Por ANNIE VAN DER DYST

El nombre de Rafael Arráiz Lucca está ligado al grupo de intelectuales venezolanos que en los años ochenta irrumpieron en el ámbito cultural   ligados a diversos “talleres de expresión literaria” como fueron Tráfico y La Gaveta Ilustrada o, en el caso de Arráiz Lucca, Guaire, donde compartió su pasión por la creación poética con Nelson Rivera, Alberto Barrera Tyszka, Leonardo Padrón, Armando Coll y Luis Enrique Pérez Oramas.

Arráiz es abogado, poeta, ensayista, profesor, gestor cultural. Ha recibido El Premio Municipal de Poesía (1993) con la obra El abandono y la vigilia” y el gobierno de España lo condecoró en 2007 con la orden Isabel la Católica en su Grado de Comendador. Es profesor titular de la Universidad Metropolitana de Caracas. Ha publicado poesía, ensayos literarios sobre historia política, cultural e institucional de Venezuela, ha escrito biografías, libros para niños, así como guiones de cine y televisión. El único género al que se resiste, hasta ahora, es la ficción. Pero no dejaría de sorprendernos que también incursionara en él, porque es un hombre que esconde más de un pliegue. Como nos ha dejado ver en la publicación de este, su décimo quinto libro, La otra búsqueda, publicado bajo el sello Alfa. Con este libro Arráiz Lucca ha sorprendido a muchos de sus fieles lectores acostumbrados a sus brillantes ensayos sobre la historia de nuestro país. Aquí encontramos de nuevo la hábil y didáctica pluma que caracteriza a Arráiz. Es un libro que, en un momento en que el mundo y el país parece sacudido por el ruido siempre ensordecedor de la violencia, busca el silencio, llama a la introspección dentro del conocimiento íntimo del individuo. Se refiere al hombre de los versos de Machado “quien habla solo espera hablar a Dios un día”. Es un libro pequeño pero rico en material bibliográfico, en sus conocimientos de lecturas que buscan el análisis de la psique y el alma, por sus páginas desfilan las ideas de hombres cuyas palabras cambiaron el mundo: Jesús, Buda, Krishna. Toca también revelaciones íntimas, acontecimientos que sacudieron al hombre que es Rafael Arráiz fuera del mundo intelectual. Es un libro de rápida y envolvente lectura, donde nos lleva de la mano por sus páginas, y los lectores nos dejamos conducir, sorprendidos, ansiosos, a veces desconcertados, pero siempre maravillados de su disciplinada y poderosa escritura, a quien años de ejercicio han convertido en un maestro del ensayo. Esta biografía espiritual nos revela un lado desconocido del intelectual y confirma, a la vez, la maestría de uno de los imprescindibles: Rafael Arráiz Lucca.

—¿Por qué ahora? ¿Qué mueve e Rafael Arráiz Lucca, el personaje público y el ser humano, a embarcarse en esta autobiografía espiritual?

—Sentí el deseo de escribir sobre ese tema. Me pareció que podía ser de utilidad para el lector acercarse a una experiencia de búsqueda de muchos años en la que toqué muchas puertas. Así de simple. Placer. Ganas de escribir. Y creo que estaba en lo cierto. La mayoría de las personas que han leído el libro me dicen que no tenían idea de la existencia de esa literatura ni de las experiencias extraordinarias que se podían tener. Ya por eso es una buena guía de lectura. De hecho, mucha gente me comenta que se propone seguir las lecturas que recojo.

—En el libro se entreveran tres columnas, tres facetas de su personalidad: la del poeta, el estudioso y una tercera que son sus experiencias personales con el más allá. Esta es sin duda es una faceta que sorprende. ¿De dónde proviene en usted esa necesidad de creer que existe ese “otro lado”? ¿Cómo conviven el intelectual, el brillante analista de la historia con ese otro que acepta que sus padres muertos le hablan a través de una mujer a la que dota de poderes mágicos, como es una médium?

—Pues todas esas facetas conviven en mí. El académico racional con el ser abierto al misterio, a lo inexplicable, al enigma de la vida. Puede ser extraño, pero es así, y nadie me lo contó, son experiencias que he vivido, y que no dejo de vivir. Se trata de estar atento, de moverse sin prejuicios.

—Relata usted en su libro su primera experiencia con la muerte. Tanto que hasta los olores de ese momento le vienen a la memoria. Para usted, según sus palabras, “la muerte fue silencio y misterio”. ¿Teme usted a la muerte? ¿Al silencio y vacío, como usted la describe? 

—Más que a la muerte le temo a la enfermedad. A perder mis facultades mentales. El vacío lo experimentan quienes conviven con quien se va, no el que se va, que ni se entera de lo ocurrido. Por otra parte, la vida son en promedio 80 años, más o menos, ojalá y yo pueda trabajar intensamente estos años porque tengo muchas tareas pendientes, muchas investigaciones por delante, muchas páginas por escribir, muchas asignaturas que impartir.

—Sir Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, escribió a su madre: “No tengo miedo a la muerte del niño. Desde que me convertí en un espiritualista convencido, la muerte se convirtió más bien en una cosa innecesaria, pero temo enormemente al dolor y la mutilación”. Se refiere a sus temores por la seguridad de su hijo, quien luchaba en la Primera Guerra Mundial. Conan Doyle era médico, político, viajero, además de escritor, por supuesto. Un hombre cuyos conocimientos deben haberle predispuesto en contra de las creencias sobre la vida más allá de la muerte. Y sin embargo estaba convencido de ello. ¿Comparte usted está visión en torno a la muerte? ¿Cree que es una “cosa innecesaria” ya que seguimos existiendo en un entorno de felicidad, de paz?

—La muerte de un hijo debe ser el dolor más grande que un ser humano puede experimentar. No comparto para nada esta idea de Doyle. Creo que pensaba eso para consolarse, para adelantarse al dolor que estaba por llegar. Los duelos hay que vivirlos a fondo, al igual que las depresiones. Meter debajo de la alfombra el dolor o la depresión es peor. Estas experiencias forman parte de la vida y lo sano es que la psique las metabolice, no que intentes invisibilizarlas.

—Habla usted de su timidez para hacer verbo su experiencia psicológica y espiritual. Su vergüenza para escribir en primera persona del singular. Y se pregunta si quizás esta misma incomodidad no ha contribuido a debilitar la fuente de donde antes manaba su poesía (sic). ¿Cómo se siente ahora que el libro ha sido escrito y publicado? ¿Qué es capaz usted de hablar en público de esa faceta tan privada? ¿Ha vuelto al poema?

—No he vuelto al poema. Me siento muy bien. El libro ha ido ganando lectores sin pausa y los comentarios que recibo y los diálogos que me plantean los lectores son muy hermosos. Hoy en día no soy tímido para nada; la necesidad me ha ido cambiando. Doy clases todos los días de mi vida, si la timidez estuviese en mí sería un pésimo profesor.

—Habla usted de la importancia del pacifismo. Desde su búsqueda del sentido de la religión cristiana de su niñez, su encuentro con el budismo, el descubrimiento del Mahatma Gandhi. En estos tres ejemplos se unen la idea, la práctica cotidiana de la idea, y el amor. La misericordia, el perdón. Son palabras que se repiten como vitales en el libro. ¿Cree usted que es posible aplicar esas ideas en la práctica en nuestro país? ¿Es factible llamar al perdón y la reconciliación?

—Misericordia y perdón no son palabras que se encuentren en el libro. De hecho, me repugnan. Compasión sí, que es otro vocablo, muy distinto a misericordia. Siempre, en toda circunstancia, se debe estar dispuesto a entender las razones del otro; por ello el diálogo sincero es la base de toda convivencia pacífica. Sí, en Venezuela hay que intentarlo mil veces.

—En su libro habla usted del dolor de la pérdida: seres amados, sus padres, lugares, las casas que se iban vendiendo para prepararse para el retiro de sus progenitores. Cuenta que vino al mundo cuando ellos estaban recogiendo velas. Escribe: “Todavía me pregunto cómo ha podido influir en mí haber crecido en un mundo que se estaba deshaciendo”. Vive usted ahora en un país que se está deshaciendo, aunque tuvo la oportunidad de establecerse en otro país. ¿Cómo le afecta a usted, a su escritura?

—Deshaciendo es un calificativo extremo. Venezuela no se está deshaciendo. Viene cambiando desde hace 20 años de manera dramática, y todos los indicadores son terribles. Uno solo basta para entender la magnitud de nuestra tragedia. Hace 20 años producíamos 3 millones 500 mil barriles diarios, hoy producimos 640.000. Asistimos a un cambio histórico de grandes proporciones: querían hacernos iguales y ricos y lograron lo contrario. La realidad afecta mucho, pero la psique puede ir educándose para abstraerse, enfocarse, serenarse y escribir. Si la realidad te inunda, estás perdido. Te neutraliza, te desarma. De modo que se puede. Por otra parte, es cierto que en Bogotá escribía más y mejor, pero estoy en mi país, al que amo profundamente, y eso para mí no tiene precio.

—Habla usted de su búsqueda en torno a las filosofías orientales. Lao Tse y el Tao Te King, el budismo con Sogyal Rimpoché, Buda, el Dalai Lama, una espiritualidad a la que usted se siente muy cercano. Que ensalza las virtudes de la cesación del deseo. El deseo es visto como fuente de dolor, y por tanto, el dominar el “demonio” del deseo otorga la paz, esa serenidad que usted busca a lo largo de su vida. ¿No piensa usted que ese estado de cese el deseo es muy cercano a la idea que tenemos de la muerte?

—Lo que Buda descubre es que el deseo es la fuente del sufrimiento. Y eso es cierto, pero no quiere decir que puedas vivir sin deseos. El deseo es la fuente de la vida. De tal modo que para mí es una advertencia de Buda. Cuida lo que deseas, y cómo lo deseas, pero pensar que se puede vivir sin deseos es imposible. Lo importante es interiorizar la enseñanza: cuida tus deseos.

—¿Cree usted que, sin su experiencia en Venezuela, su exilio y lo que significó vivir fuera del país, la depresión, la necesidad de ayuda analítica, este libro habría visto la luz?

Sí, la idea del libro comenzó a gestarse hace tiempo. No obstante, la depresión bogotana me ayudó mucho a buscar ayuda y a hallar la mejor. La experiencia de ver como mis instintos fueron emergiendo de nuevo fue una belleza, algo precioso. Era asistir al renacimiento de la vida. Y regreso el instinto de escribir, que en mí es muy poderoso. Leer y escribir es vivir para mí.

—Nuestro país es un país herido. Roto, desgarrado. Donde la violencia se ha hecho dueña de todos o casi todos los ámbitos de la cotidianidad. ¿Cree usted que hay posibilidad de sanar esas heridas? ¿Diremos como en la oración “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden?

—Sí, por supuesto que sí. De hecho, quizás ya el proceso de sanar las heridas está en marcha y no lo advertimos. Además, Venezuela no es un país en guerra. Esto no es Siria; no exageremos. No debemos perder las perspectivas. De coyunturas peores hemos salido. No estamos en la Guerra de Independencia o la Guerra Federal, que fue trágica; ni en la huida a oriente, que fue terrible. Lo que ocurre es que tenemos muy poca memoria histórica, pero los historiadores trabajamos con el pasado, lo tenemos presente.


*La otra búsqueda. Autobiografía espiritual. Rafael Arráiz Lucca. Editorial Alfa. Venezuela, 2018.


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