Alfred North Whitehead | Universidad de Harvard

Por MARÍA GUADALUPE LLANES

 “Mi fondo filosófico veinteañero se constituye por calar año tras año, curso tras curso, en mi inteligencia de filosofía aristotélico-tomista”

Juan David García Bacca

Bien pude haber dicho yo estas palabras al inicio de cualquier conversación, en el prefacio de algún libro o en los primeros 10 minutos de pie al empezar una clase, dentro de las entrañables aulas de la Universidad Central de Venezuela. Sentada frente a mi ordenador, no puedo evitar sentir una afinidad vital con el gran profesor, fundador de la Escuela de Filosofía que ha llegado a ser mi casa: Juan David García Bacca. Él dejó este mundo en Ecuador, en 1992, el mismo año en que yo empecé a estudiar filosofía. Nunca nos cruzamos físicamente en ninguno de los espacios maravillosos de nuestra Alma Mater, no obstante, pude y todavía puedo tocar su espíritu cada vez que abro algún capítulo de su ingente obra. Y no exagero al decir que tanto el aire que se respira, cargado de memoria, como la claridad que baña los pupitres a través de las ventanas en el pasillo interminable entre Letras y Filosofía de nuestra Facultad guardan una sutil cualidad histórica, un sabor a pasado que abraza las sucesivas generaciones de estudiantes y profesores. Nada se pierde entre aquellas paredes, todo queda.

Durante los años en que estudiaba para la licenciatura en Filosofía, cursé una asignatura en la Escuela de Letras y al salir de clase ocurrió algo muy significativo para mí: un estudiante me llamó aparte y me dijo con una alta dosis de ironía: “Te voy a dar un consejo: ¡deja de hablar como García Bacca!”. Respondí lo más amablemente que pude, dándole las gracias por haberme comparado con tan grande filósofo. A pesar de su mala intención, lo interpreté como un halago. Pensar que una persona como yo, en período de formación, pudiera hablar con el tono de un filósofo de la talla del maestro de mis profesores marcó mis estudios de ahí en adelante.

Años después inicié mi trayecto como profesora en la UCV dedicándome totalmente a la filosofía de la Edad Media. Como García Bacca en su juventud, mi trabajo estaba y está centrado en Tomás de Aquino.

Por ello, mucho antes de leer sus Confesiones estudié con tesón su traducción del Sobre el ente y la esencia de Tomás de Aquino, con comentarios del monje Cayetano. En mis clases sobre el aquinate todavía leo esta versión con los estudiantes. Desde el principio quedé prendada de las sutiles y profundas explicaciones de Cayetano, fascinación que también comparto con García Bacca. En efecto, él nos dice que: “… El cardenal Cayetano…: [es] el único comentador genial, y pensador original, de santo Tomás y de un tomismo no cruzado aún con aristotelismo dogmático, escolastiquero y pedagógico clerical” (García Bacca, 2000). Fue, justamente, Cayetano el responsable del primer choque contra el fondo filosófico tomista de García Bacca, como nos cuenta en sus Confesiones.

No es un proceso usual para un filósofo disparar voluntariamente nuevas ideas contra su fondo primordial, y más cuando el estar bien instalado en la metafísica y cosmología tomistas trae consigo gratificaciones conceptuales y vitales. La filosofía no proporciona un tipo de conocimiento parecido a los demás, afecta la vida de los que la estudian porque se ocupa de las preocupaciones más profundas de los seres humanos. Cuando un modelo de pensamiento filosófico se instala en la mente de un filósofo durante años es porque se corresponde con su modo nuclear de pensar. Como decía un antiguo profesor: en algún punto de nuestra Carrera, los filósofos nos decantamos hacia Platón o hacia Aristóteles. Esto rige nuestra evolución futura y depende bastante de alguna tendencia primigenia. La revolución interior garcibaccquiana, tan honda y radical, solo puede ser una manifestación de su increíble genio creador; empujado, quizás, por las tendencias de la época en ciencia y filosofía.

Obviamente no es cierto que, en los días de la creación de la teoría de la relatividad, la metafísica tradicional tomista no tuvo más remedio que quedar obsoleta y explotar en pedazos; porque si esto fuera verdad, hoy en día nadie seguiría el pensamiento de Tomás de Aquino y por el contrario somos testigos de un poderoso resurgimiento del neotomismo gilsoniano en algunos espacios filosóficos.

Pero, García Bacca, que era un incansable e inconforme buscador de sabiduría, un revolucionario del pensamiento, siguió otro camino. Por eso, al primer choque filosófico contra su fondo aristotélico-tomista, siguieron cuatro más: el segundo le llegó a los 28 años, según lo relata, cuando ya había leído a Kant y estudiaba matemáticas y física en la Universidad de Múnich. Trató de elaborar una filosofía de la ciencia con sus nuevos conocimientos, pero siguiendo el esquema aristotélico-tomista. No pudo. Le pareció que las categorías metafísicas tradicionales: “Esencia-existencia, potencia-acto, sustancia-accidentes, materia-forma, objectum formale quod y quo son vaguedades conceptuales, realmente inoperantes, que dan la ilusión de una coherencia sintáctica, tan vaga como ellas” (García Bacca, 2000). Inspirado por Newton pensó que lo indicado era sustituir “esencia” por “proyecto”. Un paso adelante hacia otra forma de dinamicidad.

El tercer choque le sobrevino en 1936 al leer los Manuscritos económico-filosóficos, de Marx. Así lo expresa: “Me convencí de la necesidad de estudiar economía. No la de Aristóteles o de Jenofonte…, sino la clásica ya y sus formas posteriores de que todos, de buena o mala gana, vivimos” (García Bacca, 2000).

En cuanto al cuarto choque, reconoce que para entonces, en 1942, Kant estaba instalado en su nuevo Fondo metafísico. Pero en esos días leyó Kant y el problema de la metafísica, de Heidegger y, de nuevo, esta concepción de acontecimiento y la “irrupción de un ente cuyo privilegio y faena en el orden de lo real es, cual la de la bomba atómica… deshacer el ser en entes, la materia, en radiación” (García Bacca, 2000), acabó con lo que le quedaba de estabilidad basal ontológica.

Todos estos terremotos existenciales lo prepararon para su encuentro con una obra definitiva que no solo constituiría el quinto choque metafísico a su fondo, sino una respuesta y una guía para la renovación y refundación de los principios metafísicos tradicionales, que él consideraba obsoletos. Una nueva metafísica esclarecedora y compatible con los fundamentos de la nueva ciencia y en particular la nueva física heredera del pensamiento de Einstein. Se trata de la magna obra del filósofo inglés Alfred North Whitehead, Proceso y Realidad.

Así describe él tal encuentro demoledor: “Quinto choque de filosofía contra filosofía de Fondo. En 1945 leí por primera vez, lo he releído muchas más (13), Process and Reality de Whitehead. Su esquema categorial incluye 27 categoriales, siendo el primero y principal el de creatividad: novedad, avance creador, advenimiento de novedades, emergencia de nexos nuevos… Creatividad es lo universal más universal: la característica de lo realmente real”. “Creatividad es el principio de novedad”… tal propone…Whitehead… en quien, por irrupción, surge esa concepción del ser, de dios y del mundo, como irrupción de novedades, espontaneidades, creaciones, recreaciones… ¿Concepción radiactiva del ser? ¿Explosión del Ser en seres?” (García Bacca, 2000).

Al fin, una metafísica cuyo primer principio es la energética creatividad, el avance permanente hacia lo nuevo, el campo de todos los campos. Una cosmología que encontraba eco en su fondo personal dinámico-vital. Su pensamiento inquieto y su amplio conocimiento de las estructuras del universo se enriquecía ahora con nuevas y fascinantes categorías. El mundo nuevo de total complejidad por fin podía tener sentido y los humanos entraban en el laberinto estructural del cosmos siendo ellos mismos una parte fundamental, todo sin ofender a la lógica. El proceso substituye a las substancias fijas y el todo anida conceptualmente en cada uno de sus múltiples niveles que incluyen la experiencia, lo subatómico, lo sentido, los colores, las percepciones, las fuerzas, los valores… en un esquema explicativo coherente pero evolutivo, como la vida. Y dentro de ese esquema una nueva manera de pensar a Dios, lejos de la escolástica, pero cercano a Platón.

Pues bien, después de muchos años enseñando filosofía tomista, me encontré en mi tesis doctoral con el mismo autor que produjo en Juan David el enorme y definitivo quinto choque filosófico: Alfred North Whitehead. Tengo que reconocer que los cuatro anteriores por los que él pasó, aunque desfilaron por mi carrera, no causaron tan enorme explosión en mí. Llegué a Whitehead con mi fondo filosófico tomista intacto. Sin embargo, Proceso y Realidad, el poderoso huracán que moviliza el pensamiento de cualquier teórico que se esfuerce en comprender el contenido de sus páginas, sí alcanzó mis cimientos. Es imposible recorrer esas veredas sin desordenar el alma. Por eso puedo comprender tan bien lo que una bomba atómica filosófica puede hacer a un fondo sólido petrificado. Por eso puedo entender al imponente pensador que fue García Bacca.

Estudiar filosofía es ir construyendo una fortaleza de sentido donde se apoya cada evento de la vida, personal y social. Pero es también insaciable sed de saber, de conocer. En suma, amor a la sabiduría. Y esta actividad no tiene fin, porque el conocimiento evoluciona junto a las cosas que son conocidas y los sujetos que las conocen. Un filósofo puede crear su andamiaje conceptual satisfactorio para habitarlo durante toda su vida, y es perfectamente válido, es un modo apacible de ser que acompaña a un temperamento sosegado. Pero hay filósofos turbulentos, como Juan David, cuyo modo de ser trasciende la quietud esencial, su existencia está conscientemente inmersa en el dinamismo fluido de lo que es deviniente. Estos no pueden vivir como fotografías de un álbum eterno, no esquivan los huracanes, se lanzan hacia ellos y aprovechan toda su fuerza transformadora.

Quiero concluir citando unas palabras del maestro que resumen su cambio de visión después de encontrarse con la metafísica whiteheadiana: “Toda la filosofía anterior a Whitehead ha supuesto que las cosas reales tienen que estar en estado específico o esencial determinado y en estado individual —de individuo empírico, transcendental, persona…— pero ninguna cosa real se halla en estado cósmico, positivamente supraindividual, supralocal, supratemporal. Y así son cada piedra y cada cuerpo quienes pesan; pero la filosofía no admitía que se diera algo así como gravitación en estado cósmico, campal, cual mar de gravitación, continuo, sin partes individualmente divididas, con una propiedad que en términos antiguos teológicos, llamaríamos ahora de ‘ubicuidad’, estar en todas partes, sin estar contenido, circunscrito, delimitado por ninguna cosa concreta… ubicuidad positiva y eficiente, ubicuidad espacial y temporal y eficiente, cual la tienen las entidades físicas que se hallen en estado y forma de ‘campo’… Especie de Dioses cósmicos. Son los ‘campos’… Ahora resulta que… las entidades físicas en estado y forma de campo poseen… una ubicuidad espacial… y temporal”. (García Bacca, 1947).

Así concebido, el todo que es el universo está en “todas y cada una de sus partes” con “omnipresencia real, en tiempo y espacio”, deviniendo al son que le marca la creatividad. El giro es total, por eso produjo en él el mismo efecto que un poderoso tsunami. En lo que a mí respecta, sigo lidiando con mi propio proceso de transformación estudiando intensamente la nueva metafísica. Y uno de mis más importantes guías sigue siendo el inmortal Juan David García Bacca.


Referencias

  • García Bacca, Juan David, Autobiografía íntima y exterior, Barcelona, España, Ed. Anthropos, (2000)
  • García Bacca, Juan David, Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas, Vol. II, Caracas, Publicaciones del Ministerio de Educación Nacional de Venezuela, (1947)

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