María Soledad Tapia
Octágono es un libro de cuentos de ocho mujeres / Voce.com

Por JOSÉ TOMÁS ANGOLA HEREDIA

María Soledad Tapia, llamada por su familia y amigos simplemente Marisol, es bióloga. Posiblemente este dato de corte científico poco aporte en un evento literario, pero ya verán que en la narrativa son justamente los pequeños detalles los que le confieren vida a las historias.

Comenzaré con un hecho anecdótico que si bien aparentemente no tiene relevancia directa con Marisol y sus cuentos… a lo mejor sí la tiene. Y para ello recuerden el título que estamos presentando hoy: «Octágono». El asunto en cuestión es que sorprende saber que algunos de los grandes narradores de los últimos siglos pertenecían al mundo de la ciencia: el enorme Antón Chéjov, brillante cuentista y dramaturgo, era médico. Médico fue Sir Arthur Conan Doyle, padre de ese opiómano legendario, Sherlock Holmes, y también galeno resultó el castizo Pío Baroja que incluso escribió El árbol de la vida, protagonizada por un estudiante de medicina. Isaac Asimov era bioquímico de la Universidad de Columbia. Ernesto Sábato, el de El túnel, se graduó de físico en la Universidad de La Plata. Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, estudió para matemático. H.G. Wells, autor de La guerra de los mundos y La máquina del tiempo era colega de Marisol, pues cursó la carrera de Biología en el Royal College of Science de Londres. Y Arthur C. Clarke, el de 2001, odisea del espacio, era físico.

En Venezuela la lista también sorprende: baste iniciarla con Arístides Rojas, médico, memorialista, inquieto científico, historiador, educador y también en contadas ocasiones, cuentista. Manuel Díaz Rodríguez, uno de nuestros padres fundadores de la narrativa moderna venezolana, estudió y ejerció la medicina. En el mismo grupo generacional de Díaz Rodríguez podría citar a Pedro César Dominici, intenso narrador hoy algo olvidado que estudió Ingeniería y Ciencias en París. Más hacia nuestro presente figuran Francisco Herrera Luque, médico psiquiatra, de resonante obra de proyección internacional. O Guillermo Ferrer, cardiólogo maracucho de extensa creación novelística y una que otra incursión en el cuento. Para no cansarlos y hacer de estas palabras un diccionario biográfico mencionaré a dos muy importantes narradores contemporáneos venezolanos que han hecho vida en la ciencia: José Luis Palacios y Ednodio Quintero. El primero matemático de la Universidad Simón Bolívar con postgrado en Berkeley, y el segundo Ingeniero forestal. Solo un nombre más quisiera mencionar, un sutil detalle que da un giro inesperado a este evento. Se trata de un médico, un gran fabulador y narrador que nos dejó una obra levantada a partir de historias oídas a gente humilde y campesinos en calles de tierra, pasillos de casonas, potreros, bodegas, taguaras de pueblo y corredores de hacienda. Eso lo emparenta lejanamente con Juan Rulfo, el cual tenía una técnica narrativa similar, y por ello cuando el maestro Rulfo decidió no escribir más alguien le preguntó el porqué de esa decisión, y él respondió:  «Es que se murió mi tío Celerino que era quien me contaba las historias».

Este médico del que hablamos, escritor barinés, premio nacional de literatura en 2004 que dignamente rechazó públicamente para que su obra jamás se viera contaminada por el asqueante poder imperante, es el lado que nos hace falta para cerrar un octágono que propuse veladamente. Muchos saben a quién me refiero. José León Tapia, autor de Tierra de Marqueses, El Tigre de Guaitó, Viento de huracán, Maisanta, el último hombre a caballo y tantos otros títulos que están en nuestro canon literario. Por aquello de los pequeños detalles, José León es el padre de Marisol. En el octágono que propuse mencioné 8 narradores y científicos internacionales, los 8 vértices. Y luego nombré a 8 narradores y científicos venezolanos, los 8 lados. En el medio de nuestra figura está Marisol y su propio Octágono.

Gracias a la constancia y devoción hacia Venezuela de Oscar Todtmann Editores es que tenemos la dicha de leer Octágono. No es poca cosa el alumbramiento de un libro en este país actual de oscurantismo, de retroceso político, de incivilidad, de brutalidad, de sevicia, de deshumanización. Un libro nos recuerda el atávico anhelo del hombre por decir, comunicar, conectar, hacer sentir y pensar al otro. Respetar al otro que es el primer puente real que se gesta entre un autor y un lector, un artista y un espectador. Cuando todos los habitantes de esta sufrida tierra dudamos entre comprar un libro o un kilo de leche, la épica de publicar en Venezuela adquiere ribetes epopéyicos.

De este Octágono, su primero en el mundo de la ficción y la literatura, Marisol no sale bien librada. Lo siento. No sale librada de ninguna forma. Queda presa, encerrada entre los lados y los vértices de su polígono. Por su formación académica, y he allí un detalle que no parecía relevante al principio y ahora sí lo será, no se conformó con relatarnos historias desde una distancia protectora. No tomó a esos personajes para verlos en la lejanía. Se acercó casi con el instrumental de microscopía que seguro habrá usado miles de veces en su carrera. Pero en la literatura, como en todo el arte y a diferencia de la ciencia, no hay medidas profilácticas que resguarden al investigador de volverse materia de su estudio. Todos los escritores hacemos literatura biográfica. Nos exponemos sin querer. Hasta los que cultivan la ciencia ficción. ¿De qué escribimos cuando escribimos del amor?, ¿no lo hacemos desde el amor que hemos vivido? Esa experiencia impregna a nuestros personajes porque es imposible escribir de lo que no hemos sentido. Se puede escribir una novela negra, con asesinos y víctimas, y no haber matado jamás a nadie, es verdad. Pero todos hemos sentido odio. Odio hasta poder matar. Sabemos de ese sentimiento. Y entonces lo prestamos intensa y verídicamente a nuestros personajes, que tienen sus propias vidas, sus propias metas, sus propios crímenes.

Pero en Octágono no hay sangre como en una novela policial. O quizá sí. Ahora que lo pienso bien la sangre y la saliva son los dos únicos efluvios que deben estar en los cuentos vivos. Y en este libro hallarán cuentos vivos. La sangre que circula por el torrente y hace existir a estos personajes, que hierve cuando son presa de pasiones, que languidece y se detiene cuando mueren, que se derrama cuando se hieren. Igual con la saliva, que es la que se necesita para que los personajes articulen, hablen, dialoguen. La que se intercambia a borbotones cuando se besan fogosamente o la que se deja como pátina en la mejilla de un hijo o una hija. Como en la vida. Así que nadie como una bióloga para hablar de la vida.

Octágono es un libro de cuentos de 8 mujeres. Y aquí la composición cobra sentido y propiedad. Relatos sin estridencias, sin efectos de manual, sin Deus ex machina moviendo los resortes antojadizos de eso que los humanos llamamos destino. Son historias de un lirismo cotidiano. Hondas, eso sí, que no hay que ser tremebundo para ser lírico. Al leerlo me sentí oyendo música impresionista, Satie, Debussy, Ravel. Texturas que proponen estados anímicos. Pero nada contemplativo. Aquí hay argumentos sólidos, no malabarismo vacío. Historias con tránsitos, giros, desencadenantes y emociones. Resultados, sorpresas, anhelos y certezas.

Tuve el privilegio de leer una primera versión que Marisol me envió antes de incluso pensar en su publicación. Recuerdo que le escribí un correo electrónico del que me permito ahora transcribir el final. Espero no violar ningún pacto de intimidad. Decía yo entonces:

«¿Qué hace usted que no está entregándole este libro a alguna editorial? Merecen ser publicados.

Si es tu primera tentativa con relatos, hay mucho futuro y promisión. Tienes el don natural de saber sugerir, y no imponer el discurso. Eso es algo que cuesta aprender. Habitualmente los escritores vienen con ese defecto de fábrica.

Una muy grata sorpresa tu Octágono. Felicitaciones».

Releo ahora el material, editado hermosamente con ilustraciones de Weil. Reparo en el camino que ha recorrido hasta este punto una figura geométrica aparentemente cerrada, plana. Un octágono. 8 mujeres. Acaso una sola con ocho lados, con ocho vértices. Mencioné en aquel correo que había reminiscencias a Paul Auster. Lo sostengo aún. Y concluyo en que no me equivoqué en mi recomendación de que fueran publicadas. Y en este país todos saben lo sabroso que es darse uno mismo la razón.

Agradezco el inmerecido honor de tu dedicatoria, Marisol. Quizá en el futuro mi nombre no le diga nada a nadie, sea solo parte del olvido, pero cuando lean tu libro y se conmuevan y se emocionen, mi nombre escrito en esas páginas vivas, de tus cuentos vivos, volverá a tener vida.

Cuando no hay luz, cuando no hay medicinas, cuando no hay comida, cuando no hay paz, cuando no hay respeto. ¿Qué tenemos? Tenemos que nos tenemos. Y eso es lo que hace la literatura, la música, la pintura, el teatro, el arte todos… tenernos.

José León Tapia estaría honda y genuinamente emocionado de ti y tu Octágono.


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