursos de odio y violencia que -aseguran- ellas contienen y difunden.

Es cierto que la libertad de expresión no puede ser utilizada como excusa para invadir la intimidad ni para difamar. Para esos casos existen tribunales y mecanismos que canalizan y penalizan esas irregularidades.

Ahora, estamos viendo que los funcionarios y figuras públicas son extremadamente susceptibles y no terminan de entender que al aceptar un cargo de responsabilidad pública deben desarrollar una mayor tolerancia a las críticas, a que se conozcan esos temas de interés público que sus decisiones acarrean, y que se encuentran sometidos a un escrutinio directo por parte de los ciudadanos. El control democrático de la gestión pública se hace también a través de la opinión pública, del periodismo, y eso fomenta la transparencia de las actividades del Estado y la responsabilidad de los funcionarios públicos. Allí el Estado tiene que ser neutral, no ejercer su posición de poder y demostrar pluralismo, apertura y tolerancia, aún cuando no le gusten las informaciones desfavorables, aquellas que le ofenden, perturban o inquietan.

—Sostienen los expertos, que la libertad de expresión está cada día más amenazada. ¿Lo percibe usted de esa manera? Si es así, ¿qué factores lo explican?

—Cuando leemos en los reportes internacionales que en el 2020 los gobiernos represivos encarcelaron al menos a 250 periodistas en todo el mundo, y que este número crece año tras año; que Jamal Khashoggi entró a la embajada de Arabia Saudita en Estambul y fue descuartizado y desaparecido por orden del príncipe heredero saudita; que los 50 periodistas asesinados no estaban trabajando en zonas de guerra; que Zhang Zhan, la periodista china independiente que informó desde Wuhan el brote inicial de coronavirus fue condenada a 4 años de cárcel; cuando en Venezuela registramos 374 casos, que acumularon 636 violaciones a las garantías de libre expresión e información en entornos tradicionales y digitales, no podemos sino concluir que la libertad de expresión está cada día más amenazada. Mientras la impunidad de los crímenes y agresiones contra periodistas sea de 98%, seguirán ocurriendo, pues no tiene ningún costo agredir y matar a un periodista.

Pero a ello debemos agregar algo más: las amenazas se han extendido, se han sofisticado y se trasvasan continuamente entre el ambiente tradicional y el digital. El viejo censor de lapiz rojo que deambulaba por las redacciones ha dado paso a nuevas formas de censura y de limitaciones a la libertad de expresión que, en America Latina, por ejemplo, se transforma en bufete de abogados solicitando remoción de contenidos en los portales informativos a nombre de sus clientes; o abriendo causas contra periodistas de investigación con multas confiscatorias, castigos desproporcionados y persecusión transfronteriza. Las nuevas formas de producción y consumo de información, a través de plataformas digitales y redes sociales, ha hecho surgir nuevos y poderosos actores -como las grandes corporaciones de contenidos en línea- que rediseñan las funciones como intermediarios y asumen unilateralmente controles de contenidos que antes serían inconcebibles. Ahora, además de las clásicas amenazas como ataques, juicios, cierres, censura, también debemos monitorear las sofisticadas maneras de activar las maquinarias de desinformación, la vigilancia y el seguimiento de los ciudadanos con el uso ilegal de datos personales, las mediciones para demostrar los bloqueos y limitaciones de acceso a Internet, los nuevos ataques a los sitios web, entre tantos otros.

—En Venezuela y en América Latina, la defensa activa de las libertades democráticas, ha conducido a muchos periodistas a tomar posiciones que, con frecuencia, tienen un carácter político. ¿Son legítimas esas conductas? ¿Afectan al ejercicio del periodismo?

—Cuanto más polarizada está una sociedad, más independencia se le exige al periodismo. El ejercicio del periodismo tiene unas funciones claras y unos principios fundamentales que son parte de su propia naturaleza, y la mejor manera de reafirmarlas es volviendo a la cartilla que nos enseñan maestros como Bill Kovach y Tom Rosenstiel en Los principios del periodismo, o como Javier Darío Restrepo.

No veo a los médicos poniendo en duda el juramento hipocrático, entonces porqué debo dudar de principios como la búsqueda de la verdad, la lealtad a la audiencia o al lector, la verificación de los hechos, la independencia ante cualquier factor de poder. Porqué dejar de creer que el periodismo bien hecho es la mejor manera de romper la polarización.

A los periodistas que asumen posiciones políticas por encima de su compromiso con el oficio, les debe resultar muy difícil retomar las exigencias de esas cartillas y responder sin rubor las preguntas con las que nos increpa Javier Darío Restrepo, por ejemplo: ¿busca la verdad completa para que constituya un sólido elemento de juicio en el momento de decidir? ¿Su verdad es útil para la sociedad?

—¿La proliferación de periodistas actuando en las redes sociales, acaso no contribuye al rompimiento de las fronteras entre verdad y falsedad, entre realidades y rumores?

—De cada uno depende convertir las redes sociales en una nueva toxina tecnológica que invade el espacio público de la comunicación, o en el recurso clave para democratizar espacios inimaginables en una sociedad ávida de voces diversas y plurales.

Las redes sociales tienen el poder de confiscar el diálogo, es verdad. Sobre todo, tiene en sus manos la capacidad de banalizar el debate, el intercambio de puntos de vista. Pero también es cierto que las redes sociales solo son espejos de nuestras realidades, de nuestras pasiones. No las crean, las reflejan de manera amplificada. Engullen la complejidad, porque le rehuimos a la complejidad, a los grises, y queremos seguir en el gueto de nuestras creencias.

Somos nosotros quienes confundimos la línea gris que separa la libertad de expresión con la acción premeditada de la desinformación que se acomoda muy bien en las redes sociales, por ejemplo; entre verdad y mentira, entre periodismo y rumor. Las herramientas las tenemos: más periodismo.

Nuestro oficio ofrece los procedimientos reales de información, metodologías y prácticas para trabajar con la verdad, y todos somos testigos de la naturaleza cada vez más sinuosa de ese término, al punto de que preferimos hablar de realidad, de hechos, de datos, para protegernos del uso malsano y resbaladizo de la verdad, y las muchas maneras en que se está utilizando para manipular elecciones, justificar ataques autoritarios y profundizar una crisis de confianza entre la sociedad y los medios en estos tiempos de post verdad.

—En una década, las redes sociales han adquirido una presencia pública dominante e ineludible. ¿Cómo debe ser la formación de los periodistas de hoy?

Estamos de acuerdo en que vivimos bajo el dictado de nuevas realidades, y que de acuerdo con eso ningún conocimiento es capaz de contener toda la verdad, que no se puede conocer esa totalidad que significa verdad, porque solo la conocemos a través de nuestros sentidos, nuestras ideas y nuestra razón.

Por eso, insisto, el periodismo tiene una manera de blindar la verdad para que deje de estar en el terreno del error, la manipulación -desinformación- o el rumor: recabar, contar y revelar la mayor pluralidad de testimonios posibles, exigirnos una diversidad de fuentes, acercarnos sin prejuicios a la mayor cantidad de puntos de vista, y buscar a través de los hechos el mayor número de certezas (certeza es aquello de lo que no podemos dudar), aferrarnos a un conocimiento demostrado, y entonces sustituir la verdad por algo menos arrogante y conformarnos con acercarnos a la realidad a través de los hechos.

Javier Darío Restrepo recuerda que las verdades de los periodistas son verdades humildes de los hechos de cada día, fidelidad a los hechos. Son provisionales, nunca últimas palabras, más bien penúltimas; palabras que evolucionan, cambian, como los hechos, que también evolucionan.

—¿Qué dicen las cifras sobre la persecución a los periodistas? ¿Aumentan las leyes, los juicios, las detenciones, los asesinatos? ¿Podría hacernos un resumen al respecto?

—Ya sumamos 20 años de una realidad restrictiva de la libertad de expresión en Venezuela y durante este tiempo hemos acumulado todo el muestrario de violaciones, amenazas y ataques contra la prensa, los periodistas, los medios, y todo aquel que ejerza su derecho a la libertad de expresión. En Venezuela, estas acciones emprendidas desde el poder han sido recurrentes y cada vez más intensas y se traducen en la criminalización de medios de comunicación y de periodistas; presiones, amenazas y censura por parte de los poderes públicos; la compra de los medios más masivos por testaferros cercanos al chavismo; la asfixia y el cierre de televisoras, periódicos y radios, en especial en el interior del país; apagón de señales de televisoras extranjeras, expulsión de corresponsales, limitaciones adrede en los servicios de conexión a Internet y televisión satelital o por cable.

Los efectos de esta persecución sin tregua se sienten en la existencia en Venezuela de desiertos de noticias que condenan al blackout de información local y nacional a esos millones de venezolanos que, según nuestro estudio Atlas del Silencio realizado en 2020, viven en zonas donde no hay ningún medio local, o sólo a un medio de comunicación. Esto además significa la merma de pluralidad en los medios públicos y en la falta de independencia en los grandes medios tradicionales de Venezuela, además del acoso a los periodistas y medios independientes que buscan romper la censura e investigar y cubrir temas periodísticos vetados por el poder. Eso ha conducido a que en los medios falten las voces y perspectivas diversas, tan necesarias para enriquecer la deliberación pública en cualquier sociedad democrática.

En estas dos décadas, en Venezuela se diseñó un modelo de censura que se valió de la institucionalidad para prácticamente abolir la libertad de expresión inventando un absurdo marco legal, aplicando medidas administrativas de dudosa legitimidad e implementando políticas públicas cuyo único fin es alcanzar el control político e imponer la llamada “hegemonía comunicacional”.  Y la principal estrategia usada para ello fue incrementar el número de medios partidarios del gobierno, de medios militantes, al tiempo que se ponían obstáculos y restricciones para la actuación de medios críticos, como ya dije antes.

De ese modo, en estos veinte años de sostenida y metódica construcción de un modelo de censura, Venezuela posee un espacio público que sufre los efectos de maquinarias mediáticas de propaganda y desinformación y ello ha dejado a la gente sin referentes, en la medida en que duda de la veracidad de la información que difunde esta maquinaria y tienen serias dificultades para acceder a información confiable e independiente.

La censura en Venezuela, además, ha seguido procedimientos desarrollados en otros países cuyos sistemas políticos tienen muy poco de democracia, o son democracias fallidas: me refiero a Cuba, a Rusia y a China. En efecto, Cuba enseñó al régimen venezolano a aplicar técnicas de represión de periodistas y medios de bajo impacto; China, concibió todo el sistema de uso de datos personales para el control político y social a través del Carnet de la Patria; y Rusia incluyó al estado venezolano en su aceitado aparato de desinformación.

Eso es lo que ha pasado en Venezuela, y podemos notar la clarísima simultaneidad del deterioro de lo que alguna vez fue una democracia y el déficit de libertad de expresión que vivimos los venezolanos hoy en día.

—¿Cree usted que el universo de los periodistas de América Latina tiene conciencia de los peligros que acechan a su profesión? ¿En qué consiste la tarea de IPYS? ¿Denunciar o también aportar otra visión del ejercicio de la profesión en nuestro tiempo?

—IPYS Venezuela, en casi 20 años de existencia, ha trabajado con corresponsales en los 23 estados, y con cientos de periodistas de Caracas y de las ciudades del interior que asisten a nuestros cursos de capacitación y formación profesional en periodismo de investigación, periodismo de datos, acceso a la información pública, periodismo de excelencia, nuevas narrativas, innovación, seguridad física y digital, entre tantos otros.

Ellos no sólo tienen plena conciencia de que hacen periodismo en las peores condiciones posibles, remontando cada día los desafíos de la precariedad de servicios, falta de combustible para hacer coberturas, amenazas, ataques de los poderes locales (si desean oír sus testimonios, escuchen la serie de podcast Periodismo al borde en www.ipysvenezuela.org), sino que encuentran espacios para seguir formándose, creciendo, innovando, creando alianzas para protegerse y aligerar la carga. Muy pocos han abandonado el oficio y están allí a la espera de cuando sea el momento de reconstruir ese tejido comunicacional desde el periodismo local, novedoso, de calidad e independiente.

Como directora ejecutiva estoy muy consciente de que a esta etapa -donde al igual que otras oenegés nos tocó la labor de ser monitores, de registrar los excesos de esa “hegemonía comunicacional”, de realizar denuncias en nuestra labor de incidencia- le debe seguir el momento y el trabajo de empujar la construcción de una comunicación democrática sobre las bases de la libertad, el pluralismo, la independencia, de servicio público y de convivencia, a fin de alcanzar el más elevado nivel de ejercicio pleno de la libertad de expresión en una nueva realidad política y social en Venezuela.

El conjunto de políticas públicas que guíe el proceso de comunicación para la democracia debe impulsar la producción de nuevos medios, la diversidad, la pluralidad y excelencia. Sobre todo, debe guiarse por los estándares internacionales de comunicación incluyente, que abarca la libertad de expresión, de opinión y de acceso a la información pública.

—¿Hacia dónde va el periodismo? ¿Está bajo riesgo? ¿Podría continuar diluyéndose por la acción de las redes sociales? Si lo comparamos con hace dos décadas, ¿hoy es más sólido o ha sufrido alguna forma de debilitamiento?

—Albert Camus, en su manifiesto del año 1939, decía que son cuatro los medios y condiciones para que un periodista independiente no pierda su libertad “ante la guerra y sus servidumbres”: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación. Decía que la libertad de prensa “es solo una cara más de la libertad tout court”, y la “obstinación en defenderla” obedece a que, sin ella, “no habrá forma de ganar realmente la guerra”.

Quizás sin tenerlo muy conciente, los periodistas en Venezuela han seguido la lección de Camus. Los que han sido libres e independiente inventando nuevas formas de seguir haciendo periodismo, justo cuando sus medios cambiaron de dueño, los despidieron, los cerraron, los silenciaron, los amenazaron, se fueron al exilio, han escrito una época de mucho brillo para el periodismo venezolano. Han ganado premios internacionales de mucha valía, se han insertado en redes transnacionales de reporteros e investigadores, han creado sus propios emprendimientos de información, han estrechado alianzas con colegas de la región y del mundo. Ellos son espejo de las nuevas generaciones que siguen, obstinadamente estudiando periodismo en las escuelas de Comunicación Social. Entonces, algo sigue pasando y mientras eso ocurra, se afrontarán los riesgos.

“¿Y después de la guerra?, acaba preguntándose Camus. “Hará falta probar con un método del todo nuevo que sería la justicia y la generosidad. Pero esto solo se expresa en los corazones ya libres y los espíritus todavía clarividentes. Formar esos corazones y esas almas, o mejor despertarlos, será la tarea la vez modesta y ambiciosa que tocará al hombre independiente. La historia tendrá o no en cuenta estos esfuerzos. Pero habrá que hacerlos”, dice Albert Camus en su manifiesto de hace 75 años.

 


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