Alejandro Sebastiani Verlezza | Carlos Germán Rojas©

Por LUIS GERARDO MÁRMOL

Dice el sabio Daniel Medvedov, autor de la contratapa de La orilla del retorno (El Taller Blanco Ediciones. Bogotá. 2023), que Alejandro Sebastiani Verlezza descubre sobre la arena de un mar que es el de Ulises y muy bien podría ser nuestro Caribe Mar, la Piedra del Destino, Ocultum Lapidum, que también es el Óleo Límpido, Oleum Limpidum. Ya antes ha leído la inscripción V:I:T:R:I:O:L:, aparecida sobre la arena no se sabe cómo, y que las olas no han conseguido borrar. Todo esto nos lo dice el sabio Daniel.

Aquello sólo puede hacerse de día, tras haber visitado el interior de la tierra, de su tierra, a lo que alude también Medvedov. Quienes hemos tenido en las manos un puñado de arena sabemos, cuando la contemplamos de cerca, que no es parda, ni blanca, ni rosada, como luce de lejos. La arena sobre nuestras manos, o en nuestras manos, es un Aleph. Todos los colores están allí, los de cada una de las piedras minúsculas que juntas hacen la arena. ¿Cómo entonces hallar la Piedra del Destino?

Hay en las playas piedras de colores sorprendentes, tal vez formadas por esos granos de arena, por miríadas de ellos. Y Alejandro descubre la suya, la que es él y será él, la que habla por debajo de las lenguas, según nos llega a decir; la clavija que es necesario usar en el instrumento que somos para afinarlo, ésa y no otra. La que sólo puede ser revelada por la Venus Oceánica, la Venus primera, y así respondemos a la pregunta de antes: ¿cómo hallarla? Y tanto no se trata de afinar el instrumento y afinarnos, como de volverlo y volvernos a afinar, traer de retorno a esta orilla del mundo nuestra recóndita afinación. ¿Cuánto amor, cuánta humildad son necesarios?

Este poemario alude sin duda al ingenioso Odiseo, pero habla de Hermes tanto como del Laertíada, o aún más. ¿Y a quién le extraña si fue Hermes quien dio a Odiseo la Rama Dorada, la clave, la clavija de todo su viaje? Hermes, la piedra, la luz primigenia, hijo de la Venus primigenia, la Venus Oceánica, ¿qué colores tendrá o abarcará como piedra, que se insinúan en las miríadas de granos de arena sobre nuestras manos?

He dicho en otras ocasiones que la poesía de Alejando corresponde a una categoría que he querido llamar poesía armónica, por analogía con aquellas composiciones musicales donde se advierte un predominio de la armonía sobre la melodía o la polifonía. Con eso quiero decir que se caracteriza sobre todo por la recreación de climas y atmósferas sutiles, más que por las ideas o por el diálogo, la contraposición y la yuxtaposición de voces.  Alejandro es desde luego capaz de componer bellas melodías o ideas (a la poesía de ideas, la poesía eidética, me gusta llamarla poesía melódica), pero es el talante armónico, la creación y recreación de atmósferas o climas emocionales sutiles a través de sucesiones de acordes o arpegios, lo que predomina en una poesía como la suya. Bien fácilmente se nos antojan como las mil y un piedrecillas de colores que hacen ese vitral del puñado de arena en nuestras manos. Se juntan, y ahí está la piedra, la piedra que la Venus Oceánica (que es en todas las tradiciones reales la madre de Hermes-Toth-Eshu-Mercurio) nos señala.

Decía Valéry que cada poema es el desarrollo de una exclamación, y Alejandro lo recordaba generosamente a propósito de mi propia poesía. Y yo digo que no sólo cada poema: también cada genuino ensayo, cada genuina aproximación crítica ha de ser el desarrollo de una exclamación. Claro que al hacerlo así es posible, altamente posible, que se acabe por escribir un poema. Muchos, en efecto, se preguntarán qué estoy realmente diciendo con estas notas que pretenden ser crítica o ensayo. Poco me importa que lo entiendan pocos. Esto que ahora escribo es, en buena medida, el despliegue, la explayada singladura de la exclamación que de mí salió tras la lectura del poema otro brindis. No es común que un texto le quite a uno el aliento. A mí, hacía tiempo que no me sucedía. Quizás allí se revela la naturaleza de la visita al interior de la tierra, de la que no hablamos aún. Allí miramos, quizás, las fogatas de Odiseo. La Venus Oceánica, oyendo siempre el secreteo de las olas, nos lo advierte:

y el aliento de la tierra se abre para ti

Hay otro aspecto medular, esencial, que nos permite hablar de la visita con luz mayor. Nos dice el poeta que antes de tocar la tierra vivió con la palmera, se embriagó con su licor secreto. Este mar de Odiseo es también el Caribe Mar, ya lo hemos dicho. Ella, la palma, el árbol que no conoce el otoño, puede mostrarnos mejor que ninguno ese camino al interior. Alguna vez dije, en uno de mis poemas, que la entrada al templo del Grial está debajo de un bucare. Con mayor razón es posible hallar otra de sus entradas, y también la entrada al recinto de la Sibila, al pie de una palmera. Aún antes de tocar tierra, ya convivía con ellas el poeta, y así nos lo revela. Aún antes de tocar tierra, ya dialogaba, ya conversaba con ellas. Ya las miraba. Y mucho más que mirar, ya las escuchaba.

Una vez que ha salido, con la piedra en las manos, se pregunta:

¿puedo soltar

                                    este trozo mordido de tierra

                                    y moverme por mi cuenta

                                    en el estremecido canto del agua?

Nadie. Nadie es el único de los nombres de Odiseo que se recuerda o sobrevive, ante la visión de los bancos de arena en medio de la profundidad marina. Las espaldas de Dios, nos dice la sabiduría de la palmera. El lomo de Dios, como también lo vio Moisés, escondido en la grieta de la roca, cuando Dios quiso mostrarle sus espaldas (y nada más nos puede mostrar): 

mi nada Nadie navega

                                      sin tripulación ni llanto

                                      presta al espesor del estrecho

                                     una blanquísima astilla clavada en la sien es mi amuleto 

¿Y en efecto podremos soltar ese trozo de tierra que se obstina en nuestros labios una vez que hemos salido de su interior? ¿Cómo hacerlo? No debe olvidarse jamás que, cuando fue conquistada la Tierra Santa, aún hubo que librar muchas batallas por mantenerse en ella. La conquista sólo ha podido y puede ser gradual. Nunca es completa de una sola vez.

Mucho ha madurado Alejandro. Y su motivo inicial, el giro, se ratifica y consolida y exhibe un brillo mayor. Hace tiempo le dije: tú ejecutas una gran Passacaglia. O una Chacona, quizás mejor. ¿Cuál es el bajo obstinado? La Piedra. Justamente La Piedra. Y le he dicho también: vamos a escribir un poema a dos manos y ya tengo el título, tomado de un disco con obras de Dietrich Buxtehude, por cuya música tengo un amor difícil de ponderar, uno de los grandes amores de mi vida. El título es Ciaccona. Il mondo che gira. Ojalá podamos hacerlo.


*La orilla del retorno. Alejandro Sebastiani Verlezza. El Taller Blanco Ediciones, Colombia, 2023.


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