TERESA DE LA PARRA, ARCHIVO

Por LAURA MARGARITA FEBRES

La verdadera ironía, la de buena ley (como digo en mi último artículo) es aquella que, al igual de la caridad bien entendida, empieza por sí mismo: la que debe tener siempre una sonrisa de bondad y un perfume de indulgencia. Pero ni este perfume lo siente todo el mundo ni ven tampoco todos la sonrisa (1).

El humor

Generalmente cuando se atribuye a un escritor el calificativo de humorista, tendemos a considerarlo superficial, frívolo y poco profundo en las exploraciones artísticas que acomete.

Sin embargo, hoy en día, después que se ha estudiado lo que los términos humor e ironía significan, estamos muy lejos de aquel concepto.

El humor es actualmente una de las actitudes vitales más lúcidas. Es más, un cierto sector de la crítica literaria coincide, al delimitarlo, en que se trata de un fenómeno exclusivamente contemporáneo que nace en el siglo XVI con Cervantes. Sin embargo, como nos ha sido recalcado muchas veces, ningún fenómeno humano nace de la nada y es lógico que se encuentren algunos antecesores de esta actitud cervantina en la literatura española. Entre los que podríamos citar: al Arcipreste de Hita con su Libro de Buen Amor, el autor anónimo del Lazarillo de Tormes y al Conde Lucanor del Infante Don Juan Manuel.

Pero es curioso observar que en ninguno de estos libros encontramos un desarrollo pleno y maduro del humor como lo encontramos en Cervantes. Todavía en ellos el humor no es tratado como algo independiente de la comicidad, sino como una cosa muy unida a ella. Los antecesores de Cervantes no conciben todavía el humor como una tensión entre la tragedia y la comedia.

Este sentido de tensión es básico para comprender al humor contemporáneo. Cuando el ser humano rehúsa entregarse a las lágrimas, no porque la situación no sea grave, sino porque ve que éstas no son ninguna solución; cuando la risa tampoco es una respuesta adecuada a la cuestión, porque a pesar de que ésta sea risible vemos en su anverso una tragedia, pensamos que nuestra única respuesta es una sonrisa que no ignora el lado oscuro del problema y que surge en el hombre después de haber comprendido que reír o llorar sería dejarse arrastrar por el acontecimiento.

Además de la tensión entre la comedia y la tragedia y de la cualidad especial de los humoristas de ver el anverso y el reverso de las cosas, hay un componente esencial del humor que no hemos dilucidado todavía: la ironía.

La ironía es fruto de la investigación literaria de los románticos, entre los que se encuentran principalmente Federico Schlegel. Esta permite el distanciamiento entre el autor y la obra creada, lo que dará un más alto grado de objetividad a la creación literaria.

Según Celestino Fernández de la Vega, “la ironía es la única forma por la que aquello que parte o tiene que partir del sujeto se separa de nuevo de él del modo más determinado y adquiere objetividad” (2).

En todo momento la ironía va a ser considerada en nuestro trabajo no como un rasgo independiente de la obra literaria ya que la ironía no es un simple fenómeno de estilo, la ironía define la posición del autor, dentro del proceso creador, con respecto a su propia obra.

El humor en Venezuela

Como nuestra tarea específica es demostrar que Teresa de la Parra es una escritora humorista, tendremos que hacer también una acotación sobre el tema del humor (tomando esta palabra en el sentido que le hemos dado hasta ahora) se refiere.

Incluso, ya en 1972, cuando Aquiles Nazoa escribe el prólogo a su conocida recopilación sobre Los Humoristas de Caracas, nos hace una aclaración sobre lo que considera humorismo:

De la amable observación de la vida social, del costumbrismo al que nacieron unidos, pasan nuestros humoristas en su gran mayoría a la sátira política, especialmente en sus especies versificada y gráfica; y ya desde los tiempos de Rafael Arvelo comienza a definir el humorismo venezolano el rasgo que en todas las épocas constituirá al mismo tiempo su mayor gloria y su mayor tragedia (3).

Aquiles Nazoa incluye en el humor la sátira política y, como veremos, la actitud del humorista está lejos de la del satírico político, ya que éste se alista en un partido, lo defiende, y acusa al partido contrario de todos sus defectos. El humorista juzga todos los ángulos, y puede llegar a ver cualidades positivas en el adversario, así como negativas en el bando a que pertenece. La sátira descarnada es una actitud totalmente disímil del humorismo sobre el que venimos trabajando.

Podemos afirmar entonces que la literatura venezolana no contribuyó con antecedentes a la actitud humorística de Teresa de la Parra.

Como sabemos, ella poseía una sólida formación literaria, sobre todo europea. Este conocimiento, sin llegar a ser una carga erudita demasiado fuerte, está presente en sus novelas en las que tiende a identificar las situaciones con episodios literarios que antes ha leído. Podemos citar el siguiente: “Pues yo quisiera, escampar con la misma alegría de Paul et Virgine, pero escampando debajo de un buen techo. ¡No me gustan las hojas de plátano, ni los abrazos a la intemperie!” (4).

Teniendo en cuenta esta formación, pensamos que su humor tiene una vena profundamente cervantina ya que en ambos autores hay una actitud benévola y reconciliada con el universo. El humor de Teresa de la Parra está lejos de ser un humor agrio y sarcástico como el de Quevedo, en el cual los defectos del personaje lo rebajan hasta tal punto que nos hace imposible una identificación con ellos. María Eugenia, al igual que el Quijote, nos hace partícipe de sus deseos y locuras y nos obliga a sonreír frente a sus ocurrencias.

El humor en Ifigenia

Los críticos que han estudiado desde una u otra perspectiva la obra de Teresa de la Parra han ignorado siempre el tema del humor, y cuando no lo han ignorado se limitan a reconocer que hay una cierta carga irónica en la obra de la escritora, pero no analizan las implicaciones de fondo que esta actitud imprime en una obra literaria. Ejemplo de esto es el libro de Amaya Llebot, quien en toda la obra habla tres veces superficialmente del humor y la ironía. Para mostrar una de estas citas la transcribiremos a continuación:

Sin embargo, consideramos que una escritora del nivel de Teresa de la Parra ha podido obtener más, tanto del personaje como de la situación, y no limitarse a una pintura exterior, tan solo ironizada, de una situación lamentable de nuestros países, que en muchas ocasiones está aún vigente (5).

La misma Teresa de la Parra reconoce que su obra no ha sido comprendida en Venezuela por la carga irónica que contiene, y nos dice:

La ironía es cosa muy distinta a la burla cruel de los vulgares. Una vez yo dejé de tratar a unas personas porque habían tenido la crueldad y la vulgaridad de burlarse de un sombrero, ridículo es cierto, que, hecho por ella misma, llevaba puesto una muchacha muy pobre. Yo creo que un sombrero ridículo hecho por una muchacha pobre y puesto en su cabeza es un poema respetable y bellísimo. En cambio, ¡qué cosas divertidas pueden decirse de un sombrero comprado en casa de Talbot, por ejemplo, si en su extravagancia ha costado mil quinientos francos! Yo creo que en ciertos medios de Caracas, por incomprensión, han calumniado mi libro, lo han hecho pasar de la clase de ironía indulgente a la clase de ironía cruel, equivocados y heridos en un amor propio patriotero (6).

Ya que la misma Teresa de la Parra ha señalado la ironía como característica fundamental de su obra tendremos que detenernos un poco en este componente del humor. Este rasgo no permite un papel pasivo ante la propia creación, sino un papel activo de cuestionamiento constante ante ella.

Por eso la ironía y, como consecuencia, el humor no son actitudes de uno u otro personaje, o de esta o aquella situación, sino del autor hacia la obra en su totalidad.

Teresa de la Parra está constantemente objetivando el propio sentimiento, lo que le ayuda a mantenerse consciente ante su creación. Está siempre relativizando su propia individualidad que probablemente está del lado de su heroína y la confronta con las razones prácticas de la abuelita y la tía Clara. El punto de vista de María Eugenia no es el único plausible y valedero dentro de la novela, sino que está sometido a un análisis y confrontación constante.

No podemos afirmar, por tanto, que Teresa de la Parra se deja arrastrar por el personaje principal, y que a través de él pretende demostrar una tesis contra la opresión de la mujer; la situación es mucho más compleja.

Teresa de la Parra está constantemente atacando los valores de su heroína romántica. Otro escritor se hubiera conformado con presentar una heroína que siempre tuviera la razón en un mundo mediocre, incapaz de comprenderlas. Sin embargo, María Eugenia sueña con cosas frívolas e irreales, que nunca hubieran sido sugeridas por un escritor que verdaderamente hubiera querido crear una heroína romántica de grandes proporciones.

Así la libertad, el gran valor de los héroes románticos sin el cual no podrían vivir, está basada para María Eugenia en cosas totalmente triviales y mediocres. Nos lo afirma en esta frase: “Fue Ramírez con veinte mil francos, y el permiso para salir sola quien me reveló de golpe esta sensación deliciosa de la libertad” (7).

Mucha gente interpreta el hecho de que María Eugenia tenga estos defectos y estas frivolidades como un error de la escritora, que según estos críticos fue incapaz de superar una literatura frívola y sin mayor contenido. Amaya Llebot, siguiendo este criterio, nos dice: “Lo lamentable es que Teresa de la Parra, mujer inteligente y culta, criada en Europa, se limite a mostrar esa opresión y la combata sólo en nombre de razones banales y superficiales” (8).

Sin embargo, creemos ver en esto, más que un defecto, uno de los grandes méritos de Teresa de la Parra. Ella hubiera podido crear una heroína romántica que se suicidara por los prejuicios de la sociedad o que se escapara con Gabriel Olmedo, en busca del amor puro y sagrado que éste le ofrecía:

Miraremos a lo lejos el cabrillear luminoso de las olas, y de pronto, nos creeremos retratados allá bajo el sol, sobre la arena, cuando una enamorada pareja de pescadores pase en lontananza, indefinida y cadenciosamente, como pasa el amor en los dulces vaivenes de las barcarolas… (9).

Para Teresa de la Parra hubiera sido más fácil crear un personaje de dimensiones absolutamente románticas, ya que para esto hubiera tenido que seguir ese tipo de literatura que conocía muy bien como lo demuestra en la última parte de Ifigenia.

Ifigenia es un libro donde la autora es plenamente consciente de ser creadora de un mundo de ficción, en el que no permite que María Eugenia, personaje ególatra y vanidoso como todo héroe romántico, nos engañe con sus acciones, sino que la muestra con los defectos más característicos de los héroes de las novelas románticas.

Es característico del héroe romántico querer deshacer entuertos, pero nunca se pone a pensar que esos entuertos son considerados tales desde su punto de vista y que probablemente su perspectiva es aún más dañina que la que impera en el mundo.

Quizás sea fructífero en este momento del trabajo para iluminar un poco la posición de Teresa de la Parra ante su obra, el aludir al método de creación que utilizó Flaubert en su obra Madame Bovary.

Intenta el conocido escritor francés atacar el ideal romántico que seducía a tantos creadores literarios, entre los que se encontraba él mismo. La comparación no es descabellada porque la misma Teresa de la Parra nos dice en una de sus conferencias:

El diario de María Eugenia Alonso no es un libro de propaganda revolucionaria, como han querido ver algunos moralistas ultramontanos, no, al contrario, es la exposición de un caso típico de nuestra enfermedad contemporánea, la del bovarismo hispanoamericano, la de la inconformidad aguda por cambio brusco de temperatura, y falta de aire nuevo en el ambiente (10).

Aunque ambos autores intentan ante su heroína un distanciamiento, logrado por medio del humor, sus actitudes humorísticas son totalmente distintas. El humor de Flaubert es negro y sarcástico, encarnado en una heroína romántica totalmente degradada, que quiere alcanzar un gran amor abstracto, pero que muestra amargura e indiferencia hacia quienes la rodean.

En cambio, Teresa de la Parra posee un humor benévolo y reconciliado. La heroína de la novela en ningún momento demuestra indiferencia, sino, al contrario, un gran amor hacia sus semejantes. Los ideales románticos son constantemente cuestionados pero sin amargura.

Además del distanciamiento, producto de la ironía objetivadora, hay otro rasgo fundamental que también caracteriza al escritor humorista: la relación de opuestos.

Sobre esto, nos dice C. Fernández de la Vega:

El humorista tiene la virtud de ver las cosas por el anverso y por el reverso; una visión que le otorga muchos secretos: la nobleza de lo ridículo y la ridiculez de lo noble, la humildad de la vanidad y el orgullo de la modestia; la grandeza de lo pequeño y la pequeñez de lo grande, el sesgo virtuoso de hipocresía y mentira, etc., etc (11).

Es increíble cómo esta cita se ajusta al contenido de Ifigenia, parece que hubiera sido hecha para confrontarla con la siguiente frase:

Hace algún tiempo yo no mentía. Despreciaba la mentira como se desprecian todas aquellas cosas cuya utilidad nos es desconocida. Ahora, no diremos que la respete muchísimo, no que la haya proclamado diosa y me la figure ya, esculpida en mármol, con una larga túnica plegada y un objeto alegórico en la mano, al igual de la fe, la ciencia o la razón, no, no tanto, pero sí la aprecio porque considero que desempeña en la vida un papel bastante flexible y conciliador que es muy digno de tomarse en consideración. En cambio, la verdad, esa victoriosa y resplandeciente antípoda de la mentira, a pesar de su gran esplendor, y a pesar de su gran belleza, como toda la luz fuerte, es a veces algo indiscreta y suele caer sobre quien la enuncia como una bomba de dinamita. No cabe duda de que es además un tanto aguafiestas y la considero también en ocasiones como madre del pesimismo y de la inacción. Mientras que la mentira, la humilde y denigrada mentira, no obstante su universal y malísima reputación, suele, por el contrario, dar alas al espíritu y es el brazo derecho del idealismo, ella levanta el alma sobre las arideces de la realidad, como el globo vacío levanta los cuerpos sobre las arideces de un desierto, y cuando se vive bajo la opresión nos sonríe entonces dulcemente, presentándonos en su regazo algunos luminosos destellos de independencia (12).

De esta confrontación de opuestos surge siempre la relativización de ambos términos. Ninguno de los dos pierde o gana la batalla, sino que ambos aparecen con nuevos destellos después de la comparación.

Esta nueva luz proviene de la subjetividad del humorista, ya que él no se atiene a ninguno de los valores establecidos por el código social vigente.

Esto es lo que tan admirablemente logra Teresa de la Parra en la cita anterior donde contrasta la verdad, valor ideal y perfecto para la sociedad, con la mentira valor denigrado y negativo. Ella, como buena humorista, es revolucionaria y no está de acuerdo con ninguna de las casillas que tradicionalmente se han asignado a estas dos realidades y frente a estas valoraciones implanta su criterio subjetivo.

En cuanto a los procedimientos formales de la novela humorista, C. Fernández de la Vega advierte que siempre ésta se caracteriza por:

La digresión, la morosidad, la lenta aproximación al propósito, el rodeo, el paralelismo, el contraste, el diálogo con el lector, los incisos, los paréntesis, las salvedades, los guiones, los puntos suspensivos, las consideraciones marginales, la recurrencia, la interrupción, etc (13).

El narrador de Ifigenia mantiene un continuo diálogo con el lector, lo que se comprueba al observar que la novela está escrita en primera persona, yo, lo cual supone un lector, tú, con el cual la primera persona va a mantener un diálogo constante.

En la primera parte del libro existe un lector ideal: Cristina, con el cual la supuesta escritora de la epístola se permite estar continuamente dialogando y preguntando sobre la certeza y ambigüedad de sus afirmaciones. Ejemplo de esto lo tenemos en la siguiente cita:

Me sentía, pues, felicísima al comprobar que poseía semejante tesoro, y te lo confieso a ti sin reparaos ni modestias de ninguna clase, porque sé muy bien que tu, tarde o temprano, cuando renuncies al pelo largo, uses tacones Luis XV, te pintes las mejillas y sobre todo la boca, has de experimentado también y por lo consiguiente no vas a escucharme con el profundo desprecio con que escuchan estas cosas las personas incapacitadas para comprenderlas, tales como son verbigracia: Abuelita, las Madres del Colegio y San Jerónimo, quien, según parece, escribió horrores sobre la mujer chic de su tiempo (14).

María Eugenia está pensando siempre en la contestación que dará el lector, en este caso Cristina Iturbe, a sus confesiones. Este continuo preguntar y poner en tela de juicio las propias opiniones, a través del diálogo, es muy característico del escritor humorista, el cual necesita analizar siempre su propia opinión, encontrar contrastes y puntos en conflicto y para esto nada mejor que un lector que pueda estar continuamente cuestionándolo.

Existen numerosos contenidos que corren en forma contrastante o de manera paralela en Ifigenia. El primer contraste y el más obvio de todos, citado por numerosos críticos, es la lucha entre la tradición, representada por la abuelita, María Antonia y tía Clara, y los valores nuevos que, según ellos, están representados por las ideas de María Eugenia Alonso cuando llega de París.

Este contraste es innegable dentro de la novela, que los valores oscilan constantemente en la conducta de María Eugenia, que afirma de sí misma: “Soy una especie de tabla que flota a derecha e izquierda sobre las olas de un mar bonachón y tranquilo” (15).

En la evolución de la protagonista hay una crítica del autor hacia ambas actitudes del personaje, tanto hacia la de la niña libertina que es María Eugenia Alonso al llegar de París, a la que sentimos demasiado frívola para llevar a cabo ninguna transformación seria, como hacia la sumisión de María Eugenia en la que sacrifica todos su ser por algo que no desea. Ante las dos actitudes está la autora, más allá de las transformaciones del personaje unilateral indicándonos que ninguna de las dos es valedera.

Por eso pensamos que el personaje principal de la novela no se puede analizar exclusivamente como un personaje de rebeldía femenina sino que hay que estudiarlo en toda su complejidad.

Teresa de la Parra sabía más que nadie, y desde el principio de la novela, que María Eugenia Alonso era incapaz de llevar a cabo la revolución femenina, y por eso ella rechaza la idea de tesis aplicada a su libro. María Eugenia no abandona su rebeldía por comodidad, o por ceder al medio ambiente, sino porque para ella tanto la rebeldía como la sumisión se encuentran vacías de sentido. Ninguna de las dos posee mayor peso que la otra y aquí estamos nuevamente ante el juego de los apuestos.

La digresión es otra característica que cita C. Fernández de la Vega como empleada por el escritor humorista y en Ifigenia también está presente. María Eugenia nos habla, en su diario, de su pasado con Cristina Iturbe cuando precisamente éste se ha roto y pareciera que ya no tuviera importancia.

Sin embargo, la invocación de este pasado pone de manifiesto el contraste entre la futura vida de María Eugenia, llena de pobrezas y desgracias, con la venturosa y feliz vida que le espera a Cristina. Todo lo contrario había ocurrido en el pasado cuando María Eugenia había sido feliz y mimada por su padre y Cristina había sido rechazada por todos por ser hija natural. La misma escritora coloca esta historia como un inciso lejano en la narración del momento, pero en realidad muy cercano.

Los escritores humoristas se caracterizan también por el exceso de puntos suspensivos y la novela Ifigenia está plagada de ellos. La misma heroína les concede una función.

¡Las novelas! ¡sí! ¡dale con “las novelas”!… ¡Ahí tienes otra incongruencia y otra injusticia! Las novelas, tía Clara, están llenas de discreción, la más inmoral, ¿oyes? la más inmoral, la peor de cuantas he leído, al llegar a ciertos momentos cierra el capítulo o pone puntos suspensivos, mientras que personas muy severas y muy respetables, los han llevado a la práctica esos puntos suspensivos, los han ilustrado como quien dice, y eso es lo que yo encuentro injusto para con las novelas y muy, muy contradictorio en general (16).

Para María Eugenia, los puntos suspensivos nos quieren decir algo que, al explicarlo, sería inmoral. Sin embargo, no podemos juzgar los puntos suspensivos de acuerdo con este único testimonio de la heroína. La mayoría de las veces son empleados para no concluir la frase y darle a la oración un cariz más informal del que hubiera tenido si no hubieran sido empleados los puntos suspensivos. Este uso de los puntos suspensivos se da en la siguiente frase:

De pronto me pareció que lo que abuelita llamaba «felicidad» debía ser algo muy triste, muy aburrido, algo que, al igual de esta casa, olería también a jazmín, a velas de cera o a fricciones de Elliman`s Embrocation… (17).

Otras veces estos puntos suspensivos nos dan a conocer un momento de intensa emoción en la protagonista, pero que el lenguaje no lo puede expresar fielmente. Así es en este ejemplo: ¿qué importaba al fin y al cabo lo que semejante atajo de cretinos dijera de Gabriel Olmedo?… Y a mí… ¿Qué me importaba tampoco Gabriel Olmedo?… Sí, Gabriel Olmedo… Gabriel… Gabriel” (18).

A través de este capítulo hemos ido demostrando el humorismo de Teresa de la Parra. Vimos que el humorismo implica una relación consciente y crítica del autor con su propia creación. En el próximo capítulo trataremos de analizar en qué otras formas nos puede mostrar Teresa de la Parra la conciencia crítica ante su propia escritura.


*El texto aquí ofrecido es el primer capítulo del volumen Cinco perspectivas críticas sobre Teresa de la Parra (1988).


Referencias

1 De la Parra, Teresa. “Cartas dirigidas a Don Rafael Carías”, en: Obras Completas, Caracas (1965), p. 852.

2 Fernández de la Vega, Celestino. El secreto del humor. Buenos Aires (1967), p. 67.

3 Nazoa, Aquiles. Los Humoristas de Caracas. T. 1. Caracas (1972), p. 9.

4 De la Parra, Teresa. Ifigenia. Caracas 1973), p. 199.

5 Llebot, Amaya. Ifigenia, caso único en la literatura nacional. Caracas (1974), p. 50. El subrayado nuestro.

6 De la Parra, Teresa. “Cartas dirigidas a Don Rafael Carías”, en: Obras Completas. Caracas (1965), p. 852.

7 De la Parra, Teresa. Ifigenia. Caracas (1973), p. 40.

8 Llebot, Amaya. Ifigenia, caso único en la literatura nacional. Caracas (1974), p. 100

9 De la Parra, Teresa. Ifigenia. Caracas (1973), p. 453

10 Ibid. “Influencia de las mujeres en la formación del alma americana”, en: Obras Completas, Caracas, (1965), p. 684. El subrayado es nuestro.

11 Fernández de la Vega, Celestino. El secreto del humor. Buenos Aires (1967), p. 61.

12 De la Parra, Teresa. Ifigenia. Caracas (1973), p. 161.

13 Fernández de la Vega, Celestino. El secreto del Humor. Buenos Aires (1967), p. 77

14 De la Parra, Teresa. Ifigenia. Caracas (1973), pp. 45 y 46.

15 Ibid., p. 150.

16 Ibid., p. 181.

17 Ibid., p. 103.

18 Ibid., p. 187.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!