Por JOHN MANUEL SILVA

Me han pedido que escriba sobre la relación entre literatura y liberalismo. Me parece una oportunidad apropiada para no volver a lo de siempre; ya saben, las novelas de Ayn Rand o el cambio ideológico de Vargas Llosa. Mejor les cuento la historia de dos mentiras en las que dejé de creer: un epígrafe y los escritores como defensores de la libertad.

La edición en español que leí de Fahrenheit 451 tenía un epígrafe: «Si os dan papel pautado,/ escribid por el otro lado», que pertenece al poeta español Juan Ramón Jiménez.

El verso siempre me gustó porque significaba rebeldía. Era el epígrafe perfecto para esa novela.

Con la llegada de Internet y mis relecturas a la obra de Bradury, quise leer el poema original del que salía el epígrafe, pero nunca di con él. Una tarde, mientras leía sobre un tema relacionado con la música, supe que «papel pautado» es como se llama a las hojas donde van escritas las notas musicales.

Aquella revelación me llevó a reinterpretar el poema de Jiménez. Y más que reinterpretarlo, me hizo no comprenderlo; porque hasta el momento pensaba que se refería a un papel pautado por alguna autoridad.

Por mera deformación profesional, asumí que la palabra estaba siendo usada de la misma forma en que se utiliza cuando tu jefe te «pauta» el tema sobre el que escribirás. Llegué a imaginar que un papel pautado era algo así como la orden de un superior, un papel que venía acompañado con una directriz que indicaba lo que debía ser escrito encima.

Pero no solo fue sesgo personal, el epígrafe indicaba eso. «Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado», es indudablemente un llamado a la rebeldía. ¿A qué se refería el poeta?

No fue sino hasta 2016, cuando leí un artículo del escritor mexicano Luis Miguel Aguilar Camín, que obtuve luces sobre el tema. Camín tenía la misma duda que yo y había hecho una investigación publicada en su columna El camaleón peripatético, del diario Milenio.

Camín, que desde que leyó la novela en los años setenta anduvo buscando el origen del poema, recibió una nueva edición (editada en 2015) de la obra de Bradbury, publicada por Random House y con guía didáctica de Maribel Cruzado. Apenas tenerla entre manos se fue a ver los apuntes sobre el epígrafe y descubrió con desencanto que no había ninguno. Pero el poeta (el mexicano, no el español) había recibido pistas sobre la muy probable fuente de la frase.

En primer lugar no era un poema, sino un aforismo, publicado en el año 1920 en la revista España. El aforismo era: «Si te dan papel rayado, escribe de través; si atravesado, del derecho». Bradbury lo había leído y traducido al inglés como: “If they give you ruled paper, write the other way”. El traductor, Francisco Abelenda, no se tomó la molestia de ir a la fuente original del epígrafe, sino que lo tradu-inventó partiendo de la obra original. En las sucesivas ediciones en español se respetó esa traducción y no se investigó el epígrafe. En la nueva edición de Random House había una nueva traducción a cargo de Alfredo Crespo. Este nuevo traductor tampoco fue a la fuente y el error persistió.

La frase real, el aforismo, es menos luminoso, y sin duda menos rebelde. Porque ya no se trata de contravenir una orden sino de un simple cambio de uso. La realidad despojó de épica al poema inexistente.

Últimamente pienso mucho en el epígrafe falso cuando leo noticias sobre los estragos que los cruzados de la corrección política causan en algún lugar. Y no me refiero tan solo a los logros coactivos, como los cineastas despedidos por tuits que escribieron hace diez años, las investigaciones censuradas en universidades, los intentos de reformas legales que se han discutido en algunos países y que pretenden regular el lenguaje, los nuevos códigos de habla que se aplican en universidades y empresas privadas, etc. Me refiero, especialmente, a cuando los políticamente correctos logran su objetivo: sembrar el miedo, callar los discursos incómodos, acobardar a los que se expresan libremente y humillar a la gente forzándolos a «disculparse», luego de que una horda les acusara de fascista. Y no por realmente serlo, sino simplemente por disentir, sea desde la derecha, desde el liberalismo, o incluso, como el caso de la autora de Harry Potter, desde una izquierda un poco más moderada.

Pienso en el epígrafe porque no me explico cómo esta neodictadura de lo políticamente correcto viene apadrinada por escritores e intelectuales. De hacer novelas como Fahrenheit 451, sobre el horror de la quema de libros, a la celebración de la quema de otros libros, el despido de disidentes y el aplauso a la censura. Es como si la realidad no solo hubiera despojado de épica el epígrafe inexistente, sino también al papel de los escritores e intelectuales en el mundo occidental.

Este es un tema que desde hace años me ha causado un profundo malestar. Como el epígrafe aquel, despertar a la realidad de que casi todos los escritores que admiraba eran aplaudidores de tiranías y defensores de genocidios fue un desengaño amargo. Yo crecí creyendo en la imagen de Guy Montag, rescatando un libro como símbolo de una libertad que debe ser preservada frente a las llamas. El sentimiento me sigue acompañando en estos días, en los que uno ve a los escritores e intelectuales defendiendo «cancelaciones», despidos y obras sacadas de circulación, ante la acusación —muchas veces ridícula como en el caso de Matar a un ruiseñor— de ser ofensivas.

Como dije, me gusta más el epígrafe inventado, el falso, que sin embargo contiene una gran verdad: Si os dan papel pautado, escribid por otro lado. Siempre hay que tener eso en mente, y volver entonces a Ayn Rand, Vargas Llosa y cualquier otro escritor dispuesto a desentonar de una sinfonía opresiva cada vez más monocorde. Porque sí, tal vez sean pocos y probablemente nunca dejen de ser estigmatizados, pero los escritores liberales son de esos pocos que se creyeron, como yo, el epígrafe que nunca existió.


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