Comer

Entonces se sentaron a comer las piedras rotas de la orilla mal, mirando el cielo de Mérida ido, mirando el amplio campo olvidado /seco /quebrado, mirando el enjambre de carroña que no deja ver las olas en el cielo, entonces la tierra en la boca, es lo que hay, otra vez, mastiquentraguen, la tierra de la esperanza, buen provecho, las uñas mugrosas entre dientes desesperados, la tierra maldita, o, la tierra santa y prometida para el exilio de todos los ángeles, de todas las lenguas desatadas, tragan las lágrimas crecidas frente al templo, es lo que hay, la lágrima con un cuerpo adentro, muerden los codos ya fofos pobre gente mi sangre de estrellas, comen balas, recuerdos, piden más detrás de las rejas, y solo viento que viene de la infancia suena, mi familia sin cena suena, mastican las tripas piches del animal blanqueado puro hueso, pero primero hay que leerlo por dentro para saber qué hacer si no hay mercado solo residuos amargos en los parajes abandonados, comen cable, sin miedo, oigo otra vez, amigues acá no existe el futuro, otra vez esparce tu eructo que no llega, puja como única noticia ante imponentes montañas, los hambriados necesitan palabras para sus ojos frente a vastas tierras devastadas —ya basta de gritos frente a la losa vacía— ahora, como saben, estamos hundidos del lado de la sombra mirando nacer nuevos astros, gracias camaradas solo hay pellejos por hoy, la fiesta ha dejado árido el camino a casa, pero vamos igual.

Jairo Rojas Rojas


Crímenes de lesa ciudad

Ignoran, pero no porque no saben. Es peor. Ignoran la fuerza de la ciudad porque la conocen y se propusieron desarmarla, desconociéndola, pues la temen. Como saben que el poder también teme esa fuerza, le prodigaron lisonjas, quizá buscando lo que por talento no hubieran logrado.

Ignoraron el Plan de Habilitación Física de Barrios cuando la emergencia de liderazgos alternativos amenazó su protagonismo embaucador. Ignoraron las responsabilidades que acarreaba y las posibilidades que abría la tragedia del deslave para apalancar la falacia del eje Orinoco-Apure. Ignoraron el patrimonio asaltando espacios y edificaciones para dislocar referencias. Ignoraron los paseos y permitieron su invasión por buhoneros a quienes espantaron para simular decencia. Ignoraron que la ciudad es un sistema de interrelaciones y redujeron todo a una Misión Vivienda de edificios lamentables, enfrentamientos insalvables y propiedad cuestionable, luego degradada a las pinturitas del Barrio Tricolor. Ignoraron secuencias emblemáticas como la Avenida Bolívar, devorando su espacio público, consolidando el abandono y degradándola con bloques prematuramente envejecidos e irremisiblemente tristes que exhiben tendederos y basura.

Lo saben. Sabemos que lo saben; saben que lo sabemos. Entre torpezas, trapisondas y turbiedades, su ignorancia es un aciago listado de crímenes de lesa ciudad.

Y esos tampoco prescriben.

Enrique Larrañaga


Culturas originarias en extinción

Habitantes originales de la selva, los Yanomamis, viven en los límites virtuales entre Brasil y Venezuela. Los Yekuana se localizan en Bolívar y Amazonas. Estas culturas se encuentran hoy en vía de extinción a causa de la invasión de buscadores de oro y la deforestación de sus selvas orquestada por el régimen chavista.

El Amazonas venezolano y su territorio de 184.000 Km2 constituye una de las más prodigiosas reservas de la biosfera, manteniendo el equilibrio climático al producir nubes, lluvias, agua y oxígeno para la atmósfera del planeta. En sus selvas han sobrevivido por miles de años culturas que constituyen los reservorios de la sabiduría ancestral de la humanidad.

Esa vasta región se ha convertido en el escenario de una lucha de poderes por el control de sus territorios por parte de organizaciones criminales dedicadas a la minería, apoyadas logísticamente por corporaciones militares a cargo del llamado Arco Minero, en alianza con la guerrilla colombiana, el narcotráfico y el negocio del oro. Una minería sin control que arrasa indiscriminadamente la selva utilizando mercurio en el proceso de extracción del oro, perjudicando los suelos y envenenando los ríos. ¿No es acaso un crimen de lesa humanidad la destrucción del pulmón del planeta y de nuestras culturas ancestrales en nombre del “socialismo”?

Edgar Cherubini Lecuna


Daño antropológico

Al atavismo caudillista y militarista, y al daño populista, rentista y clientelar, se le agregó el daño antropológico  neototalitario. El padre tan ausente a veces en el nivel microsocial se transformó en un padre omnipresente en todos los niveles; permisivo y pseudo-protector, primero. Vigilante, despótico y genocida silencioso, después. La moral distraída de algunos de nuestros primeros republicanos se transformó en la moral desvariada de los destructores de la república.

Las aproximaciones a la modernidad de la segunda mitad del siglo XX han sido arrasadas por la barbarie de la manipulación y fosilización identitarias. El odio se atizó con todas sus paradojas. Los íconos y símbolos de la nacionalidad fueron profanados y la memoria colectiva ha sido horadada; la circunscripción, la autovía central y la montaña totémica de la ciudad ya no tienen el mismo nombre.

No existe la burocracia moderna weberiana, ni su racionalidad, en donde se adecúan lógicamente medios afines.  La ineficiencia extrema, o la simple inoperancia,  es el común denominador de los servicios públicos. La ciudadanía incipiente de los lustros anteriores desapareció. No hay una instancia mediadora que haga respetar los derechos sociales, y existe miedo de luchar por los derechos políticos. Por mera sobrevivencia, nos han obligado a gestionar el silencio. El panopticismo mediático es comunicación del miedo. Terror a los grandes aparatos represivos y a los micropoderes (colectivos) de la hegemonía; desconfianza e insilio.

El arquetipo de trickster nos secuestró; impera el individualismo anárquico y la ausencia de normas estables y racionales. Comúnmente ya no encontramos fanáticos, sino oportunistas moderados. El sociolisto, dueño de un bodegón, no blande las banderas del socialismo. ¿De dónde provienen sus fondos? No hay instituciones bancarias para solicitar créditos legales para verdaderos emprendimientos. El trabajo asalariado ya no tiene ningún valor.  La ética bolivariana está a años luz del espíritu del capitalismo y la cultura laboriosa del protestantismo ascético. No hay progreso sino una involución y regresión secular. El futuro se quedó sin gasoil. La neolengua se encargará de desdibujarlo.

Carlos Colina


Derecho

En las sociedades libres con un sólido Estado de Derecho, el Derecho es una herramienta en favor de los ciudadanos para limitar el poder del Estado. Pero en Venezuela, en los últimos 22 años, hemos presenciado una transformación del ordenamiento jurídico y un uso (manipulación, en realidad) del Derecho para sostener en el tiempo un poder arbitrario e ilegítimo. La ley, otrora garantía para el ejercicio de derechos y libertades, hoy ha sido sustituida por decretos presidenciales, actos unilaterales inconsultos, para socavar estos derechos. El Poder Judicial, fundamental para la efectividad de los pesos y contrapesos del poder, ha sido genuflexo ante el Poder Ejecutivo; ha avalado sus políticas de control social en contra del ciudadano e incluso ha sido agente activo en la ejecución de estas políticas. Nuestras universidades enfrentando la enseñanza del Derecho con la cada vez más abismal distancia entre deber ser y ser. Los abogados ejerciendo cada vez menos Derecho y más gestoría especializada en procesos y trámites kafkianos. La libertad lamentablemente en nuestra cultura jurídica nunca ha sido concebida como un fin del Derecho,  pero hoy en día es el objetivo de ataque de esta herramienta del poder en el que han convertido al derecho, con d minúscula.

Andrea Rondón


Duelo

A las familias que viven en el Cementerio General del Sur

¿Qué sabe del duelo un niño que duerme sobre los muertos?

Un niño para el que una tumba es un hogar, una lápida es una almohada.

¿Quién le dice a este niño que la vida no “debe” correr ni jugar en un camposanto?

¿Que el aroma de los crisantemos y las camelias es un tributo a la ausencia y no a su sonrisa?

Este niño que se mancha de tierra, que se guarece de la lluvia, que pierde los dientes de leche en el seno de los difuntos. ¿Cómo explicarle que ellos son cicatrices y no guardianes? ¿Quién le dirá que no son suyos?

¿Qué sueña un niño en un cementerio?

Este niño que ya ha resemantizado nuestro mundo, que nació de un parto de múltiples duelos: de país roto, de salud quebrantada, de calles de suelo gris y orines fermentados, de exilios e insilios.

¿Dónde cabe el duelo de este niño en la RAE?

Niño Pocaterra, niño dionisos.

¿Quién le habla del duelo a un niño que despertó en la muerte?

Natasha Rangel


El alma

En su libro El Danubio, Claudio Magris dice que a los horrendos crímenes del nazismo es necesario agregar el de haber pervertido la interioridad alemana. Parece una obviedad, pero a veces olvidamos señalar que los peores males de la historia no solo liquidan cuerpos sino que ante todo se proponen acabar con las almas. Que lo logren o no, ese es otro asunto —¿se puede matar un alma?—, pero de que las someten a vejaciones indecibles no queda la menor duda. Envenenar el trato de una sensibilidad con el mundo es la empresa más abominable que se pueda concebir. Mucho más si es adrede, por puro morbo de perjuicio, como pienso que se ha pretendido hacer con nosotros en Venezuela. Elisa Lerner me dijo un día que el chavismo era la abolición de la belleza. Entonces no supe contestarle que, aunque estaba de acuerdo, su entereza moral —la de Elisa y la de tantísimos otros venezolanos portadores de una belleza interior de raíces muy hondas— es y será por siempre una patria posible para nuestro resguardo y nuestra curación. Para el resguardo y la curación de nuestra interioridad, de nuestra alma.

Diego Arroyo Gil


¿Educación?

y le llaman… sistema educativo

Jonatan Alzuru Aponte


El ayunador

Soy oriunda de un país acechado por el hambre, donde lo que hay —la falta de comida— ha sustituido eso que habría que buscar —los signos, lo que no hay—, de no tener que pasar la vida luchando por llenar el vacío de lo primordial.  Vengo de un país donde aquello que podía considerarse un placer y un derecho se convirtió en agobio.  Ser testigo de esta pesadilla es una de las razones que me han impulsado a escribir sobre el ayuno, cuya imagen, en el fondo, se me presenta como una forma de  resistencia, la experiencia de la anorexia como metáfora del reclamo.

El ayunador, el anoréxico, rechaza alimentarse, se bate a muerte contra su hambre, la incita, la reta, la convierte en un arma.  Un origen “que no parece tener un fin terreno” subyace a la decisión de vérselas con el estómago vacío. Algunos estudiosos sugieren que detrás de la acción de dejar de comer esté quizás la necesidad de echarle en cara al otro  —¿alteridad familiar, alteridad metafísica?— su ausencia, su ceguera, su incapacidad de ver y de ser visto.

El negarse del ayunador puede ser leído al mismo tiempo como el repudio a la ingesta urgente, a ese alimentarse que implica llanamente salvar el pellejo, ese comer para no morir de hambre.  Y esto también lo configura, a mi parecer, como una forma de batirse contra la condición degradante a la que la pobreza puede someternos. Condición que padecen no solo los que sufren directamente el efecto corrosivo de la carencia, sino también aquellos que, desde lejos, observan.

Carmen Leonor Ferro


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