Aquiles Nazoa / personajeshistoricos.com

Por ILDEMARO TORRES NÚÑEZ

José Ignacio Cabrujas, en un programa radial que le dedicó a Aquiles pocos días después del aciago accidente, le advirtió: “Yo no voy a llorarlo, porque no puede ser que usted sea un hombre de llanto”, y agregó: “La culpa es suya, porque usted me hizo ese favor de la gracia y de la risa, y yo quiero recordarlo así”. Haciendo mías esas palabras, antes que invocarlo con acento luctuoso, siempre he preferido referirme a él en términos festivos, celebrándolo y agradeciéndole el haber sabido enriquecernos la vida a tantos de nosotros, con el ejemplo de la suya y la calidez de su amistad.

A decir de Rafael Pineda la espiritualidad de Aquiles Nazoa, enriquecida por una prodigiosa imaginación, “se concentró en un solo propósito: el de retener la esencia del país mediante la poesía, reelaborándola como trabajo de amor y humor”.

El suyo es un humor pleno de gracia, agudeza e ingenio, a través del cual nos legó como enseñanzas que el humorista no es un cómico de la literatura, y que, puesto a la búsqueda de lo risible, al humorista debe serle irrenunciable el respeto a la dignidad del ser humano. A la admiración y al afecto que le eran tributados, contribuían su vastísima cultura, la agudeza de su inteligencia y la limpidez de su conducta ciudadana, sumadas a una generosa forma de prodigarse y a su decidida disposición a abrirnos nuevas perspectivas en los campos del conocimiento y de la apreciación estética.

Y ¿cómo era él personalmente?, nos lo respondió en un poema que tituló “Retrato 1940” en unas de cuyas estrofas dice:

Esta figura mía

de tan flaca da ganas de reír:

parece una lección de anatomía

con flux de casimir.

……..

Mis manos son dos ramas desprendidas

de un añoso ciprés;

son tan flacas, nudosas, desteñidas

que parecen dos guantes al revés.

Y en su “Declaración Sumarial” de 1975:

En los tiempos de mi niñez yo deletreaba flores;

a los diez años ya dominaba perfectamente el arte de ver a algunas

gentes llorando en los jardines;

yo conocía a esa edad palmo a palmo los desolados territorios del

crepúsculo, lo mismo que los dolorosos nombres de aquellas ciudades

tan enormes y moribundas de balcones,

o sea las ruinas últimas de la tarde.

Yo era a los doce años como quien dice un técnico especialista en

ponerse uno muy sentimental cuando ve un caballo.

Solía en esa época sentarme a la orilla de un pozo que vivía en el

corral de mi casa,

allí mirando largamente el agua, sin moverme,

veía poco a poco que de mí no iba quedando sino la imagen de un

niño pensativo reflejada en el agua,

y en esa situación llegaba por ahí algún caballo sediento y se

bebía mi niñez con agua y todo.

Lo demás de este cuento es un asunto archisabido.

A los quince años fui empleado de una famosa tienda de modas,

con regocijo de todas las muchachas enamoradas que constituían la

clientela.

Yo las amaba a todas, y a escondidas

les vendí al fiado y baratísimo el arco-iris por metros

motivo por el cual fui encarcelado por apropiación indebida;

me condenaron pues a pagar en un plazo de mil años el bien ajeno

de que dispuse,

más las costas del Mar Mediterráneo.

El humorismo, más allá de actitudes prejuiciadas que tradicionalmente le han negado jerarquía literaria y artística, tiene un acento humano que parte de la conciencia de la distancia que separa la realidad existente de la realidad idealizada. Aquiles Nazoa, como Leo, Job Pim y Andrés Eloy Blanco, asumió a lo largo de su vida una posición digna, dentro de una suerte de Código de Etica que todos ellos celosamente cumplieron, emparentados en la capacidad para recoger la esencia de lo genuinamente nuestro y devolverla transmutada en gratísimos trazos o palabras; humoristas de una actitud gallarda que los llevó a sufrir persecuciones, cárceles y exilios, pero también a tener en común el reconocimiento y el afecto del pueblo.

La faceta suya mejor conocida, más celebrada y siempre de grata evocación, es la de humorista, por ser la de mayor divulgación y por su acento popular; y habrá de recordársele en efecto, como una de las figuras más brillantes del humorismo venezolano en todos los tiempos. En 1941 comenzó a circular el diario “Ultimas Noticias” bajo la dirección de Pedro Beroes y con Francisco Kotepa Delgado como coordinador, quienes incorporaron a Nazoa en calidad de corrector de pruebas; fueron esos el lugar y el momento para su revelación ante el país como el gran humorista que por siempre celebraremos, pues los poemas humorísticos suyos gestados en la intimidad de aquella redacción y en principio leídos y festejados sólo en ese ámbito, no tardaron en ocupar por derecho propio un espacio en las páginas del periódico, naciendo de esa forma “A Punta de Lanza” que llegaría a ser una famosa sección, y la cual desde su origen él firmó como Lancero.

Su prestigio fue ganado a través de una extensa producción en prosa y en versos, que comprende numerosos libros, célebres secciones periodísticas, y colaboraciones en muchos semanarios humorísticos de varios de los cuales fue director. Sus libros incluyen desde El Transeúnte Sonreído de 1945 hasta Humor y Amor de Aquiles Nazoa en sus múltiples ediciones, y clásicos como El Ruiseñor de Catuche, El Burro Flautista y Caballo de Manteca, entre otros; en lo que de paso significó el logro de un espacio para el humorismo en la prensa diaria de alta circulación, figuran “A punta de Lanza” y “Pan y Circo”, secciones publicadas durante muchos años; y son de especial recordación los semanarios El Tocador de las Señoras y Una Señora en apuros.

En su producción humorística en versos solía abordar temas de la vida cotidiana, teniendo por protagonistas seres comunes y corrientes de nuestra diaria convivencia, de cuya existencia el poeta humorista se compadecía o regocijaba, según el caso, siendo como era diestro en el manejo de la ironía y proclive a conferirle a la sátira un toque de piedad; coherente en su seguimiento de los postulados de Pirandello y de su propio credo, acerca de la relación del humorismo con lo humano.

También en crónicas, en versos y en prosa, supo retratar personajes esenciales de la ciudad y de la vida citadina; y en tal sentido es apreciable su legado de páginas por demás conmovedoras como las alusivas al Duque de Rocanegras Vito Modesto Franklin, o al perro Cenizo, morador de la Plaza Bolívar; o bien su elegía a la dulcera de la esquina de Sociedad, sus versos por  “El último pandehornero” dedicados a Enrique Bernardo Núñez, y su suerte de canto titulado “El eclipse de los chinos” en que describe magistralmente el ambiente de trabajo y la actividad febril de aquellos lavanderos: “Y a tal punto eran artistas/ en manejar el jabón/ y en deslizar una plancha/ sobre una blanca extensión,/ que usted se las entregaba/ más mugrientas que un fogón/  y al venir no eran camisas,/ sino lirios de algodón”.

Bajo el nombre genérico de “Teatro para Leer”, le legó a nuestro humorismo un vasto conjunto de verdaderas joyas, en el cual se agrupan desde 1945, época de aparición del libro El Transeúnte Sonreído, y desde los años de publicación del semanario El Morrocoy Azul, tanto finísimas parodias de obras teatrales u óperas clásicas y cuentos tradicionales, como obras de su invención en el campo de la ficción y en relación con hechos de la vida real, sin excluir en éstas las referencias sutiles o explícitas al acontecer político nacional; varias de tales obras fueron adaptadas y llevadas por él mismo a la televisión. Igualmente rica es su producción de teatro humorístico escrito en prosa, abundando los ejemplos a citar, como “La Visita de Chucha o el Teatro que les  gusta a los colaboradores literarios de La Esfera”, obras cortas como “Doctor y comiendo hervido” y “El arrocito de las López”, su aguda “tragedia intelectual en tres actos” que tituló “Las Personas Superiores o al que no le haya sucedido alguna vez, que levante la mano”, y “Mister Hamlet”, una pieza particularmente interesante por su fidelidad al original de la obra parodiada, con una estructura teatral formal de actos y escenas numerados, y escrita en una grata combinación de prosa y versos.

Entrevistado en julio de 1967 para El Nacional, a la observación del periodista de no divisar a alguien que siguiera a Nazoa en mantener nuestra brillante tradición humorística, él respondió que “El humorismo venezolano está en situación de transición. La celeridad con que se ha desarrollado el país ha dejado atrás a lo que podíamos llamar nuestras formas tradicionales de expresión. Si después de mí como poeta humorístico no ha surgido una nueva voz en ese género no es porque conmigo se haya agotado el humorismo venezolano, sino porque nos encontramos en un momento de búsquedas de nuevas expresiones. Esas nuevas expresiones serían las que comprendieran que nuestro humor no puede ya expresarse en los términos caseros y costumbristas en que lo han manifestado Leo, Job Pim y la mayoría de mis libros. Nuestra patria se ha incorporado al mundo moderno”.

Ese mismo año, cuando le fue otorgado el Premio Municipal de Prosa, El Nacional publicó un reportaje al respecto, y al comentario que le hiciera el periodista en cuanto a estar enterado de que los libros no le alcanzaban al poeta para vivir, y a la consiguiente pregunta de si había pensado alguna vez en marcharse de Venezuela, respondió en estos términos: “En verdad, mis libros no me dan para vivir, pero sí para justificar mi existencia.

En Venezuela está mi sitio de combate y aquí es donde tengo que cumplir con mi deber como ciudadano, como hombre y como escritor. He vivido accidentalmente en el exterior y he producido gran parte de mi obra allí, pero donde quiera que me he encontrado siempre he estado en trance de volver a ocupar mi sitio de escritor venezolano”.

La valoración de la risa como expresión de un estado del alma es anterior a cualquier otra consideración secular o milenaria. Un científico puede buscar la gracia como diferenciación honesta con la llamada seriedad, como ruptura inteligente con la solemnidad, que suele ser refugio del vacío interior, mientras que el humorismo puede ser expresión de una elevada calidad del espíritu, mezcla de idealismo y sentido común, de ficción y realismo. Siempre ha existido una grata relación entre los médicos y los humoristas, y en lo personal me complace celebrar que sea así, porque si en ambas profesiones hacemos del hombre el centro de nuestra atención como garantes de su bienestar físico y psíquico, ese enorme compromiso nos identifica y acerca.

Un magnífico ejemplo de dicha proximidad lo fue por años, el vínculo de Aquiles Nazoa con los científicos; recordemos su amistad entrañable con el doctor Mata de Gregorio, al cual acompañaba en la edición de la revista Nuestra Psiquiatría, y la frecuencia con que era invitado a hablar en diversas convenciones y congresos, pues sus conferencias constituían una preferencia colectiva. Dada la vigencia del texto, citaré algunos fragmentos de la que él llamó “Sobremesa con los Científicos” en la clausura de la V Convención de AsoVAC:

“No puedo dialogar sostenidamente con ustedes sobre ninguna de sus especialidades, pues, aunque de niño me asistió un sólido entusiasmo por los estudios sistemáticos, algo ocurrió en mi vida, adolescente todavía, que me obligó a cambiar de vocación. Y fue la violencia con que me hizo expulsar de un examen, un profesor desprovisto de humorismo, a quien le contesté que la egiptología es algo así como la sección recreativa de la Historia”.

Por su facultad para descubrir sorprendentes relaciones entre las cosas más opuestas, de todos los trabajadores intelectuales es acaso el humorista el que se encuentra más cercano del científico. Que los científicos, por lo demás, ofrezcan asiento en su mesa a un humorista, supone de parte de ellos una voluntad de convivencia que los define como hombres de su tiempo; es decir, como gentes para quienes el ejercicio de la ciencia no es ya una manera más o menos digna de momificarse de espaldas al mundo, sino una de las formas de la alegría de vivir. Nunca los laboratorios y gabinetes de estudio habían tenido más ventanas hacia fuera que en nuestro tiempo. Y con la luz que penetra por ellas, ha entrado también la sonrisa. No se aspira, claro está, a que la ciencia renuncie a su dignidad expresiva, pero es indudable que una sonrisa compartida es siempre un acto de solidaridad humana.

Una de las paradojas en la valoración de la producción literaria de Aquiles Nazoa y del conocimiento de su papel de investigador acucioso, la representa lo poco que se ha dicho de él respecto a sus indagaciones y obras históricas. Bastaría con ver los títulos dados a sus trabajos para percibir que en ningún momento se limitó al deslumbramiento de las proezas, y que la suya es una forma diferente de abordar y narrar los hechos, de adentrarse en diversos temas, de entregar como evocaciones regocijadas y por demás ilustrativas las evidencias de lo que ha sido la vida en otras épocas: Pequeña Historia del Alumbrado, Pequeña Historia de los Helados, Pequeña Historia del Radio, Historia de la Música contada por un Oyente, y muchos otros; relatos que junto con serles reveladores a los lectores, demuestran cómo a historias intrínsecamente bellas él era capaz de embellecerlas aún más con su manera particular de contarlas.   

Muchas otras historias estudiadas por él con igual detenimiento, nos las legó a través de sus concurridas conferencias y de sus programas de televisión, como sucedió, por ejemplo, con la de los orígenes y evolución de las máscaras, la de los patines, o la del papel; incluyendo, al entender éste último como base fundamental de la cultura, el fascinante relato no sólo de sus antecesores, modo de fabricación, avatares que determinaron o ayudaron a su llegada y uso en distintas partes del mundo, su significado y trascendencia; sino también de la evolución del lenguaje escrito y de las comunicaciones, del libro y las bibliotecas, con mención asimismo de las “tablillas” de Mesopotamia, el papiro de Egipto, las láminas mexicanas de corteza vegetal, y del origami como “delicado juguete”.

Dentro de su reconocida condición de estudioso, fue notable su compenetración con las artes plásticas y la literatura nacional y universal, como se puede evidenciar a través del contenido de varias de sus conferencias personales y televisivas, y en numerosos artículos en los que emitió críticamente juicios valorativos acerca de la obra de reconocidos artistas nativos y extranjeros, además de sus análisis acerca de la evolución del arte en general y la actitud de la gente ante las manifestaciones del arte contemporáneo. Justo por conocer el mundo de la danza en sus múltiples aspectos es por lo que, aun admirándolas rendidamente, Nazoa no se circunscribe a las bailarinas, sino que nos lleva al encuentro del gran coreógrafo Diaghilev; de Serge Lifar, Nijinsky, Roland Petit y otros extraordinarios bailarines-coreógrafos; nos presenta notables escenógrafos y diseñadores de vestuario, decoradores modernísimos como Miró y Picasso, que revolucionaron la plástica coreográfica, junto con ellos pintores como Degas que supieron llevar al lienzo la fascinación de esa atmósfera propia del ballet; nos recuerda asimismo las presentaciones que han hecho historia y los compositores, de Tchaikovski y Chopin hasta Stravinsky que a su vez revolucionó la música. Nos muestra así Nazoa, con éstos y muchos otros datos, no sólo el origen del ballet, al que considera una expresión artística suprema, sino también la evolución, de la danza como un todo y de la percepción del sentido de la misma.

Aquiles Nazoa / Foto extraída del libro Caracas física y espiritual

Otro de sus aportes fue la contribución que realizó en la transformación de la palabra escrita a la imagen. Con la salvedad hecha y confirmada por la experiencia de más de un cineasta, de que un guion por buena que sea su escritura no necesariamente da por resultado una buena película, es también cierto que en el caso de guiones que además de valer por la anécdota que sustentan estén bien escritos, leerlos puede significar una vivencia particularmente gratificante, y ellos constituir por sí mismos un género literario del mayor interés. Un guion recoge los puntos básicos de una idea y de cómo transformarla en hecho visual; se trata, en síntesis, del compromiso de un hombre que escribe, de entregar en palabras lo que en su versión última ha de ser imagen. El nombre de Aquiles Nazoa ocupa un espacio debidamente conquistado en dicha historia, pues no sólo escribió guiones para la televisión cuando dicho medio se iniciaba en el país, sino también para el cine, vinculándose al mismo cuando igualmente la cinematografía venezolana daba sus primeros pasos concretos, al calor de un apreciable auge productivo y aspirando a trascender. Son varios los guiones cinematográficos que Nazoa escribió, si bien en las fichas filmográficas de tales producciones solía decirse “Adaptación y diálogos”. En 1949 y 1950, la empresa Bolívar Films trajo al país a un grupo de artistas y técnicos de la industria cinematográfica argentina, contratado con el fin específico de darle un serio impulso a nuestra incipiente cinematografía; vinieron entonces, entre otros, Susana Freyre, Juan Carlos Thorry, Horacio Peterson y Juana Sujo, a los aportes hechos por estos dos últimos con sus actuaciones y enseñanzas se les debe un capítulo fundamental de la historia de nuestro teatro. Parte de esa etapa industrial que se iniciaba, fue la salida de los laboratorios de Bolívar Films en noviembre de 1949, de un primer largometraje, de título “El Demonio es un Ángel”, perteneciendo a Aquiles Nazoa la adaptación y diálogos a partir de un argumento de Juan Corona; fue un estreno por todo lo alto, profusamente publicitado, como también un éxito total en cuanto al número de espectadores y la recaudación. La crítica le fue favorable, reconociendo dicha película como un acertado punto de partida de una nueva cinematografía, y hubo comentarios particularmente elogiosos para el joven guionista, como el del escritor Juan Beroes en un artículo que publicó en “El Nacional”:  “Creo que el mayor aporte a la empresa lo ha dado Aquiles Nazoa, nuestro extraordinario poeta y humorista, cuyo argumento, sencillo y humano, desarrollado a través de un diálogo fino, vivo y ágil, salpicado de sano humor popular con sus toques muy oportunos de poesía y de ternura, constituye la más fiel expresión del espíritu venezolano, tan cerca de lo trágico, pero, al mismo tiempo, dueño de una insospechada veta de buen humor, suficiente para convertir en regocijada comedia la tragedia a veces desoladora de la existencia”. También fue rodada en 1949, con estreno en junio de 1950, “La Balandra Isabel llegó esta tarde”, película basada en el cuento homónimo de Guillermo Meneses, con adaptación y diálogos escritos por Nazoa; tuvo en la dirección musical a Eduardo Serrano, como asesor folklórico a Juan Liscano, y un elenco encabezado por Arturo de Córdova; fue dirigida, a semejanza de la anterior, por el argentino Carlos Hugo Christensen; en 1951 obtuvo en el Festival de Cannes el premio a la mejor fotografía, la cual estuvo bajo la dirección de José María Beltrán. El 23 de agosto de 1950 fue el estreno de “Yo quiero una mujer así”, esta vez con Juan Carlos Thorry como director, y de nuevo el guion a cargo de Nazoa; volviendo a ser numerosos los elogios a aspectos dependientes del aporte que él hiciera, como lo escribió el recordado crítico Amy B. Courvoiser: “Con buenos pasos de comedia, es risueña, expresiva, salpicada de humor”, o lo afirmado en la revista especializada “Mi Film” en el sentido de que “Desde el principio hay buen número de recursos de original ingenio, situaciones hilarantes sostenidas a veces en tono muy alto de comedia frívola, complicaciones y un desenlace bien encontrado, logran un ameno y agradable espectáculo cinematográfico”. En 1950, cuando Aquiles contaba treinta años, el poeta Juan Liscano se refirió a él en el prólogo del cine-drama Marcos Manaure editado por Avila Gráfica, en estos términos y con la aclaratoria de que no se trataba de un elogio a la ligera: “Aquiles Nazoa, poeta lírico y poeta social, cronista de filigrana y cronista de urgentes afirmaciones revolucionarias, humorista descollante, escritor político y esteta riguroso, Aquiles Nazoa en fin, es una de las figuras más extraordinarias de las letras contemporáneas de Venezuela”, a lo cual agregó en un artículo en el “Papel Literario” de “El Nacional”, los calificativos de prosista, libretista de cine y dibujante a sus horas; destacando también la capacidad de alternar en sus textos lo grotesco o sarcástico con lo delicado y lo lírico, que era lo que Rafael Pineda llamaba “el drama sonriente” de Nazoa. A juicio de los críticos, en Marcos Manaure quedó esbozada una obra de mayor alcance que aún no ha sido escrita; Liscano en particular consideraba que ese guion cinematográfico era a la vez -y así lo manifestó- el guion de una magnífica novela, en concreto la novela del petróleo, y le sugirió a Nazoa escribirla. Agréguense a los guiones mencionados, “El Gran Rebuzno”, a partir de un relato de Miguel de Cervantes en Don Quijote de la Mancha; y Las Lanzas Coloradas, basado en la célebre obra de Arturo Uslar Pietri.

También a la televisión le hizo aportes. Para la llamada pantalla chica escribió en 1956 el libreto de “El Antifaz”, basado en un cuento suyo de carnaval y escenificado con disfraces igualmente inventados por él, y en 1957 el de “Sucre en Chuquisaca”, un cuadro histórico a partir de una obra de Guillermo Francovich; ambos trabajos para Radio Caracas. En 1960 la Dirección de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación publicó dentro de su Serie Cuadernos de Prosa, con diagramación de Carlos Cruz-Diez e ilustraciones de María Tallián, el libreto de televisión “Aviso Luminoso”, que Aquiles dedicó “A la memoria de una estrella que, hace años, desapareció misteriosamente de un anuncio luminoso en un cerro de Caracas”; en la nota de presentación el Director de Publicaciones expresó el deseo de que esta obra sirviera de ejemplo y estímulo a quienes todavía no comprenden que la televisión “debe ser utilizada para ennoblecer y cultivar el buen gusto y la sensibilidad del pueblo”.

El programa televisivo “Las Cosas más Sencillas”, igualmente concebido, realizado y presentado ante las cámaras por él, y transmitido por la Televisora Nacional; un encuentro esperado y vivido con beneplácito cada semana por una audiencia masiva y consecuente en su sintonía, presta al disfrute participativo de la riqueza temática que él abordaba con tanta propiedad y transparencia. En un libro publicado en 1972 bajo ese mismo título, Las Cosas más Sencillas, se le define como “Uno de los programas que con mayor solidez se ha acreditado entre los espacios más sintonizados de TVN-5”; las 27 charlas que conforman el volumen fueron seleccionadas por el propio Nazoa, y la decisión de editarlo tuvo el sentido de un homenaje de la Oficina Central de Información-OCI y TVN-5 al poeta y su público. La deplorable e injustificable decisión de borrar las cintas grabadas y único registro visual de tan valioso material patrimonial de nuestra cultura, tiene como discreta contrapartida, aunque reconocible como gesto válido, la mencionada edición.

Contra la vigencia y la significación de la presencia del poeta en la conciencia popular podría atentar el paso de los años, que entre nosotros suele operar como elemento que refuerza el proceso de negación u olvido de nuestros valores. Sin embargo, cabe señalar como hecho favorable a la sobrevida del recuerdo, la forma cálida en que tantos escolares y liceístas honran su memoria en las celebraciones de cada aniversario de su nacimiento, declamando sus versos líricos, riendo de buena gana sus versos humorísticos, llevando a escena sus obras de teatro, indagando sus datos biográficos, y volviendo a recorrer las páginas de su extensa bibliografía.


*Ildemaro Torres Núñez. Médico-Cirujano egresado de la Universidad Central de Venezuela y Doctor of Philosophy de la Universidad de Birmingham, Inglaterra. Profesor Fundador de la Escuela de Medicina de la Universidad de Oriente y Profesor Titular de la Facultad de Medicina de la UCV. Además del ejercicio de su profesión en lo asistencial y como docente e investigador universitario, ha sido Coordinador General de la Facultad de Medicina y Director de Cultura de la Universidad Central de Venezuela. Ha publicado varios libros, entre ellos: Chile, de Allende a la Junta Militar (1974), Zapata (1979), Ernesto Cardenal en Solentiname (1981), El Humorismo Gráfico en Venezuela (1982 y 1989), Aquiles Nazoa inventor de mariposas (1998) y en la colección Biblioteca Biográfica Venezolana las biografías de Aquiles Nazoa (2005), y de Morella Muñoz (2006). Coordinó la Edición Aniversaria “Tierra de Gracia” de El Nacional (1985) y es columnista regular de opinión de dicho diario.

Ildemaro Torres Núñez (Abril 2014) / Archivo

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