Gonzalo Picón-Febres / archivo

Por MARIO MORENZA

Hans Robert Jauss, en su libro La historia de la literatura como provocación (1976), afirma que el anhelo máximo para un filólogo del siglo xix era escribir la historia de la literatura de su país: yacía en esa agotadora tarea la idea de la individualidad nacional. Gonzalo Picón Febres, novelista y crítico merideño, escribió la historia literaria de los inicios de nuestras bellas letras. Fue el primer intento de sistematización, su libro se llamó La literatura venezolana del siglo xix (1906). Y es posible que para muchos solo haya sido eso, un intento.

A partir de los trabajos de Kohut (2001), Rodríguez Carucci (2006), Ceserani (2003), Warren y Wellek (1985), esbozo el concepto de historiografía literaria, la cual defino como el arte y, de igual forma, como la ciencia de la historia de fijar en palabras la memoria de las escrituras de un pueblo, el verbo que contiene todo ese pasado cultural, todo ese pasado de la palabra escrita que merece la etiqueta de bellas letras, que consideramos como literatura en cualquiera de sus géneros, como lo apunta Frank Schultz: “La exposición sintetizada de los procesos históricos de la literatura”.

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura? El mismo Schultz precisa que no necesariamente referimos toda la “literatura”, sino a lo poético de esa “literatura”. Para este autor, lo poético no aglomera “un complejo formado por el saber y la habilidad artesanal, sino una unidad concebida como vida y fuerza, con un residuo que quedaba en su fondo y que resulta siempre inasequible a la simple razón”. La historia literaria, por muchos años, sigo con Frank Schultz (1997), se dedicó a la acumulación de materiales de “erudición libresca”: así la heredamos del siglo xix en el xx. La historia literaria no solo se presentó en el siglo anterior como “inexcusable ciencia auxiliar de tipo bibliográfico, biográfico y cronológico, sino como una disciplina que se consideraba a sí misma como un fin en sí, claro está que con ciertas gradaciones y ciertos nexos de enlace con su polo contrario”. En la historia de la literatura coexistiría la espiritualidad científico-literaria. Asimismo, a continuación, jugaría un papel trascendental su relación con la filología. Ya no sería unívoca la historia literaria, pues esta adoptaría un cariz de ciencia literaria: predominará el sentido sólido del trabajo y los resultados de una investigación.

Rodríguez Carucci se apoya en las palabras de Víctor Sanz para puntualizar el concepto de historiografía, y todo lo que agrupa su campo de estudio, de análisis, de acción, y sostiene que la historiografía no registra los hechos en sí mismos, más bien se detiene en la forma en que estos mismos hechos han sido expuestos, escritos y descritos por el historiador, además, determina el grado de acercamiento de estas escrituras y descripciones de la historia como realidad comprobable. Precisamente, bajo estas premisas, Rodríguez Carucci expone que “la revisión historiográfica (…) [no es solamente una] observación directa de los hechos, sino de las lecturas de las que estos han sido objeto mediante ordenamientos e interpretaciones elaboradas a través de los distintos discursos historiográficos”. Igualmente, si pensamos en la funcionalidad histórica de estas lecturas, observaremos que realizan interpretaciones, describen y escriben sobre acontecimientos, pero que, a fin de cuentas, no resultan ser lecturas ciento por ciento “verdaderas”. El discurso está sujeto a la variante subjetiva de la apreciación y lidiamos ante un problema de cariz duplicado: estudiamos ficciones. En este caso, se trata del pasado de la narrativa venezolana, escribir y describir ese relato objetivo de cómo fue su origen, su desarrollo y evolución desde ese primer momento en el que se publica el primer episodio de Los mártires en febrero de 1842 en el segundo número de El Liceo Venezolano, hasta esta edición de Papel Literario.

Hans Robert Jauss explica en su texto que la solución encontrada por la filosofía de la historia es precisar un comienzo y un fin de lo que se quiere contar, ya que las historias literarias nacionales solo pueden visualizarse como una serie completa de hechos, esférica, con escenas finales, cuyo punto culminante es la figuración clásica de esa literatura. Narremos, pues, la novela de nuestras novelas.


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