Simón Rodríguez | Anónimo

Por MARÍA RAMÍREZ DELGADO

Con frecuencia solemos recordar a nuestros padres o maestros con alguna frase, una oración simple que solían repetirnos como un mantra, con la que esperaban regalarnos un poco de sabiduría. Los seres humanos que somos amantes de lo breve, dada nuestra propia circunstancia vital, recordamos con facilidad estas enseñanzas unidas al amor o a la admiración. Las máximas familiares, así como los refranes, son tal vez nuestro primer encuentro con la sabiduría y con eso que llamamos: aforismo. Me atrevo a afirmar que por eso para Simón Rodríguez, que era sobre todo un maestro, este género literario le resultaba tan apropiado y cómodo. Los aforismos tienen en sí la bondad de lo breve y los considero semejantes a un tejido, porque en ellos las palabras se organizan en un entramado natural que nos invita a componer el mundo con los hilos que nos presentan.

Leer a Simón Rodríguez nos hace enfrentarnos a un tipo de aforismo que no se contenta con ofrecernos únicamente una reflexión axiomática, sino que además, y sobre todo, es una estructura plástica, cuya maleabilidad está formada por filamentos de ideas, que solo pueden ser procesados por un tejedor sabio:

DISCURSO AFORÍSTICO

A los sabios se debe hablar por sentencias

(el que las entienda es sabio)

y se les debe hablar así, porque para ellos

las sentencias son palabras (1)

Y ese sabio no es otro que el lector atento, puesto que un aforismo que no se “someta a crítica” es un desperdicio. El aforismo robinsoniano se desplaza de ese pensar íntimo y materializado hasta la desmaterialización a la que está obligado a someterlo el lectorpara “fundirlo” con él hasta hacer surgir algo nuevo. La escritura es el retoño del pensamiento, pero para germinar debe reclamar, debe incomodar lo suficiente hasta provocar una cierta fiebre y permitir el surgimiento de la verdad, es por eso que en Rodríguez encontramos una  forma de revelación que se afirma en el carácter profético de muchas de sus máximas.

José Balza, devoto practicante de este género breve, señala que “el aforismo es un pensamiento que se cristaliza en una frase iluminadora, contundente y concisa, puede pertenecer a un discurso más amplio pero tiene la capacidad de permanecer, dada su concisión iluminadora”. Lo llama “lenguaje casi gestual” y nos señala que este “surge o bien como pensamiento individual o bien como un fragmento que puede ser tomado de un discurso más grande”. En Rodríguez el lenguaje “casi gestual” transforma el “pensamiento individual” en grafía colectiva a través de su capacidad de poetizar el pensamiento.

Así, las palabras (sentencias), que son tal vez nuestros objetos más familiares, toman un aire de extrañeza y son invadidas por una cierta elasticidad hasta transformarse en reflexiones propias. Esto es porque la construcción del discurso no es solo aforística sino también gráfica. Además, aun cuando los aforismos suelen andar en soledad, los de Simón Rodríguez son más como manadas, pero su espíritu colectivo no traiciona su individualidad.

Aquí es donde salta el afán educador de Simón Rodríguez, puesto que la “forma” se imprime en la utilidad, un estímulo a la facultad de pensar (se). Como bien lo llamó Juan David García Bacca este “arte de pintar ideas”, esta“logo-grafía” se mueve en el escenario de lo mental. Se enroscan los conceptos coloridos con otros opacos, pesados o ligeros que en su unión se van despojando de ataduras hasta simplificarse y establecerse en un diálogo. En ese unir de la forma de lo que se dice con lo que se dice ambas van perdiendo su rigidez, se hacen maleables, crecen, cambian y se reproducen en espirales de nuevas ideas.

Así surge un lazo entre lo filosófico y lo poético en Simón Rodríguez, un lenguaje simbólico forjado en su logo-grafía,

Presente en todos sus escritos, pero sobre todo en Sociedades americanas y en Luces y virtudes sociales, la logo-grafía en la que ese algo se dice juega un papel tan importante como lo que se dice: Las mayúsculas se usan para dar énfasis a ciertas palabras, casi como el uso contemporáneo en las redes sociales podemos asociarlo con un tono de voz más elevado o fuerte; las cursivas enlazan conceptos, relaciones, los guiones brindan un sentido de pausa reflexiva, semejantes a un punto de cadena en el tejido conganchillo, mientras que las líneas de puntos son ideas que pueden completarse mediante un desarrollo individual del lector; nos asaltan los paréntesis casi como susurros, las divisiones surgen cuando es necesario establecer un paralelismo, los asteriscos —por su parte— presentan un espacio de deliberación dentro de la deliberación y los textos centrados, separados a la manera de versos, permiten una lectura rítmica que instiga al lector a participar en la danza de las sentencias.

El aforismo robinsoniano no tiene por hilos ni imágenes ni metáforas, sus fibras son propuestas que se desenrollan en un escenario de preguntas, donde el espectro de lo pedagógico, de lo político y lo moral toma posición entre los logogramas que rompen con la linealidad del discurso escrito.

Consideremos por un momento que como los primeros tejidos sirvieron para proteger a los hombres de los elementos, los aforismos robinsonianos buscan activar en nosotros el calor del pensamiento. La consecuencia de estos aforismos, como de todo buen aforismo, es el ardor del cuestionamiento, la obligada interrogación sobre la relación entre lo planteado por el autor, la logo-grafía en la que se expone yla realidad del encuentro del lector con él. En ese triángulo interrogativo, allí, en medio de esa zona compartida e inventada, solo tenemos que dar nuestra propia vuelta al hilo.

1 Luces y virtudes sociales, 1840


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