ALFONSO REYES (1889-1959), INSTITUTO DE BELLAS ARTES Y LITERATURA

Por BRAULIO HORNEDO ROCHA

Para Gabriel Zaid

Me propongo levantar un andamiaje conceptual para construir un ejemplo práctico en el uso del método histórico de las generaciones (MHG). Este método permite enfocarnos en periodos cortos de tiempo y lugares geográficos específicos para caracterizar una época.

Caracterizar una época supone entender su drama histórico íntimo. Cada época puede interpretarse con distintos tonos dramáticos en el curso de los tiempos, desde la tragedia hasta la farsa. En un célebre fragmento, Marx señala en: El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852): «Hegel dice en alguna parte que la historia se repite dos veces. Le faltó agregar: primero como tragedia y después como farsa». 

En este librito a tono con su tiempo, Marx reseña y critica el golpe de Estado dado en París por Luis Bonaparte, el 2 de diciembre de 1851. Este acontecimiento es descrito como una grotesca farsa, en comparación con el golpe de Estado, de tono más bien trágico, perpetrado por Napoleón Bonaparte el 18 de Brumario (9 de noviembre de 1799) contra la Revolución.

Marx pasa revista de dos obras publicadas en esos tiempos, de las que toma distancia crítica y se deslinda con perspicaz ironía, para analizarlas en la coyuntura del momento: Golpe de Estado de Pierre-Joseph Proudhon y Napoleón el pequeño de Victor Hugo. Según Marx, ambos autores, contra sus propias intenciones críticas originales, terminan enalteciendo la figura de un personaje mediocre y grotesco, que pretende representar el papel de héroe y que encima ¡lo logra!

Hacer la Historia, basándose en la descripción de los grandes acontecimientos llevados a cabo por héroes y villanos, adalides archidibujados que realizan las grandes hazañas es la «Historia de bronce» llamada así por Luis González y González. Este enfoque tiene su contraparte en el Método Histórico de las Generaciones. Dicho método propone que podemos entender mejor el proceso de cambios socioculturales, si fijamos nuestra atención en los diversos grupos dirigentes y las personas que los realizan, y no sólo en los grandes acontecimientos o los personajes protagonistas.

En un horizonte de tres mil años, desde los tiempos del Antiguo Testamento y en los siglos homéricos de la Grecia Arcaica, se habla ya de generaciones en el sentido de genealogías familiares: padres e hijos, ancestros y descendencia. Tal es el sentido original de la palabra generación.

En el siglo XIX, Auguste Comte distingue un nuevo uso para la palabra generación al aplicarlo, a todos los nacidos en una zona del tiempo, como una forma de describir sociológicamente las diferentes etapas de un grupo social.

En el último cuarto del siglo XX, y gracias a los titánicos trabajos de Luis González en México, podemos actualizar las etapas de las generaciones en siete zonas quindenales, como fases de la evolución del cuerpo social.

Dichas etapas van: del nacimiento hasta los quince años la infancia; hasta los treinta la juventud; hasta los cuarenta y cinco la iniciación; hasta los sesenta la madurez; hasta los setenta y cinco la vejez; hasta los noventa senilidad y hasta la tumba chocheo. No son segmentos con límites fijos e inalterables, sino zonas del tiempo que facilitan la identificación y análisis de grupos sociales a través de los años, con una mirada diacrónica. En toda generación, florecen los anticipados y sorprenden los remisos, aunque siempre sea en baja proporción.

En nuestra tradición hispanohablante señalaremos tres autores clave para el desarrollo y comprensión del (MHG). José Ortega y Gasset (1883/1955), miembro de la generación 1885; Julián Marías Aguilera (1914/2005), miembro de la generación 1915, y de Luis González y González (1925/2003), miembro de la generación 1930. Tres autores clave de tres generaciones en la tradición del pensamiento histórico hispanoamericano.

Siguiendo a estos autores, la generación está determinada por la fecha de nacimiento de cada persona, en una métrica a escala quindenal, esto es, cada quince años. Regularmente el suceso que da pie a la presentación en sociedad de un grupo, que pertenece a una generación, acontece en el segundo quindenio de la misma, esto es, cuando sus miembros se encuentran entre los 15 a 30 años, la juventud. Mientras que el primer quindenio que ha sido llamado la infancia es la etapa crítica formativa, cuando se construyen los cimientos de la sensibilidad histórica de cada generación.

Esta escala quindenal, la hemos ajustado de forma heurística a lo largo de los años, con las diferentes referencias que los miembros de cada generación, nos fueron revelando. Al interior de cada grupo de una generación dada, se dan relaciones de magisterio y discipulado entre los miembros «viejos» y los «jóvenes». Esta aproximación nos ha permitido ajustar los años iniciales y finales de cada rango establecido para una generación.

Regularmente las generaciones son identificadas y nombradas por el «gran acontecimiento» de un grupo generacional. Así por ejemplo, la llamada Generación del 27 se refiere a la conmemoración del tercer centenario luctuoso de Luis de Góngora, que reúne, ese año de 1927, a un grupo de jóvenes escritores españoles (entre 15 a 30 años) en torno al Ateneo de Sevilla.

La generación es definida entonces por el acontecimiento, no por las fechas de nacimiento de sus miembros. Otro tanto sucede con la Generación del 98 (año del desastre). Al confrontar la lista de participantes principales en ambos grupos generacionales, encontramos que si atendemos a las fechas de nacimiento, el grupo del 27 pertenece en un 86% a la generación 1900. Mientras que el grupo del 98 pertenece a la generación 1870 en 100%.

La llamada generación del 27 corresponde por las fechas de nacimiento de sus miembros a la que llamamos generación 1900, por ser ese año el centro del intervalo de 1893 a 1907: entre sus integrantes están: Rafael Alberti (1902/1999); Vicente Aleixandre (1898/1984); Dámaso Alonso (1898/1990); Manuel Altolaguirre (1905/1959); Pepín Bello (1904/2008); Luis Cernuda (1902/1963); Gerardo Diego (1896/1987); Federico García Lorca (1898/1936); Jorge Guillén (1893/1984); Miguel Hernández (1910/1942) anticipado de la generación 1915; Pedro Salinas, (1891/1951) remiso de la generación 1885.

Al interior de una generación se suelen presentar diversos grupos a los que llamaremos coetáneos, esto es, todos los grupos que pertenecen a la misma generación. Daremos el nombre de contemporáneos al conjunto de generaciones que coexisten durante su vida en una misma época histórica dada.

Otro tanto podemos decir con las generaciones mexicanas llamadas: del Ateneo, Contemporáneos,  Siete Sabios, Taller y de Medio siglo. El nombre de la generación, en estos estudios lo ha venido determinando el acontecimiento de presentación en sociedad, y no la zona del tiempo en la que nacieron sus protagonistas, las personas que forjaron los acontecimientos.

Al interior de cada generación podemos identificar grupos de personas notables en los negocios, la política, la milicia, la religión y la ciencia. Los cinco vértices del pentágono del poder.

Gracias a una obra monumental como La ronda de las generaciones, realizada por ese benefactor de la humanidad estudiosa de la Historia que fue don Luis González y González, podemos entender que lo importante, para mejor comprender la Historia, es la urdimbre de las personas y no solamente los acontecimientos.

Suscribimos la tesis siguiente: «En el mundo capitalista ascendente de los tres últimos siglos, en la época de las naciones independientes, los auténticos responsables del cambio social son minorías rectoras, grupos de hombres egregios, asambleas de notables, no masas sin rostro, ni adalides archidibujados» (1).

La conformación de las Naciones Estado que hoy definen la geografía política del mundo corren paralelas al ascenso y consolidación del modo de producción capitalista industrial. Tres siglos han transcurrido de la Era Contemporánea y de esta forma nos encontramos con trescientos años que representan veinte generaciones en la escala propuesta.

Veinte minorías rectoras, asambleas de notables que se expresan por infinidad de grupos generacionales y tramas de relaciones entre ellos en las diversas naciones y culturas del orbe capitalista, hoy hegemónico en casi todo el planeta.

Resumiendo

Definimos una generación como una zona del tiempo de quince años en la que nace una clase de individuos. Esa clase está compuesta de diversos grupos y personas no afiliadas a grupos. Por ejemplo, los nacidos entre los años 1878 hasta 1892 corresponden a la clase de la generación 1885. Este año de 1885 es el centro del intervalo, siete años hacia atrás nos da el límite inferior del mismo (1878), siete años hacia adelante (1892) se establece el límite superior.

La sensibilidad histórica de cada generación se asimila en el primer quindenio, o infancia, como un proceso formativo socio cultural, paralelo a la educación escolar. Cada grupo generacional adquiere una impronta particular o sensibilidad histórica en su primera fase ante las circunstancias en las que le tocó crecer en su infancia.

Con este andamiaje conceptual procederé a describir, el grupo conocido como generación del Ateneo de la Juventud, o de la generación 1885.

La generación 1885

Jesús Tito Acevedo (1882/1918), Antonio Caso (1883/1946), Luis Castillo Ledón (1879/1944), Alfonso Cravioto (1883/1955), Pedro Henríquez Ureña (1884/1946), Alfonso Reyes (1889/1959) y José Vasconcelos (1882/1959) conformaron el núcleo central del grupo del Ateneo de la Juventud.  Estos siete nombres se destacan como los más frecuentes en una lista consolidada, obtenida de dos fuentes principales, que citan a su vez cuatro documentos con listas de participantes (2). Al cotejar e integrar dichas listas nos da un total de sesenta y nueve personas. Los siete nombres señalados los encontramos en al menos cuatro, de las seis fases de actividades identificadas y descritas más adelante. Los siete nombrados, como se puede comprobar con facilidad, pertenecen cien por ciento a la generación 1885, los nacidos entre 1878 a 1892.

Las seis fases de actividades que consideramos relevantes del grupo del Ateneo se realizan a lo largo del segundo quindenio de la vida de sus miembros, esto es, en su juventud, cuando las edades de sus participantes oscilan entre los 15 a los 30 años:

  1. Fundación el 31 de marzo de 1906 de la revista Savia Moderna dirigida por Luis Castillo Ledón y Alfonso Cravioto.
  2. La revista Azul que en realidad se llamaba El Domingo de El Partido Liberal, pues se publicaba en la edición dominical del periódico El Partido Liberal (1885/1896). Esta revista fue la mejor expresión del Modernismo en México. Se comenzó a publicar el domingo 6 de mayo de 1894 bajo la dirección de Manuel Gutiérrez Nájera (1859/1895) y Carlos Díaz Dufoo (1849/1926). Al morir Gutiérrez Nájera el 3 de febrero de 1895, la revista dejó de publicarse al siguiente año, en octubre de 1896. Una década después en abril de 1907, el periodista Manuel Caballero (1849/1926) compró a Díaz Dufoo, los derechos de la revista original y empieza a publicarla a partir de abril de ese año, en una segunda época, usando un periódico literario que él dirigía titulado: El Entreacto. Un grupo de jóvenes reunidos en torno a la revista Savia Moderna se indignan ante tal profanación y hacen una protesta literaria en contra del ultraje de la publicación «mercantilista» que «profanaba» el nombre de Gutiérrez Nájera. Aunque pretendían reivindicar al “Duque Job”, también se logró con dicha «movilización» que estos jóvenes, cuyo aliado principal tras bambalinas era el ministro Justo Sierra, maestro de casi todos ellos en la Escuela Nacional Preparatoria, lograran decir ante la sociedad: ¡Esta boca es nuestra!
  3. La fundación de la Sociedad de Conferencias en el taller del arquitecto Jesús  Acevedo (29/05/1907) surge como una respuesta activa a la segunda época de la revista Azul mediante un programa de conferencias gratuitas y abiertas a todo público.
  4. El 28 de octubre de 1909 se constituyó el Ateneo de la Juventud, sus reuniones se celebraron al principio en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. El programa de conferencias fue respaldado oficialmente por el secretario de Instrucción Pública Justo Sierra y el subsecretario de Bellas Artes Ezequiel Chávez. La fundación del Ateneo de la Juventud fue una manera de darle cuerpo y extender las actividades previas de la Sociedad de Conferencias.
  5. Fundación del Ateneo de México (25/09/1912). Cuando algunos miembros de la generación entran a sus treinta años, el término juventud les empieza a quedar chico.
  6. Fundación de la Universidad Popular Mexicana (3/12/1912). El lema de esta universidad era: «Si el pueblo no puede ir a la universidad, entonces es la universidad la que está moralmente obligada a ir al pueblo».

Antonio Caso rememora la cátedra de Retórica, que cursaron con el profesor José María Vigil (1829/1909). Caso y sus entonces jóvenes compañeros de generación recibieron del septuagenario maestro un eficaz antídoto crítico contra el positivismo. Doctrina vigente en la educación preparatoria durante la primera década del siglo XX. Don José María Vigil era un lector y erudito bibliófilo. Dirigió la Biblioteca Nacional, el Archivo General de la Nación y al final de su vida la Academia Mexicana de la Lengua. «Muy siglo diez y ocho y muy antiguo/ y muy moderno, audaz, cosmopolita./ Con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo/ y una sed de ilusiones infinita», para decirlo con los versos de Darío.

José María Vigil se formó en la llamada primera tradición liberal republicana conocida también como liberalismo antiguo. Nacido en la generación de 1825, bautizada con humorística ironía como la de los «Tuxtepecadores», por Luis González en su libro La ronda de las generaciones.

Vigil era un extraordinario profesor, historiador minucioso, periodista crítico, orador elocuente y político sagaz (cinco veces fue electo diputado). Don José María Vigil sabía cómo cautivar a sus pupilos al declamarles, con persuasiva elocuencia, los poetas latinos: «Virgilio, Horacio, Ovidio: que sabía traducir preciosamente, así como los elementos de la Estética krausista, cuyo sistema conocía con perfección» (3). Antonio Caso también recuerda la estupenda cátedra de Historia que impartía en la Escuela Nacional Preparatoria su venerado maestro, Justo Sierra (1848/1912), quien lograba infundir en sus jóvenes pupilos, cierto grado de escepticismo hacia la doctrina positivista, para guiarlos por los inéditos terrenos de: «La cultura. Sus bienes y valores; sus vicisitudes, sus triunfos y sus héroes». Tuvieron como maestros a dos figuras del positivismo liberal en sus vertientes ideológicas y políticas del siglo XIX mexicano: la clásica o antigua, a la que pertenecía Vigil; y la moderna o liberal  conservadora, en la que militaba Justo Sierra. Tradición, esta última, que anticipa en ciertos rasgos, los aviesos intereses del ulterior neoliberalismo en la segunda mitad del siglo XX.

Estos sabios maestros alentaban a sus jóvenes discípulos a ejercer el lema también profesado por el joven Marx (1848): omnibus dubitandum. Esto es, dudar de todo lo sabido, desconfiar con firmeza de las certezas, descreer de las creencias más profundamente arraigadas.

Alfonso Reyes (1889/1959) nos brinda un recuento de sus experiencias como estudiante en la Escuela Nacional Preparatoria, refiere en El testimonio de Juan Peña, que Justo Sierra supo sembrar en su generación la profunda sospecha de haber sido educados en una impostura.

A veces abríamos la Historia de Justo Sierra y nos asombramos de leer, entre líneas, atisbos y sugestiones audaces, audacísimas para aquellos tiempos, y más en la pluma de un ministro. El positivismo mexicano se había convertido en rutina pedagógica y perdía crédito a nuestros ojos  [. . .] A la distancia de las jerarquías y los años, se sintió amigo de los jóvenes, nos vio nacer a la vida espiritual, nos saludó con públicas manifestaciones de confianza y de simpatía, comprendió nuestras rebeldías y acaso las bendijo (4).

Reyes reconoce a dos hermanos mayores de su generación (1885), que pertenecían a la generación precedente (1870). Ellos fueron: Enrique González Martínez (1871/1952) y Luis  Urbina (1864/1934).

Tuvimos dos hermanos mayores: Enrique González Martínez, tránsito entre la generación pasada y la venidera, que tenía de la pasada, de los modernistas o “decadentes”, los secretos técnicos; de los jóvenes, la seriedad artística; y de suyo, aquella manera de castidad espiritual que hace de él un alto poeta. Y el otro hermano mayor fue Luis Urbina que, en su rara penetración, nos adivinó, vino hacia nosotros y se mezcló en nuestras filas, nos enseñó a tutearnos con él, reconoció que podía adquirir algo en nuestra frecuentación, y no tuvo empacho en abrir de nuevo los libros para estudiar, modesto y sencillo, en nuestra compañía (5).

Pedro Henríquez Ureña, el «dorio de América», como certeramente lo bautizó Salvador Diaz Mirón, señala el sentimiento de opresión que generaba en su sensibilidad una filosofía oficial demasiado rígida y sistemática que pretendía no equivocarse jamás.

Sentíamos la opresión intelectual, junto con la opresión política y económica de que ya se daba cuenta gran parte del país. Veíamos que la filosofía oficial era demasiado sistemática, demasiado definitiva para no equivocarse. Entonces nos lanzamos a leer a todos los filósofos a quienes el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón que fue nuestro mayor maestro, hasta Kant y Schopenhauer. Tomamos en serio (¡oh blasfemia!) a Nietzsche. Descubrimos a Bergson, a Boutroux, a James, a Croce. Y en la literatura no nos confinamos dentro de la Francia moderna. Leíamos a los griegos, que fueron nuestra pasión. Ensayamos la literatura inglesa. Volvimos, pero a nuestro modo, contrariando toda receta, a la literatura española, que había quedado relegada a las manos de los académicos de provincia (6).

Es con el grupo generacional del Ateneo de la Juventud, o generación 1885 que se levanta un dique de contención crítica contra el positivismo imperante. Fueron aquellos jóvenes los lectores rebeldes de aquellos autores y obras prohibidas por el positivismo imperante.

Lo que los jóvenes humanistas detestaban de la Filosofía positivista no eran los indiscutibles logros de la ciencia, sino las negaciones y prohibiciones de todo lo que no era «estrictamente científico», postulados por un positivismo decadente, por su falta de autocrítica. La afinidad con Henri Bergson era natural, dice Antonio Caso en 1926, en su Historia y antología del pensamiento filosófico:

…el mérito fundamental de la filosofía de Bergson, estriba en haber reivindicado para el espiritualismo el método y la actitud esencial de la filosofía científica, que por tanto tiempo imperó como última expresión del progreso intelectual de la humanidad. Bergson ha vuelto a hallar las conclusiones del espiritualismo como resultado de la explicación de los métodos científicos (7).

Los jóvenes ateneistas encuentran múltiples resquicios en el pensamiento positivista y su reino de la causalidad, que no da cabida al azar, y con ello, a la libertad creadora. Los conceptos de contingente, aleatorio, caos y creatividad son ajenos a la visión determinista de causa y efecto. Bergson y sus discípulos mexicanos contradicen el viejo principio aristotélico de que «la naturaleza no da saltos». Y la mecánica cuántica deja oír sus ecos en esos tiempos.

Los conceptos de contingencia y creatividad en el seno de la causalidad, o como ruptura de la misma causalidad, tuvieron una influencia considerable en los sistemas de Caso y Vasconcelos así como en la teoría literaria y filosofía del hombre de Alfonso Reyes (8).

Pedro Henríquez Ureña señala que una prueba de la evolución creadora de la Historia es que no sigue un patrón lineal de causa y efecto, pone, por ejemplo, la Grecia clásica. El «dorio» dominicano no acepta la hipótesis del progreso indefinido, universal necesario, y por eso mismo cree en el milagro helénico, como uno de esos saltos de apariciones inesperadas en la creatividad histórica de la Naturaleza.

Para Antonio Caso, el positivismo imperante se les aparecía como un sistema filosófico desprovisto de crítica y sobre todo de la indispensable autocrítica.

En esto consistía, puntualmente, su principal error, su error epistemológico: no reconocer que las formas del saber hacen posible el saber. . . Kant como a tantos otros estudiantes de filosofía nos extirpó las cataratas de los ojos, rompió nuestra virginidad filosófica y nos puso ante las ideas del siglo apercibidos a la batalla del pensamiento, con la recia armadura de su crítica (9).

Bergson, Boutroux, Kant y Nietzsche fueron cuatro decisivas influencias en el pensamiento de este grupo de jóvenes lectores, montados a contrapelo de las enseñanzas recibidas por la mayoría de sus maestros. Algunos de los ateneístas coinciden en señalar que fue Caso, glosando hábilmente los libros de Boutroux, «La idea de la ley natural y la Contingencia de las leyes de la naturaleza quien destruyó la concepción causalista que tanto estorbaba el vuelo metafísico» (10).

El krausismo y el humanismo radical hispanoamericano

Este grupo generacional se inicia en 1906 con la revista Savia Moderna, que un año después continúa en la Sociedad de Conferencias fundada tras leer en una noche El Banquete de Platón, en el taller del arquitecto Jesús Acevedo. Dicha Sociedad pasará a llamarse a fines de 1909 el Ateneo de la Juventud. Este primer Ateneo se transformará en 1912, en el Ateneo de México y al finalizar ese año en la Universidad Popular Mexicana. El influjo de Karl Krause, a través del profesor José María Vigil fue decisivo, y queda de manifiesto en este grupo generacional, que tenía muy claro que a la libertad de los pueblos, se llega por el saber de sus ciudadanos. «A la libertad por el saber» será el lema que los discípulos distinguidos de Vigil: Caso, Reyes y Vasconcelos pondrán a la institución que heredamos los hispanohablantes de este grupo en 1943, con la fundación de El Colegio Nacional.

Karl Krause (1781/1832) fue un filósofo alemán con intereses en Lógica, Ética y Estética. En la Universidad de Gotinga fue profesor de Arthur Schopenhauer, quien lo reconoce como uno de sus más admirados mentores. Krause también destacó como un polémico luchador social de principios del siglo XIX, al reivindicar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, los derechos a la educación libre y gratuita, los derechos de los niños y los derechos de los animales y la naturaleza en general. Lo que hoy llamamos y empezamos a cultivar como: Ecología política y Bioética.

El pensamiento krausista tuvo gran influencia en los medios educativos europeos, en particular en España y por este conducto, también en Hispanoamérica. Su principal discípulo y traductor al español fue Julián Sanz del Río, quien introdujo la filosofía krausista en la Universidad Central de Madrid (hoy Complutense). Julián Sanz del Río logró conformar un grupo de brillantes colegas entre los que destacaron: Francisco Giner de los Ríos, alma de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) durante algunos años y Laureano Figuerola (su primer presidente), junto con Gumersindo de Azcárate, Teodoro Sainz Rueda y Nicolás Salmerón. Todos ellos fueron cesados de sus cátedras en la Universidad Central de Madrid (hoy Complutense), por defender, basados en la filosofía krausista, la libertad de cátedra y negarse a enseñar dogmas religiosos y políticos. La ILE logró mantenerse al margen del Estado español como una institución independiente gracias al apoyo de brillantes intelectuales como: Santiago Ramón y Cajal, Ramón Menéndez Pidal, Leopoldo Alas (Clarín), José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Antonio Machado, entre otros. La ILE tuvo una destacada presencia en España durante poco más de medio siglo (1876/1936).

La ILE fue una de las consecuencias del krausismo en España, en su  fecundo cruce con la idea de una Universidad Popular (UP) hacia 1899. La idea  de la Universidad Popular se suele atribuir al filósofo poeta danés Nicolai Frederik Severin Grundtvig (1783/1872), quien tomó como modelo el Informe para la Organización General de la Instrucción Pública, formulado en 1792, en plena Revolución Francesa, por Nicolás de Condorcet (1743/1794). Entre muchas otras destacadas personalidades de diversas nacionalidades, Condorcet fue amigo epistolar de Thomas Jefferson (1743/1825), pues eran coetáneos, nacidos el mismo año. Cultivó la amistad del matemático: Leonhard Euler (1707/1783) y Voltaire (1694/1778). Dicho Informe fue realizado durante la Revolución Francesa e inspirado a su vez por el Cuadro filosófico del espíritu humano que el joven Turgot (1727/1781) (11), su más cercano amigo, leyera a sus 23 años en la Sorbona en 1750. Voltaire llamó a Condorcet el pequeño gran «filósofo universal» y ardiente defensor de la libertad de las personas. Trabajó desde niño como discípulo de d’Alembert, quien decía de su joven ayudante que «era como un volcán cubierto de nieve» (12),  d’Alembert se apoyó ampliamente en él, para la elaboración de sus entradas en La Enciclopedia. El marqués de Condorcet fue un notable polímata. Desde niño se fue formando en la filosofía, la historia antigua, el derecho, la política y las matemáticas, que en su tiempo tuvieron un extraordinario desarrollo. Fue un agudo visionario que anticipó con mucho el uso de las matemáticas en la solución de problemas sociales, al grado que bien podría ser postulado como el santo patrono de las matemáticas en dichas disciplinas. Todavía se estudia en nuestros días la Paradoja de Condorcet o Paradoja de la votación. Condorcet estaba convencido que cada uno debería poder estudiar lo que quisiera en cualquier momento de su vida, desde la infancia hasta la vejez, sin más requisito que el deseo de aprender. La tesis central consistía en que la educación debe de servir de manera permanente para crear ciudadanos libres. Escribió Condorcet en su Bosquejo del cuadro histórico: «Habéis reservado al pueblo el derecho de elegir. Pero la corrupción, precedida de la calumnia… le dictará su elección. Por eso debe ser libre y gratuita la instrucción que es el arma infalible para la mejora social y política” (13). No hay que olvidar que también fue un republicano radical y anticipado precursor en la defensa de los Derechos Humanos, de los derechos de las mujeres, los negros, los extranjeros y de los animales. El mejor testimonio de la personalidad de Condorcet lo brinda la bella sobrina de Madame du Deffand, Julie de Lespinasse quien describe a Condorcet: «Esta alma sosegada y moderada en el curso ordinario de la vida se convierte en ardiente y fogosa cuando se trata de defender a los oprimidos o de defender lo que aún le es más querido: la libertad de los hombres…» (14).

La idea de una Universidad Popular que se plasma en Condorcet es concebida como una institución abierta, sin ánimos de lucro y dirigida en especial a todos aquellos que carecen de una educación formal escolarizada, pero que mantienen vivo su afán de aprender a lo largo de su vida.

La otra consecuencia notable de la ILE, que es muy importante señalar para nuestro propósito expositivo, es el surgimiento en España, a lo largo del siglo XIX, de una serie de Ateneos, entendidos como centros de difusión de la cultura, tanto de carácter popular, como aquellos ligados a la naciente alta burguesía industrial. Son de destacar entre estos últimos, el Ateneo de Madrid (1835) y el Ateneo Catalán de Barcelona (1865).

También las clases populares organizan sus propios ateneos, dictando conferencias, publicando libros y revistas, organizando conciertos, excursiones, lecturas colectivas y debates. Estos ateneos populares tenían una predominante orientación política republicana y anarcosindicalista. El carácter racionalista laico y de liberación a través de la lectura y la cultura le da una enorme fuerza y legitimidad a los ateneos entre las clases trabajadoras como un medio de luchar por la libertad mediante el cultivo del saber.

En paralelo a las influencias europeas y norteamericanas recibidas por los ateneístas: Bergson, Boutroux, Croce, James, Kant, Nietzsche…  existe otra vertiente de profundo influjo emancipador sobre la generación 1885. Esta vertiente deriva de las tradiciones del humanismo político radical hispanoamericano, en su provechoso encuentro y cruce con la evolución creadora de la Historia, formulada por Bergson y el materialismo dialéctico e histórico de Marx. Podemos considerar que la tradición del pensamiento político crítico anticolonialista del humanismo hispanoamericano fue entonces la otra vertiente determinante en la formación de la sensibilidad histórica y política de este grupo generacional. Entre otros destacan estos nueve maestros hispanoamericanos: el español Pedro González Blanco (1879/1961), quien por su iniciativa y orientación fue artífice central en la creación ateneista de la Universidad Popular Mexicana; el dominicano Eugenio María de Hostos (1839/1903), filósofo moral luchador por la independencia antillana; Manuel González Prada (1844/1918) poeta, político y anarquista peruano; Laureano Villanueva (1840/1912), pensador republicano venezolano precursor del marxismo; el poeta cubano José Martí (1852/1895), combatiente rebelde en la práctica emancipadora anticolonialista; el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867/1916), príncipe emancipador de las letras castellanas y crítico implacable del naciente imperialismo yanqui; el uruguayo José Enrique Rodó (1871/1917) iniciador del arielismo y crítico tenaz del imperialismo norteamericano; el colombiano Baldomero Sanín Cano (1861/1957), académico precursor de las Universidades Populares en América; el pensador peruano José Santos Chocano (1875/1934), Cantor de la gran América independiente. Todos ellos unidos por su pensar y actuar por la independencia de los dos imperios, el español saliente y el norteamericano entrante, sobre las tierras latinoamericanas.

Estos nueve humanistas radicales —usando el término acuñado por Erich Fromm al presentar a Iván Illich en la introducción al libro: Alternativas—. Estos siete humanistas radicales hispanoamericanos pertenecen a grupos diversos de generaciones precedentes, las generaciones: 1840, 1855 y 1870 utilizadas en nuestra cronología. González Blanco es de los «viejos» de la generación 1885, nacido en España en 1879, el mismo año que nació también Emiliano Zapata. A Eugenio María Hostos, González Prada y Villanueva los encontramos ubicados en la generación 1840, esto es, a tres generaciones de distancia.

En la raza cósmica hispanoamericana, vislumbrada por el ateneísta José Vasconcelos, se expresa este influjo con gran claridad, apenas diez años después, en su Carta a la juventud colombiana cuando lo nombran: «Maestro de la Juventud».

Los europeos, con el pretexto de ambiciones nacionalistas, pero en realidad porque se han reproducido con exceso, seguirán destrozándose hasta que las matanzas y la emigración descongestionen de habitantes una tierra que llegó a dar más bocas que panes. Víctimas de una organización errada, no podrán enseñarnos; se limitarán a invadirnos, proporcionándonos la savia de una humanidad nueva. La mezcla libre de razas y culturas se reproducirá en mayor escala y con mejores elementos. El ensayo de universalismo que fracasó en Norteamérica.

Allí fracasó porque se volvió norteamericanismo; aquí puede salvarse si la ductibilidad y la fuerza ibéricas ponen la base de un tipo realmente universal. La conciencia de esta misión late en todos los pueblos de la América Latina y da impulso al latinoamericanismo contemporáneo. (1925)

La forma de ser del «Ser hispanoamericano” posee, para estos precoces filósofos de treinta años, una indeterminación radical que se cifra en la evolución creadora y el impulso vital o Élan vital de Bergson. Los anhelos libertarios de todo yugo imperial, los afanes de acercamiento y reconocimiento de las naciones hermanas. El Ariel que encarna la Raza Cósmica en sus prácticas de la Existencia como caridad, enraizados en la primigenia visión de los Sentimientos de la Nación del generalísimo José María Morelos durante el Congreso del Anáhuac, rompiendo las cadenas coloniales. A pesar de los notables esfuerzos críticos de los ateneístas esta creencia prevalece hasta nuestros días en los albores neoliberales del siglo XXI. Octavio Paz (1914/1998) e Iván Illich (1926/2002) en la segunda mitad del siglo XX y Gabriel Zaid (1924) hasta nuestros días mantienen viva la conversación entre las generaciones del humanismo radical hispanoamericano.


Referencias

1 González, Luis, La ronda de las generaciones, El Colegio Nacional-Clío, México, 1997, p. 11

2 Hernández Luna, Juan (comp.); Curiel, Fernando (Anejo documental), Conferencias del Ateneo de la Juventud, UNAM, México, 2000, Estatuto del Ateneo de México, p. 365; Acta constitutiva de la Universidad Popular Mexicana p. 375; Carta de Alejandro Quijano a Octavio G. Barreda “El verdadero Ateneo” del 5/10/1937 p. 493. Martínez, José Luis (comp.), Alfonso Reyes – Pedro Henríquez Ureña. Correspondencia 1 1907 – 1914, Fondo de Cultura Económica, México, 1986. Carta de PHU a AR del 29/10/1913, p. 220.

3 Hernández Luna, op cit., p. 8

4 Reyes, Alfonso, El testimonio de Juan Peña, en Pasado inmediato, Obras completas de Alfonso Reyes, tomo XII, FCE, México 1983, p. 199

5 Ibid, p. 206

6 Ibid, p. 207

7 Villegas, Abelardo, Autognosis, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1985, p. 31

8 Ibid, p. 32

9 Caso, Antonio, México, apuntamientos de cultura patria, Imprenta universitaria, México, 1943, p. 91

10 Villegas, Abelardo, op cit, p. 31

11 Zaid, Gabriel, Cronología del progreso, Debate, México, 2016, p. 9

12 Consultado 24/1/2023 https://es.wikipedia.org/wiki/Nicolas_de_Condorcet

13 Velázquez Delgado, Jorge, La idea de progreso en Condorcet en Cuadernos sobre Vico, 2014, Sevilla, https://revistascientificas.us.es/index.php/Vico/article/view/13619/11721

14 Estudio Preliminar de Antonio Torres del Moral de la edición del libro de Condorcet Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano del Centro de estudios políticos y constitucionales, p. XV. Madrid, 2004.


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