Por GERARDO VIVAS PINEDA

Agradece uno la cortesía del autor que compromete su impaciencia con el intento secular para despojar la verdad de sus ropajes misteriosos, mostrándonos el juego completo de cartas al barajar su producto escrito. Al arroparnos, como legos, hasta donde nos alcanza la cobija de la curiosidad estimamos alegres el revelado de un negativo ontológico, y quizás fotográfico. El retrato queda impreso en la historia de la singularidad humana, de la muchedumbre viva, ente colectivo provisto de atributos materiales envueltos en un aliento metafísico. El enigma de esa combinación irresistible no sorprende a nadie, pero rasca la última inquietud de la mente intranquila. Hallándose en la confluencia de ambos espacios, el investigador atrevido abre con cautela el arcano donde se guarece el gran acertijo antes mencionado: la verdad, el absoluto de la certidumbre, la insondable exactitud de la existencia disuelta en la vida cotidiana, mas no inalcanzable. Acercar los extremos del saber desde esa dualidad enigmática, donde lo habitual lucha contra lo esporádico, reta el poder de la inteligencia activa. A propósito, se ha entregado a la imprenta un estudio audaz donde las ciencias y las leyes no se manotean ni se hieren; al contrario, aproximan sus querencias genéticas sin despojarse de lo propio, abrazando resultados y respetando terrenos. El abogado Julio Rodríguez Berrizbeitia, presidente de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, ofrece sin remilgos El mapa del derecho en el análisis de Thomas Kuhn (1), aproximación al hecho muy peculiar del billar académico jugado a tres bandas y seis manos, las del abogado, el científico y el filósofo. Ninguno de los tres queda defraudado; antes bien, proponen una reunión que ya quisieran para sus proyectos sagaces los presidentes de las ambiciones nacionales en ambiente de guerra mundialista.

Ratones y casta del gato-galgo

Reseñar esa obra llamativa obliga a rastrear la biografía del autor, por la inusual coherencia entre su residencia en la Tierra —prestamos de Neruda el giro literario; viene como anillo al dedo—, el trabajo publicado y un reflexivo legado a esa posteridad con cara de nietos recién llegados y país en son de rescate urgente. Curiosamente un destino quizás misterioso, a juzgar por el imprevisto encuentro colegial, nos permitió cruzar caminos y afrontar vocaciones ineludibles, sin pretender agotar ahora nombres en el registro de lo inolvidable. No obstante las huellas de la edad y las sombras del despiste, emprendemos la obligación de la semblanza para recalcar la concordancia entre vida y creación de un venezolano que riega el intelecto y destruye el infundio de lo sospechoso, simplemente ignorándolo. Tiene instinto de cultura en sus genes científicos y humanísticos, herencia de un padre médico en cuya biblioteca se codeaban manuales de tisiología, neumonología y cirugía toráxica con El sentimiento trágico de la vida, Niebla, y Vida de don Quijote y Sancho, de Miguel de Unamuno; La Montaña Mágica, de Thomas Mann; y Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupéry, obras citadas por el facultativo en sus discursos durante los homenajes que le rendían el gremio médico y los enfermos rescatados por toda la patria agradecida. Ante tal impulso vital, y habiendo confesado una “influencia cientificista” en su reciente estudio, Rodríguez Berrizbeitia muy probablemente no se vio en la obligación de esperar el uso de la razón para acometer el ejercicio de las humanidades. Pero cuando ésta arribó, y más tarde su cuerpo sobrepasó el metro setenta de estatura, Julio nos arrebató en las aulas jesuíticas los primeros premios en Moral y Cívica, Geografía e Historia de Venezuela, Religión, Castellano, Latín, Filosofía, Sociología y Matemáticas, mientras se empapaba de inclemente realidad venezolana en los barrios petareños Ezequiel Zamora, Unión y José Félix Ribas, acompañando curas capaces de acercarse luego al siglo de existencia. Se fraguaba en su interior una venezolanidad con avidez de conocimiento y erudición, apegada a los suspiros del suelo caraqueño y al fragor silencioso de los libros en su biblioteca corpulenta, que tuve el placer de degustar. De este recorrido vigoroso por un camino donde el estudio ha predominado sobre los hechizos del ocio surge su profesionalización en el Derecho y su atrevimiento afortunado: compartir con Thomas Kuhn el gorro cónico del brujo —Disney con su Fantasía y la actriz Margaret Hamilton en El mago de Oz nos legaron el estereotipo del mágico sombrero puntiagudo—, no como aprendiz, pero sí como contertulio en un tú a tú académico digno de seguimiento.

Cartografiar la sabiduría de lo distinto

El libro bajo reseña comprende 15 capítulos de variada extensión, más una introducción donde el Julio indagador recuerda sus primeras aproximaciones a la relación entre el pensador y el hombre de leyes (2). Sus acercamientos a la obra kuhntiana motivaron un monitoreo posterior más profundo del norteamericano, cuyas novedosas perspectivas acerca del paradigma en el campo de la Ciencia renovaron el pensamiento filosófico, lo rociaron con pimientas de desacuerdos, críticas y censuras, y pusieron a pensar a propios y extraños. Con todo y los desencuentros, una catapulta de reconocimientos académicos elevó a Kuhn hacia las alturas de Harvard, Berkeley, Princeton y MIT, e insertaron en Rodríguez el objetivo prioritario del nuevo libro: “Lo que pretendemos es tomar la obra central del autor en análisis con las revisiones del caso cuando ello fuera posible, para extraer elementos de reflexión que nos permitan visualizar con total libertad cómo podría ser el Derecho del siglo XXI”. A continuación, el tránsito a través de lo revolucionario científico aportado por Kuhn sigue la senda de la historia y lleva al autor a formular una infrecuente proposición: “Necesitamos una metodología adecuada que no se puede agotar en las primeras páginas de los libros de Derecho. Las ciencias aportan elementos, algunos con complejidad propia, que constituyen recursos invaluables para ayudarnos en este recorrido”. La conclusión más significativa de este primer capítulo apunta al entendimiento del factor integral de las ciencias: si no se comprende el rol desempeñado por cada una será imposible acercar unas con otras, pues no sólo comparten lo experimental, sino lo ideológico, que no es exclusivo de las ciencias sociales. Aquí el Derecho ocupa un ámbito institucional donde la codificación de normas y costumbres le endilga un carácter aparentemente teórico en exclusividad, a pesar de las terribles confrontaciones entre las discordias y las leyes frente a todo tribunal, donde la jueza ciega debe permanecer privada de visión y sentenciar las caretas simbólicamente teatrales de la sonrisa o el dolor. Deduce Rodríguez Berrizbeitia, a partir de Kuhn, la función no totalmente contraria de la Ciencia y el Derecho, adaptado a conveniencia en nuestras propias palabras: el Proyecto Manhattan, por ejemplo, convirtió la fisión nuclear en bombas atómicas donde el uranio y el plutonio se vistieron de liberalismo democrático. Lo social extremo aplicado a la tragedia programada impuso un uso militar al mayor avance de la Ciencia. El Derecho adoptó uniforme verde oliva para sobrevivencia de la civilización, desde el momento infinitamente calamitoso, pero necesario, en que Little Boy y Fat Man descendieron sobre las casas y edificios de madera japoneses, carbonizando sus jardines y bonsais. El intercambio de saberes, ópticas y necesidades así planteado requiere acercamientos compasivos, a pesar del desenfreno de las ambiciones. Es mejor que leyes y probetas se den la mano, antes de que no haya extremidades donde extender el apretón.

Subsiguientes capítulos giran alrededor de un planteamiento en apariencia poco discernido: lo “normal” frente a lo “anómalo”, lo “paradigmático” y lo “revolucionario”, lo “logrado” y lo “creído”, lo “holístico” y lo “particular”, en fin, los campos del saber —Medicina, tecnología, Derecho, entre otros— susceptibles de crear paradigmas y recibir la condecoración de ciencias comprobadas en el desarrollo del progreso. Se ensamblan así “rompecabezas” entre los cuales, según Rodríguez Berrizbeitia, en el Derecho puede aflorar alguna debilidad para comprender la estructura social jurídica, análisis que “requiere probablemente una revisión más exhaustiva de los factores no visibles”. Esboza nuestro abogado un proyecto digno de consideración entre sus pares: “Tenemos la intención de que el Derecho, a pesar de lo señalado a lo largo de la historia, podría constituirse como esa disciplina social que viniera para explicar cómo debemos entender los límites entre las Ciencias naturales y las sociales”. El proceso dinámico resultante impulsa el gremio científico al cambio, en señal de su propia capacidad para dar a entender a la sociedad su utilidad más allá del laboratorio y del campo de pruebas. En ese contexto natural y racional —continúa Rodríguez—, los riesgos detentan una trascendencia más allá de lo estrictamente legal, abarcando, por ejemplo, la ecología y el individuo dentro del ámbito mundial, donde el sistema económico y las estructuras políticas por necesidad deben involucrar al Derecho. Suscitar en el vastísimo campo del pensamiento más avanzado la consideración permanente de la revolución científica como un cambio en la visión del mundo, a partir de Kuhn y su perspectiva histórica —Aristóteles y Galileo en su comparatismo de enfoques con siglos de distancia—, conlleva la incertidumbre de una percepción fluctuante, de acuerdo con el paradigma que se adopte o abandone. Pero el recorrido de investigaciones, métodos y resoluciones no termina puertas adentro; debe exponerse y explicarse a la colectividad, tratando de evitar la “invisibilidad” propia de toda Ciencia en lo más arduo de su andadura, incluyendo reflexiones no siempre bien avenidas con los más reconocidos exponentes de la erudición internacional: el razonamiento religioso y el cuestionamiento metafísico. En libros precedentes, El campesino de La Garona: breve introducción al pensamiento de Jacques Maritain (2009), y Adolf Reinach o un esfuerzo por entender el Derecho de los filósofos (2019), Rodríguez Berrizbeitia tuvo el brío de esbozar conceptos sobre la materia sagrada, “lo cual no tendría sentido en un pensador —se refiere a Reinach— para quien la religión tiene un rol a jugar en la ética general y en la axiología en particular”. Con toda probabilidad esta sea la manera más franca, llana y candorosa de colocar la palabra básica de la filosofía, Idea, al lado de la noción suprema Dios, sean cuales fueren las segundas intenciones de cualquier emisor, dentro o fuera de dogmas y liturgias. A poca altura de esas impetuosidades ideológicas sobrevoló el polígrafo Chesterton, en permanente vigilia, quien decía: “Nunca hubo algo tan peligroso y emocionante como la ortodoxia” (Orthodoxy, 1908). El consumidor que resuelva a provecho propio.

Mercator del Derecho

Quizás el aprendizaje más notable que hemos obtenido de El mapa del Derecho sea el indudable postulado formulado por su autor, en íntima relación con la propuesta filosófica final de Thomas Kuhn. En cuanto a su legado más elocuente, Rodríguez Berrizbeitia lo califica como “muestra de un esfuerzo en el cual no todas las preguntas pueden ser respondidas. Probablemente deje cosas abiertas que no van a ser fáciles de cerrar… Pero más bien, por la importancia como método de reflexión para todos de sus preguntas, creo que vale la pena hacerlas en su formulación y lengua original, para pensar a dónde nos puede llevar en disciplinas que tienen una vocación científica como el Derecho… Todo ello en un mundo plural de riesgo donde los errores son cada vez más costosos a la hora de tratar de repararlos… De cualquier forma, la elaboración del mapa del Derecho sigue como una actividad pendiente, por parte de los juristas. El análisis de Kuhn es un recurso más en la elaboración de esa tarea”. A fin de cuentas, el intento cartográfico sobre pensamiento, Ciencia y Derecho elaborado por Julio Rodríguez Berrizbeitia de alguna manera plantea la colocación de las leyes entre el hombrillo de la duda jurídica y el canal rápido de las constituciones mil veces reformadas. Sugiere transitar por el canal del medio, donde el sosiego de la marcha juiciosa acelera y frena con la Ciencia.

1 Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Serie Estudios, N° 135, Caracas, 2022, 270 pp.

2 Integración y orientación en la obra filosófica de Dworkin, Putnam y Hart: relación del filósofo y el jurista con el mundo de hoy, Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Serie Estudios 110, Caracas, 2015.


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