Al novelista de Fiebre, en trance de reescribir la aventura histórica de 1928, se le ocurrió preguntar a los de su generación qué cosa fue aquella en la cual se vieron envueltos y, de paso, cómo la veían medio siglo, o casi medio siglo más tarde. Los tiempos eran otros y se intuía que los jóvenes también habían cambiado radicalmente. La Universidad Central, cuna del movimiento, estaba sacudida por la renovación cuestionadora, soplaban vientos del Mayo francés y de la frustración guerrillera, el Poder Joven alternaba con la fantasmagoría del Che Guevara y los sobrevivientes del 28 sentían como si una ruptura se había producido entre ellos y los nuevos. El gap, el estatus, el sistema, la sociedad posindustrial, eran los términos de moda. Las tres M de Marx, Mao y Marcuse brillaban en el cielo profético de Cohn-Bendit y Geismar.

Petróleo y clases medias por la puerta grande

No pudieron ponerse de acuerdo acerca de qué cosa fue aquella acaecida en los días en que Lindbergh llegaba a Venezuela y la revista de vanguardia, redactada por ellos, válvula, estremecía a las élites intelectuales. Unos, siguiendo a Ortega y Gasset, consideraron que el hecho del 28 merecía plenamente el calificativo de generación, por haber propiciado un cambio de pensamiento y espíritu, y por haber establecido una comunidad de intereses que trascendió la simple coincidencia cronológica. Otros, poseídos de la visión marxista, lo juzgaron como un fenómeno de amplia radiación social, más allá del ámbito estudiantil, generado por la aparición del petróleo, y en el cual participaron de algún modo las masas trabajadoras. Fue un mito, una ilusión creadora, para un tercero. Y los escépticos lo enjuiciaron como inesperado y maravilloso estallido del cual quedaba una pastosa mezcla de traición e irrealidad. Para todos, sin excepción, tenía la iluminación del rapto, la posvisión de las encrucijadas. Para todos, pues, seguía siendo el momento de fiebre, estado de reacción exaltada y de enorme calor histórico.

Visto a distancia, sin la pasión del actor, uno puede señalar al movimiento del 28, más que como “la révolte étudiante” o el juego carnavalesco prontamente politizado, como la emergencia ideológica de la pequeña burguesía, en una sociedad en que las clases medias empiezan a crecer y solicitar nuevos patrones de acción y teoría. Para el 28, ya el petróleo ha desplazado como producto de exportación al café y el cacao; ya han brotado, casi espontáneamente, huelgas como la del 25, en el Zulia; ya el béisbol se ha convertido en una pasión nacional y está a punto de inaugurarse el stadium de San Agustín; el fox, el one-step y el jazz ya se dan la mano con el tango y los valses; el Country Club ha sido asimismo inaugurado y el tenis tomado impulso; las salas de cine se preparaban para adentrarse en el misterio de las cintas sonoras; los anglicismos desplazaban, velozmente, a los galicismos que tanto mortifican a Baralt y Tejera; y en vez de carretas, victorias y landós, las calles se llenaban de automóviles anunciando la muerte del tranvía.

La simple enumeración de inventos y usos, de cambios en apariencia externos, significa que la ideología viene fluyendo por el subsuelo de esta realidad. Desde EE.UU, traducciones del Times y el Sun enteran a la parte lectora del país del boom petrolero (¡Venezuela es Jauja!) del Zulia y de la importancia que para el mundo, entonces dividido entre Rockefeller y Deterding, tiene el aceite negro, sobre todo después de la Revolución Mexicana y de la “inevitable sombra bolchevique”. Los cables y crónicas dan cuenta de enormes movimientos huelguísticos en el propio EE.UU, en Francia e Inglaterra, y de las prédicas socialistas. Los vocablos en inglés –pronto se crearán las academias comerciales donde el idioma petrolero se convierte en el segundo– sirven instrumentalmente para cuantificar barriles, calcular en dólares, realizar importaciones. Los ritmos bailables norteamericanos y sus deportes constituyen una oleada transcultural que disuelve, con ostensible rapidez, los cánones tradicionales de comportamiento y diversión. La velocidad del auto y del avión, ya especulada por el futurismo, rompe asimismo con el tempo lento que cargaba la historia venezolana desde la guerra federal hasta la década del whisky and soda.

El surgimiento de ideologías modernas

Que la Semana del Estudiante no haya estallado con un esquema ideológico previo no argumenta en contra de la significación teórica y organizativa del movimiento. Si los jóvenes apresados en el Castillo Libertador captan inmediatamente las lecciones de Pío Tamayo, quien sí había presenciado huelgas como las inquilinaria de Panamá, y debates como el cubano, y a la salida de la cárcel se organizan, es porque el mensaje tenía capacidad de recepción, es decir, había una capa social y existía un proceso económico que podían recibir las ideologías marxistas, bien en su variante reformista, aprista o mexicana, bien en su variante rusa, bolchevique o “moscovita”, como alguna vez escribirá Betancourt. Este mismo, cuando desembarca en Curazao, se inscribe en el PRV y permanece allí breve tiempo, antes de militar en el partido de los comunistas costarricenses o constituir ARDI y lanzar el Plan de Barranquilla, 1931, junto con otros del 28, como Leoni, Juan José Palacios, Mario Plaza Ponte, Peña Uslar y Juliac, quien luego derivaría hacia el PCV. ¿Y qué era el PRV, desde 1926, en el exterior? Pues un partido frentista en el cual coexistían marxistas, anteriores a la generación del 28, al estilo de Salvador de la Plaza y Gustavo Machado, y caudillos de la época prepetrolera, como Arévalo Cedeño. Pero ese PRV motoriza a poco de fundado la polémica contra los caudillos, lo que causa el enojo de Pocaterra y traza un deslinde histórico dentro de la misma “generación predestinada”: una parte tomará las armas en Curazao, al lado de obreros de las refinerías y dirigida por un comunista, y la otra se irá tras los caudillos como Delgado Chalbaud. En el Falke participan Armando Zuloaga Blanco, que muere, Mc Gill Sarría y Rafael Vegas (más tarde confesará su decepción, pues había sido aprovechado por los caudillos militares e intelectuales de “la vieja política”). Entre los de Curazao, venían Otero Silva y Jiménez Arráiz.

Decir que la generación del 28 llega casualmente a las teorías radicales socialistas y a la organización de partidos de izquierda en una Venezuela en que no existían ni los de derecha, equivale a dar una visión azarista del proceso: los 252 apresados en las tres etapas del 28 (Semana del Estudiante, complot de abril y redada de octubre) encajarían casi a la perfección en los moldes ideológicos que aquí llegaron con retraso, pero que ya tenían vigencia en países como Argentina, Chile, México y Cuba, más avanzados en el desarrollo económico, social y político. Con la generación del 28, apartados los aportes de los pioneros del marxismo, Venezuela se pone al día ideológicamente y preanuncia tres corrientes fundamentales del pensamiento político: el PCV, que pasa por el PRV y el PRP; AD que pasa por ARDI y ORVE, así como por la segunda etapa del PDN; y final y tardíamente URD, que pasa por la FEV y una gran porción generacional adicta al medinismo.

El papel subversivo de la vanguardia

El papel de la “intelligentzia” y su relación con la generación del 28, ha sido estudiado, en un libro bastante sólido, por María de Lourdes Acedo de Sucre y Carmen Margarita Nones Mendoza. En América Latina, al enfocar el juego político de las clases medias, lo ha hecho el norteamericano Johnson. No se discute, en el caso nuestro, cómo una y otra, “intelligentzia” y clase media, fueron decisivas en la irrupción del movimiento del 28 y, todavía más, en su evolución hacia el marxismo revolucionario y el reformismo. Un estudio estadístico acerca de los 252 estudiantes activos, que buscara ubicar la procedencia clasista, arrojaría un crecimiento porcentual de las clases medias respecto a los “patiquines” y “godos” de 1900, que fueron los jóvenes que se enfrentaron a Castro con “La Sacrada”, o a los de 1914, que vieron clausurada su vigorosa Asociación General de Estudiantes. Todavía en 1921, cuando los muchachos se solidarizan con los tranviarios en huelga, Pocaterra se da el lujo de despreciar a la mayoría de los 82 estudiantes detenidos, por considerarlos vinculados a la oligarquía económica o política. Pues bien, en 1928 el cambio social ya se nota, aunque no en toda su radicalidad: la radicalidad se va a producir ferozmente entre 1928 y 1948, cuando el petróleo entre de lleno y las clases medias se expandan tanto que encuentren su representación ideológica plena en AD.

Lo importante de la “intelligentzia” es que, por lo general, antes de constituir una vanguardia política ya se ha constituido en vanguardia estética. En Venezuela, desde 1924 venía trepidando una renovación en la poesía con Antonio Arráiz, quien va a introducir en ella los elementos del cambio (autos, futbolistas, tenistas, garajes, esquinas populosas), y toda esta contemporaneidad va a terminar en válvula y Élite, con poemas criptográficos, gimnásticos, recargados de metáforas y juegos, en los que la flor, el cisne, Versalles, los héroes griegos y las postales son reemplazados por las actrices de Hollywood, las hazañas de Lindbergh, el jazz band y los pozos petroleros. El cuento abandona el paisajismo de acuarela y las innovaciones y se adentra en un denso clima de sensaciones, con prosa, rápida y desbordada. La novela anda buscando rumbo también, aunque no reventará vitalmente hasta el año 30, excluyendo a Gallegos que amplió la vía de la “novela nacional”. Tanto en La Universidad como en válvula y, por supuesto, en Élite, que restará como depositaria de la dispersión, se ensaya con lo novedoso, se caza lo contemporáneo y se vanguardiza, a pesar de que el libro de Guillermo de Torre sea sólo medianamente conocido.

Así como aparece el nombre de Sandino en suplantación de los héroes troyanos, los mártires del santuario ya no son hombres de catacumbas o religión, sino Sacco y Vanzetti, cuya ejecución causa repulsa hasta en la Venezuela amurallada. Menciones ocasionales de los chroniqueurs, como Gómez Carrillo, dan relación del dadaísmo y el cubismo o de los escándalos en el París de entreguerra. Costes y Lebrix y el rubicundo piloto del “Águila de San Luis” aceleran el pulso de los creadores, que ya sienten a Ícaro como mitología pasatista y predicen las conquistas interplanetarias. Surgen los comentaristas de cine, como XXX. Algunos estudiantes son poetas y cuentistas y al mismo tiempo cronistas hípicos o aficionados al béisbol. Los autores rusos seducen por su pasión de libertad y por su lucha contra el zarismo, traspaso simbólico del gomecismo. A falta de coordenadas ideológicas, lo que va a ser la generación del 28 se saca la camisa, grita en el libro y amenaza con la gesticulación, escribiendo en minúsculas y profetizando cambios (¿en qué?) mayúsculos: “somos un puñado de hombres con fe, con esperanza y sin caridad”, consignan en la entrega única de válvula. Y más adelante pontifican sobre la apertura absoluta: “El arte nuevo no admite definiciones porque su libertad las rechaza, porque nunca está estacionario para tomar el perfil”. Por su parte, La Universidad, en cuya dirección figuraban Rafael Augusto Vegas, Gabaldón Márquez e Inocente Palacios, no solo incluye cuentos de Uslar, políticamente al margen de la generación, aunque vanguardista anticipado, sino poemas de “un fuera de tiempo” como Ramos Sucre y notas sobre el proceso de Sacco y Vanzetti y el Congreso Antiimperialista de Bruselas, justo donde el reformismo latinoamericano (Haya de la Torre hace la partición de aguas con el marxismo revolucionario. La vanguardia atrae tanto que hasta un expresidente títere y eximio escritor como Gil Fortoul se acerca a ella, con mano mansa; y revoluciona en tal medida, que Semprum, un crítico que había entendido otros movimientos renovadores, lo execra con el seudónimo de Sagitario entre pecho y espalda. Fantoches, donde anidaba el humorismo de Leo y un costumbrismo literario que coincidía, en su retraso, con el caudillismo político también lo ataca: dos expresiones de una Venezuela desfasada, todavía renuente a aceptar las formas capitalistas en la economía y sus correspondientes avanzadas ideológicas y artísticas. Turpial frente a aeroplano, caballo frente a Buick o Ford, caudillos de montonera frente a los futuros líderes políticos, y criollismo frente a vanguardismo. Los términos antitéticos muestran, en definitiva, a la Venezuela de Gómez y a la Venezuela de la generación del 28. El puente tiene un nombre: petróleo.

El fantasma del comunismo en 1928

La UP, que ya había suplantado el servicio de calogramas de la época de Castro, suministró la información con alborozo: “Venezuela producirá, en 1928, 110 millones de barriles”. Un cronista cubano escribía sobre las flappers. Otro establecía una comparación al parecer insólita entre Cervantes y Charlot. Alguno más comentaba el teatro pirandelliano y el de Elmer Rice, que desde entonces planteaba lo que hoy llamamos alienación urbana. Desde Lagunillas venían fotos con la catástrofe de turno. Gómez de la Serna servía en la mesa de las asociaciones audaces, greguerías portentosas. De Mussolini se decía que encarnaba la nueva Roma. Paz Castillo, uno de 18, asumía la defensa de Ulises y de Pirandello, en tesis contraria a la de Febres Cordero. Y Angarita Arvelo, en plan de crítico de la generación se extendía en “60° latitud vanguardia”. Tal Caracas, en mayo del 28, cuando ya la generación festiva de febrero y la complotista de abril, había decidido tomar el rumbo de su predestinación.

Mientras los jóvenes se disponían a escribir poemas y largar parrafadas sociológicas en el Castillo Libertador, en Palenque o en Araira, Mundial, el mismo diario que había hecho de vocero de la vanguardia en 1927, con inclusión de las “nuevas estructuras” de Pío Tamayo de portavoz de las reivindicaciones estudiantiles como la “Morada Andrés Bello”, elogiaba la circular del ministro Arcaya acerca del “fracaso de un absurdo movimiento de tendencias comunistas”. Según Mundial, la acción disolvente de estas teorías había sido ya denunciada por esclarecidos pensadores europeos, y si eso era allá, ¿qué podía esperarse aquí? También respaldaba a El Nuevo Diario, cuya sociología muy Vallenilla sostenía que las rebeldías juveniles y su desviación catilinaria no debían ser “atribuidas a toda la clase estudiantil”. En vano: la válvula estaba abierta, y no solo como revista sino como corriente histórica, justamente, “la clase estudiantil”, esto es, la “intelligentzia” que a poco andar se metería en lo hondo de las masas, para crear sindicatos, universidades populares y partidos izquierdistas, estaba, en su mayoría, ya que no en su totalidad, dispuesta a dar el vuelco. Había nacido “la generación del 28”, con su sello de la FEV y su boina vasca aclimatada en el trópico y en los calabozos, en las carreteras llaneras y en los “barcos de piedra”.

El comunismo se dibujaba como un espanto, Arcaya en sus Memorias, relata prolijamente cómo él, desde 1928, había advertido a Gómez del peligro de las ideas bolcheviques, aunque ese partido venezolano constituido en Nueva York, que deseaba divulgarlas fuese ridículamente pequeño. Gómez mismo, a quien se le otorgaba paciencia de patriarca, lo atacó en su mensaje de 1928, al adscribir a la doctrina de unos cuantos venezolanos “que vagan por México y otros países de América”. Se cala hondo en lo que todavía no aflora; los expertos en historia, los hombres cultos y viajados y no pocos diplomáticos en función de espionaje, han informado ya al general acerca de ese extraño fenómeno subversivo que algunos “malos hijos de la patria” han empezado a vivir en el extranjero, con peligro de introducirlo al país. Así sucederá, en efecto, y desde marzo de 1931 comienzan a caer las primeras células comunistas y sus adherentes se convierten en huéspedes de La Rotunda. Ahí están los del 28: Kotepa Delgado, García Maldonado, la Bruja Márquez, Mayobre, Key Sánchez. Y lentamente empieza a amontonarse en el archivo de los desterrados del 28, copiosa información que una policía burda desperdició, dejando el solo testimonio de lo que se conoce como El Libro Rojo, especie de coco del lopecismo y biblia del marxismo a la venezolana.

Si los del 28, por la circunstancia de rondar la veintena prodigiosa, como en el texto de Paul Nizan, estallaron todos a una, sincrónicos y tumultuosos, con lo que ganan la designación cómoda de “generación”, en cambio en el desencadenamiento del futuro histórico, con todas sus contiendas sociales y enfrentamientos políticos, definiciones ideológicas y deserciones pasmosas, muestran las derivaciones inevitables hacia la izquierda o hacia la derecha, hacia el aburguesamiento o hacia la radicalización, de todo desarrollo económico-social. Lo que se define con claridad generacional en 1928, al avanzar la historia perfila sus posiciones teóricas, sus divergencias, sus formas clasistas. De allí que en el cuadro tentativo que incluye la edición podada de Fiebre, la unidad inicial del grupo, la cohesión primigenia de la “intelligentzia” y el propósito apostólico y revelador aparezcan fragmentados, como producto de una explosión semisecular. Cincuenta años no podían perdonar a una “generación”, como no han perdonado a las revoluciones, que constituyen una categoría superior (y definible, no imprecisa) de los cambios históricos. Para 1971, de los 252 estudiantes 76 habían muerto, 61 se habían retirado de la política desde la época de Gómez, 20 se habían puesto al lado de Medina, 18 pertenecían a AD o simpatizaban con ese partido, 14 permanecían como independientes de izquierda, y eran o se decían marxistas y 3 estaban en URD.

Queda, sin embargo, un resultado no arbitrario. Desde 1928, la política venezolana es un zodíaco de un solo signo, una cábala de un solo número. Aquella mutación de hace cincuenta años, no ha encontrado, ya convertida en sistema, otra generación, otro grupo, otra forma partidista, otro envión revolucionario, que produzcan o puedan producir un cambio de igual o mayor fuerza histórica.

¿Qué leía Pocaterra en la cárcel?

La Biblia. El Quijote. La Historia de Juan Vicente González. Biografías de hombres notables de Hispanoamérica, de Ramón Azpúrua. “El delirio sobre el Chimborazo”. Tolstoi. Los pazos de Ulloa, de la Pardo Bazán. Diderot y Wilde. Mucho de Eça de Queiroz y “todo Zola, todo Gorki, todo Korolenko”. Como un ejemplo de lo que influye la lectura sobre una generación o grupo de decisivo papel histórico, Pocaterra, que fue quien calificó de “predestinada a la generación del 28”, decía: “Los patriotas leían a los enciclopedistas, nosotros Henry George y los de posguerra marxismo”.

¿Qué leía la generación del 28 en la cárcel?

Los rusos: Dostoievski, Chejov, Gorki y el Andreiev de Sascha YegulevAriel de Rodó. Romero García: Peonía. Montalvo. Los franceses como Anatole France, Zola, Hugo y ahora ¡Barbusse!, que concurriría al Congreso Antiimperialista de Bruselas. La dictadura del proletariado, de Tassin. Naquet, con La anarquía y el colectivismo. Lenin: El capitalismo de Estado e impuesto de especie. De Sorel, El porvenir de los sindicatos. Y Torralva: Las nuevas sendas del comunismo. También españoles como Baroja. Continuaba todavía la influencia de Queiroz y surgía, moda pasajera, Istrati. Despuntaba, en tradiciones tardías, Arzibachef, el de Sanín.

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Serie Archivo Sanoja Hernández. Curaduría: Camila Pulgar Machado.


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