José Ramón Medina| Diario El Nacional

Por SERGIO DAHBAR

Tipógrafo, poeta, editor, director de revistas culturales como Shell, suplementos como Papel Literario, periódicos como El Nacional, editoriales como Biblioteca Ayacucho (de la que fue fundador y artífice), directivo del Pen Club Internacional, de la Asociación Venezolana de Escritores y creador del Centro Rómulo Gallegos, miembro de la Academia de la Lengua, promotor de colecciones de ensayos, poemas, novelas…

Comienzo esta enumeración de pasiones y de responsabilidades, con la de tipógrafo, porque en un volumen editado por el consejo de profesores jubilados de la UCV, Vida del poeta José Ramón Medina (1991), esfuerzo editorial de José Antonio Escalona Escalona, el mismo Medina confiesa en la pagina 18 que entre todos los oficios que debió ejercer para pagarse los estudios el más decisivo fue el de tipógrafo, que ejerció en Ocumare del Tuy. Lo aprendió al lado de un maestro inolvidable, Luis D’Suze Navarro. No es un dato menor. José Ramón Medina entendió desde muy joven que el arte de la tipografía era esencial para quien había encontrado en la literatura un camino de expresión verdadera.

José Ramón Medina fue un abogado que se destacó en el servicio público de la democracia venezolana, entre 1958 y 1999, como magistrado de la Corte, contralor general de la República y fiscal general de la República. En cada uno de los cargos públicos que ejerció se caracterizó por promover la cultura y desarrollar colecciones de libros que le daban soporte intelectual a la gestión. Si acaso hubiera que definirlo se me ocurre precisar que fue un hombre del renacimiento, prestado al ejercicio de las funciones públicas, pero con notable claridad para entender que en cada posición aceptada la cultura sería parte de su bagaje para construir un país mejor.

Conocí personalmente a José Ramón Medina hacia 1982, cuando ya era director del periódico El Nacional. Monte Ávila Editores había publicado el volumen Ser verdadero en la colección Altazor, y Luis Alberto Crespo, mi jefe en ese entonces en el Papel Literario, me encargó una entrevista. Era la cuarta antología de Medina, con poemarios publicados entre 1953 y 1969.

Juan Liscano, director de Monte Ávila Editores y crítico respetado en Venezuela y fuera de ella, escribe en su introducción: “Medina titula esta selección, amputada de los poemas primaverales e ingenuos, rebosantes de luminosidad y frescura amorosa: Ser verdadero. La intensión no deja lugar a dudas. Buscó su actual autenticidad, su realidad madura, ‘sobre la tierra yerma’, desgarrado el velo de Maya, de la ilusión, de la ‘edad de la esperanza’. Poeta confesional a su manera, capaz de tomar distancia con la confesión misma, estableciendo entre él y ella la realidad de la escritura, espejo de uno y otra’’.

Yo era un aprendiz de periodista, que aún estudiaba en la Universidad Central de Venezuela. José Ramón Medina me atendió en las oficinas de la dirección del periódico. No había cargo más bajo que el mío en el periódico, pero sentí desde el primer momento su gratitud y sencillez en el trato. Fue una conversación agradable, sincera, sin sobresaltos, una suerte de oasis entre otras preocupaciones y responsabilidades.

Al leer mucho tiempo después las confesiones en el libro editado por Escalona Escalona, comprendí la imagen que me hice del poeta Medina en 1982, un hombre sencillo que se hizo a sí mismo con mucho esfuerzo, sacrificio, pero con inalterable voluntad de avanzar en la vida y encontrar su propia voz.

José Ramón Medina nació en lo que él llama una aldea del estado Guárico, San Francisco de Macaira, muy cerca de Altagracia de Orituco, en los llanos guariqueños. Tierras agrícolas con haciendas de café y otros frutos. Su padre falleció antes de que él naciera, su madre cuando tenía ocho años. Medina creció con familiares que lo ayudaron en su desarrollo. Tuvo una infancia movida: debió trasladarse a Altagracia de Orituco, Caucagua, Panaquire, Barlovento, Ocumare del Tuy, y finalmente Caracas. Siempre estudió, apoyado en el trabajo que le permitía seguir adelante y aprender. En los Valles del Tuy se introduce en el arte de la tipografía. Hoy puede parecer una extravagancia, o algo incomprensible, pero quien era contagiado por los conocimientos de la tipografía accedía a una extraña felicidad. Entendía el arte de la impresión, que era un vehículo para trasmitir ideas y sensaciones poéticas.

En Caracas estudia bachillerato en los colegios Fermín Toro y Andrés Bello. Estudia Derecho en la Universidad Central de Venezuela (para graduarse en 1950). Becado por la universidad, se especializa en derecho penal en Roma y París. Al regresar a Venezuela, en 1954, comenzará una carrera como profesor universitario en la UCV, director de la revista Shell, director del Papel Literario de El Nacional, y en colaboraciones en la Revista Nacional de Cultura.

José Ramón Medina se forja a lo largo de su vida como obrero de los tipos gráficos, como editor y divulgador. Pero desde muchos años antes sabe que en algún momento entregará sus poemas. Los esconde en su conciencia como un tesoro. Sabe que se están elaborando. “Lo que sí puedo decir es que mucho antes de escribir poesía, ‘sabía’, quizás por un oculto instinto lírico, aún no develado del todo, que podía y debía crearla. Porque, y ahora lo he venido a saber con certeza, la poesía está presente siempre en el poeta, esperando sólo el momento de rebelarse y ‘ser’ para los demás, en su intransferible papel de expresión y comunicación, que le es consustancial’’. En palabras de Juan Liscano acoto: “La madurez desesperanzada de Medina desembocó en un perfeccionamiento del lenguaje y en un secreto estoicismo’’.

En José Ramón Medina confluyen diferentes corrientes vitales que dejan huella: servidor público, editor consumado, divulgador de la obra de otros… Ahí sobresalen El espejo y la nube, Pen Club de Venezuela, Cuadernos Literarios de la AEV, Lengua Viva de la Academia Venezolana de la Lengua, Letra Viva de la Contraloría General de la República, Biblioteca Ayacucho, las ediciones de nueve años del Papel Literario de El Nacional… Expresan la tarea titánica de un hombre por difundir el trabajo intelectual de la Venezuela de su época.

Voy a tomar una frase escrita al comienzo de estas líneas. “Si acaso hubiera que definirlo, se me ocurre precisar que fue un hombre del renacimiento, prestado al ejercicio de las funciones públicas, pero con notable claridad para entender que en cada posición aceptada la cultura sería parte de su bagaje para construir un país mejor’’.

José Ramón Medina fue una personalidad del mundo civil venezolano, que contribuyó en la divulgación de la cultura. Construyó país. Tiene una obra. Que nace en la escasez y la dificultad, pero también en el valor del trabajo, en el reconocimiento de la honradez, en el ejercicio de la justicia. Es el tipo de hombres que pensaron en una Venezuela moderna y civilizada.


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