Henry Ramos Allup / Archivo

Por CAMILA PULGAR MACHADO 

La política es de hecho el arte de lo posible, aunque lo posible es mucho más que la tercera vía. Lo posible es avanzar hacia un mundo más justo con justicia social para la gran mayoría. Para hacer esto debemos regresar a la política. 

Bogdan Denitch

El principal dilema del libro de Henry Ramos Allup, Reflexiones sobre el liberalismo (segunda edición, 2019), es decir, su encrucijada intelectual se encuentra en la problemática relación entre el liberalismo y el Estado social. Uso la mayúscula pues este es el libro de un estadista cuya mayor preocupación está en la constatación de una necesidad que él mismo se formula mediante una pregunta: ¿libertad versus planificación? Entonces, me veo en la obligación inmediata de explicar que, a pesar de estar ante una ardua defensa de la socialdemocracia, cuyos antecedentes históricos son fundamentales para Ramos Allup, esta es una obra de casi 800 páginas que se resiste a cualquier simplificación o resumen. Así que el dilema entre el Estado mínimo del liberalismo más radical, cuyo corazón siempre será la propiedad privada, y un Estado democrático mixto pero basado en una planificación con “programas activos” en función, por ejemplo, de lograr mejores salarios en la población más vulnerable, implica una incursión de honduras en las aguas diversas y amplias del liberalismo, corriente matriz del pensamiento occidental.

De hecho, en estas indagatorias en el pasado cultural del movimiento liberal prevalece una inquietud aguda a la que se avoca Ramos Allup: porqué el socialismo. Una inquietud que consiste en reconocer que las múltiples respuestas socialistas registradas a lo largo de la historia, y, sobre todo, la idea del socialismo constitutivo de la socialdemocracia —un socialismo reformista no revolucionario— son producto de las inexcusables limitaciones políticas del liberalismo: “algo ha debido ocurrir entonces con la panacea liberal, algún descontento ha debido generar, muchos problemas habrá ocasionado y otros tantos dejado sin resolver como para que el socialismo apareciera como su antítesis, progresara con un vértigo que hasta ahora no ha conocido parangón en ninguna otra corriente del pensamiento filosófico y, en medio de sus altibajos y variantes, se hubiera mantenido como alternativa hasta la actualidad”.

Esta obra va acorde a una organización cronológica clásica: marcha desde los “orígenes y evolución del liberalismo, Grecia y Roma”, sus “principios fundamentales”, el “vocablo” mismo, “el liberalismo innominado” y el “nominado”, “la antigua vocación de adquirir”, incursionando en el feudalismo, “el derecho y la economía del Medioevo”, incluso los “aportes del sistema medieval al liberalismo”, hasta la “aparición del Estado-nación”, “la nueva visión económica de las iglesias reformadas”, “el mercantilismo” y “la escuela fisiocrática”. Finalmente, se ofrece un amplio capítulo sobre la revolución industrial. Lo que considero entonces la primera gran parte del libro.

Comienza, según observo, una segunda parte (aunque la obra está organizada por capítulos, muy definidos, por cierto) en la que Ramos Allup se entrega a la Revolución francesa. Y del pedagogo con que se inició esta historia de largo aliento, pasamos a disfrutar al narrador y prosista pocaterriano (no se olviden que es un autor valenciano) que desarrolla una versión apasionante, comprensiva e intensamente crítica de las contradicciones, los ardides, eventos y hasta personalidades de la revolución francesa; también de los “estamentos”, “reformas administrativas”, “las concepciones económicas”, etc., hasta desembocar en la “cosmovisión” revolucionaria que va a acarrear desafueros colosales y esperpentos ideologizantes tales como  “la violencia como necesidad revolucionaria” y el “Terror como forma de gobierno y recurso del Estado”. Ramos Allup despliega su propia cosmovisión política, que es constitucionalista y democrática, a partir de una diferencia como la que sigue: “En lugar de conjeturar sobre si esos males eran indispensables o prescindibles para alcanzar los objetivos revolucionarios, controversia que hoy resulta enteramente inútil al haber sido plenamente superadas las mentiras y los arcaísmos historiográficos marxistas, resulta más sencillo preguntarse qué conquista económica, política o social trascendente, perdurable se logró con la violencia y el Terror”. Este capítulo sobre la Revolución francesa es un libro que bien puede publicarse aparte de la gran cátedra que constituyen las Reflexiones del liberalismo, publicado por primera vez en el 2007.

Es decir, esta obra de Ramos Allup, en gran medida, representa su amor por la enseñanza y contiene lo que hubiera podido (y puede) ser en el pénsum universitario, por lo menos, unos años de estudio. Y aquellos que como yo hemos hallado en su voz una interpretación del acontecer político nacional ineludible para entender el curso de la realidad traumática del país, y venimos del espacio académico y la docencia, encontraremos en esta lectura no solo que este político es un intelectual de peso e íntegra vocación docente, sino que además es un escritor radiante. No me cabe duda alguna de que esta obra representa un volumen fundamental en la historia del pensamiento político latinoamericano. Y claro que esto se debe a que Ramos Allup si bien es un autor profundamente conceptual, su escritura, sin embargo, se vigoriza y cautiva gracias a su experiencia de primera mano en la ejecución de la vida partidista y parlamentaria del país. Prevalece un vitalismo, un ir y venir más allá o alrededor de la amplia biblioteca que el libro otorga, es decir, sobresale una capacidad de resolución pragmática —quirúrgica— para observar y referir la contingencia histórica política como muy poco se observa en la literatura disciplinaria.

Llegamos a la tercera y la cuarta partes de la obra. Primero está “El radicalismo filosófico y el utilitarismo”, capítulo de penetración epistemológica en las nociones de la doctrina liberal, y esto antes de abordar —en la última sección y gran capítulo final— lo que implica un finiquito lamentable (propio del avance del capitalismo y de las sociedades del “self-made millionaires”), o sea, la antipolítica. Así, en su digresión sobre el radicalismo filosófico de la “supuesta unidad del liberalismo”, Ramos Allup analiza con la experticia de un jurista el “derecho natural y la ley natural”, basamento ilusorio del liberalismo que muchas veces se ha impuesto oportunistamente a favor del sistema de la libre empresa y de un derecho “algo misterioso, anterior a la sociedad e independiente de ella” (en palabras de Benjamin Constant) que explica y, sobre todo justifica, la “propiedad privada y la herencia”. Este capítulo se inicia con un ensayo sagaz —y hasta jocoso— sobre “El burgués: el gran protagonista”. Dice: “A diferencia de otros individuos y clases, el burgués integra una categoría individual y la burguesía una categoría social definidas y determinadas por lo económico, no por la historia, el derecho, la tradición, la sangre ni la costumbre. Esto significa que el burgués como individuo y la burguesía como clase no constituyen situaciones o garantías permanentes sino en mutación constante, dependiendo de los vaivenes de la riqueza”. El autor viaja tan a fondo en el liberalismo que comprende bien su existencia.

Segundo, el último capítulo es, creo, otro libro dentro del volumen, y se titula “Liberalismo-socialismo”. Este contiene el gran ensayo de Ramos Allup sobre la sociedad contemporánea, con momentos estelares como la respuesta a la pregunta “¿no hay civilización sin libertad?” O su muy útil definición de la posmodernidad, o su lectura de Hayek, Carlos Rangel y Tony Blair y su opinión sobre la “tercera vía”; su crónica y análisis de la socialdemocracia en Inglaterra, Alemania, Francia y España. También, aquí retoma la problemática entre “liberalismo, libertad y democracia”, ofreciendo un repertorio de ensayos estatales, diseños de Estados en los siglos XX y XXI, con una puntualidad notable. En este capítulo la entrelínea, lo que Ramos Allup no dijo sobre Venezuela, se lee y es un silencio poderoso. Esperemos que un día este estadista escriba ese ensayo, que se hace a la sombra de esta obra, sobre el Estado venezolano. En todo caso, con la asistencia de una constelación de ejemplos y lecturas de primer orden, entendemos cómo “para la socialdemocracia, primero está el derecho y para el liberalismo está el deber y estas son grandes diferencias”.

De allí, entre otras consecuencias, que “un Estados liberal no es por fuerza democrático” (se cita a Bobbio). Así que lo ideal, aunque este político no es un idealista, sería, por ejemplo, lo que pudo hacer Clinton bajo la asesoría de un economista como Joseph Stiglitz, quien fijó posición ante la “economía de filtración”, “dogma según el cual lo más importante es el crecimiento de la economía a expensas de lo que sea y no de la distribución de los beneficios”.


*Reflexiones sobre el liberalismo. Henry Ramos Allup. Editorial Alfa. Caracas, 2019.


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