La escuela de Atenas | Rafael Sanzio

Por MIGUEL ALBUJAS DORTA

Desde su fundación en el año 1946, la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela tuvo el privilegio de recibir a una gran variedad de profesores provenientes básicamente de Europa y de América Latina. Tuvimos la fortuna de contar con intelectuales extranjeros que se integraron orgánicamente   en la estructura universitaria, pasando a integrar una planta profesoral de gran formación profesional y de conducta intachable en lo ético y en lo moral. Una de esas figuras relevantes fue el queridísimo profesor Francisco Bravo.

Son diversos los atributos y virtudes que podemos destacar del profesor en cuestión, pero simplemente nos vamos a referir a dos de ellos. En sus clases magistrales Bravo tocaba una diversidad de temas que pasaban por autores como George Edward Moore, Nicolás Maquiavelo, Quentin Skinner o Leo Strauss y, por supuesto, era un disfrute prolongado cuando disertaba sobre cualquier autor del período antiguo. Por su particular amor a la filosofía y al origen de ésta, destacaban fundamentalmente sus clases sobre Platón. Sobre este filósofo recitaba de memoria parágrafos enteros en perfecto griego siguiendo el esquema doxográfico de “La paginación de Stephanus” o el de Hermann Diels y Walther Kranz, también citados como Diels-Kranz o simplemente DK, para el caso de los filósofos presocráticos. Dentro de una cantidad innumerable de temas citados por Bravo, pero trabajados por Platón, queremos destacar el empeño del filósofo griego en plantear como asunto relevante la paideia (educación), con lo cual Platón se convertía, según Bravo, en el “Gran didaktikón”.

Platón, quien fue discípulo de un gran maestro y maestro de un gran discípulo como se le conoce, demostró la importancia de la educación basada en valores, en atención a los habitantes de la Polis. El filósofo griego se inspiró en el aforismo socrático conocido como “Intelectualismo ético”, a saber: hay que hacer mejor a los demás siempre prefiriendo al bien, la conducta moral requiere el conocimiento del bien. La moral es obrar con justicia, por tanto, desde la óptica socrática, es mejor sufrir el mal que cometerlo, por eso Sócrates acata la sentencia que acaba con su vida, puesto que la ley, aunque sea injusta, no se puede transgredir. Así, para ser bueno es necesario ser sabio, estableciendo esa maravillosa fórmula griega que habla de la inescindible relación de equivalencia entre el saber, la moral y la razón.

Desde este enfoque podemos señalar que no hay verdadero conocimiento si este no va amalgamado con una conducta moralmente buena y viceversa. Vemos en Platón el hecho de que la educación le permite al hombre transitar, en teoría del conocimiento, de la realidad sensible que se expresa como doxa (opinión) hacia una realidad inteligible que se expresa como episteme (ciencia). En otras palabras, la educación nos permite desplazarnos desde lo aparente hacia lo verdadero, en tanto el conocimiento versa sobre lo inteligible y no sobre lo sensible, según el filósofo griego. En el ámbito moral la educación me permite hacer mejor a los demás. Existe este doble sentido en el tema de la paideia, ambos planteados por Platón y expresados por Bravo en su obrar pedagógico.

Desde esta reflexión del filósofo griego, en diversos cursos de pre y postgrado el profesor Bravo, de forma reiterada, calificaba a Platón como el “Gran didaktikón”, tomando como base el sentido originario del término didáctica. Este señalamiento se basaba, entre otros factores, en el gran dominio que tenía el profesor Bravo sobre el griego antiguo, tal como ya comentamos. En este sentido nos preguntamos qué quería expresar nuestro profesor con este señalamiento. Para comprender esta expresión es importante buscar la etimología del vocablo didáctico. Según la RAE la palabra viene del griego didaktikós (διδακτικός), que significa “perteneciente a la enseñanza” o también la definen como el “Arte de enseñar”. Vemos derivaciones hacia el vocablo didáskō que quiere decir “yo enseño”. También encontramos por derivación el término didáskalo que se traduce como “maestro”. Lo que Bravo quería destacar era la capacidad didáctica del maestro Platón en relación con la enseñanza moral, pero no solo en el sentido de aquel que tiene extraordinarias técnicas de enseñanza, también quería destacar la virtud y la calidad moral del filósofo griego. Así, la didáctica se presenta como una disciplina cuyo objeto de estudio son los procesos de enseñanza, que tiene un doble propósito, por un lado instruir estudiantes en saberes específicos y, por el otro, formar ciudadanos para la convivencia social. Apoyados en esta descripción, lo interesante es que Bravo no solo enseñaba los postulados platónicos, sino que demostraba con su ejemplar conducta lo que debe ser un buen didaktikon. El profesor Francisco Bravo modelaba con su conducta.

En la práctica, todas aquellas personas que tuvimos el honor y el privilegio de ser sus alumnos, de aprender de él y, posteriormente, dedicarnos a la docencia como actividad profesional, hoy reconocemos que el Gran Didaktikón de Platón en términos contemporáneos fue nuestro profesor Francisco Bravo. De él aprendimos no solo contenidos diversos cargados de excelente filosofía, sino que aprendimos el orden y la disciplina que debe tener un buen docente, enmarcado en el ámbito de los valores morales que tan ajenos están en este momento. En una Universidad Central de Venezuela tan vapuleada por el inefable régimen y, sobre todo, por sus propias y decadentes autoridades, el ejemplo de un docente como el profesor Francisco Bravo sirve como una luz que muestra lo que debe ser una buena universidad. Descansa en paz.


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