Rosamunda en El Rosal | Graziano Gasparini

Por BÉLGICA RODRÍGUEZ

La obra pictórica de Graziano Gasparini ha sido poco difundida y menos conocida. El Diccionario Biográfico de las Artes Visuales en Venezuela dedica unas buenas tres páginas a resaltarlo como arquitecto, fotógrafo, historiador, investigador, escritor y restaurador de la arquitectura colonial venezolana, es aquí donde se centra el conocimiento y reconocimiento público nacional de la obra de este polifacético italiano nacido en Gorizia, y quien toma a Venezuela como su querida patria adoptiva desde finales de 1948. Su faceta como pintor es enunciada solo en las exposiciones que realiza en Venecia y Venezuela. 1948 es un período prolífico en la vida de Gasparini. Se gradúa de arquitecto, finaliza sus estudios de pintura en la Academia de Bellas Artes de Venecia, y realiza dos importantes exposiciones de sus pinturas/paisajes. Mientras crece su interés por la historia de la arquitectura, la actividad pictórica va aparejada con la de fotógrafo. Por un azar del destino, le toca continuar su vida en Venezuela, para la época país de oportunidades que le ofrece posibilidades de desarrollar sus talentos. Se interesa por la arquitectura civil y religiosa del período colonial y por las expresiones y monumentos del arte prehispánico.

La actividad de pintor-expositor de Gasparini comienza temprano y en prestigiosos espacios culturales del país. Obtiene premios en casi todos los salones oficiales, y no oficiales, donde envía su pintura. En 1953, expone tres óleos en el XIV Salón Oficial, le es concedido el Premio José Loreto Arismendi por la pintura Paisaje; en 1954, en el Museo de Bellas Artes, abre una muestra con el sencillito título Graziano. Sobre las obras expuestas, el crítico de arte Juan Röhl escribe: “Graziano tiene honda raigambre en el cubismo (…) su dibujo escueto, sintético, valorador de masas, logra inesperada profundidad y volumen”; en 1956 participa en el XVII Salón oficial con dos óleos, obtiene el Premio Federico Brandt por la pintura Castilla, y su obra se expone en el pabellón de Venezuela en la XXVIII Bienal de Venecia, ganando el premio de adquisición de la Galería Internacional de Arte Moderno de Venecia. Para 1958 continúan los premios, esta vez obtiene el Arístides Rojas en el XIX Salón Oficial con la pintura Paisaje. En 1959 la Sala Mendoza de Caracas le organiza una exposición personal, con texto del crítico Perán Erminy en el catálogo. A partir de esta fecha, luego de una pausa que dedica a múltiples tareas como funcionario, docente e investigador y “viajero explorador” de los rincones coloniales del país, reinicia sus exposiciones en 1970, 1971 y 1982, en la Galería Acquavella en Caracas, siempre con el título Graziano Gasparini. Otra pausa lo alcanza hasta el año 2000, nuevamente en la Galería Acquavella expone paisajes de Paraguaná caracterizados por los colores del trópico, el azul intenso de Paraguaná y los amarillos curazoleños, esta vez a la composición constructiva del paisaje, incorpora elementos figurativos en sombras como el animal reposando sobre el plano de tierra.

El pintor en Venecia y Venezuela

Cuando Gasparini estudia en la Escuela de Bellas Artes de Venecia, es evidente que siente la influencia de las vanguardias europeas de la época, como el surrealismo practicado por artistas franceses y el español Salvador Dalí. No pudo escapar al torbellino creador patentizado en la Europa de los años cuarenta, teniendo más cercanos los nuevos movimientos plásticos que sus conciudadanos pintores ofrecían: aparte del surrealismo, la pintura metafísica y el futurismo, todos influenciados por el siempre presente cubismo de Picasso y Braque. Entre estos pintores italianos, le parece fascinante y afín  Giorgio de Chirico (1888-1978), con sus paisajes urbanos de inquietantes y misteriosas atmósferas. En los paisajes urbanos de Gasparini, igualmente misteriosos e intrigantes afincados en los contrastes cerrados entre planos de luz y sombra, a veces con alguna figura antropomorfa, se percibe la influencia de elementos futuristas y metafísicos, presentes, por ejemplo, en la obra de Carlos Carrá (1881-1966) y Giacomo Balla (1871-1958), siempre delineados pero sin definiciones exactas. La nobleza sencilla de la línea y los planos proyectados en el espacio podrían considerarse derivaciones del cubismo al estilo de Gino Severini (1883-1966), líder del movimiento futurista. Y no podía faltar el surrealismo, presente en la obra de Gasparini de 1948. Cuando expone por primera vez en Venezuela, Juan Röhl la ubica en el cubismo sintético por lo escueto del dibujo, desde ya se percibe una vía hacia lo constructivo. A pesar de estas influencias necesarias e inevitables, la pintura de Gasparini se sostiene por la pureza de la línea y la forma geométrica, desarrollando una geometría expresiva con referencias subliminales hacia la naturaleza.

En Venezuela, Gasparini continuará su actividad pictórica, hasta cierto punto con un paisaje impactado por la geometría de una arquitectura colonial, doméstica, civil y religiosa, resuelta en grandes planos (paredes) de diferentes dimensiones y colores llamativos. Esta propuesta formal resulta bastante clara para los especialistas al comparar la familiaridad entre la fotografía y la pintura del arquitecto. Pero no solo esto influye en una toma de posición formal y conceptual. Se debe tomar en cuenta el contexto de la producción artística de la Venezuela de la época. Es la abstracción geométrica la que lograba imponerse como tendencia fuerte. Gasparini, interesado en un sistema constructivo ideal, tiende hacia una  geometría abstracta: realiza obras que siguen el patrón geométrico de sucesión de líneas dispuestas en bloques sobre el espacio casi en ritmos cinéticos. Hacia finales de los años noventa complejiza su propuesta pero siempre a partir del “paisaje en solitario” de la casa colonial venezolana, mediatizado por su formación de arquitecto.

Una visión poética

Es indudable que Gasparini fue un poeta visual guiado por un conocimiento profundo de la historia del arte de su presente. Comienza interesado en el surrealismo, en su primera exposición en Caracas, la crítica de arte atisba rasgos cubistas en lo escueto del dibujo, sin duda un acercamiento al constructivismo. En 1959, el crítico de arte Perán Erminy escribe que la pintura de Gasparini se caracteriza por una economía de medios manifiesta en la simplificación de líneas, formas y colores. Luego, con el tema de los “muros”, el artista declara que intencionalmente han sido hechos con un fuerte realismo mágico, y más complicado aún, que se torna superrealismo o surrealismo metafísico (¿De Chirico?), que pretende destacar lo estático, la soledad, el silencio. Luego en otra exposición menciona el sentido oculto de los “muros”, aclarando que son “para la vida, el trabajo y hasta para la muerte”, continuando en tono poético que “son humanidad, sensibilidad, necesidad”. Le interesa la no decoración de estas construcciones, la sencillez, y los elementos sensibles como los muros blancos que llaman su atención. Mirando con detenimiento y la inserción de la pintura de Gasparini en la historia del arte y sus influencias, él mismo habla de soledad, de asombro, de muerte, de misterio, notándose que rasgos de misticismo se asoman cuando analiza su pintura sin mencionar sus valores formales, pero si aquellos relacionados con las sensaciones y las emociones del hombre. En los muros de esas casas, en sus tapias, en el paisaje que los arropa, hay silencio, hay llantos, hay soledad, las figuras humanas y animales no son más que sombras sobre una atmosfera de limpios y cristalinos aires. Definitivamente la pintura de Gasparini está arraigada en sus pasiones y querencias, él la hace partícipe de su vida, es el paisaje de lo visto, lo sentido y percibido, de su hacienda en Paraguaná. Le importa la simbología encerrada en ella y sus relaciones con la realidad que la inspiró, recordemos la famosa frase de Alexander Rodchenko (1981-1956): “El arte que no participa de la vida se archivará en el museo arqueológico de antigüedades”.


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