Driver with Transport, 2023. Joshua Ben Longo. Prat Institute BID 2003. Imagen generada en Midjourney. @longoland

Por IGNACIO URBINA POLO

Las ideas humanistas son centrales en el proyecto moderno. Esta preocupación por lo humano, que supone que las acciones del diseño tienen como fin último el bienestar de la persona, y que la solución de algunos de los problemas que agobian la vida diaria de los seres humanos son parte esencial de su labor, podrían dejar sin efecto la capacidad transformadora del campo en los planteamientos del transhumanismo y, en consecuencia, del poshumanismo. Frente a esta consulta urgente, nos preguntamos ¿cuál será el rol del diseño entonces en medio del debate epistemológico que emerge de las comparaciones entre estas cosmovisiones? ¿Qué se supone que debe hacer (o decir) el diseño para no renunciar a su convicción (moderna) de la dignidad del hombre, incorporando las posibilidades de superar las limitaciones biológicas con el avance de los procesos tecnológicos, en un mundo natural ya modificado –no solamente el cuerpo humano sino también los alimentos, los animales o las plantas?

Un primer acercamiento parece sugerir que, si retiramos lo humano de la ecuación de la evolución de la vida en el planeta, no hay espacio para el diseño. Sin embargo, el diseño forma parte esencial de toda transformación tecnológica. Nos conectamos con la tecnología por intermedio de un espacio diseñado, de una serie de instrucciones formales, estéticas y llenas de significado. Así, el diseño tendrá que acelerar su proceso natural de auto revisión, y afirmará su espacio en lo transhumano y en lo poshumano, como ya lo hizo en la construcción del hombre moderno.

En las visiones de futuro que plantean estas esquinas del pensamiento, al menos podríamos pensar en dos terrenos donde opera el diseño. Dos espacios relacionados con las nociones primarias de las relaciones entre la gente y los objetos, y definitivamente en sus naturales dominios futuros –en los futuros posibles.

La interacción de las personas con el mundo material, con los objetos y con los artefactos está definida por las posibilidades del cuerpo y su interacción con el espacio que lo rodea. En ese contexto dimensional e identificado como un sitio que actúa sobre el cuerpo están las oportunidades para el diseño: las presiones del gas que respiramos, la fuerza de la gravedad, los sonidos, e incluso el mejoramiento de partes de la fisiología humana con materiales y mecanismos tecnológicos –un mejoramiento que el artista visual británico Robert Pepperell señala como propio de un hombre posthumano «auto definido, auto programado y potencialmente inmortal.

El diseño sufrió, durante el siglo XX, ataques relacionados con sus capacidades de transformación superficial: el maquillaje fútil de los productos debilitó sus capacidades productivas y dio paso al crecimiento de prácticas como el styling. En esa línea, las actuales prácticas del diseño corren el riesgo de reducirse a simples retoques biotecnológicos –y no a formar parte nuclear del proceso.

Comercialmente, la ficción y el futurismo han sido temáticas muy exploradas en el cine. Buena parte del resultado visual y tridimensional de las películas fue creado bajo algún tipo de validación técnica y científica, pero fundamentalmente se utilizó el diseño para la configuración final de los imaginarios. En la década de los noventa, los investigadores Anthony Dunne y Fiona Raby del Royal College of Art en Londres, desarrollaron una metodología que ha permitido navegar escenarios de futuro bajo condiciones preestablecidas. Una estructura de pensamiento que da paso al Diseño Especulativo o Diseño Crítico, donde se interrogan contextos de futuro con herramientas del proceso de diseño. Es decir, que ya hay indicios de la importancia del diseño en la creación de los escenarios del mañana.

El uso de objetos tiene una dimensión fisica evidente. Pero esta fisicidad tiene además densas capas de significado. Así, es posible no solamente la identificación de formas y tipologías que ayuden a navegar de manera continua la interacción con el mundo que nos rodea, sino una afirmación de su importancia estructural. Los cambios tecnológicos llegan a las manos de las personas como objetos. Esta inercia y perseverancia de las formas termina creando nuevos usos, nuevas tipologías.

En el futuro (y aquí atravesamos el segundo terreno de este texto, en el que el diseño se mueve naturalmente) este conocimiento sobre lo que se utiliza se manifiesta en las visiones sobre usos y funciones de las que tenemos conocimiento, de las que reconocemos porque las hemos vivido, pero sobre todo en aquellas que descansan en las estructuras del subconsciente. Se trata entonces de usos y funciones que, a decir de Lacan, ya estaban ahí antes de pensarlas. En un mundo gobernado por algoritmos, donde la inteligencia artificial y la tecnología disipa las ideas de cuerpo y sitio, ¿cuáles serán las formas y los usos que vendrán de contrabando desde las nociones del universo centradas en lo humano?

Así, esta interrelación entre objetos y personas también alimentará con bastante imprecisión las imágenes y visiones de futuro. Con la reciente viralización de las manifestaciones primarias y seminales de conceptos maduros sobre la inteligencia artificial, que sorpresivamente para la comunidad científica emergió desde las probabilidades de los sistemas en la generación de contenidos textuales y seguidamente en la generación de manifestaciones visuales, hay evidencias de un reacomodamiento de las ideas respecto al diseño.

En la parafernalia creada en torno a las religiones, por ejemplo, los objetos religiosos o lo que alguna vez llamamos ‘objetos inhumanos’, existe una materialidad con prestaciones muy precisas y los usos aparecen en forma de rigurosos rituales y procedimientos como en cualquier producto de la vida cotidiana. Sin embargo, en estos objetos hay un elemento conectado con una suerte de misterio que ofrece alguna esperanza o alguna operación humana ligada al acto de creer, a la fe. Estos objetos podrían ser las conexiones entre lo humano y lo poshumano. Artefactos creados por el hombre con sentidos y atribuciones divinas.

Finalmente, en algunos de los escenarios poshumanos en los que el cuerpo desaparece ¿qué nuevo cuerpo será el depósito de las esperanzas post-trans-humanas? El diseño ya fue parte de lo humano. No cabe sino esperar que haga lo propio en un mundo posthumano.

*Ignacio Urbina Polo se desempeña en el Pratt Institute, New York.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!