Domingo Miliani / Archivo El Nacional

Por DOMINGO MILIANI

La sociedad que no se propone alcanzar como uno de sus principales fines la perfección moral e intelectual del individuo, que es parte integrante de ella, es una sociedad monstruosa, es un cuerpo formado como las masas brutas por agregación de materia y que solo puede desempeñar un papel

subalterno en el universo. 

Martín J. Sanabria

La memoria individual puede ser buena o mala;

pero la memoria colectiva es mala. 

Ernesto Sábato

1. Réquiem por la historia

Los venezolanos nacidos en 1958, hoy hombres de 40 años, difícilmente conocen la historia venezolana desde la muerte de Gómez en adelante. No la vivieron; tampoco se la enseñaron. Ni los dotados de una gran memoria, salvo los “especialistas”, podrían referir nuestra cultura y el acontecer nacional más allá de unos pocos años. Esta omisión es un modo de borrar la conciencia histórica. Se ha cultivado el hábito del olvido. Se vive una cotidianidad desligada del ayer inmediato o levemente remoto. El día a día genera indiferencia total. La memoria colectiva, además de mala, es a-histórica. Y la amnesia es una fuente propicia a la pasividad o el conformismo. No abundan, además, fuentes históricas escritas de circulación masiva. El argumento es que se trata de un saber de minorías. Tampoco se hace mayor esfuerzo por divulgarlas a través de medios audio-visuales. No se ha escrito una Historia de Venezuela Contemporánea, producto de un equipo especializado, accesible a cualquier público medio. Existe un Diccionario de Historia de Venezuela (1988) auspiciado por una fundación privada. Obra de referencia, por su costo elevado nutre los anaqueles de bibliotecas públicas y algunas personales o institucionales de difícil acceso. Entonces, ¿dónde es posible llenar el vacío de conocimiento histórico, cada vez más reducido a los recintos académicos? La mayoría nacional no está habituada, pues, a reflexionar sobre nuestro pasado. La ignorancia lamentable se manifiesta en esas encuestas reiteradas de las televisoras donde el desconocimiento y la ligereza humillan al interrogado de la calle en casi todos los casos. A las minorías “cultas” las tiene sin cuidado este saber, para no mortificarse. Niegan la identidad. No son afectos a la tradición cultural por sus orígenes heterogéneos extraeuropeos (indios, negros). Es un saber incómodo porque sacude la conciencia anestesiada. Las telenovelas son un sustitutivo para todos, mayoría o minorías. Hubo un hermoso intento de novelar la historia con inteligencia y buena actuación: el Gómez de Cabrujas. Otros esfuerzos murieron precisamente en el intento. Programas como los de Uslar Pietri, Raíces de Venezuela, Cuéntame a Venezuela fueron efímeros. No ha habido, pues, continuidad divulgativa. La ficcionalización de la historia, al desacralizarla, ha provocado rechazo de las academias. Sus lectores medios no son muy copiosos.

Pensar el país es un trabajo de memoria asociativa y colectiva. Si esta es mala, como afirma Sábato, entonces hay que suplirla con estudio, con documentación. Prever el futuro sin un cimiento informativo que marque la estela por donde hemos venido transitando se vuelve labor de astrólogos, invasores de espacio informativo con discursos leguleyos o banalizaciones de un optimismo de lo maravilloso ridículo. Es la inmediatez depurada de reflexión, el destino barato y degradado. Los griegos acudían al oráculo en acto de fe mitológica. El oráculo les aleccionaba en el pasado histórico y el devenir. Los televidentes de hoy son usuarios del histrionismo.

Es apremiante la información, aunque sea elemental, sobre nuestra historia y nuestra cultura, si queremos fortalecer nuestra conciencia nacional ante el proceso globalizador. La historia no ha muerto, pero la estamos matando por omisión en la conciencia colectiva. La matan quienes temen su juicio inexorable. La ocultan quienes sienten culpa de una tradición inconfesable. Es una pedagogía del olvido. La amnesia absuelve y hasta indulta. El borrón y cuenta nueva es inversión rentable para cierta forma de lucro político.

En un ensayo sobre la “Antítesis y tesis de nuestra historia”, Mariano Picón Salas siente que Venezuela ha sido uno de los países hispanomericanos donde se ha vivido con mayor dramatismo, entre aires de tormenta, el acontecer histórico. Cada vez que insurge una amenaza de convulsión colectiva proliferan los “propósitos de enmienda”, las promesas de cambio. Pasado el temporal regresamos a la inercia de una dinámica donde “nos modernizamos a pesar de nosotros”. Sin embargo, en su capacidad de mantener un idealismo optimista, propone:

Oponer a la sorpresa de ayer, a la historia como aventura, una nueva historia sentida como plan y voluntad organizada. Hacer de esta igualdad criolla por la que el venezolano combatió y se desangró durante más de un siglo la base moral de nuestra nueva historia. Esto es lo que yo llamaría la “tesis” venezolana, el saldo positivo que aún resta y debemos fortalecer conscientemente después de la prueba tremenda que fue nuestra vida civil. Y en la comprensión de este problema, en la manera como la nación librada de sus tragedias y fantasmas puede ser creadora, radica el misterio alucinante de nuestro destino futuro. Materialmente tenemos el espacio, el territorio y hasta los recursos. Se impone ahora la voluntad humana.

Don Mariano escribió su ensayo cuatro años después de la muerte de Gómez. Lo recogió en su libro Comprensión de Venezuela (1949), por la vigencia que conservaba y aún conserva. El humanista merideño falleció en 1965. Si hoy viviera ¿qué pensaría respecto a lo que hemos hecho con nuestro espacio, nuestros recursos y nuestra historia?

2. El diente roto del país

En un relato escrito a finales del siglo XIX, Pedro Emilio Coll personificaba en Juan Peña, la imagen de un político que a consecuencia de una riña de infancia quedó con un diente roto en forma de sierra y se habituó a acariciarlo en la boca cerrada, con la punta de la lengua. El incidente inició la “edad de oro” de Juan Peña. Aquel gesto interno lo ejecutaba con “el cuerpo inmóvil, vaga la mirada, sin pensar”. Su silencio fue leído por los observadores como signo de genialidad y de prudencia. Hasta el médico de la familia le diagnosticó una grave enfermedad para las sociedades contemporáneas: el mal de pensar. Agrega el escritor modernista que “aquel afortunado personaje llegó a ser diputado, académico, ministro, y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua”.

La narración alegoriza el ascenso que en un siglo ha logrado la mesocracia en el asalto de posiciones públicas, “sin pensar”. En lo político Juan Peña ostenta semejanzas con la realidad contemporánea. La gestualidad ayuda al silencio y la mueca intrabucal se asemeja a los aleteos manuales estilo limpia-parabrisas o los saltos histéricos sobre un mismo punto, característicos de ciertos líderes en campaña. La mueca es el mensaje.

3. Tipología de la crisis

La reflexión político-cultural en torno al siglo XX, después de la doctrina oficial del positivismo, o en coexistencia con él, primero intentó la búsqueda de una salida revolucionaria a la dictadura gomecista. Inmoló una generación “pensante” aunque no pensadora. Si bien no fue capaz de engendrar un proyecto preciso de país para ponerlo a tono con la modernización indetenible —cuyo modelo era el Estado norteamericano en expansión por América Latina—, al menos forjó individualidades que sintieron el “dolor de patria”, leído en un verso de Abilio Guerra Junqueiro. Integraron el grupo La Alborada. Los ensayos juveniles de Rómulo Gallegos, Julio Planchart y Henrique Soublette expresan ese desvelo que no pudo cuajar en realizaciones prácticas, salvo la efímera gestión presidencial de Gallegos, nacida de un golpe militar y una Asamblea Constituyente que presidió la inteligencia luminosa de Andrés Eloy Blanco.

A partir de ese grupo emergente en 1909 hay continuidad, no ruptura intelectual en la reflexión acerca de la crisis del país. Así la vieron y escribieron Miguel Otero Silva, en cuya novela Fiebre (1939) un estudiante del 28 invoca a Dostoievski para que cante “el dolor de mi pueblo”. Así lo magnifica y expone con patetismo José Rafael Pocaterra en sus Memorias de un venezolano de la decadencia (1927 y 1937).

A la muerte de Gómez, uno de los primeros oficiales egresados de la Academia Militar tiene en sus manos la transición hacia la democracia: Eleazar López Contreras. Permite libertades limitadas y concluye exilando a los exdirigentes estudiantiles del gomecismo, ahora adultos profesionales, por actividades “comunistas”. Existe un famoso Libro rojo sobre las actividades comunistas en Venezuela, donde se codean Betancourt con Gustavo y Eduardo Machado, José Antonio Mayobre con Valmore Rodríguez, Jóvito Villalba con el “calvito” Leoni, etc. En otras palabras, como lo ha estudiado Arturo Sosa, el garibaldismo estudiantil del 28 es la matriz de los partidos post-gomecistas de una pintoresca izquierda criolla, y hasta la democracia cristiana, surge de una división de la Federación de Estudiantes en 1936, la llamada UNE, fundada por Rafael Caldera, Pedro del Corral y otros.

Varios pensadores contemporáneos legaron una meditación fecunda cuyo mensaje a veces ignoramos. Son reformistas económicos del temple de Alberto Adriani, nacionalistas como Mario Briceño Iragorry y Enrique Bernardo Núñez, liberales como Arturo Uslar Pietri, eclécticos como Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Felipe Massiani. En la obra de estos autores se venía pronosticando una crisis que ha tocado fondo en nuestros días. Comenzó́ con el enunciado de una crisis de hombres proclamada por Eleazar López Contreras en 1936, el mismo año en que Uslar llamaba premonitoriamente a sembrar el petróleo si no queríamos ir hacia la quiebra total de la nación y en sus editoriales del diario Ahora escribía sobre la Crisis de responsabilidad. Briceño Iragorry habló de una crisis de pueblo, es decir, un proceso integral de las crisis que golpeaban los valores morales, la educación, la conciencia de un desarraigo desnacionalizador, hasta la crisis de “pecado” de lesa patria. Picón Salas abordaba los procesos de una modernidad sin modernización en libros fundamentales como Crisis, cambio, tradición (1955), aparte de sus reiterados planteamientos que desde la muerte de Gómez claman por un cambio de actitud frente a la crisis total de nuestra democracia. La idea de crisis y de cambio no es, pues, una invención de los juanpeñas de la pequeña burguesía, que hablaban en nombre de los juanbimbas marginales del pueblo, cuyos intereses defendieron supuestamente cuando asumieron las responsabilidades de conducción política en los partidos, desde el post-gomecismo hasta hoy. En el fondo de su boca cerrada o vociferante, según las circunstancias y la oportunidad, tallaron, igual que el símbolo de Pedro Emilio, un diente roto “sin pensar”. Repitieron frases de alerta y las tradujeron a lugar común. No fueron capaces de resolver la situación nacional en un proyecto apto a superar una crisis de casi cien años. Al final de cada torpeza les resultó fácil decir: “Estábamos equivocados”, “me engañaron”, “no supe lo que hacía”. No es exageración. La memoria individual, si no es tan mala, debe recordar que son textuales en ciertos instantes del desastre, aunque parezcan las de un menor que se disculpa ante un padre pueblo que está en la tierra y cuyo juicio no perdona ni indulta.

4. La ignorancia como tradición rentable

Quienes hablaron de la inmadurez o impreparación del pueblo tampoco lo educaron. Prosiguieron hablando de modo paternal en su nombre. La tradición más estimulada fue la del pueblo ignorante y manso. No de otra manera se explica cómo el decreto de instrucción pública, gratuita y obligatoria nunca se aplicó a plenitud. Al final de la dictadura de Gómez, el analfabetismo alcanzaba 75%. A su muerte surgieron las escuelas normales y el Instituto Pedagógico para mejorar la formación y profesionalizar a los docentes. Estos educadores recibieron la enseñanza de una brillante misión pedagógica chilena que Picón Salas invitó a trabajar en nuestro país. Sus integrantes fueron los creadores del Pedagógico y de la Escuela Experimental Venezuela. Los maestros normalistas y los profesores graduados sustituyeron parcialmente a los bachilleres de palmeta. En 1940, el joven ministro de Educación, Arturo Uslar Pietri, presentó al Congreso y logró que se aprobase una nueva Ley de Educación, una de las más progresistas de este siglo. La democracia posterior a Pérez Jiménez cerró gradualmente las escuelas normales, minimizó el Instituto Pedagógico en cuanto a calidad formativa. En una alarmante regresión, durante los últimos años, los mismos bachilleres han reasumido funciones docentes a través de carnets de militantes políticos. Se ha municipalizado la irresponsabilidad docente. Todo ha derivado en argumento para degradar la educación pública y plantear su privatización como negocio. La solución ha sido pintoresca: un educador profesional, fundador de la Universidad Pedagógica, desde su investidura accidental de ministro, argumentó que cualquier bachiller o profesional está calificado para ejercer la enseñanza. Es el retorno a los días en que el boticario enseñaba francés, el dentista impartía educación artística, el jefe civil era encargado de la Formación Moral y Cívica de niños y adolescentes, o cuando la mujer del policía, por ser analfabeta, como no podía regentar un grado de primaria, era nombrada directora de la escuela. No es simple coincidencia esta minimización de la tarea formativa y la que Picón Salas describirá poco antes de la promulgación de la nueva Ley de 1940:

Contra la unidad nacional que hubiera podido convertirse en unidad y vertebración de la función educativa, conspiraban una serie de causas como el propio sistema federal con su caciquismo aldeano, con su régimen de escuelas y colegios estatales y municipales no controlados ni supervisados por el Ministerio y que eran una de las tantas prebendas de que disponían los “jefes”. En los Estados de la Unión estas escuelas y colegios eran las pequeñas dádivas que se ofrecían a “las señoritas decentes y vergonzantes” y los pequeños empleos para los pequeños amigos de la causa, o en el mejor de los casos, para ocupar a algún “bachiller calígrafo” que no alcanzaba apostura de jefe civil.

Toda similitud con la situación educativa de hoy no es sino parte de la “panacea” de privatizar la enseñanza, convertida en industria de la ignorancia. Llegamos así a la empresa de vender como mercancía también el no pensar. Ciertos monjes medioevales predicaban a sus feligreses esta idea: “Cuanto más ignorantes seáis, más cerca de Dios estaréis”. Hoy se pregona el postulado de que “un pueblo ignorante se gobierna más fácilmente que uno culto y protestatario”. Esto último forma parte de un eufemismo con forma de trabalenguas: la “gobernabilidad”. Todo cuanto sea leído como reclamo o protesta se convierte en atentado contra ella, se valúa acto de violencia o resentimiento contra un sistema, cuyo perfil tampoco hemos sido aptos a definir, dentro de un discurso babélico donde se confunden Estado y gobierno, democracia con hegemonía de partidos, cultura con espectáculo público de recinto, reservado a los doscientos o trescientos asiduos de vernisages, bautizos, premieres, etc. En esta babelización el ciudadano deviene en usuario o sobreviviente de la crisis, por tanto, atropellable. El héroe del partido, epónimo de barrio o avenida, se identifica con peculador de juicios prescritos o engavetados. Termina ejerciendo la ubicuidad que en alguna época se definía como vocación de servicio público. Héroe proteico al fin, es inversionista y lavador de capitales, banquero y filántropo, empresario y mercader. En grupo marchan cual felices parejas a colocar sus fondos saqueados en otro país dentro de pactos donde los del otro país, a su vez, son invitados con calidad de socios, para invertir entre nosotros, si les ofrecemos garantías absolutas, para compensar las pérdidas de prestigio en su espacio de origen. La confusión bien administrada da altos dividendos. La tradición del dolo junto a la cultura de la ignorancia son excelentes máscaras para escamotear la identidad perdida o escondida como la mancha de la familia, un lastre que impide el acceso a una universalidad cada día más indefinida.

5. La gran subasta

Cuando el siglo veinte y un segundo milenio se van entornando, nuevos factores intensifican los mecanismos videográficos o cibernéticos para sustituir la idea por la imagen subliminal que piensa por nosotros, como en el slogan de una prestigiosa agencia publicitaria. El hombre y los dentífricos, los cuerpos de mujeres hermosas y los gestos ecuestres o pedestres de los líderes se publicitan en videoclips y vallas de autopistas, con financiamientos múltiples, incluidos los familiares. Los métodos de enseñanza por estudio dirigido han degenerado en hojas semivacías para que los estudiantes, “sin pensar”, rellenen frases incompletas. No hemos producido el antídoto: un proyecto de ser humano que aspiramos ser o hacer para no deshacernos como sociedad. Un ser humano a quien educar y no degollar o castrar mental y moralmente. Un joven que aprenda con entusiasmo ligado al trabajo y a la destreza, liberado del gran hastío que le produce un saber mal transmitido y muerto por anacrónico. Queremos tener un pueblo “culto” pero no lo cultivamos. ¿En qué plan de estudio se enseña, por ejemplo, a escuchar la música académica, a valorar una obra plástica? ¿Cómo se puede estimular el interés por la lectura a través de las guías de relleno que suplantan el texto y aburren al adolescente, sometido a ese ejercicio pueril de completar frases inocuas? Hace ya muchos años, el maestro Ángel Rosenblat escribió una serie de artículos para demostrar que “Nuestro bachillerato es un lamentable fracaso”. Hubo protestas y se le tildó de exagerado. No se tomaron en cuenta sus observaciones para enmendar el gran disparate. No tenemos capacidad de producir tecnología propia pero tampoco hemos sido muy idóneos para transferir la ajena y aplicarla con éxito a un crecimiento económico diferente al saqueo. De país rebelde hemos derivado en agentes intermediarios del comercio fácil sin importar lo que se venda. No producimos. No arriesgamos. Huimos con todo y ganancias no siempre diáfanas. Importamos todo, menos nosotros mismos. No es un fenómeno imputable solo al maiamerismo actual. La preferencia por todo cuanto no sea nuestro tiene abolengo. Comienza con el siglo. Hemos entendido la globalización como un

englobamiento pasivo, como engullimiento fagocitario, no como una oportunidad y un reto que abre la historia para que seamos capaces de emerger con nuestra voz y nuestra riqueza rescatada de la rapiña. Hemos admitido que la historia está muerta y ya no asusta. Culturalmente aspiramos a una universalidad sin rostro, parecido al mimetismo servil y no a la asimilación intelectual, al metabolismo de la inteligencia capaz de pensar.

En carta desde Madrid, fechada el 13 de septiembre de 1955, dirigida a su yerno Miguel Ángel, Mario Briceño Iragorry dejó escrita esta advertencia:

La nueva universidad ha de hacerse presente en el mundo venezolano por medio de una densa aportación formativa y crítica. La cultura de charol sigue siendo nuestro fardo más pesado. La carencia de principios es nuestra falla peor. Como pueblo y como individuos obramos sin pensar en nuestro destino. ¿Constituimos una auténtica comunidad? ¿No traduce acaso nuestra conducta el efecto de que no hubiésemos superado aún el individualismo anárquico del yo, del tú, del él, negados, en consecuencia, a la realización fecunda del nosotros? Nuestra falta de responsabilidad y de solidaridad cívica tiene su razón última en la ausencia de la alteridad sobre la cual radican los valores jurídicos. Solón halla el espíritu de justicia solo en comunidades donde los no perjudicados se sientan tan lesionados como los que reciben el daño. Para mí todas nuestras deficiencias son fruto fatal de la culpable incomprensión de nuestro destino humano.

Hay países que hoy discuten un nuevo mecenazgo cultural. Para que Mecenas reencarne hay que sacarlo del “analfabetismo ilustrado”. En aras de un falso proyecto de sociedad industrializada que no hemos construido, cercenamos la formación humanística, donde se forma la conciencia ética para el ejercicio del liderazgo social. Como sustitutivo afloró una clase económica inculta, dirigida por bachilleres doctorados en la universidad de la vida, pero tan buenos servidores y tan comprables como ciertos universitarios que vendieron la vergüenza y los ideales, tal baratija en un mercado informal. Los mejores servidores del saqueo han sido casi siempre exdirigentes revolucionarios de ayer en las aulas levantiscas. Obvian los nombres. La comisión y el soborno han reemplazado el esfuerzo. Además, no dejan huella ni pruebas. La usura desplazó el riesgo de los verdaderos empresarios capaces de construir una estructura productiva eficiente. De toda esta gran subasta no escapan ni siquiera la mayoría de los intelectuales que podrían padecer “el mal de pensar”. Alguien los ha inmunizado.

En 1955 desde Madrid, en su exilio, Mario Briceño Iragorry leía la prensa y comentaba con notorio desencanto:

Sobre las páginas de un diario madrileño miro justamente hoy la fotografía de un desairado edificio de siete plantas, levantado sobre resistentes pilares, y el cual ha sido construido recientemente en la barriada de La Florida, de nuestra querida Caracas. Carece de primer piso y puede decirse, según apunta el título, que ha sido montado al aire.

Fotografía y comentario constituyen un elocuentísimo resumen simbólico de lo que es nuestro mundo venezolano presente y de lo que ha venido siendo nuestra cultura de última data. Como pueblo y como intelectuales, carecemos de primer piso. Hemos sido alegre-mente montados al aire.

En un contexto semejante, la peor enfermedad, el delito más castigado es precisamente “el mal de pensar”, sobre todo si ese pensamiento es crítico y apunta a un cambio de fondo. Corre el riesgo de que se le incluya en ese nuevo testamento que van escribiendo los calificados, por cierto mandatario, como “profetas del desastre”.

Hoy existe el pugilato por ocupar o mendigar una posición. Lo cierto es que el conjunto ha generado un fenómeno que tal vez fue la meta de muchos: lograr el vacío crítico o silenciar e ignorar la voz contestataria. Esa forma sutil de represión, a su vez, abre incisiones por donde va estallando la protesta. El intelectual honesto se repliega o escribe sobre temas que no lo comprometan. Esta conducta fue llamada por Briceño Iragorry “la prudencia culpable”. El espacio lo va ocupando gradualmente el discurso político mal hablado y peor escrito. Muchos darían la vida por privatizar también la inteligencia. Así podría estar al alcance de su poder adquisitivo.

Después de quinientos años del día en que un Almirante europeo navegó sobre delirios geográficos en la proximidad de nuestras costas, ante la majestuosa desembocadura del Orinoco, para hacernos entrar en la historia de Occidente por las puertas del Paraíso Terrenal, seguimos debatiendo y preguntándonos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Andamos como náufragos en medio de un gran desconcierto y un gran miedo. Valdría interrogar a las figuras protagónicas que monopolizan el liderazgo político para saber si serán aún capaces de producir un cuerpo de ideas coherentes que sirvan de itinerario seguro al descoyuntado país construido sobre la improvisación y la que Briceño Iragorry llamó “democracia de asalto” o don Julio Garmendia, más lapidario y sutil, designaba en voz baja con el sobrenombre de “mediocracia representativa”.


*Bibliografía citada

-Briceño Iragorry, Mario. Obras completas. Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1988-1998. 23 vols.

-Coll, Pedro Emilio. “El diente roto”, El Castillo de Elsinor. Caracas: Tipografía Herrera Irigoyen, 1901.

Pedro Emilio Coll. Compilación y estudio preliminar de Rafael Ángel Insausti. Caracas: Academia Venezolana de la Lengua (Colección Clásicos venezolanos, No 14), 1966, pp. 145-46. En esta edición pueden consultarse tanto “El diente roto” como “La delpiníada”.

-Fuenmayor, Juan Bautista. Historia de la Venezuela Política contemporánea (1899-1969). Caracas: Edición del autor, 1975-88. 14 volúmenes.

-Fundación Polar. Diccionario de historia de Venezuela. Coordinación de Manuel Pérez Vila. Caracas: La Fundación, 1988. 3 volúmenes.

-Morón, Guillermo. Historia de Venezuela. Caracas, Edición del autor, 1971. 5 volúmenes.

Los Presidentes de Venezuela. Caracas: Editorial Papi. 1986.

-Otero Silva, Miguel. Fiebre. Caracas: Editorial Elite, 1939.

-Picón Salas, Mariano. “Antítesis y tesis venezolanas”, Revista Nacional de Cultura (Caracas), N° 3 (1939), pp. 11-16.

-Picón Salas, Mariano. Comprensión de Venezuela (1949), Obras selectas Caracas: EDIME, 1962, p. 207.

-Picón Salas, Mariano. Crisis, cambio, tradición. Caracas: EDIME, 1955.

-Pocaterra, José Rafael. Memorias de un venezolano de la decadencia. Bogotá, Ediciones Colombia, 1937. Caracas: Editorial Elite, 1936. 2 volúmenes.

-Sábato, Ernesto. Uno y el universo. Buenos Aires: EMECE, 1939. Ensayos. Buenos Aires: Losada, 1962.


* Texto leído en el II Simposio “Venezuela: tradición en la modernidad”, organizado por la Universidad Simón Bolívar y la Fundación Bigott, año 2000. Publicado con variantes en Los rostros de la identidad. Carmen Elena Alemán y Fernando Fernández, compiladores. Caracas. Equinoccio / Fundación Bigott, 2001, páginas 141-157. También fue incluido en el volumen El mal de pensar y otros ensayos, compilado por Rafael Ángel Rivas Dugarte, publicado por Publicaciones del Vicerrectorado Académico, Universidad de Los Andes, 2006.


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