María Beatriz Medina | Óscar Lucien©

Por NELSON RIVERA

—Se afirma que el número de lectores está disminuyendo en el mundo. ¿Es así? ¿Cuál es la situación en el ámbito de la lengua española? ¿Cómo se compara Venezuela en relación con el resto de América Latina?

—Es una afirmación que se diluye si nos detenemos a ver las  posibilidades lectoras que ofrece el mundo digital, uno de los   principales reservorio de contenidos letrados. Podemos decir que se lee más,  pues hay una mayor  circulación de la cultura escrita en los diversos formatos en  el entramado de propuestas lectoras contemporáneas. Sin embargo, el problema no es cuánto se lee, sino cómo se lee.

Cuando se habla de las estadísticas en torno a la lectura  entran en juego una serie de variables como las formas de acceso al libro, las condiciones de conectividad precaria de países como el nuestro y la mayor o menor calidad de los sistemas públicos de bibliotecas que permean siempre la acción lectora.

Si nos atenemos a los estudios sobre tendencias lectoras en Iberoamérica, que se centran en el libro, surgen diferencias a uno y otro lado del Atlántico. En 2018 en España se detectaba un ligero aumento del número de lectores, mientras que en México, por ejemplo, se hablaba de una disminución del público lector. Los programas que apuntan a las políticas públicas del libro y lectura han  estado presentes en los países latinoamericanos desde la segunda mitad del siglo XX, con  diferencias en sus formulaciones y puestas en marcha en las que se evidenciaba una concepción de la lectura como un valor. Al detectar hoy algunos desarrollos programáticos importantes constatamos también involuciones evidentes que dan cuenta que esa concepción valorativa de la lectura solo se da en el ámbito discursivo.

Considero esencial destacar el aspecto cualitativo en el estudio de las tendencias lectoras, aunque obviamente las estadísticas actuales dan una fotografía que corrobora que, en muchos de nuestros países, ha habido una disminución de lectores. Y esa diminución se pone de manifiesto sobre todo entre los jóvenes. Venezuela no es una excepción, incluso se sitúa por debajo de la media latinoamericana.

—¿Y la capacidad comprensiva de las nuevas generaciones de lectores en Venezuela? ¿Existen estudios o evidencias que sugieran deterioro o empobrecimiento?

—Uno de los últimos estudios publicados por el Cenal arroja datos solo hasta 2012. En la investigación de perfiles lectores en la región, que hiciera el Cerlalc en 2013 no se incluye a Venezuela, país que también estuvo ausente en la reunión organizada en 2017 en Valparaíso. La falta de datos permea cualquier análisis en ese sentido, pues estas investigaciones son fundamentales para ir armando el complejo mapa del desarrollo lector en cada país.

Sin embargo, si nos atenemos a las respuestas lectoras que recibimos de parte de jóvenes y niños en ese diálogo lector que propician los proyectos del Banco del Libro, tendríamos que concluir que hay un debilitamiento de la comprensión lectora en Venezuela.

Desde sus inicios el Banco del libro apostó a la formación de lectores críticos como primer estadio de la formación ciudadana. Como afirmara el poeta Rafael Castillo Zapata —hace varios años en este mismo Papel Literario—,  la lectura sigue siendo una fuerza de intervención cívica que puede abrir caminos a una cultura integrada y más sólida y más democrática.

En ese sentido formar lectores críticos es una variable fundamental, no solo porque apunta a ampliar las posibilidades de inclusión social sino porque un ciudadano capaz de manejar e interiorizar las propuestas lectoras de hoy, tiene en sus manos ese manejo integral del lenguaje que no solo nos define en nuestra humanidad, sino que  es tan necesario para estar en el mundo.

Creo que, ante la proliferación  evidente de un pensamiento crítico epidémico, es el momento de preguntarnos si se ha logrado una verdadera incidencia en la formación  de lectores.  Ese pensamiento crítico epidérmico propicia la falta de análisis frente a la información que circula en las redes, por lo que se hace necesario instrumentar  propuestas de formación integrales para que los promotores de lectura puedan fomentar la condición analítica y crítica de los lectores en formación.

—Se atribuye al auge de lo audiovisual y digital la pérdida de interés por la lectura. ¿Es el factor determinante o es pertinente mencionar otros?

—Esa no es una ecuación directa. Parafraseando a Emilia Ferreiro, leer en una acción dinámica, que va cambiando en el tiempo. Vivimos en un ecosistema de medios donde la imagen nos permea más allá de elaboración metafórica de la palabra. Los  medios de acceso se han ampliado y diferenciado, eso sí. Esa diversificación contribuye a la segmentación de la lectura.

Asumo que enfocas tu pregunta en la lectura de libros físicos o digitales, pero hay otros productos letrados que ofrecen contenidos y que acaparan la atención de los lectores, según tendencias, intereses y gustos.

Aunque pudiera hablarse de una pérdida de interés en la lectura de libros y, sin  entrar de lleno en el análisis de las posibilidades, limitaciones y alternativas que esta conjunción de soportes genera en el ámbito de la  lectura y la escritura,  es esencial subrayar que esa articulación de soportes también amplía un espectro de posibilidades de comunicación y diálogo que el carácter social de la cultura escrita entraña. Obviamente es un campo minado, donde tiene cabida la falsa información y la manipulación de los usuarios, que constituye un gran desafío para el trabajo de  los promotores de lectura.

Hoy  se hace más necesaria que nunca la formación de lectores críticos  para poder dialogar en redes saturadas de desinformación y permeadas por la  credulidad de sus usuarios. Lo digital conlleva una nueva lógica a la que Roger Chartier denomina la lógica del algoritmo, que propician  propuestas temáticas permeadas por la identificación de gustos y tendencias que compiten con la necesaria variedad de propuestas lectoras.

Es evidente que el proceso de transformación que generan estos nuevos soportes ha sido vertiginoso. Ello establece una gran diferencia con otros grandes cambios de la historia de la lectura y la escritura. Estos  nuevos productos letrados conllevan nuevas posibilidades de representación, nuevas formas discursivas que se alinean tanto con la ficción como con el dato constatable y constado.

Si bien hay que estar atento a la tendencia del medio digital  a generar una lectura fragmentada, efímera y en ocasiones superficial, debemos considerar los aspectos positivos que ofrece. Hay que  encontrar las posibilidades de complementariedad, sin perder de vista  que puedan jugar un rol distractor para el lector en formación, que requiere mayor orientación. Exige a los promotores de lectura  nuevas estrategias  que propicien el sentido crítico necesario  para interactuar  con los contenidos de las  redes.  Todo un reto

—Hábleme sobre el estado de los recursos necesarios para promover la lectura en Venezuela. ¿Cuál es el estado de las bibliotecas, de la producción editorial, del lugar que la lectura ocupa en el régimen educativo?

—Hablar de los recursos necesarios para promover la lectura en Venezuela  pasa  por entender que la promoción de la lectura es un trabajo en red,  que debe tener como marco políticas públicas que involucren al libro y la lectura. Pasa por una visión holística de la lectura.

Capitalizar la experiencia de las organizaciones que han dejado una impronta en el campo de la formación lectora es fundamental. Y hablo  de organizaciones de  la sociedad civil que han acumulado haberes y saberes que no deben ser ignorados, pues  surgen de proyectos validados que señalan caminos de accionar más seguros. Articular con este sector  propicia la apropiación  de estas propuestas integrales por parte de los ciudadanos

Obviamente se  debe reforzar  la infraestructura bibliotecaria venezolana, hoy debilitada. El desiderátum es  poner en marcha desde el sector gubernamental  y el espacio público programas integrales que incluyan  el desarrollo de estos entornos  lectores, la   formación continua de promotores de lectura, conformación de acervas  y acciones directas de lectura.

Estos programas  requieren definición de objetivos, planificación de estrategias y  evaluación permanente de las acciones. Pero, sobre todo, requiere articulación y esa articulación no se está dando  en nuestro país. Salvo contadas excepciones, en lo que se refiere a la lectura y su promoción no se está dando la necesaria articulación con los demás espacios públicos del libro y la lectura.

La  calidad de los servicios y la actualización de los acervos de la red de bibliotecas públicas han sido afectadas por la crisis que vivimos en el país. La pandemia ha redimensionado los problemas del sector y la incidencia en el desarrollo lector se resiente.

Es verdad que han proliferado las ferias y se han activados algunos planes como las bibliotecas comunitarias. Pero, ¿cuál es el verdadero alcance de estas iniciativas aisladas, que no incluyen los haberes y saberes de organizaciones que han trabajado en este campo? ¿Cuál es la oferta editorial que se encuentra en estas ferias cuando la oferta editorial es escasa?  Se trata, sin lugar a dudas, de proyectos atomizados que  promueven el valor de la lectura solo en el ámbito discursivo.

La edición del sector público se ha ralentizado, mientras las editoriales privadas han sufrido los embates de una crisis económica brutal. Muchas multinacionales han emigrado a otros países, mientras buena parte de las editoriales alternativas resisten contra viento y marea.

La oferta de las librerías se debilita a pasos agigantados, pues la producción editorial de fuera llega a cuenta gotas y la oferta se reduce a la producción local que sigue apostando al libro. Ello   conspira en contra del acceso al libro, pilar esencia de cualquier programa de formación lectora.

—A lo largo de 60 años, el Banco del Libro ha desarrollado las más diversas estrategias para formar lectores. ¿Qué enseñanzas han dejado esos esfuerzos? ¿En cuáles programas pondría énfasis? ¿Cuáles descartaría?

—Apuntas a un hecho clave. Como dice Álvaro Agudo, el Banco del Libro ha sido muchas cosas. A lo largo de estos sesenta años, ha sabido adecuarse  a los cambios del medio en el que ha prestado servicio.

Muchos son los programas que ha puesto en marcha para contribuir a la democratización de la lectura y a la  formación ciudadana. Como institución privada de servicio público, sus programas y proyectos han contribuido  a subsanar, de alguna manera, las debilidades de la formación de lectores críticos. Lo ha hecho  desde la formación de mediadores, el diseño y puesta en marcha de modelos bibliotecarios, el estudio y difusión de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) o desde acciones directas de promoción  con el público infantil y juvenil.

A partir del 2000 se ha capitalizado la experiencia bancolibrera en programas de formación de distintos niveles. A la  formación de mediadores hemos seguido apostando pues  hoy es más necesario que nunca ofrecer herramientas validadas para reforzar un trabajo de campo que conlleva mayores retos. Hemos consolidado un programa de formación amplia que incluye, entre otros,  el  Curso integral de Promoción de Lectura, el Curso de Crítica de Literatura infantil y Juvenil, el  seminario que realizamos, con el apoyo de la AECI,  bajo el título de Como promocionar lectura y ciudadanía y el Máster de literatura infantil y juvenil semipresencial que llevamos a cabo con la Universidad Autónoma de Barcelona España desde 2005.

Sin lugar a dudas, debemos seguir apostando a la formación sin dejar de lado la intervención en comunidades vulnerables que orbitan dentro del programa Tendiendo Puentes con la Lectura, que se inscribe en la línea temática de Lectura y Ciudadanía. Cabe mencionar, entre otros,  el Proyecto de las Bibliomulas con la Universidad del Valle de Momboy; Palabras para la no violencia, que obtuvo en 2012 el Premio Handam Unesco; De la lectura a la escritura que realizamos con el apoyo de la Embajada de Canadá. Son proyectos perfectamente replicables.

—¿Hay experiencias de promoción de la lectura, en otras partes del mundo, que podrían aplicarse o adaptarse a Venezuela, si hubiesen recursos para ello?

—Hemos participado en proyectos de otros países ofreciendo la experiencia bancolibrera de la mano de Asolectura en Colombia o con las Salas de Lectura de México. No hay que olvidar que Fundalectura Colombia y la Fundación Germán Sánchez Ruipérez  se crearon teniendo al Banco del Libro como referencia.

Así como hemos ofrecido modelos de acción que han sido replicados, muchos proyectos desarrollados en otros países son susceptibles de ser instrumentados por nosotros. Eso sí, teniendo en cuenta que la realidad es modificadora.

Insisto en la importancia de la articulación y, por ende, en la retroalimentación. La International Board and Book for Young people en Latinoamérica, a la que pertenece el Banco del libro,  convoca a una serie de organizaciones que desarrollan proyectos diversos, perfectamente replicables.

También resaltamos experiencias como las Salas de lectura de México,   la propuesta integral de las bibliotecas de Medellín como modelos que podemos poner en marcha, siempre y cuando cuenten con el apoyo de los organismos públicos y gobiernos locales.

—He leído testimonios de personas que se han reencontrado con los libros durante el confinamiento. ¿Qué desafíos ofrece la pandemia al propósito de formar lectores?

—Creo que,  obviamente,  la lectura ha sido un refugio,  un lugar de elaboración personal y social. Ha habido un aprovechamiento de los recursos de este entramado de medios, que han servido para recuperar lecturas a través del libro digital. No sé qué consecuencias tendrá esto en el sector del libro cuando dejemos de estar confinados y habría que hacer un estudio sobre cómo influye en el desarrollo lector.

En lo que hay que insistir es en que niños y jóvenes ya habían recorrido esta senda dual de lo analógico y lo virtual antes de la pandemia, pero sin lugar a dudas durante la cuarentena esto se ha redimensionado.  No podemos negar  que el  factor distractor de series y videosjuegos se ha incrementado y hay que ver de qué forma incidimos positivamente para abrir las compuertas de las sendas lectoras.

Sin embargo, el Banco ha recurrido a alianzas con la radio que se ha asentado en lo que  llamamos una recuperación de la narración oral con un  programa de lectura de cuentos, hemos reforzado la formación de mediadores a través de las plataformas digitales y hemos  incorporado a los propios niños como facilitadores en una propuesta lúdica con el libro informativo, con la mediación y la coordinación  nuestra.

Hace falta, sin embargo, el necesario encuentro con los libros que se suma al reto que significa subsanar el proceso de socialización en el que se engasta la formación de lectores. Una socialización, hoy por hoy, muy disminuida en esta interacción virtual.

—Quiero preguntarle por la importancia real que la lectura tiene en la sociedad venezolana. ¿Importa realmente? ¿Las familias tienen como objetivo formar lectores? ¿O es más bien un enunciado hueco, que no es acompañado con hechos?

—Creo que en la sociedad  venezolana la valoración de la lectura se queda en el ámbito discursivo. Se habla de la importancia de la lectura pero esa afirmación no se traduce en acciones, tiempos y espacios para la lectura en casa, tan necesaria para los más pequeños.

Propiciar esa interiorización del valor de la lectura es una tarea pendiente.

—¿Qué ha cambiado para el Banco del Libro en 60 años? ¿Cuáles eran sus debates de entonces y cuáles son los de ahora ante un país que sufrido cambios tan profundos y estructurales?

—A la caída de la dictadura de Pérez Jiménez un grupo de mujeres crea el Banco del Libro. Entre ellas Virginia Betancourt, quien fue la primera directora, jugó un papel fundamental. Asumían el compromiso de formar lectores como antesala de la formación ciudadana. Un objetivo alineado con esa concepción de la lectura como fuerza de integración cívica, a la que he hecho referencia.

En la  etapa fundacional de la institución puede hablarse con propiedad de una incidencia clara en las políticas públicas del libro, la lectura y la escritura. A los proyectos pilotos de modelos bibliotecarios (públicos y escolares) transferidos a instituciones públicas o privadas —una vez comprobado su impacto y efectividad—  se aunaban la intervención continua en el diseño de planes nacionales de lectura en el que participaban los ministerios de educación, cultura y fomento conjuntamente con el Instituto Autónomo Biblioteca nacional y buena parte de creadores y editores.

Hoy podemos decir que ese objetivo fundacional  sigue siendo necesario: formar usuarios competentes de la cultura escrita  mediante un acercamiento  afectivo al lenguaje, la lectura cuidadosa y la apropiación de términos mediante la experiencia.  El ideal obvio es la participación y la incidencia pública. Ello exige un trabajo permanente y en red, que reclama una plataforma de políticas públicas y, sobre todo, continuidad en el hacer. Variables, hoy por hoy,  muy difícil de mantener en Venezuela.

En nuestro país  ha habido  logros considerables en la formación lectora cuando sociedad civil y sector gubernamental van en la misma dirección con políticas públicas consensuadas. Hoy estamos  rezagados y hay que tenerlo en cuenta para armar las estrategias de un quehacer que requiere tiempo de ser como la lectura misma.

En ese quehacer el libro sigue siendo un recurso inestimable. Seguimos siendo “culturas del libro” (Darton 2010) y, al mismo tiempo, reafirmamos nuestra fe en la cultura escrita más allá de los soportes para apoyar todo tránsito lector. Pero sobre todo, reafirmamos nuestra fe en la tradición libresca, en la lectura que pone a prueba nuestra creencias  y propicia el reconocimiento de las diferencias desde el espacio del libro plural y los muchos libros  que —parafraseando a Umberto Eco— podrán  transmutar el papel de sus páginas, pero seguirá acunando las palabras  que nos llevan por la senda acogedora del lenguaje y su capacidad de sugerencia, tan necesaria para estar en el mundo e interpretarlo.

En esta tarea siguen siendo los libros un espacio de excepción que se redimensiona con un nuevo soporte, que exige nuevas estrategias de uso, no solo para la apropiación y elaboración de la información sino, y sobre todo, para redimensionar el encuentro con la ficción metafórica, esa que sigue tendiendo puentes desde la imaginación con esa realidad que muchas veces nos abruma. Para ello contamos con la experiencia de un hacer.


Referencias

Castillo Zapata, Rafael (2011) “De un traficante a otro” en: Papel Literario del Diario el Nacional. Caracas, 9 de julio 2011.

Eco Umberto y Carriere Jean Claude/ (2010) Diálogo Nadie acabará  con los libros.  Editorial Lumen/Randon House. Bogotá

Ferreiro, Emilia. (2001) Pasado y presente de los verbos leer y escribir. Fondo de Cultura Económica. México

Muñoz, Boris. (2010) Robert Darnton: el libro máquina fabulosa. Entrevista en: Prodavinci (revista virtual). Noviembre, 2010


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