Vecinos

Plural de persona que vivía cerca de casa. Es verdad que alguna vez hablamos mal de ellos. Que si cocinaban con mucha sal, que iban a misa más o menos de lo recomendado. Pero eran casi de la familia. En 1998, en plena campaña electoral (que si Chávez, que si lo otro) comenzó a enrarecerse el trato entre las dos familias. Progresivamente, se hicieron santeros, millonarios y, por qué no decirlo, insoportables. Hace cuatro años, sin despedirse ni nada porque se trataba de un asunto secreto que intentaba burlar decisiones judiciales, se mudaron a Estados Unidos y de la mujer que les alquiló la casa solo supimos que practicaba abortos y que su hijo nos robaba la línea telefónica para minar criptomonedas. A ellos sí los detuvieron. Eso fue hace un año. Entonces supimos que por mucho tiempo no volveríamos a tener vecinos.

Slavko Zupcic


Universidad: socavada majestad

No es una metáfora decir que la infraestructura de nuestras casas de estudio superiores se cae a pedazos, pues es inocultable el estado de deterioro de las instalaciones universitarias. Las sombras de los tiempos evidencian un panorama desolador de su mundo, como si hubiesen sido obligadas a doblar las piernas, venciéndole al fin en un público, gradual y doloroso rito de total derribamiento.

Han sido víctimas del horror de la ignorancia y la barbarie, de quienes, creyéndose revolucionarios, dueños de una verdad inapelable, se empeñan en sustituir la falta de pan con la abundancia de sus dogmas.

En su manifiesto descenso, la Universidad chapotea en un presente perdido: desde la mengua de cursantes, egresados y profesores, pasando por el menoscabo del más oculto rincón de su infraestructura, hasta la violación de su autonomía.

La visión del bien total y de la armonía completa en los fines humanos ha entrado en crisis, pues hemos llegado a lo más hondo del deterioro institucional.

Y aunque la Universidad lucha por mantenerse abierta, para poder alcanzar su recuperación definitiva no solo tendrá que trabajar para reconquistar la majestad de su saber, sino arrimar los dos hombros en el arduo trabajo de reconstruir el país.

Rafael Simón Hurtado


Una casa

La Casa de la Poesía, cuya simbología representaba la estrella que caía del cielo y la flor que crecía desde la tierra —emblema creado por Gerd Leufert—, dos símbolos básicos en cualquier poesía y en cualquier civilización, quería comunicar algo sencillo: romper con el estado de aislamiento en que había caído la poesía y los poetas en nuestro país; evitar las roscas culturales para darle más amplitud a la voz de la poesía; abarcar todas las artes y que la poesía fuera una expresión multidisciplinaria; honrar y dignificar el oficio de los poetas; estimular a las nuevas generaciones; y llevar la poesía y la voz de los poetas al gran público… entre otros objetivos.  Fueron 15 años de intensa programación: hasta el 2005, cuando el entonces ministro para la Cultura, Farruco Sesto, decide ahogarla. ¿La causa? Nuestra negativa a invitarlo a leer como poeta en el acto inaugural de la X Semana Internacional de la Poesía que en ese entonces estaba dedicada a Eugenio Montejo. Y en cuanto a lo que ocurre hoy, años después de su desaparición, lo podríamos decir parafraseando a Machado: ahora uno está viendo cosas muy claras que no son verdad.

Santos López


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Mario Morenza


Soy tusi tan rosa

Mi Sugar Daddy me ha pagado todas mis operaciones. Sí, mi Sugar Daddy que tiene 63 años. Yo tengo 21, ¿y qué, marica? ¡Estás como mi mamá que le encanta un drama y no ha vivido lo que yo he vivido desde que nací! Veintiún años en un país muy distinto, marica. Y que si la mujer es como un cristal, que si se toca mucho, se empaña. Que si el candor y la pureza es lo que le gusta a un hombre. ¡“Candor y pureza” en tanga meneándome frente a un espejo con el iPhone que él me dio, marica! Y es que a mi Sugar Daddy le gustan mis tetas y mi cinturita y mi culo y mis piernotas. ¿Qué? ¡Sal del shock! ¿Cómo quieres que te lo diga, marica? Yo soy suyita-suyita. Él me lo paga todo, me lleva a los bodegones y me compra Nutella, me regaló un Volkswagen descapotable rosado y a cada rato me da dos mil dólares para que me los gaste en ropita, en lo que yo quiera. ¿Me voy a quejar, marica? Y no soy la única, soy la nueva generación de mujeres bendecidas y afortunadas. ¡Abajo las feministas ácidas, marica! ¡Tusi’s Power Forever!

Carolina Espada


Vida privada

Cuarenta uniformados apuntaban a la octogenaria que trató de disimular la incomodidad de mostrarse en ropa de andar por casa.

El armamento no estaba detrás de la pared con el retrato de mi padre italiano en liquiliqui. Ni la droga bajo la losa del piso o en la olla de hervir agua. Entre Ana Karenina del Círculo de Lectores de los setenta y estampillas con la cara de Franco y de caciques de Venezuela no hallaron oro. Voltearon la casa para descubrir un morrocoy y restos materiales de una vida guayanesa.

La fiscal que dirigía el allanamiento soltaba finuras bajándose el tapabocas de marca. Mi madre pidió moderación del vocabulario y el que no tenga mascarilla se me va saliendo ya.

Se descubrió, con el atropello, la misma autoridad de mujeres elegantes que cuando entraban víboras les retorcían el cuello ellas mismas para preservarnos la intimidad de la infancia.

Cuando le tocó a mi amiga caraqueña, comanda el famoso coronel. Frente a la imagen de su hermana recién fallecida, el cubano de la tropa alardea: esta muertica es mía. Treinta días metidos en todos los cuartos. La fantasía autocrática de poseer a la persona, despojándola de privacidad.

Dinapiera Di Donato


Venezziola

La patria, como el aire, resulta tan natural y predecible que no imaginamos su ausencia. Pero cuando la perdemos, ay, descubrimos cuán frágil y necesaria era. Haber nacido debería garantizar patria y aire. Haber nacido en un punto geográfico debería proveer una historia que nos incluye; también el derecho a renegar de ella y la libertad de ignorar algo que se tiene por derecho. Es sencillo ser un individuo, denostar la patria, mientras haya un suelo que recoge cenizas y fracasos.

¿Y cuando se nació en un lugar que, si bien ostenta un nombre, himno y bandera, ahora parece  un campamento de gentes allí reunidas para beber la última gota de petróleo? ¿Y cuando el pasado era una lacra que había que extirpar a toda costa, aunque hacerlo nos dejó la intemperie y la desmemoria? ¿Y cuando el país natal quedó reducido a un anacronismo hacia el cual no hay avión que lleve?  A lo mejor Venezuela nunca ha sido más real que la alucinación de aquel marino enceguecido por el sol. Nacimos como ficción y, quizá, nunca hemos superado la nostalgia por los palacios venecianos adosados a nuestro gentilicio.

Sí, lo primero que confiscó Chávez fue la patria, cuyo nombre baboseó ad nauseam, y también la realidad, que convirtió en privilegio exclusivo del Estado.

Laura Cracco


Venezuela. Espejo del siglo XXI

El 15 de diciembre de 1999, el país fue convocado a un referéndum Constituyente.

Aquel domingo, como un presagio, una lluvia pertinaz fue socavando el cerro y desdibujando los cauces de los ríos, dejando a su paso solo un desierto de escombros. Los pobladores del Estado Vargas, guarecidos en sus moradas, no lograban aun discernir el sonido del estruendo desatado, cuando, sin permiso, el agua entró por puertas y ventanas, llevándose todo por delante, incluidos ellos. Al fragor de la naturaleza empezaron a sumarse gritos destemplados, bramidos, estallidos.

También en Caracas, algunos barrios, construidos al margen de las quebradas, corrieron la misma suerte.

Mientras sucedía aquel horror, el proceso electoral continuó impasible.

Fueron horas, que se convirtieron en días, hasta quedar todo reducido al espanto de la supervivencia.

La ineficacia del auxilio, más que sosiego, trajo confusión y desorden. El saldo resultó en miles de muertos y desaparecidos —aún sin contabilizar—, cuerpos sin reconocer, familias enteras solo con lo puesto, muchos tratando de abordar algún vehículo que los pusiera a salvo y demasiados niños declarados huérfanos precipitadamente, que terminaron en albergues.

En esos días transcurridos durante diciembre de 1999 el país pudo mirarse en el espejo de lo que sería su siglo XXI. Los hechos ocurridos dejaron al descubierto la improvisación, la irresponsabilidad, el fraude, el discurso vacuo, pero, sobre todo, la desidia y la indolencia del Régimen.

Maite Espinasa


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