Gas que mata

El fuego devoró en minutos la casa de Benilde Amundaray y solo quedaron pedazos de concreto. La versión oficial dice que alguien lanzó una colilla de cigarro cuando entregaban —después de 10 meses sin recibir gas de bombonas—cientos de cilindros en un caserío distante en Monagas: Caño Los Becerros. Tenían casi un año cocinando a leña, como cocinan más de 6 millones de familias en todo el país. 9 muertos y 41 personas con quemaduras de segundo y tercer grado.

El gas ha dejado un saldo de más de 100 lesionados en un país que no tiene unidades de atención para quemados, y muchos de ellos no cuentan con recursos para pagar los costosos tratamientos de ungüentos, aires acondicionados y antibióticos.

Venezuela es el octavo país del mundo con reservas probadas de gas natural en sus suelos. Las refinerías de Pdvsa están destruidas y producen solo un poco de este hidrocarburo, que se distribuye cada seis o diez meses en todo el país, con suerte. Pero el gas ahora mata.

Quien quiera gas constante debe pagarlo en el mercado negro a precios dolarizados; lo otro es una espera trágica. O aceptar comer a leña como en el siglo XIX.

Celina Carquez


(In)certidumbre

La imaginación de los ángeles afectos a la ignominia deviene en vaho fétido. Es quebradiza retórica del deterioro. Cuando enferman del alma se mimetizan en maldad; entonces la metáfora sutil sobra, se les vuelve escarnio; el símil es nube manchada por el terror; huye, inacabado, estéril, improductivo. Sus aleteos afean incluso un salir de casa con esperanza, con hálito de un retorno y un sonreír de nuevo ante los rostros de las querencias. Todo plan será una marcha callada hacia un futuro enigmático: deambular con nostalgia por una ruta zigzagueante en la que cada tramo es difuso, oscuro. Vivir sin vivir. Sinvivir recurrente.

A costa de su vuelo perverso, regresan como celajes los recuerdos, la memoria herida, atormentada, masacrada, erial en el que se delinque si se osa compartir los restos de tus muertos. Existir en un pasado construido, deconstruido, arrasado y, de nuevo, articulado cual ovillo de fierros rotos, desvencijados, carrete de ilusiones calcinadas. La vereda hacia lo que fuimos luce empedrada con restos de lo que va quedando: despojos alimentados por el luto inesperado. No obstante, el horizonte continúa plantado en volver a vivir sin sinvivir.

Luis Barrera Linares


Hijos del vacío

Una mañana, un representante de Cunaguaro y Serpiente Films se presentó en la puerta de mi productora clandestina de cine. Me entregó una notificación firmada y sellada por el ministro de Información Cultural. En el papel se explicaba tajantemente que dejáramos de grabar cortos.

Nuestras historias eran una especie de Monty Python tropical con crítica social, directa, desenfadada y corrosiva contra los desmanes del Estado. En YouTube sumábamos alrededor de cinco millones de visitas. A menudo, hacíamos documentales. Como el dedicado al padre Alejandro Moreno, Los hijos del vacío. En el minuto doce, Moreno sostiene que vivimos la era de, precisamente, los hijos del vacío. Hijos sin padres ni madres ni hermanos que, en lugar de asesinar, buscan a alguien que los suicide. También grabamos una parodia de The 400 Blows, la historia de un adolescente que se las arregla para incendiar Caracas. Pensaba que tarde o temprano todos los caraqueños perderíamos la razón y la ciudad ardería en llamas por combustión espontánea. Él quería adelantarse a sus presagios. Hacia el desenlace, entre cenizas y humo, el chamo entiende que su interés romántico no lo ama y se lanza a El Guaire. Pero fue con Práctica de tiro que nos ganamos el incondicional cariño del Ministerio. Se basa en un capítulo de Fiebre, de Otero Silva. Los cuatro protagonistas se refugian en una sala de cine para ver westerns a modo de taller de técnicas básicas de disparo. De esta manera, se entrenan para ejecutar cuatrocientos golpes de Estado fallidos al mejor estilo de Lon Chaney.

Mario Morenza


Justicia

Justicia: Consejo de la Judicatura. Corrupción y partidización. 1998: Banco Mundial, modernización y esperanza. 1999: Rousseau sí, Roscio no, o soberanía mata constitución. Constituyente originaria. Decreto de reorganización judicial. Designación inconstitucional de magistrados. Comisión de Funcionamiento y Reestructuración del Sistema Judicial, suspensión y destitución de jueces sin debido proceso. 80% de jueces provisionales. 2000: muerte de la justicia administrativa, vuelta al poder sin control. El derecho laboral contra la empresa privada y abolición de la libertad de expresión e información. Supraconstitucionalidad, hegemonía y marxismo. 2002-2003: secuestro de la voluntad popular y toma del Poder Electoral. 2004: ¿miquelenistas o chavistas?: Destitución y designación de magistrados. Ley Orgánica del TSJ exprés o el ascenso de los diputados/magistrados. Subordinación plena al proyecto revolucionario chavista. Cese total de las garantías económicas, del Estado rentista al Estado total. 2007: ¡Uh!, ¡ah!, ¡Chávez no se va!, en la apertura judicial, o cómo la justicia roja se parece a la de la esvástica. Repudio de tratados de derechos humanos y la Corte Interamericana. 45.000 fallos a favor de la revolución, ninguno a favor de las personas. 2015: nueva designación de agentes políticos como magistrados. El TSJ instrumento de persecución política, represión y encarcelamiento de alcaldes y otros funcionarios. Maduro sentencia, TSJ ejecuta. Maikel Moreno, presidente del TSJ. La destrucción está consumada.

Luis Alfonso Herrera


¿Irreparable casi?

La cosa empezó con un juramento de destrucción que a muchos fascinó: “Eliminaré a los adecos de la faz de la tierra. Les voy a freír las cabezas en aceite”. Unos y otros creímos que era pura retórica efectista, y no nos equivocamos, porque ciertamente nunca vimos ninguna cabeza chisporrotear en aceite; lo que sí hemos experimentado todos en carne propia se asemeja más bien a otra ya recurrente metáfora culinaria que también promete destrucción, pero a paso lento y de vencedores: la rana hervida.

Durante dos décadas hemos sido testigos (¿privilegiados?) de una capacidad de destrucción insospechada, tanto de instituciones, empresas y asociaciones de cualquier tipo, como de cada familia venezolana y de cada individuo en particular. Este último empeño destructivo es el menos fácil de percibir y precisar, tal vez sin embargo el más importante. Aun las psiquis mejor armadas han sufrido las consecuencias de esta especie de tenaz y rítmica horadación que busca despojarnos de toda humanidad. Así, por ejemplo, creemos habernos fortalecidos ante el dolor ajeno (que constituye nuestro único paisaje); cuando en realidad, sospecho, somos un poco menos humanos.

La RAE define la palabra destrucción como “ruina, asolamiento, pérdida grande y casi irreparable”. Debo confesar: vivo aferrada al “casi”.

Silda Cordoliani


La casa asediada

Desandar el camino es volver sobre la memoria. Mirar los detalles, las hendiduras y los relieves de una huella borrosa y reencontrarse con lo que fuimos. El país pareciera desdibujarse. Han muerto los viejos maestros y muchos, los más jóvenes, han tenido que marcharse. Se buscan la vida con la esperanza de volver algún día. Los años siguen pasando como los pájaros en bandadas, mientras se queman los libros en las bibliotecas, se envilece el lenguaje. Hay que alejar los símbolos del odio, la omnipresente mirada del arrebatador. Unir de nuevo las manos separadas. Abolir las etiquetas que ponen a los hermanos en bandos diferentes. No jugar al solaz de las apariencias. No seguir el juego de la obediencia, porque no hay excusa que justifique la abolición de las leyes y la ética con el propósito de quedar bien y seguir las órdenes perversas del poder. Los libros siguen siendo el refugio ante la casa asediada. Actuar con cautela, pero actuar. Seguir en el camino, creer en el país, en las leyes, en las instituciones es luchar contra la demolición de nuestro orden personal, es también un modo de estar. Conocer la verdad es el reto de cada día, desmontar las apariencias, la manipulación y las falsas esencias.

Gregory Zambrano


La destrucción de lo ficticio

Víctor Hugo expresó en Los Miserables que una revolución es la vuelta de lo ficticio a lo real, pero aquí la palabra revolución refiere la vuelta a un principio, no el establecimiento de un nuevo origen en un sentido que observamos en Hannah Arendt en Sobre la Revolución.

Para nosotros, esa vuelta tiene un sentido económico y otro político, en lo económico se regresó a la era pre-petrolera, en lo político se ha llegado a un momento anterior que se ubica formalmente el 17 de diciembre de 1935. En este contexto, la ficción que se ha destruido en Venezuela en estos veinte años y en un alcance temporal más amplio nos ha llevado al pasado ya que ha sido producto de una burbuja hecha de valores de cambios, construida con base en el petróleo que separó a los venezolanos de la realidad. Mientras se mantuvo la burbuja, y hubo esfuerzos deliberados por mantenerla por parte de aquellos que la construyeron, los venezolanos creímos que era la realidad. Ese periodo fue el de un País portátil donde todo se medía por esos valores de cambio que se podían sacar de la tierra sin el concurso de todos. Una vez destruida la ficción la realidad ahora pareciera recordarnos a Casas muertas. Pero eso fue una realidad, no nuestra realidad, nos queda ahora construirla y asumirla como propia.

Edgar Blanco


La noche

Fuimos poco a poco perdiendo la noche. Esa zona de la posibilidad. Esa extensión de la vida. Fuimos acortando sus horas: amaneceres, primero; madrugadas enteras después. Como pobres cenicientas, nos pusimos el norte de la medianoche. Los bares y las tascas cerrando más temprano; los restaurants chinos. Luego, el horario del Metro, hasta las once, dejó de ser suficiente. Fuimos bajando hacia las diez, las nueve, las ocho. Los autobuses dejaban de transitar a las siete. Al final, el crepúsculo pasó a ser el límite, como en La máquina del tiempo, de H. G. Wells y ese futuro distópico en el que ahora parece que vivimos.

La noche de la ciudad pasó a ser la de la ciudad de los milagros: recogelatas, mendigos, ordalías de muchachos y niños de la calle, algunos borrachos. Luego, ellos también han ido desapareciendo. Ya casi no se les escucha.

Algunos entendidos dicen que la noche no existe. Que nunca hubo tránsito ni luces más allá de sus primeras horas. Que nunca la recorrimos. Que hemos sido siempre gente del día.

La noche es solo para dormir. ¿Para qué más serviría?

Ricardo Ramírez Requena


La nuestra

A la miseria hay que merecerla.

No darla por sabida, mucho menos

ganarla desde arriba, por decreto,

porque un alguien dice,

porque un alguien la vocea,

porque la levanten de la calle amanecida

y la hagan precipitar al abismo

de aquellos que no saben llevarla,

ni cómo dentro de su lata suena.

A la miseria hay que saber vivirla

y sostener con tiento el hilo

como ir de puntas descalzo por un filo.

Hay un reguero de humo, unas suelas,

una jarra en hambre sumergida,

un enjambre de ojos en la esquina,

una camilla de cartones aislada

por una cortina de franela.

Merecer con garra la miseria

para que ilumine el final de toda fiesta;

para que engendre con el bello dios

en medio de su borrachera.

A ella le gusta besar arrebatada

con el borde de los dientes

y tiene espasmos en el sexo

que le cuelgan de una cuerda.

Ella es, a un tiempo, penuria y piedra

y es una sola en cada puerta.

Samuel González-Seijas


La destrucción del criterio

Me gusta destruir paradigmas, ilusiones, ídolos, reventar la lógica, las expectativas y las nociones de lo posible e imposible. Abrirme el pecho y sacar un bulto de sangre que se transfigura frente a mí. Destruyo superficies y abro grietas para escabullirme. Aunque estoy bastante familiarizada con la destrucción hay una que me incomoda especialmente, la destrucción del criterio, lograda a través del secuestro simbólico de la lucha contra el machismo, el racismo y el clasismo. Una gran conquista chavista sobre nuestra clase intelectual, y una gran derrota de la inteligencia y la sensibilidad. Basta cruzar la línea imaginaria que nos separa de Brasil y Colombia, para constatar cuánto concierne el feminismo a intelectuales y artistas, lo cual no pasa en Venezuela, donde el feminismo es considerado un asunto de izquierda radical, negativo en la mayoría de sus expresiones. Se da a entender que los esfuerzos de las mujeres por visibilizar la injusticia ancestral a la que hemos sido sometidas atenta contra la cultura y la libertad. Se promueve este discurso a través de la invisibilización de las obras de las mujeres. La desproporción en espacios como este mismo está tan a la vista que pasa desapercibida a las más agudas inteligencias.

Érika Ordosgoitti


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