La Vanguardia

Por Manuel Gerardo Sánchez

¡Qué no! Que no se la confunda con la Drag Queen, la hermana sajona que enrosca su lengua bífida en idiomas no romances. «La Loca» es latina. Por eso no gusta de arquitectónicas pelucas ni de rellenos de espuma. Sus argucias de seducción son otras: el español que prescinde de las zetas; el acento zalamero con el que canta «mi amorcito» y «papi rico»; el tumbao de caderas al son del tambor; la manito que zumba como luciérnaga y las minifaldas que descubren sus voluptuosidades de princesa castiza. El mestizaje corre en sus venas: ella es negra, india, blanca, parda y mulata y todo junto. Finalmente, las maravillosas geografías de su cuerpo van desde los desiertos de Chihuahua hasta los cerros fálicos de los Andes. Allí se la encuentra, en todas partes, hasta debajo de las piedras, o eso cree la heterosexualidad reproductiva que le tiene miedo. El psicoanálisis consiente una estrecha relación entre sodomía y paranoia. Para Sigmund Freud, la segunda es producto de la opresión de la primera. El temor a su propia flaqueza, a dejarse encantar por tentaciones de extraña naturaleza, desasosiega al vernáculo de pelo en pecho y bigote. Lo obsesiona. En su ofuscación, ve a «La Loca» por doquier, alerta para dar la zalagarda de su sensualidad: en el mercado, en el boulevard donde pavonea sus caprichos y en el río donde refresca sus aletas de sirena.

Mientras arrecia una cacería de bruja, «La Loca» sortea restricciones y penurias. Para contener la depravación y el escándalo, los patriarcas ascendidos la persiguen. La reprenden por alterar la morigeración y la tranquilidad de la burguesía contemporánea. Reprimen hasta sus ensoñaciones más barrocas y la confinan en cárceles y hospitales. Sí, hasta no hacía mucho, maricón, ladrón y dolencia significaban lo mismo. Por lo tanto, a la criatura siniestra, para los poderosos es también engendro «contranatura», no le sobran espacios en los que pueda abanicar su influjo amanerado. ¿Dónde da riendas sueltas a sus fantasías? ¿Dónde inflama la libido que reduce a cenizas sistemas de género preconcebidos? Si en el teatro ella parodia un anhelo frustrado, en el burdel enamora y desafía el discurso hegemónico. Territorio del goce en alquiler. En él modifica «posiciones de enunciación» —como aconsejara Jacques Derrida en Firma, acontecimiento y contexto — y hace valer el «pacto contrasexual» del filósofo y terrorista Paul Preciados —ese que «se dedica a la deconstrucción sistemática de la naturalización de las prácticas sexuales y reconoce a los cuerpos no como hombre y mujer sino como hablantes»—. En el cuchitril del pecado, donde se regatean caricias y orgasmos de a pesos, «La Loca» consigue un pizca de libertad.

Venta de caricias

En el lupanar, aburridos y lambucios esperan su turno. Los hay de todo tipo: el desesperado por frote, el muchacho que provoca la erección de su adolescencia, el casado que se quita la alianza del dedo y el solitario que compra una ilusión de amor. Si «La Loca» no tiene proxeneta que la explote, la acera de una calle sin ley hace las veces de vitrina. Sitio donde exhibe su picón sobado. Allende los honorarios, respinga su ligereza. Se entrega apasionada para recibir la bendita libación que, de tanto orar de rodillas, le regala Príapo. Bombón, protagonista de la novela Plástico cruel de José Sbarra (Buenos Aires, Ediciones Subterránea. La Rata, 1992) es poeta y prostituta. Aunque pasada en edad, ajada según ella, está pendiente del subibaja de la testosterona. Libertina, se pasa el qué dirán por el forro de sus pantaleticas baratas. Sus ojos acechan y recorren el metro, el baño público, la mata donde se agazapa el bravío ejemplar. Busca y rebusca los 18 o 21 centímetros demás que recompensan su ardua labor de ordeño.

«LINDA Y BOMBON

Una cita para hablar de Baudelaire

―Hace un par de horas que estoy esperándote Bombón.

―¡Ay Linda! ¿A qué no sabes lo que me pasó?

―¿Un accidente?

―Claro, no tenés ni puta idea. Yo, en cambio, de puta tengo todo. Y por eso tuve un tropiezo.

―En el camino se me cruzó uno de esos machos que te dejan sin aliento. ¡Unas espaldas! ¡Un pecho! ¡Un bulto! ¡Y esos ojos! Si tendrían morbo esos ojos, que se los miré más que al bulto. A unos metros de mí, el macho sacó el pañuelo y se sonó estrepitosamente la nariz. Yo seguí con “mi mirada en su pupila azul”. El macho me mostró el pañuelo y me dijo: “¿Querés un poco, putazo?” Yo, que de lenta no tengo nada, le contesté: “Sí, todo, pero frotámelo en el pecho”. Total, que terminé chupándole la pija bajo el puente del ferrocarril.

―¿Y para hacer esa porquería me hiciste esperar una hora?

―Sí Linda y no me arrepiento. Tragar ese chorro de semen fue como beberme su mirada azul.

―Vida de poeta.

―Así es, de poeta y puta. Y cuando más poeta, más puta me siento. Recién ahora, después de esa chupada, me encuentro en condiciones de hablar de Baudelaire».

El radar

Por mucho que los mecanismos de coacción —citados en la primera entrega— perseveren en abusar de «La Loca», hay un poder incontenible que rompe las cadenas sociales que la subyugan. Sirve también de radar para detectarla. Con él se puede distinguir no solo a la que ameniza con su salero bares y comparsas, a la que pone precio al culimeneo, sino también a la desabrida que intenta camuflarse en la comunidad que la repudia. Se trata del placer. Infalible contador de plumas que registra las huellas orgiásticas de su peregrinación —el cruising que nunca termina—. Llave que abre las puertas para que «La Zorra», «La Payasa», «La Oculta» y «La Sencilla», por nombrar unos pocos heterónimos e identidades embozadas, cojan vuelo. «Las Locas» —ahora sí vale el plural— van soltando la brillante evidencia.

Gracias a la literatura hoy se pueden identificar al menos cuatro nuevas variedades que ni las ciencias más puras —a pesar de sus métodos y taxonomías— conocían. Aquí están las devotas de la lascivia: «…formamos una entidad religiosa y por lo tanto fanática y sagrada cuyo fin es proporcionar y recibir placer. Contra todo el horror del mundo, y aun dentro del mismo, anteponemos lo único que poseemos, nuestros cuerpos esclavizados, como fuente y receptáculo del goce», Reinaldo Arenas en El color del verano. (Barcelona, Tusquets Editores, 1999).

Comienza el desfile.

Atención: es necesario alertar al lector de ciertas socaliñas del lenguaje. Esclarecer que todo intento de establecer una diferencia entre hombre y «Loca» resulta árido. Porque «en definitiva toda loca es hombre y todo hombre no es más que una loca». Aclarado el punto, se presentarán, sobre esta pasarela, los cuatro grupos descubiertos por un escritor dotado no solo de ingenio, sino también de una gran capacidad expositiva. El cubano Reinado Arenas, con pericia de ornitólogo, estudió, catalogó y analizó cada uno de sus hallazgos. Las tesis de la «mariconería» se ufanan de validez epistemológica por la valiosísima aportación de la obra El color del verano. Por respeto a este trabajo, se mantendrán cada una sus originales descripciones.

—«Primera categoría: LA LOCA DE ARGOLLA. Camina como una araña ciega, como un topo desesperado siempre en busca de una bragueta. Su inquietud fundamental es el falo y a cada instante está en trance de muerte o desesperación. (…) No deja rincón (…) sin registrar. Nunca encuentra el objeto de su deseo y cuando cree encontrarlo se queda aún más desesperada (…). Es un ejemplar tan escandaloso que el sistema le ha provisto de una argolla metálica que lleva al cuello.

»Cada vez que por alguna razón política, moral o económica, la loca de argolla debe ser confinada en un campo de trabajo, lo único que tienen que hacer los agentes del sistema es tirarle un garfio a la argolla. Así este tipo de loca es recogida fácilmente. (…) Aunque se les persigue incesantemente, proliferan cada día más… ».

Es muy fácil toparse con ella en Sabana Grande. Agita su muñoncito de pato calle arriba y calle abajo. Es un poco estrafalaria. Ojea revistas de moda y cuando cobra su devaluado sueldo de buhonera o basurera compra un modelito. En una esquina de Chacaíto, cacarea y atiza jaleos con vendedores, casquivanos y peleones. Transgrede códigos y ordenanzas, porque, ¡pobrecita!, no los conoce.

—«¡Segunda categoría! — LA LOCA COMÚN. Este tipo de loca tiene su compromiso, que es otra loca común, y suelen pasearse bajo algún pinar mientras comentan pequeños proyectos (…). La loca común vive generalmente con su madre (…). Pequeño oficinista, traductor, burócrata minúsculo, usa camisa blanca de manga larga, a veces va de cuello y corbata. No suele recibir la obra de un posible macharrán».

Es la más popular de todas. Siempre está tristona. Se disfraza de caballero para pasar inadvertida. La heteronorma le confeccionó un trajecito que adoptó sin remilgos. Toda gris. Siempre va a acompañada de sus comadres. Juntas hormiguean en empresas, universidades e iglesias. Clase media «aspiracional». Quiere ser aceptada, pertenecer y jurar ante el juez el «Sí, acepto». Aunque, de reojo, codicie la entrepierna de un marido ajeno.

«En la tercera categoría se encuentra LA LOCA TAPADA. Esa loca puede llegar a ser abogado, profesor de marxismo leninismo, militante de la Juventud Comunista, dirigente de una empresa y párroco de una iglesia. A veces dirige una revista literaria y realiza viajes a Bulgaria o a Mongolia. Desde luego, la loca tapada se niega a ser loca. Es una loca fatal, pues casi nunca puede manifestarse en su total dimensión. Vive aterrorizada temiendo que le tiendan alguna trampa fálica. No quiere saber nada de las otras locas. (…) Sin embargo, a veces, no pudiendo más, entra en el baño de una cervecería piloto. Allá, al final del urinario, simula un negro orinar de verga retadora. La loca tapada no puede más (…) aterrorizada toca el falo reluciente (…). Desesperada se agacha, mama por unos segundos; de pronto cree haber escuchado unos pasos. Se incorpora y echa a correr…».

Esta «Loca» se pasea en Venezuela, Cuba y cualquier otro reducto que engatuse y tiranice pueblos con la quimera comunista o Socialismo Siglo XXI. Adoctrinamientos aparte, a veces se atreve a merecer con el miedo a la sordina. Para ilustrar al interesado y ubicarlo en el escenario local, cualquier líder comunal, diputado de la Asamblea Nacional o gobernador son ejemplos de esta categoría.

«La última gran categoría es LA LOCA REGIA. Se trata de una loca única que hace vida de loca, que no le oculta a nadie que es loca, que ocupa cargos políticos prominentes, que viaja a países capitalistas, que tiene varios carros y varios choferes, a los cuales ella les administra el timón fálico. La loca regia es dueña de secretos insólitos, de una maldad descomunal, de un talento ilimitado y oportunista, de un pasado que la vincula a los poderes más sórdidos y permanentes».

Por la exactitud de este retrato no es necesario añadir sino un par de comentarios. La «Loca Regia» goza de ubicuidad e inmunidad. Se sospecha que es la única en haber recibido la vacuna contra el VIH. Como Heliogábalo, arma sus bochinches sin temor a la censura ni al contagio. Clarísimos ejemplos: líderes máximos del PSUV, presidentes de Estados y todos los papas de la iglesia católica.

Final del desfile.


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