Mireya Lozada | Cortesía de la autora

Por NELSON RIVERA

¿Cómo se origina en Venezuela la polarización política del presente? ¿Qué la estimuló? ¿La polarización de este tiempo es distinta a la que protagonizaban los partidos Acción Democrática y Copei?

—Se han expresado dudas sobre la existencia de la polarización antes de 1998. Esas dudas se referían a diferencias entre partidos, a los niveles de desigualdad social existentes en el país e incluso aparecían asociadas a la fragmentación y división urbana entre los de arriba y los de abajo, barrios pobres y urbanizaciones, etc.  Es necesario reconocer causas estructurales y coyunturales que contribuyeron a este proceso de conflictividad y polarización actual. Sin embargo, es importante distinguir la instrumentalización de la polarización como mecanismo de control social y político durante la Revolución Bolivariana.

La polarización política se refiere a dos polos ideológicos que se hacen visibles y se confrontan en elecciones, en debates entre partidos o asuntos públicos, que se expresaban por ejemplo en el bipartidismo AD-Copei. Estas diferencias ideológicas propias a la democracia fueron negadas en el discurso empleado por Hugo Chávez, quien las profundizó y utilizó para legitimar a su propio grupo y deslegitimar al contrario. Esta polarización, a la par de convocar la adhesión, confianza e identificación con el propio grupo, llama a despreciar, desconfiar y odiar al grupo opuesto, considerado enemigo y no adversario político, limitando el reconocimiento de las diferencias y manejo pacífico y constructivo de los conflictos.

Por otra parte, hablamos de polarización social cuando la fragmentación toma la vida cotidiana. Cuando las familias, escuelas, iglesias, comunidades u otros espacios sociales de convivencia se posicionan o son presionados a ubicarse en alguno de los dos polos. En estos espacios se reproducen las mismas actitudes de rigidez, intolerancia y exclusión presentes en la confrontación política. Así, se entrecruzan y complementan la polarización política y social.

¿Puede decirse que la polarización se impuso en Venezuela? ¿Dividió a la sociedad? Desde 1999 a esta fecha, ¿hemos vivido, en algún momento, bajo el riesgo de una guerra civil o una confrontación masiva?

—Sí, la polarización se impuso en Venezuela, a partir de un discurso y estrategia excluyente que dividió a la población en “nosotros-ellos”, “amigo-enemigo”, “venezolanos-apátridas”, “chavismo-antichavismo”, “gobierno-oposición”.  Esta división se extendió a todos los espacios políticos y sociales en el país a lo largo de veinte años y se ha expresado en una prolongada conflictividad y violencia política, que ha provocado graves consecuencias a nivel individual y colectivo. Esta ausencia de diálogo, de debate, de reconocimiento del Otro, no solo niega la pluralidad ideológica en grupos políticos, también niega la diversidad de posiciones en el seno familiar, social, comunitario, religioso, etc.

La polarización embrutece, deshumaniza, rompe los vínculos sociales y niega la convivencia democrática. En este contexto, donde además impera la impunidad y la anomia social, la descomposición y deslegitimación institucional, se producen procesos de deshumanización, de naturalización y legitimación de la violencia, la cual se transforma en vivencia cotidiana, crónica, permanente. Una práctica legitimada social e institucionalmente, que toma forma de desprecio por la vida humana, donde la intolerancia, confrontación o negación del Otro sustituye los valores de reconocimiento, solidaridad, respeto, justicia, quedando la ley en manos de quien tiene más poder o más armas.

Si bien no se ha generado una guerra civil o una confrontación masiva, son innumerables las expresiones de violencia sociopolítica, el número de víctimas, los mecanismos de control y represión ejercidos desde los aparatos de seguridad del Estado, la confrontación armada y lucha por territorios y recursos entre bandas criminales, grupos militares y paramilitares, la denuncia de violación de derechos humanos. Hechos de los cuales ha dado cuenta la alta comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet. Este cuadro dantesco de violencia, anarquía, ausencia del Estado de derecho y desinstitucionalización del país podría seguir avanzando y producir mayor fragmentación o división de las regiones o del mismo Estado, lo que ya ha ocurrido en otros países.

El impacto de la polarización política en el tejido social: ¿alcanzó a penetrar en la cotidianidad de las comunidades? ¿Ha cambiado esa situación con el paso del tiempo? ¿Cuál es la realidad de la polarización hoy en Venezuela?

—La polarización dividió a la sociedad venezolana, provocó una ruptura de los consensos sociales, de prácticas, normas y símbolos compartidos, distintas expresiones de violencia política y un progresivo deterioro de los espacios de convivencia democrática en el país. La división entre nosotros y ellos, la negación y desconfianza hacia el Otro se extendió no solo a todos los actores políticos, sino a todos los espacios, fracturando el tejido social. Es decir, rompió o fragilizó los lazos, vínculos, que nos unen a la familia, amigos, vecinos, comunidades, y nos permiten satisfacer necesidades, construir redes de apoyo, condiciones de vida digna y generar proyectos comunes para superar las dificultades que confrontamos.

Hay sectores que plantean que la polarización es inevitable, inexistente, presente sólo en uno de los grupos en conflicto, o solo emerge y agudiza en momentos coyunturales. Del seguimiento a este proceso, en el contexto de profunda crisis que atraviesa el país, reconocemos las contradicciones y “fatiga” de posiciones polarizadas, debido a un prolongado conflicto sin “triunfadores”, al quiebre de su rigidez frente a la complejidad de lo social y debido al impacto personal y colectivo que refleja el elevado costo de dicho conflicto.

Desde el punto de vista psicosocial, es urgente reconocer las consecuencias de este proceso, sufrido por la población venezolana a lo largo de veinte años.  Sus consecuencias se manifiestan a diferentes niveles y varían en función de factores que van desde la ubicación geográfica de la población (capital, regiones), hasta variables de edad, sexo, estado de salud, cercanía o exposición con situaciones de violencia directa y problemas personales, familiares, comunitarios o institucionales previos. Además del profundo sufrimiento personal y social, los costos de esta prolongada polarización y conflictividad se evidencian en la dificultad de alcanzar acuerdos entre actores políticos y ofrecer una salida al conflicto, que permita enfrentar los problemas socioeconómicos y los cambios estructurales requeridos.

El abordaje pacífico y constructivo del conflicto también permitiría atender la Emergencia Humanitaria Compleja que sufre el país, el deterioro del sistema de salud, la seguridad alimentaria, la precariedad en el acceso a los servicios de agua, luz, Internet, gas, gasolina, aseo, transporte, así como la hiperinflación, desempleo, migración y violaciones de los derechos humanos, entre otras graves problemáticas que sufre la población venezolana, que se verán agudizadas, según los expertos, por las consecuencias generadas por covid-19.

¿Podría describirnos cuáles han sido los estereotipos predominantes que se han construido hacia el otro grupo? 

—La descalificación, discriminación y la exclusión del Otro (persona o grupo con postura política distinta) se ha expresado a través de estereotipos de clase, sexo, etnia, raza u otras características grupales o partidistas, que se hacen extensivas a allegados y familiares. Estos estereotipos aparecen en el discurso presidencial, en actores políticos, en adeptos de gobierno y oposición, en medios de comunicación estatales, privados, comunitarios, en espacios públicos, en plataformas virtuales.

La mutua percepción peyorativa entre los “enemigos” que llamamos “imagen en espejo” reproduce descalificaciones comunes. Ambos grupos se acusan de “violentos”, “fascistas”, “golpistas”, “vende patria”, “apátridas”, “boliburgueses”, “escorias burguesas”. También en ambos grupos destaca un discurso heroico, machista, homofóbico.

¿De qué modo la polarización se formaliza en el lenguaje? ¿Ha habido en Venezuela una lengua de la polarización? 

—Términos como los anteriores y muchas otras descalificaciones utilizadas por líderes y adeptos de cada grupo dan cuenta de un lenguaje que estigmatiza, excluye y niega al Otro, que empobrece el debate público, privilegia al emisor y su posición política, en detrimento de la discusión sobre contenidos. Emoción y violencia discursiva antes que argumentos ideológicos. Mensajes que estimulan el miedo, el odio, la rabia. Una retórica de impotencia y victimismo que alimenta reacciones de venganza. También hay que considerar la retórica del Socialismo del siglo XXI, que utiliza la bandera de la lucha antiimperialista y anticapitalista, transmite el ideal revolucionario a través de la “hegemonía comunicacional”, un poderoso aparato de propaganda, cuyo discurso seduce, miente, niega la realidad y promete un futuro inalcanzable para los pobres, sin modificar las miserables condiciones de vida de las mayorías populares. Según los analistas, esta “hegemonía”, constituida en un poderoso sostén, censura oficial y propaganda estatal, ha sido usada como herramienta de dominación política y “neolengua” del poder en Venezuela.

En tal contexto, tenemos por delante un trabajo muy importante de re-educación ciudadana, donde rescatemos valores de dignidad, trabajo, participación, honestidad, solidaridad. Cambio que otorgue identidad, cohesión y fuerza colectiva a la urgencia educativa en todos los niveles y espacios sociales, donde se reivindiquen competencias para trabajar, aprender, producir, crear, comunicarse reconociéndonos y respetándonos unos y otros.  Se trata de un proceso de educación y concientización en términos de Paulo Freire, que articule la dimensión psicológica a la conciencia personal en su dimensión social y política, y ponga de manifiesto la relación entre saber y hacer, crecimiento personal y transformación social.

Se ha insistido en la existencia de zonas en las ciudades a las que se ha identificado como “territorios” políticos. ¿Esa atribución impactaba o impacta las vidas de los habitantes de esos territorios?

—Si bien el impacto de la conflictividad social en las ciudades, en estados, municipios es notable en el contexto actual, la segmentación y fragmentación urbana existía previamente. Se habla de la “territorialización” del conflicto, pues se han segmentado y criminalizado estados, ciudades, pueblos, regiones del país identificados como zonas “chavistas” u “opositoras”. En esos lugares la igualdad y el derecho a la ciudad están siendo vulnerados de muchas maneras.

Esos “territorios” muestran la expresión de la conflictividad, el impacto, los daños patrimoniales y urbanos, pero también nos ofrece la posibilidad de defender esos espacios para la convivencia pacífica y democrática. La participación ciudadana es un derecho que puede garantizar la paz y la convivencia entre sujetos iguales ante la ley y distintos en su pluralidad ideológica. Se trata de lograr la eliminación de las barreras físicas o psicológicas de forma recíproca, mediante un proceso que favorezca el restablecimiento de la confianza y la preservación del derecho a la participación que como ciudadanos nos corresponde.

¿Qué ocurre con el sector de la población que no se alinea con ninguno de los bandos predominantes? ¿Se le reconoce? ¿Se le acepta?

—En Venezuela, a este sector se le dio el nombre de Ni-Ni (ni con el gobierno, ni con la oposición) y fue reportado en una encuesta en el año 2005.  En otros países los Ni-Ni refieren a aquel sector de la población que ni trabaja, ni estudia. Acá, este grupo se ubica en cercanía o distancia relativa y circunstancial con los dos polos de la confrontación y su porcentaje poblacional promedio fue incrementándose en los últimos años.

La lógica maniquea de la polarización también impregna a este sector, al que se estigmatiza como ciudadanos cómodos, apáticos, irresponsables, indiferentes, incapaces, carentes de voluntad e incluso exmilitantes de sectores de derecha o izquierda.

¿Son inevitables los fanatismos? ¿Forman parte de la condición humana? 

—La historia da cuenta de fanatismos, extremismos, dogmatismos políticos, religiosos, entre otros, así como sus gravísimas consecuencias.  Los analistas discuten su incremento en nuestro actual contexto y las modalidades cognitivas, afectivas y comportamentales que ellas asumen en la sociedad global. Creo que la diferenciación fundamental propuesta por Summer en 1906 entre nosotros y ellos, que delimita la pertenencia o no a ciertos grupos y define nuestra identidad, encuentra sus límites en sociedades socavadas por la inequidad social y crisis de la representatividad democrática.

En nuestro país, la comprensión de nuestra conflictividad exige ahondar críticamente la conformación e impacto del “Estado Mágico” petrolero, la fragilidad de nuestro sistema democrático, los procesos de desinstitucionalización, deslegitimación de nuestro sistema político, y también el análisis de elementos subjetivos de la vida social en democracia. Es tiempo de articular dichas explicaciones con los componentes simbólicos e imaginarios de la psicología colectiva. Tal vez desde esa mirada autocrítica a nuestra fragilidad identitaria podríamos construir las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales que nos permitan re-significar el imaginario democrático como proyecto participativo e inclusivo, sentido y compartido por todos.


*Mireya Lozada es investigadora del Instituto de Psicología. Universidad Central de Venezuela.


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