FRANCISCO BRAVO/ARCHIVO FAMILIAR

Por WOLFGANG GIL LUGO

“Se aprende más de un erudito apasionado

que de un montón de ganapanes de ardua brillantez”

Rudyard Kipling

¿Qué es un profesor de filosofía? Es una persona que ha dedicado su vida a estudiar la bibliografía académica más difícil. Además, no se conforma solo con los libros de su disciplina, sino que consume ávidamente literatura, ciencia e historia.

Como si fuera poco, este profesional de la filosofía posee la vocación de comunicar sus conocimientos a un público no siempre interesado en los temas que giran sobre el lugar del hombre en el universo.  Es muy común que las recompensas no estén a la altura de tantos esfuerzos. Sus vidas pasan sin producir riqueza y casi en el anonimato.

Estas reflexiones me vienen a la mente con la desaparición física del profesor Francisco Bravo, la cual ocurrió en Caracas el 20 de enero de 2022. El profesor Bravo dedicó su vida a investigar filosofía, a escribir sobre filosofía y a enseñar filosofía.

La evolución de un pensador

Este insigne profesor fue uno de esos aportes que nos vino desde lejos. Bravo era oriundo de Ecuador, nació en Cuenca el 20 de junio de 1934. No se educó en el sistema de educación superior venezolana. Nos llegó ya formado, con un doctorado de París. A pesar de su formación previa, tuvo que subir en el escalafón académico desde abajo, tal como le tocaría a un licenciado que comienza su carrera docente en la Universidad Central de Venezuela.

Dos de las primeras etapas intelectuales de Bravo tuvieron lugar fuera de nuestro país. Su vocación originaria era religiosa Eso ha quedado plasmado en su primera etapa intelectual, de corte teológico. Recuerdo que una vez me dijo que, en esa época, solo pensaba en la devoción a Dios. También sentía la urgencia de la reforma de la Iglesia y de las reformas sociales.

Progresivamente, tal vez sin percatarse, Bravo se fue alejando de la temática propiamente teológica. Esto se evidencia en su segunda etapa predominantemente filosófica, pero todavía con mucha afinidad con la metafísica, pero no por la escolástica clásica. Más bien era evidente su pulsión por la concepción evolucionista.

A esta época corresponde una de sus obras más importante, La visión de l’histoire chez Teilhard de Chardin, publicado en francés por la prestigiosa Les Éditions du Cerf (París, 1970). De forma milagrosa, encontré un tomo de la edición española de esta obra por la Editorial Nova Terra (Barcelona, 1970).

Tuve el privilegio de estar cerca de Bravo durante su tercer periodo, el cual corresponde con su estancia en la Universidad Central de Venezuela, donde hizo toda su carrera académica hasta su jubilación. Creo que, cuando le conocí, hacía pocos años que se había mudado a nuestro país con su familia.

Este fue su periodo más largo y productivo. Desde el punto de vista del contenido, se centra en la filosofía griega, especialmente en Platón y Aristóteles. Su perspectiva era, sobre todo, histórica con mucha atención a los problemas teóricos.

Tal vez su libro más importante en esta etapa sea Teoría Platónica de la definición (Fondo Editorial de Humanidades y Educación, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1985). Este libro fue elaborado, en gran parte, en la Universidad de Oxford.

Este sumario recorrido nos permite comprender que Bravo sufrió una profunda crisis existencial que lo apartó de sus tendencias iniciales. Esto explica, en parte, la razón por la que se buscó a sí mismo en el estudio de textos clásicos.  Una vez, me confió que ya no creía en la trascendencia, ahora su amor era para sus seres queridos.

El orden pedagógico

Entre las muchas sugerencias bibliográficas que me hizo el profesor Bravo, hay una que me ha quedado profundamente grabada en la memoria: Cómo leer un libro de Mortimer Adler. Esta fue una recomendación que fue muy importante en mi propia formación.

Desafortunamente, dicho título no se encontraba en ningún lugar en esa época. En español, no se había reeditado desde los años cuarenta. En una librería del desaparecido edificio Galipán de Chacaíto, encontré un ejemplar escondido en una estantería. Hace poco, ese título fue reeditado. Ahora, se encuentra fácilmente en Internet. Esa referencia no solo fue importante para mí, también era una pista para comprender la forma ordenada de leer de Bravo.

A diferencia de otros profesores de carácter más rapsódico, es decir, desordenado, me sentía cómodo con el estilo metódico de Bravo. Puedo asegurar que nunca banalizó una clase. Sus seminarios eran el producto de una seria investigación. Llevaba escritos sus cursos. En una carpeta de plástico, reunía un minucioso resumen de la obra clásica, y, además, fichas con las diferentes posturas de los intérpretes.

Tengo el honor de contarme entre quienes le deben a Francisco Bravo su formación como investigador. Gracias a sus enseñanzas, aprendí a trabajar los textos y a ser respetuoso con los autores, aunque el mejor elogio que se le pueda hacer a un autor es una buena crítica. Otra cosa importante fue que me abrió los ojos hacia otras latitudes. Comentaba con tanto entusiasmo sus investigaciones en la Biblioteca Nacional de París que me llevaba a visitarla en las alas de la fantasía.

La pasión erudita

Creo que lo que más caracteriza a Francisco Bravo es su pasión erudita. Le tenía aversión a las ideas generales y las conexiones especulativas. Leía los textos con microscopio y les hacía minuciosas disecciones. Buscaba el significado de las palabras con un riguroso pensamiento.

Especial mención merece su libro Teoría platónica de la definición. Allí, Bravo persigue el tema de la investigación desde sus lejanos precedentes presocráticos. Luego, pasa por el descubrimiento que hace Sócrates del concepto y de sus atributos esenciales. Finalmente, se dedica a rastrear los elementos originales que permiten caracterizar la versión platónica de la definición.

Como estudiante de pregrado, era un verdadero placer ver cómo el profesor Bravo exponía los diálogos de platónicos. Gracias a sus disertaciones sobre dichos textos clásicos, uno aprendía que los diálogos poseían, al igual que los seres vivientes, una anatomía. Recuerdo con nostalgia cuando, en un seminario, nos expuso al Menón de Platón. Allí descubrimos la estructura interna de la obra, y cómo, en ella, iban apareciendo tanto la teoría de la reminiscencia como la doctrina de la opinión verdadera.

Francisco Bravo tenía mucho talento para las distinciones. Me viene a la memoria que, en una clase del doctorado, los estudiantes entramos en una discusión sobre el concepto de sentido común. Respecto a ese tema, el profesor Bravo hizo una aclaración luminosa. Nos explicó que existen dos formas de sentido común. Una forma de sentido común es donde se supone que es el núcleo de las convicciones de nuestra naturaleza humana, como los principios de la lógica y de la moral. En la otra forma, significa el conjunto de los prejuicios que compartíamos con nuestra sociedad.

Acosamiento

En alguna ocasión, el profesor Bravo me confesó que se sentía discriminado por su origen. Esto suena paradójico en un país tan mestizo como el nuestro, pero tenía algo de razón. Aunque nunca percibí ningún rechazo por parte de sus colegas profesores, fui testigo de un hecho bastante embarazoso.

Cuando yo era estudiante de la escuela, al salir de clases, iba conversando con el profesor Bravo por el pasillo de la facultad de humanidades. Entonces, nos obstaculizó el paso un estudiante de la escuela que se ufanaba de rebelde. Se acercó a abrazar al profesor de manera irrespetuosa. Con tono burlesco, lo invitaba a tomarse unos tragos mientras lo acosaba de forma vergonzante. El profesor trataba de zafarse de los brazos de este patán. Yo me acerqué a defenderlo, pero el personaje en cuestión me rechazó con unas fuertes palabras y un gesto amenazador. No obstante, esto le brindó al profesor la ocasión de librarse de su agresor. Bravo exhibió determinación en la defensa de su dignidad.

Este ataque era expresión de una matriz de opinión que se había creado alrededor de la persona de Bravo. Existía un clima de rechazo por considerarlo excesivamente rígido y, además, demasiado europeizado para su origen étnico. Hubo alguien que llegó a afirmar que Bravo había renunciado a ser el primer latinoamericano para conformarse con ser el último europeo.

Este comentario era expresión de una matriz de opinión que supone que Latinoamérica debería tener una filosofía autóctona, al ritmo de la quena peruana. A pesar que esta filosofía debería alejarse de Europa, se espera que contenga todos los elementos de la nueva izquierda, la cual combina lucha de clases marxista con la pregunta heideggeriana por el ser.

La estatura de un hombre

Cuando visité la biblioteca de la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, a comienzo de los años noventa del siglo pasado, me puse a buscar, en la base de datos, el nombre de Francisco Bravo, quien, para ese entonces, era el tutor de mi tesis doctoral. No salió ninguna referencia a su extensa bibliografía, ni siquiera su famoso libro sobre Teilhard de Chardin, y eso que fue publicado en París.

La única referencia que encontré fue un discurso que Bravo escribió en ocasión de la muerte del presidente John Fitzgerald Kennedy. Por el título, el cual no recuerdo, se veía que le afectó mucho la muerte de ese personaje tan importante para los demócratas progresistas. No pude acceder al texto, pues estaba en microfilm.

Ese aspecto de Bravo me sorprendió mucho. Nunca me hubiera imaginado su admiración por Kennedy. Por su comportamiento circunspecto, Bravo daba la impresión de un carácter más conservador. Esa anécdota me hizo meditar cómo podemos sacar conclusiones apresuradas sobre la personalidad de una persona que no conocemos a fondo.

La estatura de un hombre se determina por su vocación de grandeza. No siempre la grandeza es grandilocuente. A veces, se logra a través de un trabajo callado. Esto es característico de los mejores profesores de filosofía. En tal sentido, puedo dar fe de que la existencia de Francisco Bravo consistió en una exigente reflexión, la cual transcurría entre los estantes de su muy ordenada biblioteca. En tal sentido, era admirable su meticulosidad de relojero conceptual, pues, sin descanso, buscaba extraer la definición precisa de esas grandes obras clásicas que tanto reverenciaba.


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