Por MARÍA ELENA RAMOS

El libro Posteos desde el sur. Tributo y asedio a Guillermo Deisler plantea temas esenciales de nuestro tiempo. Esbozaré algunos: la distancia, la separación, la soledad, la pérdida. // La urgencia de interlocución. // La carta como puente: cercanía alterna. // La escritura y la lectura fragmentarias en un modo de ser en nuestro tiempo. // Un arte que valora la comunicación, que no le huye sino más bien la incorpora. // Por último, este libro como un encuentro latinoamericano, entre Venezuela y Chile.

Con el respaldo de nuestra Universidad de Los Andes y la Universidad Austral de Chile, y el liderazgo entusiasta de Jonatan Alzuru, este libro trae al presente una liberal actualización de lo que fue el arte de correo de mediados del siglo XX. Pero ya hoy no está el cartero de entonces, sino la red tecnológica. Es el pase del arte de correo a un arte de correo electrónico.

Este libro que hemos leído en la pantalla, muestra cómo producir una interlocución que, aun sin mirarnos frente a frente, sea realmente dialogante, y a la vez sea afín al modo fragmentario —pero colaborativo— de construir Sentido. Así este libro es, en sí mismo, un fragmento de un modo de ser de nuestro tiempo. Y es que Jonatan y los participantes saben que ese modo fragmentario de vivir es hoy irremisible, modo tantas veces denostado, pero también asumido y gozado, como sentimos frente a estos fragmentos que se hacen fluidos en el placer del diálogo-como-juego, como querría Gadamer: diálogo como acción lúdica entre uno que da y otro que recibe. Pero aquí ya no hay un vaivén entre dos, sino una fuga comunicante entre muchos, un contrapunto con sucesivos rebotes donde se alternan los roles, los lugares y los encuentros.

Aquí se otorga además un ser estético a esta visualidad entrecortada, alterada y rasgada, a esta legibilidad no lineal, que se goza en ir remitiendo un emisor a un receptor, a un emisor, a un receptor… y en ir mostrando que el mensaje principalísimo de esta red extendida es el acto comunicativo mismo.  (Ya en su momento, el arte de correo se había liberado del tabú del miedo a la comunicación —lo que muchos artistas habían padecido— generando procesos más deshinibidos de arte-como-comunicación, y dando espacio alterno a una comunicación-como-arte).

Hay aquí una acción muy seria, pero también jovial y flexible, donde el sentir está tan presente como el reflexionar, donde estar con el otro es tan imprescindible como el acto solitario de escribir; donde la soledad del que escribe es, intermitentemente, un placer muy íntimo… o un enemigo a ahuyentar. Por esto último, por la faceta de enemigo que puede tener la soledad, nos dijo una vez en Caracas Jean Francois Lyotard: “En la interlocución, uno le dice al otro: ‘no me dejes solo”. También para enfrentar soledades y aislamientos, existió el Arte de Correo y una obra como la de Guillermo Deisler, a quien este libro rinde tributo.

Hay una zona vacía que va surgiendo, se va instalando, tomando un cuerpo que no es nuestro cuerpo, para distanciarnos. Espacio nebuloso y gris, como la incertidumbre. Oscuro, como los poderes ejercidos, en nuestra América y el mundo, para aplastar y no para construir o facilitar. Pegajoso o punzante como la agresión y el rechazo al diferente, al que no se incluye en el perímetro amplio de la aceptación, y mucho menos en el cercano perímetro del abrazo.

El arte de correo es una forma no solo estética sino también ética, política y afectiva: un acercamiento de las distancias en tiempos de crisis colectivas y personales. Me interesa trazar un hilo entre el cartero que traía las ansiadas cartas de sus padres a mis padres, el recorrido en mi niñez, con mi madre, para echar las cartas a mis abuelos en el buzón del correo de Carmelitas, la eterna necesidad epistolar del ser humano, que se dramatiza en tiempos de guerra, y el arte de correo que artistas como Guillermo Deisler, Clemente Padín, Liliana Porter, Luis Camnitzer, Felipe Ehrenberg, entre otros, movilizaron en América.

Distintos modos hay de activarse frente a la distancia, de no dejar que nos deprima y deprive al separarnos de lo que seguimos amando. Las viejas cartas, los e-mails, el zoom como este que nos reúne, son modos —parciales pero esenciales— para preservar humanidad en nosotros. Frente a la distancia larga, hay que producir los acortamientos. Para eso nos sirve esta interlocución mediada, remota.

Hay distancias inmensas, que no pueden medirse solo en kilómetros, ciudades y continentes. Distancias radicales, exilios, desplazamientos, pérdidas del lugar, de las certezas, de la identidad, de los derechos. De esta distancia obligada han conocido chilenos, argentinos, uruguayos, colombianos, europeos en tiempos de tiranía cuando muchos se refugiaron en la Venezuela generosa y receptiva que conocimos y pudieron incorporarse a la creación, la docencia, el trabajo intelectual y se convirtieron en nuestros profesores, nuestros compañeros de aulas, nuestros amigos. Aquí quiero honrar la memoria de mis amados maestros filósofos del Cono Sur, Arturo Ardao, Ángel Cappelletti, José Jara, Ezra Heymann, Xavier Sasso, integrados a la USB y a la UCV. Pero ya el nuestro no es aquel país receptor de emigrantes, ahora somos emigrantes de altísima exposición y las pantallas del mundo divulgan el éxodo de nuestros caminantes que buscan libertad aun vulnerando la salud, transitando de frontera en frontera desde este norte de América del Sur -que, de tan norte, Miguel Ángel Asturias llamó a nuestro monte Ávila “los hombros de América”, y hasta el Cono (más) Sur de este continente que compartimos.

Más recientemente otras distancias se han creado por la pandemia. Aislados en confinamiento, y con eso que llaman con elegancia “distancia social”, se nos aleja, se nos alerta, se nos proscriben el toque y la caricia. Pero se potencian los ojos: hacemos contacto con la mirada —contacto sin tacto—  siempre por encima de la mascarilla.

En la poesía visual que el arte de correo llevaba y traía, también el ojo importaba. Si en Guillermo Deisler la escritura difundía Concepto y Sentido, también se mostraba, haciéndose forma gráfica que irrumpía contra el exceso de la razón, pues ya no era solo un instrumento discursivo. En la poesía visual la palabra hace pensar, pero también se expone e ilumina.

Eran avances a una conciencia de hibridez que ahora ya es modo de ser de nuestro tiempo. Pero no sorprende: creadores singulares como Guillermo Deisler revelan a futuro.


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