Pocas personas se han percatado de que nuestra plástica y literatura han sido pioneras en América Latina en sus vanguardias. Ciertamente México, Argentina, Brasil y Venezuela fueron precursoras en mirar tierra adentro sus costumbres y hábitos para insertarlas en la literatura. En la pintura, México con José Guadalupe Posada, Diego Rivera, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo hacen arte con indudable sabor mexicano. De ellos resalto la plástica de Tamayo por su colorido lirismo y la sabiduría de enmarcarla exclusivamente dentro del oficio y separarla de la política. Las obras literarias de José Joaquín Fernández de Lizardo, Mariano Azuela, Xavier Icaza, José Mencisidor o Mauricio Magdaleno revelan esa huella. A ello hay que sumarle la arquitectura de Luis Barragán. Sobria, austera y de silencios infinitos. En 1880 en Brasil se publica, por entregas, Memorias póstumas de Blas Cubas –que no tuvo repercusión en la plástica. En 1927 el escritor brasilero Oswald de Andrade publicaría el Manifiesto antropófago en el cual pedía que Brasil “se comiera la cultura foránea y lanzara la suya”. Esto fue la inspiración para que Tarsila do Amaral realizara sus piezas más significativas. En Argentina, para 1843 se publica Facundo de Domingo Faustino Sarmiento –que señala el intento de progreso frente al atraso existente, en las pampas argentinas. Sarmiento impone la civilización en esa novela. Ángel Della Valle recreará una pintura realista y, posteriormente, Florencio Molina Campos hará lo propio en una pintura, con aire caricaturesco, que muestra la vida y costumbres de los gauchos.

El año de 1928 fue crucial en la política y la literatura venezolana. Surge la generación del 28. Uslar escribe Miralejos –en la que describe una población rural, miserable y condenada a la muerte. Y Rómulo Gallegos publica Doña Bárbara –donde confluye el choque de civilización y barbarie. Todos estos protagonistas están signados por un destino trágico. Boulton viajará al interior para fotografiar y dejar un testimonio de ese paisaje. Al igual que Gallegos lo hizo para escribir Doña Bárbara e identificar costumbres y hábitos del llanero. Gallegos –en contraste con Sarmiento– induce la civilización y permite la convivencia entre ambas maneras de pensar. Más adelante, en 1938, el Gobierno venezolano –tras un largo proceso de deliberaciones y consultas– apertura el concurso para la “La reurbanización del Silencio” que, posteriormente, gana Carlos Raúl Villanueva. Allí toma elementos de la colonia (columnas panzudas y corredores) para insertarlos en un marco tropical con elementos compositivos vanguardistas (patios internos, integración y ampliación de los espacios públicos).

En ese marco histórico la literatura y el arte venezolano se presentaban como fuerzas contrarias. La pintura se mostraba apacible y hasta cándida. Había la necesidad histórica de documentar imágenes que “olieran a Venezuela”. Boulton promueve a Narváez en la escultura y a Monasterios en la pintura. Sin embargo, hubo otros artistas que se interesaron por esas raíces: Héctor Poleo, César Rengifo, Pedro León Castro, Gabriel Bracho, Juan Vicente Fabbiani, Pedro Centeno Vallenilla y Elisa Elvira Zuloaga. De todos ellos brilla Poleo como el gran creador, no solo porque fue coherente en toda su trayectoria en la cual evolucionó con soltura, sino porque, para esa etapa de su obra, plasma ese sentimiento puro de nuestra ruralidad. Influido por los muralistas mexicanos comienza a hacer pintura social desde 1938, pero descollará con la pieza Los tres comisarios, de 1942, que se enmarca como la primera pintura netamente criollista. De todos los anteriores, la menos estudiada es la pintora Elisa Elvira Zuloaga.

Pocos han reparado en el enorme impacto que surte en los pintores del Círculo de Bellas Artes la visita de Emilio Boggio a Caracas, en 1919. Para esos jóvenes resultaba muy difícil poder viajar a Europa a conocer las nuevas tendencias. Boggio les cambia la manera de pensar, salió con ellos para enseñarles la pintura a plen air. Fue a sus talleres, los guió. Como resultado por un tiempo muchos de ellos pintaron a la manera del maestro: Cabré, Pedro Ángel González, Reverón, etc. Una pareja de jóvenes hermanas asistían a esas tertulias: Elisa Elvira y María Luisa Zuloaga. Y ambas serían pioneras. Elisa Elvira como la primera pintora. Y María Luisa como la primera ceramista artística. No es poca cosa. Es posible que esas aproximaciones hayan sido el motor para que ambas hermanas se interesaran por el arte, que ya estudiaban en la Academia de Bellas Artes. Las Zuloaga no la tuvieron fácil en un ambiente masculino. Hay evidencias del desdén con el que las citaban, de manera peyorativa: “Esas señoritas de sociedad que quieren ser artistas”. Ese mismo año de 1919, con la motivación del maestro Boggio, Zuloaga viaja a París a estudiar a la Academia La Grande Chaumiere y, posteriormente en 1935, con el pintor y crítico de arte André Lothe. Y luego con el pintor Amédée Ozenfant. En 1945 es nombrada Directora de Cultura del Ministerio de Educación y asume la postura de otorgar becas a estudiantes de arte. En 1950, se traslada a Nueva York donde estudia grabado con el alemán Johnny Friedlaender y el inglés Stanley Hayter en el reputado Atelier 17. Viene a Caracas e instala su taller de grabado donde actualmente se ubica el TAGA (Taller de Artistas Gráficos). Lo cual la convierte en la primera grabadora venezolana. Cuidadosa y exigente a extremos fue una grabadora excelsa que trataba las láminas metálicas con gran habilidad. Profundizó con todas las técnicas y promulgó su conocimiento. Fue mejor grabadora que pintora.

Pensamos que el haber sido una mujer cultivada en las artes como pocas le hizo reflexionar sobre la importancia de una pintura social. Y muy venezolana. Cuando desarrolla su lenguaje realiza una pintura simbólica y casi surrealista tomando elementos del paisaje venezolano rural. Árboles retorcidos y desvestidos de todo el follaje, hablan de un paraje abandonado a su suerte, dendrones caducifolios, sitios solitarios donde no está el hombre pero sí su huella. Muros que gritan –al igual que los árboles–, miseria, soledad. Fue una pintura pensada, pero su resolución no fue la más feliz. Se hace arte en la medida que se es artista. No fue Artemisia Gentileschi, pero fue nuestra primera artista.

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Ilustraciones

(1) Higuerote; óleo sobre tela; 1945; medidas: 53,5 x 42,5 cm; Colección Galería de Arte Nacional

(2) Imagen de Elisa Elvira Zuloaga


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