VÍCTOR KREBS. PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ

Por VÍCTOR J. KREBS

i Posthumano

Decimos que somos alma y cuerpo, dándole voz a una intuición primordial de nuestra experiencia, que hemos pasado los siglos tratando de explicar y comprender. Sea nuestra aproximación por la religión, la metafísica, la neurociencia o la ciencia ficción, da lo mismo. Somos, a todas vistas, una compleja y paradójica vitalidad: seres trágicamente enquistados entre una profunda ansia de eternidad y la inescapable caducidad de nuestro cuerpo. Esa alquimia profunda y misteriosa al centro de nuestro ser, la sufrimos antes que entenderla y aún más cuando menos la comprendemos.

En el conflicto que se abre en nuestra era frente a la tecnología —y sobre todo ante el actual estallido de la inteligencia artificial—, este dilema es tanto más importante de pensar. No para resolver el misterio, ni para entenderlo —pues rebasa ambas posibilidades— sino para aprender a vivirlo, a contemplarlo y sintonizarnos con él, en lugar de opacarlo y desarraigarnos.  Rosi Braidotti repite como un mantra, que en esta era del antropoceno, debemos empezar a vernos, efectivamente, “como seres encarnados, arraigados, relacionales y afectivos.”

ii Tecnología y Antropoceno

El filósofo español José Ortega y Gasset nos llamaba ‘centauros ontológicos’. Suspendidos entre nuestra presumida trascendencia y nuestra ineludible mortalidad, somos criaturas en permanente lucha entre dos naturalezas incompatibles e inseparables entre sí. Existimos encerrados dentro de esa dinámica vital, cuya última resolución se halla indefectiblemente en la muerte, pero cuyo sentido pareciera estar, más bien, en la labor de resistirla hasta el final. Mientras todo en el cosmos tiende a la entropía, al desorden, la disgregación, y finalmente la desaparición, hay algo —también dentro de nosotros— que, paradójicamente, nos compele a resistirnos, a prolongar la batalla, aun a sabiendas de la inevitable e irrevocable derrota.

Esta compleja condición de nuestra especie la imagina el mito griego en la historia del fuego prometeico, que no es sino la historia de la tecnología, donde el fuego que roba el titán a los dioses siempre acarrea la desgracia humana: en castigo por su transgresión, Zeus envía un águila para que se coma el hígado de Prometeo, que, siendo él inmortal, se regenera cada noche, para ser devorado otra vez, infinitamente. La imagen es tan idónea como la de Ícaro, quien, poseído por la sensación omnipotente inducida por el artificio de Dédalo —sus alas de cera y plumas—, vuela derecho al sol donde —consumido por el astro— también encuentra su destrucción.

Pero si bien es cierto que la tecnología nos posee con la inconsciencia y desmesura (auto) destructivas del titán, también nos hace soñar y nos da el ímpetu de la creatividad que ha definido el paso del ser humano por el tiempo —en sus fracasos y sus triunfos, su gloria y su miseria, la agonía y el éxtasis—  con el que participa del coro universal en el flujo vital de este planeta. Los griegos llamaron a eso que es destructivo y creativo, remedio y veneno a la vez, un pharmakon. En el corazón mismo del ser humano se encuentra el fármaco tecnológico.

Ambos mitos retratan fielmente el peligro del fuego prometeico, su hybris destructiva al centro de nuestra existencia. Ayudan a entender cómo es posible que, sin conciencia alguna, en pos del poder tecnológico nos convertimos en voraces depredadores, capaces de llenar los océanos y nuestras propias células de plástico y a la tierra con sustancias tóxicas y radiactivas, sin el menor escrúpulo, al punto de poner nuestra sobrevivencia en el planeta en vilo.

Nos encontramos en la era del Antropoceno o del Capitoloceno, precisamente porque nuestro tremendo poder tecnológico se ha vuelto tóxico.

iii Evolución warp speed

El Homo sapiens es, efectiva e intrínsecamente, Homo technicus. Evolucionamos, desplegando nuestra vida no sólo endosomáticamente sino, además, exosomáticamente; es decir, no sólo a partir de nuestra biología sino también a través de esos órganos que producimos tecnológicamente y nos extienden fuera de nuestro cuerpo. Automóviles y aviones, telescopios, teléfonos y televisores, marcapasos, prótesis bioeléctricas, mecánicas, interfases neurales, fármacos artificiales, chips digitales, libros, películas, etc., todos extienden nuestros alcances físicos y psíquicos naturales, constantemente transmutando nuestras formas de vida. Pero la tecnología no se reduce a artefactos técnicos, sino también incluye todos los objetos cotidianos, artificios e instituciones sociales a través de los cuales los seres humanos nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo en general.

Esa ‘infraestructura organológica’, como la llama Stiegler, constituye una forma de memoria colectiva e intergeneracional. La pintura rupestre, la escritura ideográfica, la alfabética, la imprenta, el gramófono, la radio, el cine, la televisión y, lo más reciente, la tecnología digital funcionan como huellas mnemotécnicas, que registran y hacen transmisible nuestra historia.  Cada nueva tecnología contribuye a ese florecimiento humano, que va transformando el tipo de criatura que somos, alineándonos de un modo u otro al cosmos.

Estas tecnologías o ‘retenciones terciarias’, como también las llama Stiegler, son los tentáculos por los que nos extendemos exosomáticamente, ampliando las condiciones en las que la vida y la conciencia colectiva evolucionan más allá de la genética. Son los medios a través de los cuales evoluciona nuestra conciencia.  Cada nueva tecnología, sin embargo, nos compromete con nuevas formas de ver y de modular nuestra experiencia, que entran en conflicto con las precedentes y requieren siempre de un nuevo ajuste de parte nuestra. Como escribe Stiegler en nuestro tiempo,

lo digital está provocando posibilidades extremas de exosomatización, actuando a velocidades tan extremas.  Una cosa es fabricar un martillo que golpee con más fuerza sobre algo que crear un programa informático que pueda procesar enormes cantidades de datos en poco tiempo. La exosomatización extrema de uno sobre otro supone cambios tremendos en la realidad.  Un salto cuántico de esta tecnología respecto a la anterior. Warp speed. (Stiegler: Sueños y pesadilla en el Antropoceno, p. 94)

iv Temporalidad algorítmica

Las historias que contamos tienen la función, como los sueños al dormir, de metabolizar y hacer digerible y significativo lo que vivimos. Qué y cómo lo contamos, de qué nos hacemos conscientes o no, depende en parte del medio, es decir de las retenciones terciarias con que lo hacemos. En cada tecnología proyectamos nuestras historias y concretizamos nuestros sueños; los] hacemos realidad. Vamos construyendo el mundo a partir de las ficciones que, poseedores del fuego prometeico, somos capaces no solo de imaginar e inventar, sino además de hacer cosas concretas. Lo hemos hecho así desde la primera vez que pintamos nuestras visiones sobre las paredes de cavernas, luego en superficies portátiles de todo tipo (pergaminos, papeles, pantallas), en artefactos y aparatos técnicos (computadoras, cámaras, grabadoras, etc.) y, ahora, en códigos digitales.

Ese mismo titanismo que puede volvernos psicópatas y asesinos es también fuente de inspiración poética. Después de todo, es el titán quien prende con su fuego la imaginación y el ansia de mundos posibles y trascendencia que alimenta a la tecnología. Por una vena narrativa, al parecer también congénita, de nuestra raza, esa imaginación le da forma a la realidad que vivimos y con la tecnología la concretiza. Esto es lo que ha propelido al Homo sapiens por encima de todas las demás especies, como lo recalca Harari. Esa facultad de ficcionar es lo que nos ha llevado a habitar mundos virtuales y nos ha hecho a la vez un factor decisivo en el futuro del (ser humano sobre el) planeta.

A través de lo que Stiegler ha llamado ‘objetos temporales industriales’ (Técnica y Tiempo, vol 3), es decir aquellos productos de consumo masivo producidos por las industrias (los ciclos de noticias, videoclips, memes, reels, video juegos, etc.), se constituye un sistema informático global que adquiere cada vez más control sobre los cuentos que nos contamos y mueven a miles de millones de conciencias.  Estos productos están ahora piloteados por el poder de los algoritmos, vulnerables al mal uso por parte de los pocos que detentan su poder y, en última instancia, por la corrupción que ha puesto en jaque a todas las democracias. Aun peor: el fatídico ritmo del algoritmo se funda en una espontaneidad osificada, separada del flujo de la experiencia del que surge la infinita potencialidad humana, que es capaz de abrir rumbos diferentes y novedosos, de creatividad. Sin embargo, por su funcionalidad eficientísima, los algoritmos van desplazándonos, convirtiéndonos a todos, por repetición y automatismo, a la misma inconsciencia borreguil que bien anticipaba Nietzsche hace siglo y medio, o conduciéndonos a la actual agitación, a la ira, el odio y la violencia que invade al planeta.

v Inteligencia artificial

Vivimos los sueños que ha ido generando la sociedad mediante sus respectivas tecnologías. Pero, como observa Harari, mientras en el pasado esos sueños han sido nuestros sueños, “en las próximas décadas podríamos encontrarnos viviendo dentro de los sueños de una inteligencia alienígena completamente desconectada de la experiencia humana” (The Economist, abril 2023). De hecho, en estos momentos se ha alzado en huelga el Gremio de Escritores de América, contra, entre otras cosas, la pretensión de reemplazar a los guionistas con sistemas de Inteligencia Artificial.  La industria del cine está seriamente considerando delegar cada vez más a las computadoras procesos creativos humanos.

Pero, a pesar de su impresionante velocidad y versatilidad, las construcciones lingüísticas del Chat GPT son el resultado de selección de palabras y sentidos por estadística y sin la experiencia orgánica, sensorial, a partir de la cual el ser humano es capaz de participar de un proceso de autodescubrimiento y autoexpresión que le dan sentido y profundidad a su vida. De ahí que un cartel de la huelga leyese: “¡El Chat GPT no ha tenido traumas infantiles!”.  Sus palabras serán una emulación artificial del proceso psicológico vital del escritor, que sufre las deficiencias de un lenguaje sin cuerpo.

El músico y compositor australiano, Nick Cave (https://www.theredhandfiles.com/chat-gpt-what-do-you-think/) , comentando sobre las producciones musicales del Chat GPT  elabora sobre el tema, observando que para el artista escribir no es mimetismo, sino

un acto de suicidio que destruye todo lo que uno se ha esforzado por producir en el pasado. […] la auténtica lucha creativa que precede a la invención de una letra única de valor real es la confrontación sin aliento con la propia vulnerabilidad, el propio peligro, la propia pequeñez, enfrentados a una sensación de descubrimiento súbito impactante; es el acto artístico redentor que conmueve el corazón del oyente, donde el oyente reconoce en el funcionamiento interno de la canción su propia sangre, su propia lucha, su propio sufrimiento.

Nada de esto es accesible a la inteligencia artificial. Estos sistemas de lenguaje no tienen comprensión de lo que escriben, aunque lo hagan impecablemente, y se lean con absoluta autoridad. El programa nos lo recuerda constantemente: “Solo tengo información, ni opiniones ni sentimientos”, normalizando esta carencia con cada repetición. Inmunizándonos a ella, ¿qué pasará en la experiencia y cultura humana cuando la profundidad del discurso y del pensamiento se reduzca a lo que los algoritmos puedan producir a partir de su espontaneidad preformateada?

De acuerdo con Geoffrey Hinton (https://www.nytimes.com/interactive/2023/05/02/magazine/ai-gary-marcus.html ) —padre del Machine Learning—, reciente defector de Google y crítico de su propia creación, los sistemas de lenguaje neurales que han creado puede que cuenten con un mejor algoritmo de aprendizaje que el que constituye el cerebro humano, de tal modo que —efectivamente— estas inteligencias podrían eventualmente superarnos e incluso contravenir nuestros propios propósitos. A partir de ahí, especula que quizás el ser humano no sea sino un momento transicional en la evolución de la inteligencia. Nuestra forma de inteligencia con su complejidad y opacidad primordial estaría a punto de ser desplazada por un poder que no tiene lugar para esa complejidad, y para el que somos dispensables. ¡Vaya sentido de la inteligencia a la que estaríamos reduciendo la evolución!

Esa pesadilla se hace especialmente plausible en nuestra época con la súbita explosión del Chat GPT. Mientras ahora tenemos dificultad en discernir entre textos humanos y artificiales, la continua exposición irreflexiva a la inteligencia artificial puede terminar haciéndonos incapaces de discernir más la diferencia.

El empobrecimiento del ser humano se hará más evidente en la medida en que comencemos a soñar nuestros sueños y por lo tanto diseñar nuestras sociedades, no con las imágenes que provienen de nuestro propio inconsciente, sino con las palabras de un sistema generativo de lenguaje que —no importa cuán inteligente, o cuan capaz de crear sentidos sea— adolece de aquello que le da al ser humano su singularidad, que es mucho más profunda que la mera inteligencia.

*Víctor J. Krebs se desempeña en la Pontificia Universidad Católica de Perú.


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