Graziano Gasparini / Voce.com.ve

Por ENRIQUE LARRAÑAGA 

La muerte de Graziano Gasparini indujo pesar y gratitud.

Recordar la vitalidad de ese hombre de 95 años nos hizo lamentar el fallecimiento, a esa avanzada edad, de una persona tan joven.

Simultáneamente, la abundancia y trascendencia de su legado imponía agradecerle con sincera admiración esa contribución.

En esos días, se destacó su papel en el rescate y valoración del patrimonio edificado. Pero, sustancial como fue esa faceta de su trabajo, toca advertir que no fue la única.

Había llegado a Venezuela en 1948, con apenas 24 años, terminando un viaje ganado por su trabajo en la recuperación de varios pabellones en la Feria de Venecia con su maestro Carlo Scarpa (con quien luego diseñaría el pabellón venezolano 1) y con la misión de procurar la participación de los países visitados en aquel encuentro de arte.

El golpe contra Gallegos le impidió salir de Caracas y lo obligó a quedarse un tiempo. Unos ingenieros conocidos durante su estancia le solicitaron un proyecto que diseñó y construyó con una facilidad que contrastaba con las dificultades que constató a su regreso a Italia, por lo que, como tantos otros, decidió probar suerte en Venezuela.

Y la suerte le fue propicia.

En poco tiempo se hizo un lugar en la entonces limitada escena arquitectónica local y la bonanza de aquellos años le permitió realizar proyectos de diferente escala y propósito que destacaron por su esmerado diseño.

Para conocer las técnicas locales y por el interés que alimentaban su vida (nacido en Gorizia, ciudad del Friuli veneciano, había crecido entre edificios históricos) y sus estudios (se había graduado en el Instituto Universitario de Arquitectura y la Academia de Bellas Artes de Venecia), buscó libros y descubrió que no existían; preguntó qué debía ver y le dijeron que aquí no había nada; convencido de que si «hubo gente, tiene que haber cosas» (2), recorrió el país «con un mapa (…) de la Creole, borrando los sitios donde había ido y los que no había borrado era a los que tenía que ir» (3) y así comenzó un registro que acopiaría más de cien mil fotografías.

Aquel interés lo destacó como estudioso de “algo” que pocos apreciaban y casi todos (por ignorancia, desprecio o ambos) desconocían. Obtuvo encargos de restauración, comenzó a escribir en prensa, se inició como docente y publicó su primer libro.

Así, y apenas comenzando su vida en Venezuela, Gasparini definía sus formas de relación con su país de adopción: se integró vitalmente a él (4); ganó prestigio profesional; hizo de la divulgación un «compromiso apostólico titánico» (5); documentó la arquitectura tradicional; destacó como pintor; desarrolló su registro fotográfico; y comenzó su trabajo en la universidad.

Como su hermano Paolo o Billo, Cruxent, Grases, Rosenblat y hasta Villanueva, por solo nombrar algunos, y muchos otros venezolanos nacidos en otro país, Gasparini estudió la tierra que escogió como propia y al hacerlo contribuyó a esclarecer, acuciosa y afectivamente, mucho de lo que somos (6). Cuando ahondemos en la impronta de este capítulo de nuestra historia en nuestra heterogeneidad, la labor de Graziano será referencial.

Buscando entender la tradición de su nueva patria en términos dinámicos (7), Graziano utilizó el pincel, la palabra y el obturador como herramientas de estudio. Su obra pictórica (8) investigó sobre lienzos la fuerza de una arquitectura austera enfrentada a cielos espléndidos y suelos exigentes. Sus escritos (9) evolucionaron de lo descriptivo a lo analítico. Y su trabajo fotográfico integró el registro documental y la intensidad plástica (10).

Como resultado de ese proceso, Gasparini desarrolló una práctica arquitectónica de cuidados detalles, proporciones y composición. Esos edificios tempranos (ya demolidos algunos, como el edificio “La Castellana”, y otros agredidos, como la Parroquia San Luis Gonzaga o su propia casa en Chuao; también él sufrió la desmemoria que combatió) confirman su tino para interpretar recursos tradicionales en clave contemporánea.

Con lógica moderna que busca «no solo lo pasado del pasado, sino su presencia» (11), ejecutó trabajos de restauración con extremo rigor cuando disponía de fuentes documentales, y estimulante libertad cuando tales fuentes eran más difusas, lo que generó críticas entre gente antes desentendida del tema y que, como estrenando un celo inusitado, blandía como juicios de conservación meros prejuicios conservadores.

El inicio de Gasparini en el mundo de la restauración aconteció con la serendipia de esos años. Indignado por las arbitrarias demoliciones luego del terremoto en El Tocuyo de 1950, exigió atención a un tema hasta entonces ignorado. Los registros realizados en sus viajes de “reconocimiento” sirvieron para reconstruir algunas piezas y luego los compiló en su primer libro, Templos Coloniales de Venezuela, en 1959.

Aquella publicación fue una revelación para un país que, obsesionado con su futuro, desconocía su pasado y su presente. Tanto que el título de la reseña periodística que la presentaba se convirtió en su lema: «Tenemos una arquitectura colonial sin saberlo» (12). Quizá entonces nació la imagen de Gasparini como “descubridor de nuestra tradición”; aseveración, ya lo hemos dicho, merecida pero que arriesga ignorar otras virtudes de su obra.

En 1958 Gasparini comienza sus cursos de Arquitectura Colonial Venezolana en la Universidad Central de Venezuela (que en 2009 le otorgaría el Doctorado Honoris Causa [13], como la Universidad Nacional Experimental del Táchira en 2017). A los ejemplos locales va sumando los continentales, a lo colonial lo precolombino y a lo arquitectónico lo urbano, para así construir un cuerpo de trabajo que le valió el Premio Nacional de Arquitectura en 1995 (14).

Las clases de Graziano constituían un envolvente evento audiovisual en el que, como sus maestros Zevi y Benevolo, apoyaba sus argumentos con imágenes para, así, entrelazar verbo y visión como modos de ver, ser, hacer y saber. En 1963 funda el Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas y desde el año siguiente edita su Boletín, aún hoy referencia y modelo de rigor con amplitud para investigadores en el área.

Ya establecido como autoridad, se le solicita a Graziano formular las directrices que orienten la creación de la Dirección de Patrimonio Histórico, Artístico y Ambiental del CONAC (origen del actual Instituto de Patrimonio Cultural), instancia que dirige entre 1974 y 1982 y luego entre 1989 y 1993; y también actuar como secretario de la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico.

Estos trabajos no lo apartaron de la discusión pública con argumentos que, aun discrepando de sus posiciones, imponían admirar su efusividad, como en el que quizá sea su último artículo de prensa, publicado en estas páginas en julio de 2018 (15). Ni esas polémicas locales de labores de mayor alcance, como su participación en la “Carta de Venecia” de 1964, las “Normas de Quito” de 1967, o como investigador en el Centro Getty en 1987.

Este arquitecto, investigador, pintor, fotógrafo, escritor, gerente y profesor, venido de Venecia y desarrollado en Venezuela, destaca ya como uno de nuestros intelectuales más polifónicos, además de sorprendentemente prolífico.

Quizá la abundancia de historia entre la que creció le reveló la necesidad de conocer y hacernos reconocer la nuestra y ejecutó esa tarea navegándola como un texto abierto y fluido de capítulos entrelazados que admiten siempre miradas renovadas.

Llegó a un país en plena efervescencia e hizo suya esa vitalidad con la amplitud de un autor renacentista, la pasión de un artista romántico y el ánimo de un hombre moderno. Fue enfático en sus posiciones, pero dejar de explorarlas.

Ahora que su producción puede estudiarse como totalidad, toca asimilar no solo lo que dijo e hizo sino la energía que aportó a esa modernidad que Colette Capriles calificó recientemente de “inconclusa” y que, precisamente por eso, aún nos convoca y exige.

También así serán significativas las enseñanzas del maestro que sabemos que tuvimos.


NOTAS

  1. La primera exhibición en el pabellón tuvo lugar en 1954, aunque se inauguró oficialmente en 1956.
  2.  Cita en la reseña publicada en estas mismas páginas en febrero de 2019 (ver https://www.elnacional.com/papel-literario/graziano-gasparini-caminante-que-detuvo-los-monumentos_269294/)
  3.  En conversación con Guadalupe Burrelli, publicada en el libro Italia y Venezuela: 20 testimonios (Fundación para la Cultura Urbana, 2006) reproducida en el portal ProDavinci en ocasión de la muerte de Gasparini (ver https://prodavinci.com/graziano-gasparini-1924-2019-el-historiador-de-la-arquitectura-colonial-venezolana-1/)
  4.  En 1951 se casó con la socióloga venezolana Olga Lagrange Antich, madre de sus hijas Sylvia, Marina y Alessandra. Tras la muerte de Lagrange, se casa con la antropóloga estadounidense Louise Margolies, madre de su hijo Graziano.
  5.  La expresión pertenece a Juan José Pérez Rancel, en la presentación del libro «Selección de ensayos, reflexiones, críticas y opiniones sobre temas de arquitectura» que publicó la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela. Ver https://www.tribunadelinvestigador.com/ediciones/2014/1-2/art-12/
  6.  «nos ha sucedido con demasiada frecuencia en nuestro país que hemos necesitado la mirada de alguien que viene de fuera para advertir lo que siempre ha estado ante nuestros ojos», señala Guadalupe Burrelli en la introducción a la entrevista ya citada.
  7.  [La] «tradición que nos interesa (…) es la que por su vivo contenido histórico puede siempre repensarse (…). La tradición dinámica en continuo proceso crítico e interpretativo frente a la tradición estática», escribió en 1955 Mariano Picón Salas en su “Pequeño tratado de la tradición”, incluido en la compilación titulada Viejos y nuevos mundos que la Fundación Biblioteca Ayacucho publicó en 1983.
  8.  Obtuvo su primer premio en un Salón Oficial de Bellas Artes en 1953 y luego en 1956 y en 1958.
  9.  Con más se sesenta títulos, la producción bibliográfica de Gasparini es una de las más prolíficas en nuestro país; aún más si se suman los ensayos en publicaciones especializadas y artículos de opinión en prensa nacional.
  10.  «Para Graziano (…) la cámara es una herramienta [pero cuando estas fotografías son] despojadas de las leyendas que las acompañaban e insertadas en un contexto expositivo (…) adquieren cualidades de longevidad», escribió Sagrario Berti en ocasión de la muestra “2xGasparini”, curada por ella y presentada en la Sala TAC de Caracas en 2010. Ver http://sagrarioberti.com/2-x-gasparini-dos-miradas-a-la-arquitectura-venezolana/
  11.  Cita del ensayo de T. S. Eliot «Tradition and the individual talent», publicado en 1919. Una versión al castellano del ensayo completo puede verse en https://unidadminima.com/2015/10/21/tseliot/
  12.  Titulé el texto en el catálogo de la muestra “2xGASPARINI” ya mencionada «La modernidad que teníamos sin saberlo», parafraseando aquel titular y también estas líneas, como un mínimo homenaje a lo que aquella aseveración permite entender sobre el personaje cuyo trabajo celebramos.
  13.  Para la ocasión, la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela preparó una breve pieza audiovisual que puede consultarse en https://vimeo.com/5186517
  14.  La serie “Registro Nacional Voz de los Creadores” compendia entrevistas realizadas a algunos de los premiadosl la realizada a Graziano Gasparini puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=xrroZ-0jSfo
  15.  Con el título «Elogio del espacio» y como reacción a una declaración del arquitecto Miguel Bracelli, Gasparini, plantea en este texto una reflexión que deriva hacia una estimulante disertación sobre el espacio como realidad que se vive, antigua como la humanidad y del que corresponde al arquitecto sólo construir los límites. Ver http://www.el-nacional.com/noticias/papel-literario/elogio-del-espacio_244885

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