PEDRO LEÓN ZAPATA, POR VASCO SZINETAR

Por MARLA MELISA ROJAS

Nos ocupa este espacio hablar de un gigante del humorismo en nuestro país, de Pedro León Zapata, de quien fuera en vida el caricaturista más avezado, puntiagudo y mordaz de nuestro ombligo llamado Venezuela. Dominaba la realidad magistralmente con su pincel,  con él en mano creó personajes, pintó en blanco y negro y a color. Levantó un potente mural de más de 1.500 metros cuadrados de superficie tras la sapiencia adquirida de sus estudios en México, con no menos gigantes como David Alfaro Siqueiros. A ello se le suma el colosal talento demostrado durante sus 50 años ininterrumpidos como caricaturista de El Nacional en su columna Zapatazos. Publicó  los libros: Zapatazos, ¿Quién es Zapata?, Zapata vs. Pinochet, Lo menos malo de Pedro León Zapata, Zapata absolutamente en Serio, Caracas, Monte y Culebra, Breve Crónica de lo Cotidiano, Los Gómez de Zapata, De la A de Arte a la Z de Zapata, Zapata firme, Firme Zapata y La mordaz mordaza de Zapata. Sus comienzos fueron en revistas, ya hoy desaparecidas, como Fantoches y Dominguito.

Zapata marcó el ritmo del país, caricatura tras caricatura, moldeando de una manera única, el ser capaces de digerir la realidad a través de eso que llaman humor.

Pero comencemos por lo básico ¿cuál es la importancia de un trazo? Le pregunté a Pedro León Zapata en una entrevista realizada en diciembre del 2000. Responde comentándome que el trazo tiene: (…) diversidad de importancias (…) continúa: (…) El trazo comunica… puede comunicar ¿fíjate tú que trazo soy?  Y uno se fija, caramba, pero ¡qué trazo! Es decir, el sólo trazo tiene una belleza en sí mismo… Hay un ejemplo clásico, digamos, el de la visita que le hace un pintor griego a otro en la Grecia Clásica. A Anaximandro lo visitan, quién sabe quién… y dice ¿no está Anaximandro? No, no está aquí. En medio de su taller la persona le deja un mensaje y entonces agarra un buril, traza en la superficie encerada una línea tan sutil, fina y exquisita. Nada más una línea. Cuando llega Anaximandro y lo ve, dice, aquí estuvo fulano de tal, únicamente porque aquel trazo tan bello sólo lo pudo haber hecho ese fulano de tal, sobre todo por lo fino del trazo, y entonces agarra Anaximandro el buril y dentro del trazo del otro traza una rayita. Esa es una demostración de lo elocuente que puede ser el sólo trazo sin necesidad de significar más que yo soy un trazo pero además, el trazo se puede cargar de diversos significados extra plásticos, diría, que no son intrínsecamente lo que el trazo mismo es, sino lo que el trazo puede encerrar, una diversidad de significados. Desde mi punto de vista, lo importante del trazo es el trazo mismo, como Anaximandro entonces, porque una caricatura puede expresarse por medio del trazo nada más, sin necesidad de que recurramos a su significado. Bueno, porque el trazo le puede imprimir a la caricatura una gran delicadeza, una gran sutileza, una gran timidez, un gran nerviosismo, una gran agresividad; según sea agresivo, nervioso, exquisito, etcétera, el trazo. De modo que siempre, en última instancia, tenemos el ejemplo de la belleza natural del trazo, independientemente de lo que el trazo signifique. El gran caricaturista naturalmente es. Una de las formas de ser gran caricaturista,  naturalmente, es la de que la expresividad del trazo, en sí mismo, se una a la expresividad de lo que el trazo dice, de lo que el trazo cuenta, además, de lo que él mismo es.

Luego de estudiar  en  la Escuela de Artes Plásticas de Caracas,  Zapata fue becado por el primer gobierno adeco para continuar su aprendizaje con los mexicanos en el Instituto Politécnico Nacional y en la Escuela de Pintura de La Esmeralda. No obstante, en un principio, consideraba que podía aprender mucho más con la escuela europea, al lado de los franceses,  pero su tránsito por México duró un lustro, sumergiéndolo en un discurso social que luego marcaría las huellas de sus trabajos en nuestro país.

El que fuese México fue una decisión gubernamental del programa educativo donde falsamente  le prometieron que, posterior  a un año de estudio,  cursaría en París, pero no fue así. Al respecto y al preguntarle por qué  México fue su destino inicial, Zapata responde: “(…) Yo no quería ir a México, yo quería ir a Europa donde iban todos los pintores venezolanos sobre todo en aquella época, recalco, sobre todo porque actualmente Nueva York es un centro de arte importante, pero en la época en la que yo estudiaba pintura,  y aunque Nueva York  ya era importante, en Venezuela  no lo sabíamos, eso no lo sabía nadie, tal vez ni en Nueva York  lo sabían,  y entonces nadie quería viajar a Nueva York, todo el mundo quería ir a París, porque era la meta de todos. A París fue Alejandro Otero, a París fue Soto —Soto viajó a París posteriormente que yo a —aunque  él era anterior a mí en sus estudios, pero él viajó más tarde—  y  Cruz-Diez viajó, diríamos, bastante tarde, cuando ya yo estaba de regreso de México. Pero de ese lote al cual me refiero,  fue uno de los últimos que viajó (se refiere a Cruz-Diez) y yo quería ir a París, porque yo no creía si no en el arte europeo. Yo nunca creí que fuera de Europa hubiera arte, y en Estados Unidos menos que en ninguna otra parte; porque así nos lo enseñaron a nosotros en la escuela de pintura y en México había un arte que interesaba muchísimo a los que vinculaban arte y política a los que veían que el arte era un periplo de comunicación en lo cultural, en lo político, en lo social, importantísimo. Y ese arte social, que entonces tenía una gran vigencia en el mundo,  naturalmente tenía en México una representación importantísima como era Diego Rivera, Siqueiros, José Clemente Orozco, los llamados grandes de la pintura mural mexicana, y un movimiento mural importantísimo.  Fui a México porque quisieron que yo fuera a México, yo fui becado y quienes daban la beca pensaron que yo debía ir a México. Cuando yo me quejé  de que no quería ir a México,  que yo donde quería ir era a Europa, cuando insistí mucho en que yo quería ir a París, entonces me dijeron (los que me daban la beca) vamos a hacer un trato, tú te vas a México por un año  y después te vas a donde te dé la gana,  pero compláceme  yendo  un  año  a  México. Estamos hablando de cuando los adecos estuvieron por primera vez en el poder, cuando tumbaron a Medina, así de remoto. Y entonces me dijeron eso y yo acepté el trato cándidamente, como siempre creyendo uno en promesas políticas y electorales,  y  pensando que de verdad, cuando tenga un año en México, aburriéndome ahí; porque no me iba a gustar, podré viajar a París que era donde yo quería ir y efectivamente yo pasé por lo menos un año en México a disgusto porque a mí no me gustaba la pintura mexicana, no me gustaba lo que veía y estuve mal. Pintaba, estudiaba, iba a la escuela, todo, pero no era una cosa que me gustara. Lo curioso es que después de ese año comenzó a gustarme y llegó a gustarme la pintura mexicana y el arte en general. Claro, hay un arte prehispánico que a uno le gusta de entrada, desde el primer momento. De entrada, es un arte indiscutible. Ya el arte moderno mexicano, moderno, moderno de aquella época era más discutible porque tiene el ingrediente político, que no es el rechazo al ingrediente político, sino a meter la política en el arte,  independiente de cual sea esa política. Todo eso era muy extraño a lo que yo había recibido aquí, a la idea preconcebida que yo traía del arte,  y me parecía muy chocante. Sin embargo, después me gustó muchísimo y yo creo que el viaje mío a México, mi estancia en México, me fue muy provechosa. Tengo mucho que agradecerle al arte mexicano y a los grandes artistas mexicanos por las enseñanzas que recibí de ellos; pero sin embargo, a quien le estoy yo más agradecido, y de quien creo haber recibido más, es del propio pueblo mexicano, del modo de ser del mexicano, del modo de enfrentar la vida que el mexicano tiene, de ese sentimiento trágico de la vida como diría Unamuno pero al mismo tiempo ese sentido humorístico que el mexicano tiene y del cual yo recibí muchísimo y al cual yo creo que le debo mucho  (…) A los grandes del mural mexicano, yo los veía tan grandes y tan distantes, que yo sólo les escuchaba. Alguna vez, naturalmente, dialogué con ellos, pero me acuerdo un mínimo de lo que yo dije, me acuerdo mucho de lo que ellos me respondieron, pero una conversación propiamente yo no la tuve con ellos. Hablé con Diego Rivera más de una vez, después de alguna conferencia, alguna vez de visita en su casa, pero mínimo. Son cosas que no eran conversaciones porque la actitud mía no era de igualdad con ellos, entonces no había propiamente una tertulia, una conversación, mínimo una frase.

Entre las personas que han ejercido gran influencia sobre el también pintor, mencionó  a  Diego Rivera, resaltando la distancia que profesionalmente los separaba pero recordado como quien le aportara un nuevo modo de ver el mundo, una forma de pensar identificada con la forma de vivir que tenía el pueblo mexicano. No obstante,  fue Picasso quien recibió una mayor influencia artística. Al respecto Zapata afirma: Picasso sigue siendo mi gran ídolo. Mientras que el ídolo habla de sí mismo, el trabajo de uno tiene que defenderse por su calidad inteligente.

Zapata incursionó en el diarismo gráfico y fue elaborando desde su columna Zapatazos en El Nacional su propio discurso. Una forma genuina de comunicar la verdad de una manera frontal y a veces sugerida. Como a cualquier buen lector y culto, sus caricaturas nos provocaban sonrisas, carcajadas y en ocasiones estremecimientos muy profundos.

Zapata dibujó e ilustró una Venezuela vapuleada por los gobiernos de turno. Pero ¿cuál era el hilo conductor de todo su trabajo,  incluyendo cientos de caricaturas, pinturas y dibujos?: el humor, siempre el humor. En este sentido Zapata argumenta que: El humor no es serio,  porque el humor es una manifestación de la inteligencia. En mi opinión, la manifestación más elevada de la inteligencia,  y en este sentido, me cito a mí mismo. Y la seriedad  no  es una manifestación de la inteligencia, es un recurso de la no inteligencia.  La mayoría de las personas,  fíjate tú, que dicen: “Más serio que un burro embarcado”. No  se trata del embarque, se trata del burro y la inteligencia, son dos cosas que no tienen nada que ver. Cuando la gente vincula seriedad con burro lo está haciendo instintivamente,  dándose cuenta de que el serio y el bruto es más o menos lo mismo, porque la seriedad sirve para encubrir un montón de cosas horribles y no aceptan chistes, no aceptan humor porque el humor los puede poner en evidencia. El campo del humor es demasiado resbaladizo. Allí no cuenta uno nada más con la inteligencia,  y si no la tiene le puede ir muy, muy mal, de modo que efectivamente no tiene ningún punto de contacto el humor con la inteligencia,  pero eso no quiere decir que el humor sea frívolo porque sería como reconocer que la seriedad no lo es y no hay nada más frívolo que la seriedad,  y la seriedad es frívola justamente porque sirve para encubrir la falta de conocimiento, la falta de densidad de pensamiento de quien la práctica. De modo que no es el humor ni serio ni tampoco frívolo. El humor es la única manera de entender el mundo porque prescinde de que el mundo pueda ser entendido.

A  Zapata lo definían tantos adjetivos: irreverente, auténtico, genial, prolífico y más. Autocrítico con su trabajo y con el de los otros, Zapata nos habla de su oficio ejercido a través de cinco décadas en El Nacional y luego de preguntarle sobre los intríngulis de su trabajo, responde asertivamente: Hay un cierto enfoque en la caricatura siempre, ese cierto enfoque no es consciente sino que es producto de mi modo de ser, de que yo soy así. Cuando digo cierto enfoque, yo no quiero decir que sea un enfoque positivo sino cierto enfoque que puede ser negativo también, pero esa cosa sale sola, independientemente de lo que uno piense. Uno, la caricatura la piensa,  la elabora mentalmente, y a veces sustituye las palabras.  

Fíjate,  por ejemplo,  este titular, y que lo hace pensar a uno la responsabilidad que uno tiene con las cuatro o cinco palabras que uno pone en la caricatura tiene que verlas muy bien. Fíjate tú: “Dos prófugos se buscan en el mundo”. Eso quiere decir que uno está buscando al otro, buscados los dos, cada uno por su cuenta, por la autoridad; que es un tercero que no figura en el título y eso está gramaticalmente  correcto,  pero no, no está bien dicho porque no se están buscando entre ellos, los están buscando a ellos, son buscados en el mundo.  Entonces en un título que tiene cinco palabras, que haya una, que por no figurar, le cambie el sentido a lo que se está diciendo. En el caso de la caricatura también,  son tres o cuatro palabras y entonces hay que seleccionar muy bien las palabras y el orden en que esas palabras se dicen para que cabalmente expresen el pensamiento de uno, aunque el pensamiento de uno quiera ser expresado de una manera ambigua. Yo a veces hago caricaturas que tienen dos interpretaciones, que se puede entender,  porque la frase está hecha como ésta pero hecha a propósito se puede entender al derecho o al revés, se puede entender a favor o en contra, sobre todo empleo eso cuando la comprensión de en contra es demasiado violenta y digo, yo lo voy a dejar aquí, de modo que haya una salida que deje bien parado al personaje;  aunque el lector, según su propia malicia.   

En este punto Zapata quiere decir que le deja al lector la mirada y la interpretación de lo que él no dice explícitamente,  y continúa diciendo sobre las caricaturas que él hace: Pero es tan agresiva que yo no quiero correr con la responsabilidad de ser quien lo dice. Supongamos que a un político, en un momento dado uno, porque la prensa ha informado algo en ese sentido, quiere decir ladrón,  pero es muy feo decirle ladrón, muy agresivo. Entonces uno puede practicar ese juego, pero en realidad escoger las palabras es muy importante.  En realidad, el espíritu de la caricatura es una cosa que sale sola, que uno tiene, si uno tiene un espíritu, de uno, es negativo, saldrá negativo. Si no hoy, mañana: y si  no,  pasado mañana, pero saldrá.

Tras explicar cómo funciona su proceso creativo para hacer las caricaturas, Zapata afirma: En primer lugar, yo no sé si me inspiro, eso es una cosa que yo pongo en duda: sí tengo o no inspiración, si existe o no la inspiración, eso no está planteado. Yo pongo música para trabajar y pongo mucha música, tengo bastante música.

No podemos dejar de hablar de un hábito recurrente en nuestro caricaturista: la lectura. Leer,  sumado a la genialidad del hombre que plasmó en cada hoja y lienzo en blanco, al hombre que erigió el mural Conductores de Venezuela, en los exteriores del Gimnasio Cubierto de la Universidad Central de Venezuela (1999),  le pregunté ¿cuál era su familia literaria? A lo que respondió: Mi familia literaria es la lectura, a mí me gusta mucho leer, a mí me parece que la invención más grande del hombre es la palabra. Únicamente compite con la palabra hablada, la palabra escrita. A lo mejor la palabra escrita, mejor todavía que la palabra hablada, porque la palabra escrita significa una invención increíble, una invención formal, visual, dibujo, diseño extraordinario. Yo estaba pensando en estos días en las diferentes letras y yo estaba pensando en una letra y decía la p. Por qué no hacer una letra que sea al revés. Bueno pero es la que entonces resulta que todas las posibilidades del garabato están prodigiosamente sintetizadas en las letras tan bonitas.  La letra es bella en sí misma, nada más. Entonces tener uno en frente, tener un conjunto de letras que ya son de por sí bellas que además digan una cosa prodigiosa… entonces la lectura es por lo tanto el gran vicio, el gran entretenimiento, el entretenimiento por excelencia… Me gusta enormemente leer y no puedo clasificar a los escritores como familiares o no familiares porque de repente ocurre que un escritor, que en su lenguaje es muy agresivo, me gusta mucho y luego paso a leer otro, que es muy melancólico y muy bucólico y muy dulce,  y también me gusta mucho,  y de repente leer otro, que es todo lo contrario de lo poético, es más poético que el otro. (…)  Las citas literarias que yo hago no son en realidad citas literarias, son cosas que forman parte de mi pensamiento, que forman parte de mi ser, que ya son mías cuando yo opino que la vida es sueño. Yo opino que la vida es sueño, aunque Calderón de La Barca lo haya dicho antes.  Una casualidad, pero yo creo eso: que yo sueño,  que estoy aquí de estas prisiones cargado y soñé que en otro estado más lisonjero, me vi, que toda la vida es sueño y yo creo que hay mucho de verdad en eso,  y que cuando uno está en el automercado, en el día a día, uno está en una parte del sueño, pero con otro sueño adentro. Es decir, esa visita al automercado, eso es un sueño; pero uno también dentro del automercado está soñando. De modo que uno está con su sueño dentro del otro sueño, de manera, que el día a día no interrumpe de ninguna manera, si no que más bien estimula el trabajo que uno viene haciendo y lo enriquece,  porque no concibo trabajo exclusivamente de mi propia cocina encerrado yo en la torre de marfil,  y la vida transcurriendo por otra parte. Cabe decir aquí, que también he dicho otras veces, y es que mi trabajo como caricaturista,  vale decir como humorista gráfico, ocupa muy pequeña parte de mi día;  yo le dedico muy poco tiempo a eso, y cuando yo hago ese trabajo, más nunca me acuerdo de él si no que yo estoy el resto del día pintando o pensando como pintor,  no como caricaturista.  No es que yo menosprecie el pensamiento del caricaturista, ni el trabajo de caricaturista, ni de la caricatura, sino que lo estoy diciendo porque es verdad, independientemente de que ser caricaturista sea mejor que ser pintor, eso no viene al caso, si no que esa es la verdad que ocurre en mí. Yo pienso la caricatura en función de hacer la caricatura, hago la caricatura y no vuelvo a pensar más en eso sino en pintura. Mi pensamiento puede ser incluso un pensamiento humorístico pero en función de la pintura,  no en función de la caricatura, el día a día, en ese sentido tiene que ver con mi trabajo de ese día,  y fuera de ese día yo me desconecto por completo, yo me desconecto cuando estoy realizando un trabajo de tipo pictórico.

El entonces coordinador  de la Cátedra Libre de Humorismo Aquiles Nazoa (1979) en la UCV, con clara influencia de los autores españoles insiste con otro autor iberoamericano, además de Antonio Machado, y recuerda a Unamuno: Yo tengo ideas, las ideas no me tienen a míExisten personas poseídas por las ideas, dice pensativo. Y como un perfume,  Zapata disfruta, con la misma intensidad, los personajes literarios que le resultan bellísimos: Vivo el clima del personaje.

Y  este pintor de puntiagudo discurso, que observaba desde la óptica del color,  cada planta y cada flor, que le gustaban los claveles y las trinitarias y que sus regalos fueron siempre serigrafías o dibujos, nos dio a todos la necesaria posibilidad de disfrutar su genialidad desde sus sagaces destrezas, plasmadas en cada lienzo, mordaces caricaturas y de su sabia y  locuaz oralidad. Un maestro que siempre pintó, dibujó, leyó y  emanaba inspiración. Y que nos dejó un enorme legado cultural al comunicar con total desparpajo la realidad que nos circundaba. Un venezolano de elevada inteligencia que trascendió como un maestro entrañable que jamás olvidaremos.


*Entrevista realizada en el año 2000.


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