René Molina / Roberto Weil

Por JOSÉ BALZA

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Por sugerencia de Garcilaso Pumar decidimos realizar algunas lecturas con El Quijote en la librería Lugar Común de Caracas. Una semana antes llamé para afinar detalles y solo seis personas se habían inscrito. El día anterior al inicio, fui avisado de que ahora contaba con más de veinte asistentes. Poco después sabría que, al enterarse de la idea, Ramón Escovar León había llamado a sus amigos, los interesó en el asunto y, en efecto, estarían todos puntualmente conmigo, durante cuatro semanas entre agosto y septiembre del 2017.

Hasta hace pocos años, librerías, universidades, teatros y salas adecuadas celebraban con frecuencia presentaciones de libros, conferencias y sesiones como la que entonces programábamos en Lugar Común, titulada, en ese caso,  “La novela y Cervantes”.

Recuerdo entre los asistentes a Mónica Mancera, Escovar León y su hijo Ramón Escovar Alvarado, Violeta Rojo, René Molina, Luis Melo, Ana Pérez Rosso, Juan Diego Fernández, Patricia Velasco, Rodrigo Lares, Valerie Walheim, Leonardo Palacios, Ligia Salazar, Jaime Yánez y algunos más.

Durante esas semanas introduje y comenté algunas de mis novelas amadas, en la milenaria tradición de su existencia, como el Sinuhe y el Paisano elocuente, egipcias; Enmerkar y Gilgamesh, de la Mesopotamia; partes de la Torah, de la Biblia y el Popol Vuh; El banquete, las Etiópicas, el Zohar. Y a gente como Murasaki Shikibu, Leon Battista Alberti, Francesco Colonna, la Giulia Bigolina, Fernando de Rojas, las Margaritas: Briet y de Navarra; Tsao  Hsuch  Chin.

Como cada vez desconfío más del filósofo político, mucho me complació comprobar en esos días —y hoy—  que haber considerado a Platón hábil hacedor de ficciones desde siempre (revista CAL, 1965) fue acertado.

No omití referirme a algunos críticos que facilitaban mis apreciaciones, como Mme. de Stäel, Alfonso Reyes, Américo Castro, Henríquez Ureña, Lu Xun, Edmund Wilson,  Pritchett, Ciryl Connolly, Forster, Rodríguez Monegal, Susan Sontag, Bloom, Guillermo Sucre, Margo Glantz, Will H. Corral, James Wood, Juan Malpartida, Sánchez Robayna, Christopher Domínguez Michael, Carlos Sandoval; asimismo a Virginia Woolf y a Victoria Ocampo, etc. (Mientras, en mi cabeza rondaban aquellas griegas, romanas y bizantinas, valerosas y casi siempre sacrificadas, cuyas obras apenas perviven en fragmentos o repeticiones).

También aludí al inmenso repertorio elaborado por Steven Moore en The novel: an alternative history, desde sus comienzos hasta el 1600, en que, con audacia y justicia, remonta el arte novelesco a sus orígenes egipcios, chinos, árabes y bizantinos, a las sagas islandesas, a narraciones persas, mayas, al sánscrito, los romances griegos y sátiras romanas, como un continuo que nos interpreta hoy.

Dediqué la reunión del 29 de agosto a proponer que, como ocurre a partir del capítulo XX (Parte I) en El Quijote la novela es un arte de la postergación, lo cual atrae la división entre autor y lector: ya que la novela es asimismo el arte de la interrupción. Esto me permitió abusar de Cervantes utilizando aquellas frases en que (nada extraño) él pareció  presentir el pasado y el futuro del mini-relato, ya que la brevedad no puede interrumpirse. Y a comentar los absorbentes capítulos sobre la cueva de Montesinos.

El “curso” desembocó en una reunión para celebrar la conclusión de nuestras citas de la librería, en casa de René Molina. Allí estarían algunos conocidos durante El Quijote y surgirá para mí la extraordinaria experiencia del Encuentro con encuentros. Porque, aunque yo no lo sabía, desde ese año la oficina de René Molina, ambientada por Jacobo Borges, había servido como centro para que un grupo cercano de aquel escuchara las conferencias dictadas por Inés Quintero y Alejandro Oliveros. (“Éramos un grupo de conocidos que a partir de los encuentros nos convertimos en amigos”, ha comentado la más joven del curso, Clariandys Rivera Kempis, quien indica: “Algunos en el grupo manifestaron que pensaban que ´después de viejos´ no se hacen amigos y que otros, a causa de la diáspora, se quedaron con pocos o ningún amigo”).

Así, en junio del 2018, por invitación y organización de Molina realicé para agudos profesionales ciertas aproximaciones a autores contemporáneos de Venezuela y América: una lectura —quizá con demasiada pasión— que, en lo íntimo, era un repaso de mí mismo y que me llevó a no pocas sorpresas conceptuales. Entre ellos estaban: Ernesto Blanco, ingeniero mecánico y profesor del IESA, Carmen García Guadilla, escritora y psicóloga, Consuelo Iranzo, socióloga, Lill Da Silva, fisiatra, Rafael Vallario, arquitecto; también Rafael Cabrera, Virginia Petoia, Cira Romero, Elizabeth Roosen, Eileen Celis de Oliveros  y los abogados (algunos son profesores): Claryandris Rivera Kempis (esposa de René Molina), Zoraida Guevara, Hugo Díaz, Carmen Luisa Roche, Esther Bigott, Ana Victoria Perdomo, Ilse López, Enrique Marín, José Manuel Gutiérrez, Iván Adreani, María Auxiliadora Gutiérrez, Benjamin Klahr, César Carballo Mena  y Ramón Escovar León.

Meses después trabajé con ellos sobre algunas hipótesis acerca de los orígenes, la estructuración escrita y musical del bolero, su expansión y persistencia en la cultura, tras la remota sombra de Juan Gallardo (1470-1540?) y de Joseph Bologne,  Chevaliére de Saint-Georges (1745-1799). Para este curso fue imprescindible la participación interpretativa y expositiva del compositor Gerardo Gerulewicz.

Desde luego, notables expositores han continuado acudiendo a estos Encuentros y desarrollado temas específicos. Por ejemplo, María Fernanda Palacios y Diego Bautista Urbaneja.

Como es fácil de suponer, estas largas sesiones de estudio, análisis, confrontaciones, hallazgos y desacuerdos intelectuales no solo han abierto en cada quien vínculos inesperados con la materia propuesta y resonancias o atracciones conceptuales súbitas en los asistentes, sino que se enlazan con naturalidad en hondas conexiones sociológicas, políticas, humorísticas. Y su desarrollo de neto sabor académico nunca deja de contrastar con el deterioro público del país, con la opresión política, la persecución y el asesinato, el hundimiento en el narcoempíreo, cuya aura toca incesantemente los problemas culturales.  ¿Cuántas veces coincidí con los participantes en gigantescas marchas? La muerte estaba a un paso, en manos de criminales militares. No omito que, en ocasiones, tuvimos dificultad para realizar los encuentros.

El ambicioso plan de lecturas (¿espontáneo, necesario a la salud psíquica, surgido de una voluntad extra personal?) me hizo recordar en seguida la admirable acción cumplida por Nora Bustamente, hasta hace pocos años, en esta misma ciudad. Y las líquidas horas con estudiantes, preparadas recientemente por Luz Mary Cáceres en el Delta del Orinoco. El magnetismo de los libros,  también obedecido en otros lugares de Venezuela, como lo hace la Fundación Éthos en Puerto La Cruz, con lecciones sobre ética, conducidas por Josu Landa durante sus estancias en el país.

Quizá durante cuatro décadas Nora Bustamante (1924-2012) imantó y condujo a un variado grupo de lectores, en cuyas sesiones de Caracas —por lo menos una al mes— el libro elegido era comentado con gran vitalidad; el grupo tuvo su exitosa réplica en Maracaibo. Creo que ambos se han prolongado hasta muy recientemente.

Nora, doctora en medicina, historiadora, culta, disciplinada y poseedora de una alta capacidad para convocar la atención de todos, fue un admirable vínculo entre nuestra literatura de todos los tiempos, el público y también autores recientes. Su biografía del presidente Medina como militar demócrata ha sido muy reconocida.

2

Escapado de una saga clásica, René Molina no solo encarna el espíritu del caballero ya definido en el Amadís y, sí, elogiado por Cervantes, sino que es una personalidad reconocida y admirada del Derecho en los ámbitos de la lengua española, a la vez que su visión de las leyes aborda y explora con asombrosas proyecciones la aplicación y la adaptación de las mismas al ya avasallante reino de la neurociencia y de la inteligencia artificial. Sus aportes recientes a tales materias me hacen sospechar que estamos en presencia de un exigente y exacto renovador del Derecho no solo entre nosotros. (La palabra caballero, escrita, va a cumplir próximamente mil años en castellano).

Dentro de un momento me detendré en algunas de sus actividades profesionales, pero debo antes anotar instantáneas captadas al frecuentarlo.

Primera: muy joven, participó en obras teatrales; ama el cine, la pintura y la música. Su hijo y su nieto son concertistas; él también ha iniciado estudios de piano (“Con la ilusión y el entusiasmo de quien goza por ser un eterno aprendiz”, asoma Clariandys).

Segunda: su innata disposición a escuchar y atender a los demás. Nunca parece protagonizar los momentos, porque su atención a una persona o a muchas cubre con auténtico interés lo tratado.

Esto conduce a su duradera reacción de equilibrio —nuestras sesiones de estudio, aunque sostienen un ajustado grado de concentración, al pulsarse algún excitante tema en ellas, proyectan vibrantes asociaciones picarescas o dan inicio a abstrusos y fascinantes debates, que pudieran parecer luchas mentales—, reacción con que prevé y conduce las discusiones grupales.

Hombre culto, no practica el pueril vicio y la nueva tradición de responder con datos sorprendentes u oposiciones aparentemente actuales y eruditas ante los asuntos: como si conversar sobre arte y filosofía fuese un programa de concursos televisados, donde el oponente siempre debe ganar. En René Molina un verdadero gusto por el conocimiento predomina sobre lo que su inteligencia y su propia cultura pueden sumar, cuando  interviene. Entonces retoma con exactitud lo dicho por quien hablara, lo examina con discreción y casi siempre aporta un punto de comprensión que surge del pensamiento bien macerado y vivido y no de la súbita improvisación extruida. Pareciera estar siempre integrando de manera natural el mundo (la sabiduría) a su conducta.

No he tratado a sus profesionales ni conozco el circuito de los abogados. En la juventud fui amigo de Argenis Daza Guevara, que era esencialmente un poeta. Más tarde compartí tareas universitarias (ediciones, etc) con Elio Gómez Grillo. Estoy seguro de que en sus casi cincuenta años de ejercicio profesional, el Derecho para René Molina debe ser como un eje de su más profunda psique: nitidez, justicia, práctica de lógica superior.

Afirma un alumno suyo: “Para Molina el Derecho es mucho más que una profesión por la que se cobra por hora o por caso: es su pasión, su vida, su grano de arena para dejar un mundo mejor al que encontró y eso se lo transmitió a sus hijos —tres son abogados y uno pianista— y en sus clases. Quienes fuimos sus estudiantes aprendimos a amar el Derecho desde su multidimensionalidad. Sus clases son un mosaico de reflexiones sobre sus aficiones: cine, derecho y literatura; en un fluido discurso puede combinar a Fernando Savater, Ciudadano Kane y el Decálogo del Abogado -Eduardo J. Couture”.

Otra instantánea: cito algunas de sus concepciones acerca de la Inteligencia Artificial y la Neurociencia: “La respuesta inmediata fue potenciar, agilizar y, en algunos casos, poner en marcha la justicia digital, cuya introducción habría sido postergada o suspendida”.

“El Derecho como ciencia debe abrazar su condición interdisciplinaria, abrir sus contenidos y revisar sus dogmas, instituciones, reglas y principios”.

“La IA puede captar en tiempo real no solo el contenido del ordenamiento jurídico, sino que además puede captar el sentir social sin falsear los hechos ni distorsionar la voluntad de la norma jurídica, con lo que habríamos conseguido un juez justo”.

En cuanto al Derecho y la Neurociencia nos dice: “Así podríamos hablar de una naturaleza humana a cuyos rasgos se accede a través de la neurociencia y en la que la moral es vista como un conjunto de normas, virtudes o valores que nos sirven como mecanismo adaptativo para sobrevivir. En la cual la justicia de las normas es una virtud artificial que tiene una base natural…”.

Puedo anotar otras observaciones, me detengo al destacar la rara condición de transparencia que emana de su personalidad.

Graduado en 1972, ingresó a la UCV, su universidad, de inmediato, como profesor de Introducción al Derecho, cátedra que sigue dictando.

Ha escrito las siguientes obras jurídicas, publicadas en América y España: El Inicio del Procesalismo Científico en Venezuela (1972), La Prueba de Testigos (1994), Perspectiva y prospectiva de la Reforma Procesal Venezolana (1996), Reflexiones sobre una visión Constitucional del Proceso y su tendencia Jurisprudencial. ¿Hacia un gobierno judicial? (2002), Grandes procesalistas Contemporáneos (Entrevistas) (2007), La Neurociencia ¿Nuevo paradigma del Derecho? (2014), Neurociencia, Neuroética, Derecho y Proceso (Libro Colectivo, 2013); Cine, Derecho y Literatura (2016), La Adaptación o Extinción de una especie: Jueces y Abogados (2018). 

En 2018 fue publicado por la Revista Venezolana de Legislación y Jurisprudencia la obra Derecho Procesal y otros ensayos, un libro-homenaje a la obra docente de René Molina, en el que participaron, entre otras personalidades, Michele Taruffo (Italia), Jordi Nieva Fenoll (España), la presidenta de la Academia Nacional de la Historia Inés Quintero y varios exmagistrados del Tribunal Supremo de Justicia.

Extraigo de la Biografía del escritorio M&A: En 1999 fue designado Inspector General de Tribunales por la extinta Corte Suprema de Justicia con la responsabilidad de llevar adelante un proceso de reforma judicial que involucraba la suspensión provisional del cargo de aquellos jueces con más de siete denuncias ante el órgano fiscalizador, y con apertura de procedimiento, con la garantía del ejercicio del Derecho a la defensa y juicio previo, así como la organización de los concursos de oposición para la escogencia de los jueces provisorios.

Ha sido Director de la Escuela de Derecho de la Universidad Metropolitana.

En su acervo profesional destacan actuaciones y soluciones notables. Por ejemplo, el caso de la escuela “Rondalera” (1982). Como ha reconocido él mismo: “Con este caso llevado bona fide en nombre de la escuela Rondalera, se enfrentaron los poderes de la Gobernación del Distrito Federal, el Concejo Municipal del Distrito Federal y el Ministerio de Educación, dictándose una sentencia a favor de nuestra representada, y un lugar preeminente en la evolución jurisprudencial del amparo constitucional”.

Como asesor externo de Coca-Cola Femsa de Venezuela, atendió los conflictos de 2006 y  “logró la inusitada solución de un acuerdo que reunió a casi todos los Poderes Públicos y a las partes en conflicto, preservando los 8.000 puestos de trabajo y la operación en Venezuela”.

Atiende y resuelve, asimismo, la expropiación del Centro de Distribución de Catia de Coca-Cola Femsa: “Esto sucede en momentos en que el gobierno ha desatado una horda de expropiaciones que han afectado, entre otras, a la empresa estadounidense Cargill, a la multinacional papelera irlandesa Smurfit Kappa y a 60 empresas de actividades petroleras complementarias. No obstante este entorno, el 18 de marzo de 2009 logramos la firma de un acuerdo amistoso que permite una justa indemnización y se negocia la transferencia de los trabajadores a nuevos centros de trabajo”.

No podemos omitir su intervención positiva en el Caso Antolín del Campo: en marzo de 1997 (Concejo Municipal del Municipio Antolín del Campo del Estado Nueva Esparta).

El 18 de diciembre de 2015, integra el grupo de abogados que impugna ante los integrantes del Comité de Postulaciones Judiciales de la Asamblea Nacional, la postulación de los Magistrados  “al cargo en el Tribunal Supremo de Justicia, por haber incurrido en fraude constitucional, abuso de poder y violación al principio de publicidad, y por no reunir los requisitos que exigía la Constitución para ser Magistrado del Tribunal Supremo”. (Hasta aquí los datos de la Biografía del escritorio).

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¿Puede una instantánea prolongarse de manera indefinida? Entonces, la añado aquí: René Molina, el hombre sobrio de estratificada cultura, el docente, el abogado que mueve su travesía por las leyes con el cerebro de Jano, queda para nosotros en la imagen de serenidad, simpatía y provocadora estimulación intelectual con que intuyó y materializó estos Encuentros de encuentros que se oponen a la destrucción del país y que defienden el poder de la inteligencia, del conocimiento. Y que ya señalan un tiempo de esplendor no solo para la amistad y el conocimiento.

René Molina, Nora Bustamente. También entre el 2015 y 2018, tuve en el Delta del Orinoco la oportunidad de vivir dentro de un fluido círculo de lectores. Estaba conducido intensa y pedagógicamente por Luz Mary Cáceres, llegada de Maracaibo a esa región. Escritora  secreta, posee el encanto del habla y la cuidadosa sensibilidad para analizar. Junto a ella, Pedro Martínez, quien fue miembro de la comunidad marista y se entregó a enseñar español a los chicos del delta remoto; narrador, estudioso de  Juan de la Cruz, es autor de una atractiva cartilla warao-español.

Liceos, la biblioteca pública y radio “Fe y alegría” fueron los escenarios para que ellos, junto a Manuel Aristimuño, atrajeran a innumerables jóvenes hacia lecturas vitales.

Estoy seguro de que aquellos muchachos retienen para siempre frases e imágenes encontradas en las obras leídas y traídas y enriquecidas por Luz Mary Cáceres y Pedro Martínez. Porque su acción en el delta está haciendo más completo ese mundo, físico e imaginario.

¿No son las mismas aguas del tiempo las que me otorgan aquellos y estos encuentros (Nora Bustamante, René Molina, Josu Landa) verdaderas dimensiones de antiguas y nuevas amistades, de campos para el pensamiento y el rigor? Encuentro de encuentros. Una instantánea perdurable.


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