DIEGO BAUTISTA URBANEJA | UNIVERSIDAD MONTEÁVILA

Por NELSON RIVERA

Usted propone en Venezuela y sus repúblicas cinco elementos que determinan la estructura de una república —ideología, forma real de ejercicio del poder, desarrollo institucional, forma predominante de la economía y configuración de las relaciones sociales—. Entre estos cinco factores, ¿hay algunos con mayor peso, más determinantes, que irradien sobre los otros?

No utilizo ninguna teoría social general que establezca una jerarquía de factores como la referida en la pregunta. La idea de mosaico sugiere una interacción y un balanceo mutuo entre los cinco factores elegidos para componer esa noción. Lo más parecido a un elemento  determinante es el papel de “acompasador” que se indica para algunas de las Repúblicas. Pero, como se ve en el libro, por una parte el acompasador es en una República uno de los factores, y en otra es otro diferente. Por otra parte, lo que llamo acompasamiento disminuye su importancia a medida que nos acercamos a las últimas Repúblicas. Tiendo, eso sí, a privilegiar el papel de las ideas predominantes. Puede que sea porque me dediqué universitariamente a la disciplina de la historia de las ideas políticas. Pero más allá de ese detalle biográfico, me inclino a dar importancia especial a lo que los hombres pensaban, a lo que les daba sentido a su accionar, o que ellos creían que le deba sentido. Pero eso es distinto a proponer que las ideas o ideologías tuvieran una primacía causal, cosa que yo no planteo. Simplemente me parece especialmente importante saber lo que los hombres que conducían las Repúblicas o las transiciones creían estar haciendo.

¿Qué fuerzas actúan para que se produzca el paso de una república a otra? ¿Es siempre un proceso marcado por el personalismo o la violencia?

Veamos caso por caso. La idea básica es que una República termina cuando su mosaico característico “no da más de sí”. Pero ese “no dar más” varía de caso a caso. Incluso, alguna República pudiera haber dado más de sí. Si por caso vemos el final de la Tercera República, en 1945, podemos observar que esa República hubiera podido prolongarse y hasta dar ella misma paso, evolutivamente, a su propia sucesora. Por ejemplo, si Medina establece el sufragio universal, con la misma elimina la prohibición de la reelección y gana las elecciones, como mucha gente conocedora de la época piensa que habría sucedido. Se habría pasado de la Tercera a la Cuarta República sin el trienio adeco y la década militar de por medio. Ya lo sé:  son fantasías. Pasó lo que pasó. Recordemos que el paso de una República a otra involucra una etapa que llamo de transición. En todas ellas algo de violencia y/o  de personalismo ha habido. Pero no se trata de una “ley histórica”. Como sabes, rechazo la idea de que exista tal cosa. Así pues, no hay fuerzas que actúan para que se produzca el paso de una República a la siguiente, que se puedan indicar como causas generales. Un esquema se agota y el agotamiento puede tener variadas causas. Lo que se agotó para 1945 no es lo mismo que lo que se agotó en 1988, y las fuerzas o causas que produjeron uno y otro agotamiento fueron diferentes. Lo único común es que de ambos podemos decir que se “agotaron”, en frase de lo que por cierto es fácil abusar. La República que se agota seguramente ha generado los factores que llevarán a cabo el entierro del caso. Es cosa entonces de identificarlos, de explicar por qué fueron esos y de contarlo todo, o todo lo que se pueda.

Señala la dificultad de asir, de delinear el quinto elemento: la configuración de las relaciones sociales. Por momentos uno siente que la globalización ha producido un efecto: relaciones sociales marcadas por aspiraciones —modos de vida, patrones de consumo, prácticas culturales— que no guardan correspondencia con el resto de los cuatro elementos. ¿Esto es posible? ¿Algo así como sectores sociales un tanto ajenos o desconectados a las realidades de su república?

Las relaciones sociales de la era globalizada serían parte de la República que en ella tuviera lugar. En nuestro caso, la Sexta. Pero me cuesta creer que las relaciones sociales del tipo que plantea la pregunta dejen de tener relación con los otros elementos del mosaico de esa eventual Sexta República. Por otra parte, serían, pienso yo, sólo una parte de esas relaciones. Los partidos políticos de esa era tendrían que tener en cuenta que en su sociedad hay personas, tal vez muchas, que han roto con sus vínculos nacionales. En tanto esos partidos serían parte de las formas reales de ejercicio del poder y les interesaría tener el apoyo de personas así, tendrían que  diseñarse en consecuencia, si les pareciera que valía la pena. La verdad es que si esas personas se desconectaran de un todo, pues simplemente no tendrían República, ni aquí ni en ninguna parte. La idea de un esquema de vida colectiva estable les sería ajena. Serían “hiperindividuos”, que también se puede ser.

Existe una falsa idea, muy generalizada, de que la Venezuela republicana ha tenido dos modelos económicos: el petrolero y el anterior al petróleo, primordialmente agrícola. ¿Cómo cambió el modelo económico hasta el establecimiento de una institucionalidad y una agenda petrolera?

Me temo que lo de esos dos modelos es una de esas generalizaciones en las que todos los gatos son pardos. Así, se dice que el siglo XIX es el siglo del caudillismo, sin más cuestión, y Páez de 1838 y Crespo de 1895 vienen a ser lo mismo. O que el siglo XX es el siglo del rentismo, igual en 1928 que en 1974. Ni hablar. La maduración de la economía y la política fundamentada en el petróleo y su renta es un proceso gradual. Si me obligan a poner fechas, digo  que Venezuela se organiza en torno a la renta petrolera en firme a partir de 1958. Entre medias están varios eslabones claves: las sucesivas leyes de hidrocarburos, con Gómez y López,  hasta la ley de 1943 con Medina, luego esta misma ley, luego los nuevos impuestos de 1948, luego la crisis del Canal de Suez. Y en esas casi cuatro décadas hasta ¡hay tanta tela que cortar! Y en cuanto a la “Venezuela agrícola”, la de 1896 no es la de 1834. Sí, es agrícola, pero no del mismo modo. El cuento, creo yo, no es cómo cambió el modelo económico, sino cómo fue cambiando. Pero, volviendo a la formulación de la pregunta, me quedo con la siguiente afirmación: el rentismo petrolero va de la mano con el consensualismo político característico de la Cuarta República. Y valga precisar que entre uno y otro produjeron la que para mí es una de las mejores décadas de nuestra historia, la década de los 1960.

Me llamó la atención la gravitación, con sus altibajos, que ha tenido la ideología liberal —si cabe llamarla así— desde 1830 hasta nuestro tiempo. ¿Podría afirmarse que en la sociedad venezolana, por siglo y medio, prevaleció una mentalidad, una aspiración, una tendencia liberal?

Yo creo que el liberalismo es uno de los hilos rojos, de las constantes, de nuestra vida como sociedad. El liberalismo, entendido en un sentido más político y cultural que económico. Creo que  siempre hemos querido ser algo así. Al menos una parte de nuestro yo siempre ha querido ser liberal,  con el significado que en el momento tuviera el concepto. Separación de poderes, garantías individuales, libertad de movimiento, reunión, expresión, prensa. Elecciones, partidos, tolerancia. Estado de derecho, igualdad ante la ley. En el libro uso la metáfora del imán. El liberalismo como un imán que siempre está allí. En 1840 un conservador paecista le podía decir a un liberal guzmancista: “¿Y quién te ha dicho que tú eres más liberal que yo?”. De hecho, así argumentaban los conservadores. A finales de siglo, el Mocho Hernández llamó a su partido, reencarnación de los godos según sus adversarios, Partido Liberal Nacionalista. Castro y Gómez llamaron a sus causas la Restauradora y la Rehabilitadora. ¿De qué? ¿Y de qué iba a ser? Del liberalismo pues, de la venerable “Causa Liberal”. Por supuesto, sabemos que al lado de ese rótulo había otros factores y tendencias, otros hilos rojos, otros imanes, con frecuencia más reales, que muchas veces sumergían al hilo o al hilito liberal, como lo prueba el caso del mismo general Gómez. Se prestaba mucho a la farsa, el ideario liberal, y pagó caro esa debilidad. Permíteme recurrir a una teoría de un nombre muy poco elegante y muy poco académico: la teoría del mondongo. La idea básica es que en las sociedades, igual que en los individuos, coexisten, como en el mondongo, muy diversos elementos. Hay de todo allí, de la más diversa calidad. Cosas buenísimas al lado de cosas de pésimo sabor. Pues uno de los ingredientes del mondongo criollo, y uno de los mejores, es el liberalismo, que coexiste con otros ingredientes muy diferentes y hasta contradictorios con él. El punto de la política y de los liderazgos es incidir para que los ingredientes que salgan a flote y den el sabor del conjunto sean los de mejor calidad y valor, y hasta realcen lo que pueda haber de bueno en los de peor calaña. Claro, unos cuantos ojalá se quedaran siempre en el fondo. Pero recordemos que, debidamente combinado, hasta el ajo es sabroso.

En el capítulo dedicado a la Cuarta República, hay una conceptualización, una frase profundamente inquietante: “El agotamiento como destino”. ¿Podría hablarnos de ella? 

La frase del “agotamiento como destino” puede en parte cargarse a la cuenta de una ocurrencia literaria más o menos feliz. Pero más allá de eso, la idea es que la Cuarta República, al diseñarse bajo el esquema que llamo de un  consensualismo extremo, que pretendía atender a los más variados intereses sociales con cargo a la renta petrolera, estaba destinada a no poder con la carga que ella misma se impuso. La pobre renta petrolera no podía con tanto peso, indefinidamente. No se encontró la manera de salir de esa trampa.  El segundo gobierno de CAP fue una forma de tomar nota de que el destino nos había alcanzado, como en aquella famosa película, o de que estaba por hacerlo. Se intentó escapar de él, pero sabemos que el intento no tuvo éxito. Pero, en principio, ninguna República está destinada a nada en especial, y menos que nada a agotarse. Siempre les fue posible encontrar la manera de escapar a su respectivo agotamiento, de no aceptar aquello a lo que retrospectivamente podemos decir que estaban “destinadas”. No encontraron tal manera, pero eso no era algo inevitable. Al mismo tiempo, en los hechos,  y paradójicamente, siempre las alcanzó algún destino.

En su propuesta teórica, la Quinta República comienza en 1999 y termina en 2013. A partir de ese momento, se habría iniciado una transición. ¿Podría ofrecernos detalles de ambos momentos? ¿Cuáles son los signos fundamentales de la Quinta República y cuáles de la Transición ahora mismo en curso?

Las fechas son maneras más o menos cómodas de ubicar en el tiempo procesos que no se pueden ubicar con tal exactitud. En 1999 se inicia en firme la conformación de dos piezas claves del mosaico quintorrepublicano: un liderazgo del tipo que es costumbre llamar carismático y su acompañante frecuente, un amplio y fervoroso respaldo popular. Es cosa de recordar, por mor de completitud, que esa figura también tuvo siempre un significativo rechazo que,  aunque fuera minoritario, nunca bajó del 40%. Luego vino, para apuntalar esos dos pilares, la bonanza petrolera. Con el fallecimiento de Chávez se vienen abajo, de forma súbita e irreversible, ambas cosas. También la bonanza hizo mutis, por sus propias razones. Es la forma que adquiere el agotamiento de la Quinta República, sin que en el tiempo de su duración se hubiera previsto nada para enfrentar una situación como esa: un sólido partido, una fuerte red sindical, una obra social perdurable. Por eso la comparación, muy frecuente, con el peronismo siempre me ha parecido inadecuada. La transición que entonces se abre y en la cual todavía estamos, tiene un rasgo propio, que la distingue de las anteriores que hemos vivido: es que en ella no se está preparando ni construyendo nada, que sirva de apoyo aunque sea parcial para enfrentar los problemas que nos esperan (dejó de lado la importante cuestión de cómo el desastre de esta transición es consecuencia de los errores fundamentales de la Quinta República y de su conductor Hugo Chávez. Me parece claro que tal relación causal existe. Pero creo que es otro tema).

Todas las transiciones anteriores, al mismo tiempo que acumulaban sus propios problemas, dejaron algún legado positivo concreto, que en parte ayudaron a enfrentar los desafíos de la siguiente República. La Guerra Federal y el gobierno de Falcón dejaron una red de caudillos a partir de la cual Guzmán Blanco pudo llevar a cabo la Segunda República. Don Cipriano inició en firme la construcción del Ejército moderno. El trienio adeco tuvo logros perdurables en el tema petrolero, dejó unas lecciones políticas que  no se olvidaron, y la década militar, sobre todo Pérez Jiménez,  dejó una obra física y dio pasos en el terreno de las industrias básicas. Me he referido así de manera muy sucinta y simplificada a algunos legados de tres de las transiciones que según el libro hemos tenido.  La cuarta, la de la década de los 1990 fue una transición que, por decirlo así, tuvo más bien la forma de un paréntesis y si se quiere de un estancamiento, pero en ningún caso fue una década de destrucción. En cambio, esta quinta  transición que estamos viviendo es una transición muy destructiva, que va a poner sobre los hombros de la próxima República la Sexta, una muy pesada carga con poco en donde hacer pie para llevarla. Lo que tendremos para ello serán las meras energías ciudadanas patrimonio de esta sociedad, que están allí, seguro que están allí, esperanza y certeza a la vez.


*Venezuela y sus repúblicas. Diego Bautista Urbaneja. Abediciones (UCAB) e Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro. Caracas, 2022.


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