Aldous Huxley | Anónimo. The Huxley Brothers. LIFE Magazine

Por LEÓN SARCOS

La contracultura nació contra la dominación tecnocrática, el culto a que todo esté cuantificado. La tendencia al totalitarismo tecnocrático y de las nuevas tecnologías ya había sido advertida con mucha precisión por los teóricos de este movimiento, que alentó a los jóvenes que encarnaron la célebre rebelión de los sesenta en los Estados Unidos y el mayo francés, en lucha por una sociedad más humanizada.

Creo, afirmó Theodore Roszak, que es cosa de todos impedir la consolidación final de un totalitarismo tecnocrático en el que terminaríamos ingeniosamente adaptados a una existencia totalmente enajenada de todo aquello que siempre ha hecho de la vida del hombre una aventura interesante.

Si la contracultura fracasa —expresó en su momento Roszak—, me parece que no nos queda en reserva nada, solo los argumentos de los novelistas antiutópicos George Orwell y Aldous Huxley. Aunque no cabe duda de que esos espantosos despotismos que se crearán serán mucho más estables que el mundo tecnocrático de hoy. Y es que estarán equipados con técnicas de manipulación de la intimidad tan finas y discretas como una telaraña.

La novela de Orwell viene como anillo al dedo para explicar el sometimiento de las sociedades por dictaduras consolidadas y las autocracias emergentes que, mediante amenazas de represión y muerte, ejercen el control, soportadas ahora por las nuevas tecnologías; por su parte, el Mundo Feliz de Aldous Huxley sugiere la manipulación y el control del mundo libre mediante la administración del placer por las nuevas innovaciones digitales.

Es sin duda el filósofo Byung Chul Han quien ha desagregado con mayor tino, profundidad y capacidad de síntesis los estragos que ha causado la revolución tecnológica sobre la vida del ser humano en las sociedades liberales de economías de libre intercambio. Han sostiene que hay que domar el capitalismo; en otras palabras, humanizarlo.

Los individuos hoy se autoexplotan y sienten pavor hacia el otro, el diferente, viviendo así en el desierto o en el infierno de lo igual. Estamos en la red, pero no escuchamos al otro, solo hacemos ruido.

Nuestra vida está impregnada de hipertransparencia, e hiperconsumismo, de un exceso de información y de una positividad que conduce a la sociedad del cansancio. Sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Hoy todos somos infómanos y la información es todo lo contrario al apoyo que da tranquilidad en la vida. La información es una forma pornográfica de saber.

Hoy no hay lenguaje, hay mudez y desamparo. El lenguaje está siendo silenciado. Por un lado, está este inmenso ruido, el ruido de la comunicación; por el otro, este enorme silencio. El silencio tiene un lenguaje. La quietud tiene un lenguaje. El ruido y el silencio no.

No solo no hay leguaje; en lugar de la censura clásica, la escritura tiene límites: solo se puede escribir en el formato y en la extensión que la pauta te dicte; o lo tomas o lo dejas, que es una forma tan castrante de censura como la que no te permite decir lo que quieres decir. Más aún, se acabó la buena lectura, porque estamos obligados a leer píldoras, o a leer en clave morse.

Lo peor es que todos se hacen obedientes, intentando meter sus ideas en cápsulas para ceñirse a las nuevas reglas, y cada quien se justifica en silencio. No hay escritores de oficio más calificados que otros a los que, a causa de la calidad de sus escritos, los editores les cedan más espacios. El igualitarismo también llegó a las letras.

Todo está sujeto a un control, a un número de palabras, a un solo estilo y a una sola forma de decir. Pronto habrá movimientos insurrectos contra estas formas de control y aparecerán nuevos guerreros de las palabras, que de seguro serán perseguidos y acusados de conspiradores editoriales; se crearán nuevos medios sin restricciones y legislaciones y por supuesto habrá debates y confrontaciones.

Saber —afirma Chul Han— es completamente diferente a estar informado. El conocimiento y la verdad son anticuados ahora. El conocimiento también tiene una estructura temporal diferente, abarca el pasado y el futuro, y la temporalidad de la información es solo el presente. La información es un insumo del conocimiento. El conocimiento permite comparar, que es una condición del pensar.

Hoy las emociones se ven como una fuerza productiva. Las emociones se utilizan como una herramienta de control. Si influyo en las emociones, puedo controlar y manipular el comportamiento humano mediante el subconsciente. La inteligencia es una actividad de diferenciación dentro de un sistema. Ninguna máquina puede producir más que su entrada. La vida es espíritu.

El teléfono móvil es un instrumento de dominación. Actúa como un rosario… Con cierto vértigo, el mundo material, hecho de átomos y moléculas, de cosas que podemos tener y oler, se está disolviendo. Unas no-cosas, que aun así seguimos deseando, comprando y vendiendo, nos siguen influenciando. El mundo digital cada vez se hibrida de manera más notoria con el que aún consideramos mundo real, hasta el punto de confundirse entre sí: ha hecho la existencia cada vez más intangible y fugaz.

Con la pandemia vamos al teletrabajo… Vamos hacia la sociedad del Homo ludens, la de la dominación total, aquella en la que la gente solo se dedica a jugar… La desaparición de los rituales implica que la comunidad está desapareciendo.

La sociedad digital tiene una nueva división de clases, por supuesto digital. Big data no solo es usado para vigilancia, sino particularmente para controlar el comportamiento humano. Si se manipulan totalmente las decisiones que tomamos con la sensación de ser libres, entonces nuestro libre albedrío está en peligro. Si tomamos el ejemplo de Acxiom, hoy LiveRamp, una empresa de datos, esta divide a las personas en categorías. La última de esas categorías es residuos. Acxiom intercambia datos de 300 millones de estadounidenses, casi todos. Quizás esa compañía sepa más sobre la vida de los ciudadanos americanos que el FBI y más que la NSA.

En Axciom, gracias a algoritmos, las personas se dividen en 70 categorías y son ofrecidas en catálogos como productos de ventas al por menor; puedes comprar uno para cada tipo de necesidad. Cada ciudadano forma parte de una categoría, o de una subdivisión de esta que programa automáticamente su pantalla de acuerdo a sus gustos para mercadearlo. Los consumidores con un alto valor de mercado se encuentran en el grupo de estrellas fugaces y los residuos, nuestro lumpen, son deshechos de puntuación muy baja que no tienen acceso al crédito. Es interesante saber que NSA y Acxiom trabajen juntos, es decir el servicio secreto y el mercado.

Byung también hace una reflexión muy bella sobre la extinción del erotismo: Este Eros no se limita simplemente al que escenifica las relaciones sexuales entre los cuerpos, sino que incluye a lo que es capaz de darles un sentido trascendental: el amor. No es solo la parte erótica la que el sistema deja en suspenso, sino que deshabita el sentido del amor mismo, es decir, la dimensión capaz de darle textura metafísica al encuentro con el otro.

Cuando uno ve y oye accidentalmente, en un sketch muy celebrado en las redes por millones de seguidores, a una mujer que clama llena de impaciencia y deseo, uno se percata de cómo agoniza eros y se aniquila el amor a sangre fría: No me prometas pendejadas, que vas a bajarme la luna y las estrellas, yo lo que quiero es que me bajes los calzones, e insiste esta vez en tono mayor, casi desesperada: ¡Que me bajes los calzones…!

Acerca de la belleza, nos comenta: La belleza es inesencial sin recuerdo… La salvación de lo bello es la salvación de lo distinto. La belleza es necesariamente una apariencia, una impresión. A la belleza le resulta esencial el ocultamiento. Ocultar, retardar, distraer, son también estrategias espacio-temporales de lo bello… En presencia de lo bello, el alma se ve impelida a engendrar por sí misma algo bello. Hoy a lo bello se le priva de toda consagración. Ha dejado de ser un acontecimiento de la verdad.

El placer estético que produce la belleza consiste en buena parte en que, al entrar al estado de pura contemplación, quedamos relevados en el momento de todo querer, es decir de todo deseo y cuidado, por así decirlo, librados de nosotros mismos…

En cuanto al amor: No queremos ser vulnerables; evitamos lastimar o ser lastimados de cualquier forma. Enamorarse ya no está permitido, en francés se diría tomber amoreux. Vivimos en la era del Me Gusta, porque acelera la comunicación. Es el tiempo en que domina el agrado, el Me Gusta  —diría Heidegger— un tiempo sin eros y sin belleza.

Tiempo sin enamoramiento, sin misterio, sin la hondura y sin el eros y la belleza del cortejo seductor del pavo real, tan pleno de dignidad y grandeza, sin el encantamiento de la oración de amor susurrada al oído o el poema sublime cantado en las fiestas de Afrodita y Lesbos, sin el bonito decir en las confesiones sagradas de la inteligencia, sin la ceremonia de las palabras de impecable uso y acento, pero también de las que desbordan párrafos de tanta belleza, sin en el diminuto beso del preámbulo, el solemne ritual de la comunión y la pura alegría en las celebraciones de la tradición y el gentilicio… sin la piel crispada por los recuerdos, enhiestos soldados a punto de deshacerse en lágrimas cuando Serrat canta, casi como un epílogo de la vida de todos, Aquellas pequeñas cosas. Son tiempos de melancolía, en los que, de veras, la inteligencia artificial nunca podría decir… ¡extraño tanto la belleza!


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