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Por ANTONIO GARCÍA PONCE

Entre las esquinas caraqueñas de Las Dos Pilitas y Portillo, en la parroquia La Pastora, están tres construcciones cargadas de historia: el puente Carlos III, la «Casa de Boves» y el Asilo de Huérfanos.

Entre 1782 y 1786 fue construido el puente que ahora lleva el nombre de Carlos III. Ejercía como primera autoridad de la provincia el brigadier Manuel González de Navarra, cuyo gobierno fue uno de los más tranquilos y prósperos. La construcción fue ejecutada por el caraqueño Juan Domingo del Sacramento Infante –cuya importancia deriva por ser la vía de acceso a la capital cuando se viene desde la Puerta de Caracas y se tiene que atravesar el río Catuche. También dicho Gobernador dotó a la ciudad de un teatro, levantado con dinero de su propio bolsillo; proyectó el trazado de una alameda y mejoró el suministro de agua en aquel sector.

El transeúnte, distraído por los ruidos del tránsito de vehículos de la estrecha calle, no logra reparar en el puente Carlos III. Por uno de sus lados ha dejado de ser puente debido a una fila de casas erigidas desde los bordes y el lecho de la quebrada. En cambio, por su otro costado mantiene su condición de puente. Visto desde el lecho de la quebrada se aprecia su perfecto arco enladrillado, pero desde la calle se notan los estragos del tiempo y la mano grosera de los sin techos lo han desportillado y le han abierto una tronera al muro a fin de facilitar su labor de seguir construyendo ranchos. Queda así ahogada lo que fue una firme construcción colonial. Mirando con atención, a la mitad del puente se aprecia una modesta hornacina que contiene una tarja de piedra, bastante maltratada, donde aún puede leerse lo siguiente:

—«…se acabó la obra deste puente dia XXXI de marzo reinando nuestro monarca Carlos III que dios guarde y siendo governador y capitan grl desta provincia y sus anexas el… Don Manuel …avarra».

Pasemos ahora a observar una sólida construcción, con fachada de piedra, ventanas voladas con herrajes y un techo de tejas y artesonado de madera, a la que popularmente se llama «La Casa de Boves». En verdad, no fue tal. Su nombre proviene de una antigua mansión que en ese mismo lugar existía y que fue derrumbada en 1930 para edificar la actual. Según la tradición, allí se hospedó José Tomás Boves cuando ocupó Caracas a partir del 16 de julio de 1814. Sin embargo, diversos autores afirman que allí no vivió el famoso asturiano, sino su más cercano y fiel lugarteniente, Chepito González, versión que recoge el escritor A. Valdivieso Montaño en su biografía de Boves.

Lo cierto es que Boves, después de recibir la aclamación de la gente congregada a su paso por la calle real de San Juan, en medio del estallido de fuegos artificiales, repique de campanas y música de guitarras y tambores, y de asistir al solemne Te Deum en la Catedral, oficiado por el arzobispo Narciso Coll y Pratt, descansó en el Palacio Arzobispal de la fatiga de la marcha desde los campos de Aragua, anegados en sangre. Entonces, promulgó un indulto, pero con una coletilla, la de llevar a juicio sumarísimo a los responsables de las órdenes de degüello de prisioneros españoles, que fueron dictadas por el general patriota Juan Bautista Arismendi. Fue cuando Chepito González montó un paredón en la Cañada de Coticita, no tan lejos de su casa. Quizás la gente no hizo distingos entre el ejecutor y el autor de la siniestra venganza, y llamó a aquella casa de donde salían las últimas instrucciones de las condenas a muerte «La Casa de Boves». El apelativo ha resistido el paso de los años.

No se sabe si para exorcizar el lugar, pero desde 1936 funcionó allí el Instituto Nacional de Puericultura. Allí recibieron instrucción muchos médicos pediatras, sanitaristas y enfermeras. Luego, fue sede del Ambulatorio Urbano Norte del Distrito Sanitario Nº 1, dependiente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social.

En esta misma calle pastoreña está el Asilo de Huérfanos. Fue obra del espíritu filantrópico proverbial del ingeniero Agustín Aveledo, al ocurrírsele la idea de construir un orfanato que recogiera a los niños que quedaron sin padres a raíz del terremoto de Cúa, a comienzos de 1878. El asilo fue inaugurado el 24 de julio de ese año, en una casa situada en la misma calle, pero al mes siguiente se mudó para otra vivienda cerca de la iglesia de Las Mercedes, y una vez más para la antigua sede del Colegio Smith, de Altagracia a Cuartel Viejo. Finalmente, una velada celebrada en el teatro Caracas bajo los auspicios del Colegio Smith, regentado por la distinguida señora Concepción Miyares de Smith, recaudó suficiente dinero para emprender la construcción de una sede propia. Aveledo no solo entusiasmó a una multitud de personas en el proyecto, sino que él mismo elaboró los planos y dirigió los trabajos de construcción de la mansión que hoy todavía se contempla.

La obra del Asilo de Huérfanos y el papel jugado por Aveledo son recordados en una lápida de mármol situada en la entrada del edificio. Un cartel indica que, además, allí funciona el Colegio «Madre Rafols». Fuera de algunos retoques en la fachada, la construcción por dentro indica a las claras el estilo de los caserones del siglo XIX.

Podría agregarse en la misma cuadra otra casa con su historia, situada cuatro y cinco casas más allá por la misma acera del Asilo, hacia Las Dos Pilitas, donde vivió durante muchos años el ilustre prelado venezolano y elocuentísimo orador sagrado, monseñor Jesús María Pellín (1892-1969).


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