Verónica Jaffé / Vasco Szinetar©

Por MIGUEL SZINETAR

Verónica Jaffé introduce, en este momento crucial de la poesía venezolana, amenazada por la intención totalitaria, una reflexión fundamental. Concibe lo poético, y específicamente lo que denomina lo poético moderno occidental, como un conjunto de imágenes en movimiento, expresadas en diversos lenguajes, verbales, plásticos, musicales,  que tienden a intercambiarse, a traducirse, a transformarse, unos en otros.  Por eso, en su escritura, el ejercicio de lo metafórico, entendido en su significado amplio y primario, griego, como transporte o traslación, ocupa una posición central.

El despliegue de este ejercicio, implicaría, pienso, la apertura profunda, entre nosotros, al diálogo, entendido como forma discursiva característica y privilegiada del ser humano. En palabras de Jaffé, donde Hölderlin resuena: “la apertura a lo ajeno en la voz propia”. Quizá, ese abrir, ese descubrir e intercambiar, lo que en nosotros está cerrado u oculto, podría salvarnos de la catástrofe totalitaria.

—¿Qué es para usted la poesía?

—Se me hace difícil responder, quizás porque poesía ha sido y es tantas cosas tan diferentes y hay gente muy sabia que ha dado definiciones muy profundas. Quizás también porque a veces me parece que es ese resto que queda cuando han sido dichas todas las palabras.

—¿El poeta escribe para señalar, aislar -dejar como una cosa sola y separada de toda otra cosa- lo que no puede decirse con palabras? ¿Qué es eso que las palabras no alcanzan a decir, eso que se señala, que se aísla: qué es?

—Al igual que las palabras -que nunca están todas dichas, perdona esa pretensión-, eso puede ser muchas cosas, por estar asociado a imágenes, sensaciones. Pero lo que es cierto es que hay versos, poemas, que logran darle forma a esos instantes silenciosos de sentido. El gran poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) hablaba de la filosófica luz de su ventana cuando estaba en su torre junto al río. Y describía el “amable azul del cielo” como “medida del ser humano”. ¿Metáforas para decir/no decir y hacer una y otra vez preguntas sin respuesta?

—¿Por qué escribes poemas como traducciones, o traducciones como poemas, o como imágenes sobre lienzos o maderas o cartones?

—Porque aprendí a relacionar, a entender lo poético, al menos lo poético moderno en la tradición occidental, con lo metafórico. Metáfora quiere decir transporte y traslación en griego, y lo que se transporta y traslada en la poesía, son imágenes. Y al trasladarlas, transportarlas, traducirlas, se entienden mejor, o al menos, en formas y lenguajes diferentes. Así, creo poder entender mejor, o en una forma o lenguaje diferente, imágenes que me fascinan, me perturban, me conmueven. Porque no solo es imagen la metáfora. También lo es la traducción, que fue definida por uno de sus grandes teóricos, el crítico alemán Walter Benjamin (1892-1940), justamente como metáfora, como eco, manto o abrigo de un lenguaje irremediablemente perdido, silente.

Y sobre todo por Hölderlin, quien para Benjamin fue el traductor más profundo y el que mejor entendió lo esencial de la traducción. Hölderlin me enseñó que la traducción es la política de lo poético porque implica la apertura a lo ajeno, lo lejano, lo extraño y diverso en la voz propia. Porque ante la tragedia política de mi país sólo me queda traducir mis angustias y esperanzas a poemas que son traducciones de poemas, de imágenes, de emociones.

Porque solo con traducciones en lienzos, en maderas, en cartones, creo poder ofrecer algo de esa fascinación, perturbación y conmoción, si no tan confusas y tan silentes.  Y porque con la traducción puedo abrir en diálogo con otros mi reflexión sobre lo que para Hölderlin es el ciclo histórico de la imaginación colectiva y humana: un ciclo que, como los géneros clásicos de la literatura, pasa siempre otra vez de lo heroico y épico a lo político y trágico, para culminar en lo individual y poético, para volver a comenzar.

—¿Cuál es la diferencia entre lo poético y lo poético moderno? ¿Qué marca esa diferencia?

—Una respuesta simple sería marcar las diferencias de género clásicas, lo poético y lírico diferenciado de lo novelesco, y épico, de lo dramático, trágico, por ejemplo, y notar que en la antigüedad greco-romana todos los géneros se escriben en verso y se entienden como poéticos. Los modernos reservamos por lo común la categoría poética a los textos escritos en verso que pueden, o no, narrar hazañas o contar tragedias. Pero también hay otra diferencia, mucho más interesante. Lo poético desde hace unos cuantos siglos, al menos en lenguas europeas, ha adquirido dimensiones inmensas y se aplica -metafóricamente- a muchas formas de literatura, artes, música. Creo que eso sucede porque lo poético en la modernidad es más conciencia que forma, conciencia de no ser antiguo, de ser un derivado y sucesor, y por eso jamás del todo original, y conciencia de los limitados recursos que se tienen a mano, las palabras, las formas, las tradiciones.

—¿En qué consiste la apertura a lo ajeno en la voz propia?

—Creo que hay muy poco de propio en la voz propia. De niños nos dan las palabras más básicas para socializar, ser seres sociales, zoon politikon. De grandes oímos, leemos, vemos tanto, tanto, y todo es ajeno. Lo propio lo vamos construyendo poco a poco, con variaciones y versiones de todo lo ajeno. Y una de las formas más enriquecedoras de apropiación de lo ajeno es traducir, porque me obliga a ser consciente constantemente de las diferencias, y de las semejanzas.

—¿En qué sentido usas el concepto de tragedia para significar la situación actual de Venezuela? ¿Cuáles son tus angustias y esperanzas respecto a esa situación?

—En todos los sentidos posibles. Todo me parece trágico, lo social, lo económico, lo político, lo cultural. Pero quizás con la tragedia se dé una reflexión profunda, lírica e individual, y se abra ese ciclo histórico que mencioné antes: de la tragedia y del drama inenarrable, reflexionemos y podamos construir nuevos relatos, nuevas épicas con nuevos héroes,más modestos, más realistas, más abiertos a los demás, en un nuevo país.

—Pero: ¿qué es la tragedia, qué es lo trágico?

—En el diccionario es un género literario clásico que enfrenta al espectador con el dolor, la pérdida y la muerte para que sienta compasión y espanto ante el destino representado. Pero para Hölderlin, por ejemplo, era mucho más. Era vida y obra. Y para nosotros hoy, es la experiencia individual de pérdida, dolor y muerte y cada quien trabaja el consecuente espanto y compasión en formas que pueden ser poéticas o no. Pero siempre significan una reflexión, personal, de cada quien solo consigo mismo. Por eso Hölderlin dice que después de la tragedia llega el momento poético, lírico, elegiaco, que también es el más filosófico, reflexivo. Creo que en mi caso la elegía se me impuso poco a poco, con la caída trágica del país.

—¿Por qué, en qué circunstancias comenzaste a escribir poesía?

—Empecé a escribir unos poemas malísimos cuando estaba haciendo la tesis en Alemania. Menos mal que los boté a la basura al regresar a Venezuela. Y recomencé lentamente cuando hice traducciones de Gottfried Benn y Else Lasker-Schüler. Yolanda Pantin me ayudó entonces, y ya no eran tan malos mis poemas. Mucho después me atreví con los Cantos de Hölderlin, que fue y es mi gran maestro.

—¿Por qué piensas que tus primeros poemas eran malísimos?

—No lo pienso, lo sé. Apenas los recuerdo como pretenciosas expresiones de cruda emoción.

—¿Cuál fue el objeto de tu tesis en Alemania?

—La de maestría era una lectura de una narradora y poeta austríaca llamada Ilse Aichinger que conocí personalmente y que me encantó. Me enseñó el peso y valor del silencio. La del doctorado fue sobre la literatura fantástica de Leo Perutz. Fue un tema que me sugirió con cierto empeño el tutor y yo tenía que graduarme pronto por cuestiones de la beca de estudio. Aprendí sobre teorías literarias y del arte, sociología de la literatura, estética, cosas así, que luego me ayudaron para dar clases.

—¿Qué encontraste en Gottfried Benn, en Else Lasker-Schüler? ¿Qué, en sus obras, te ayudó al lento recomienzo de tu escritura poética? 

—Benn es un gran poeta, tiene poemas extraordinarios, versos magníficos. Leer buena poesía siempre ayuda. Aunque el poeta no nos sea muy afín. Y me habían pedido traducirlo. A la Lasker la escogí yo, el personaje es fascinante, me pareció interesantísima. Y descubrí que tiene versos muy hermosos, que me dieron confianza.

—¿Que aprendiste de Yolanda Pantin? ¿En qué te ayudó?

—Aprendí de poesía, me hizo leer mucho y en forma no académica. Me abrió los ojos y los oídos. Empecé a leer en serio poesía norteamericana, por ejemplo.

—¿Por qué elegiste la poesía como expresión de tu subjetividad? ¿Cómo método de exploración, de autoconocimiento, de despliegue de esta subjetividad? 

—No la elegí yo. Mi trabajo de traducción me fue llevando. Mi alejamiento de la academia me abrió espacios, me liberó para leer y escribir y pintar con gran libertad. Y ciertamente, más que expresión, me fascina la posibilidad de exploración, de lo mío propio, pero también, y sobre todo, de lo ajeno. Lo entiendo como formas de hacer preguntas, una y otra vez, con la esperanza de ver, o intuir, por instantes, alguna luz en el silencio.


*De la metáfora, fluida. Verónica Jaffé. Visor Libros. Fundación Para la Cultura Urbana. España, 2019.


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