Por JUAN JOSÉ ROSALES SÁNCHEZ

La Real y Pontificia Universidad de Caracas

En diciembre de 1721, por Real cédula del rey Felipe V, el Seminario Santa Rosa de Lima de la ciudad de Caracas es facultado para otorgar grados universitarios; al año siguiente, en el mismo mes de diciembre, S.S. Inocencio XIII, mediante Bula Apostólica, le otorga el carácter de pontificia y se concreta la fundación y establecimiento de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, la primera institución universitaria de un territorio que cincuenta y cinco años más tarde (1777) sería la Capitanía General de Venezuela.  Aunque nacida bajo el dominio eclesiástico y con una marcada influencia de la filosofía escolástica, esta universidad cambió positivamente el ambiente intelectual y cultural de la Caracas colonial.

Con el paso de los años, pese a las limitaciones impuestas por el conservadurismo eclesiástico y monárquico, la Real y Pontificia Universidad de Caracas acogió en su seno parte de los progresos que en materia de conocimientos se sucedían en Europa. Las disputas teológicas cedieron terreno a otros campos del saber y las tendencias dominantes de la síntesis aristotélico-tomista encontraron quien les plantara cara. Parcialmente favorecidos por la influencia ilustrada en los reinados de Felipe V, el Animoso, de su sucesor Fernando VI, el Prudente, y de Carlos III, los adelantos en las ciencias naturales y los tratados de filosofía moderna penetran (aunque no abierta y libremente) en el ambiente universitario e intelectual de la Capitanía; dada esta situación, no podía esperarse otra cosa que la instalación de la insatisfacción con respecto al rezago político, filosófico y científico de España con respecto a las otras grandes potencias europeas. A este respecto, téngase sólo como indicio que en esta universidad estudiaron, durante el siglo XVIII, ilustres venezolanos como José María Vargas, Juan Germán Roscio, Francisco de Miranda y Andrés Bello, entre otros, que luego fueron protagonistas en el proceso de independencia y además padres fundadores de la República de Venezuela.

Que la universidad del periodo colonial se haya decantado oficialmente por situarse en los predios del tradicionalismo y del conservadurismo no quiere decir que todos los círculos intelectuales y los catedráticos que en ella hacían vida se plegaran a ello.

Baltasar de los Reyes Marrero

Entre quienes llevaron a cabo ingentes esfuerzos por transformar la educación universitaria en la Venezuela del Siglo XVIII destaca abiertamente, por su valerosa y decidida apertura hacia la filosofía moderna, la figura del presbítero Marrero (1752-1809), quien se desempeñaba como profesor de Retórica y Elocuencia en la misma Universidad. Transcurría el año de 1788 cuando el Dr. Baltasar de los Reyes Marrero asumió la Cátedra de Artes, desde la que impulsó un cambio decisivo para la modernización universitaria.

El padre Marrero combatió decididamente la Escolástica y en los rigores de ese combate académico enseñó filosofía natural y lógica, y dictó cursos de álgebra, geometría y aritmética. Argumentaba que esas ciencias eran “indispensables y necesarias para la verdadera inteligencia de la Física”. Además, enseñó cursos sobre los Principios de filosofía natural de Sir Isaac Newton, el sistema de Nicolás Copérnico y las leyes elaboradas por Johannes Kepler. Respaldó estudios sobre la incipiente ciencia de la química, los descubrimientos de Stahl, de Lavoisier, entre otros; y al mismo tiempo, promocionó el estudio de las obras de John Locke, Gottfried Wilhelm Leibniz, Cristian Wolf y Francis Bacon, por nombrar algunos. Marrero valoró positivamente las nuevas filosofías y ciencias que se desarrollaban en el corazón de Europa y vio en ellas aliadas del progreso humano.

En esta época de su labor universitaria, el P. Marrero se empeñaba en llevar a la Capitanía General de Venezuela y a la Real y Pontificia Universidad de Caracas a los predios del pensamiento científico y filosófico modernos. Pero en 1789, el padre Marrero debió hacer frente a unas acusaciones contra él en la Corte de Madrid, por difundir máximas contrarias a las aprobadas y ordenadas por el rey, y en medio de ese proceso judicial, Baltasar de los Reyes Marrero renunció a la Cátedra de Artes, en 1790. El ilustre presbítero decidió, entonces, trasladarse a La Guaira para ejercer las funciones de cura párroco, en esa población de la Capitanía General de Venezuela. Posteriormente, pasó a ocupar en la Catedral de Caracas las funciones de tesorero, y en 1800 retornó a la Universidad de Caracas, al ser nombrado Maestrescuela (encargado de enseñar las ciencias eclesiásticas) y Cancelario (autoridad para otorgar grados universitarios) por la Corona.

Conviene destacar que Marrero fue un hombre formado íntegramente en la Caracas colonial. Este es un hecho que permite hacerse una idea de un pensamiento renovador aun dentro de un ambiente intelectual ceñido al pensamiento conservador.

Don Baltasar de los Reyes Marrero fue un filósofo moderno de pleno derecho; su mentalidad y las palabras asociadas a ésta así lo confirman. Por ejemplo, en sus alegatos de defensa en el proceso incoado en su contra ante la Corte de Madrid, señaló que siempre había procurado que sus estudiantes huyeran “de las eternas disputas de hombres y ridiculeces con las que se ha hecho despreciable el Peripato”. Del mismo modo, reafirma su independencia de criterio al atreverse a decir que en su actividad magisterial purifica “en parte a Aristóteles de los errores que sus sectarios apadrinan con su autoridad”. Pero lo más potente es que procura siempre preservar el entendimiento de sus estudiantes de toda preocupación (prejuicio en nuestro lenguaje) y “a no admitir sino lo que se muestra con evidencia por verdad cierta en las cosas naturales y que Dios ha revelado”.

Maravillosa defensa que contiene una crítica al principio de autoridad en los conocimientos filosófico y científico, tan caro al escolasticismo y a los fanáticos de todas las raleas. Digna de admiración es también su desaprobación de las disputas estériles y de una tradición académica que en lugar de incentivar la reflexión y el espíritu investigativo fomenta la formación de prejuicios en el estudiante. Además, resulta notable su clara e inequívoca defensa del estudio de la naturaleza, en clave cartesiana, como el objeto primordial de las ciencias y de las filosofías modernas.

La figura intelectual de Marrero y su magisterio en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, amén de su importancia, nos sirve para aventurar una hipótesis que apunta a una posible explicación de las tempranas influencias que un vivaz, agudo y talentoso joven, de nombre Simón Narciso Rodríguez, y por entonces de unos diecinueve años, pudo haber recibido en su natal Caracas. No es descabellado plantearse que este último, aunque formalmente ajeno a los círculos universitarios, haya recibido la influencia de este ambiente modernizador e ilustrado.

Simón Rodríguez y el legado de Baltasar de los Reyes Marrero

Simón Rodríguez abandonó la Capitanía General de Venezuela antes de finalizar el siglo XVIII, pero es muy probable que se haya marchado con no pocas inquietudes intelectuales y con unas cuantas lecturas promovidas por la benéfica influencia del magisterio del Pbro. Marrero en la pequeña y culta sociedad de la Caracas de finales del siglo XVIII. Quizá en esa experiencia intelectual primigenia se encuentre la explicación de sus estancias en los Estados Unidos de América y en Europa. Es decir, que su salida de Venezuela no haya sido más que la búsqueda de libertad para profundizar en los conocimientos filosóficos y científicos que Caracas le brindó en su juventud y en su época de maestro de primeras letras.

Aunque tímidamente, la idea del progreso a través del cultivo de las ciencias y las artes está muy presente en el escrito de 1794, que a guisa de informe Rodríguez presenta al Cabildo de Caracas; nótese que en este informe defiende la responsabilidad del maestro con respecto a enseñar correctamente “los principios de la aritmética”, no habla allí del simple enseñar a hacer cuentas. Pero si en el único escrito de Simón Rodríguez de la época colonial del que se dispone, la defensa del cultivo de las ciencias y también de las artes mecánicas no es lo suficientemente robusto, en las obras de la época republicana es todo lo contrario. A pesar de insistir continuamente en la imperiosa necesidad de la formación de la conciencia social y cívica de los niños, como objetivo primordial de la primera escuela, Rodríguez no descuida señalar como objetivo siguiente en importancia la instrucción en las ciencias y en las artes mecánicas de la juventud de las repúblicas americanas.

No sólo aconseja el filósofo la enseñanza y el cultivo de las ciencias, sino que en la mayoría de sus obras muestra que él mismo se ha formado en ellas y que hacen parte de sus recursos para sus labores como educador y filósofo. Por ejemplo, en Defensa de Bolívar trata exquisitamente un problema que hoy llamaríamos de filosofía de la percepción. Con admirable sutileza discute en esta obra cuestiones sobre el alcance de los sentidos. Reflexiona sobre conceptos tales como esfera de actividad del sentido, punto de percepción e impresiones de los sentidos.

Como todo un filósofo moderno, en Observaciones sobre el terreno de Vincocaya, advierte de ciertas consideraciones y “cómputos” que debe evitar el filósofo cuando se involucra en los estudios de la física:

No ha faltado quien alegue (…) el equilibrio de la materia, para deducir reposición o compensación de masas (…) La doctrina del equilibrio serviría, cuando más, para probar al que intentase adicionar cantidades de agua… conociendo la pasa total por el cálculo… que el déficit que encontrase a la superficie del globo, lo hallaría en su atmósfera… Ni por diversión debe un filósofo ocuparse en esta especie de cómputos: si los recomienda, se desacredita, y si los da por adorno, desacredita la ciencia. Física, quiere decir naturaleza —y naturaleza. . . para nosotros. . . es verdad conocida. La verdad no admite romances.

A tono con los pensamientos de Baltasar de los Reyes Marrero, y quizá influenciado por su magisterio, Rodríguez defendió también a que la filosofía y la educación vinculada con ella debían involucrarse con el estudio de “lo que se muestra con evidencia por verdad cierta en las cosas naturales”. Como ya se ha señalado, evidencias de esta línea de pensamiento puede hallarla el lector acucioso en el informe que presentó al Ayuntamiento de la ciudad de Caracas en 1794. En este escrito se aprecia la preocupación de su autor por la enseñanza de las ciencias matemáticas y de los métodos experimentales aplicados al conocimiento de la naturaleza.

Baltasar de los Reyes Marrero y Simón Narciso Rodríguez vivieron en la misma ciudad durante un considerable periodo de tiempo. Los dos formaron parte de los restringidos y selectos círculos intelectuales de la época. Así, mientras el Dr. Marrero promocionaba y enseñaba la filosofía y las ciencias modernas, el joven Rodríguez aprovechaba su pertenencia a los círculos cultos de la ciudad de Caracas para progresar en su formación autodidacta.

Estos ilustres venezolanos destacan por su amor al conocimiento y por su empeño en contribuir con la mejora de las sociedades de las que hicieron parte. Marrero no recibió en vida el reconocimiento por sus esfuerzos en el campo de la filosofía en Venezuela. Sin embargo, en los primeros años de vida republicana, la Universidad de Caracas lo honró merecidamente con el título de “Ilustre fundador de la Filosofía Moderna en Venezuela”. Rodríguez, que inició su formación filosófica en Venezuela como autodidacta, pergeñó con gran maestría una obra filosófica de cuyo valor únicamente puede dudar el ignorante. Entonces, escribir sobre sus personas y sus obras es y será siempre un acto de justicia.


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