Juan Germán Roscio | Pablo Wenceslao Hernández Zurita

Por CORINA YORIS-VILLASANA

Hablar de la Filosofía en Venezuela reviste serios problemas. El primero se centra en la dificultad para estudiar la producción de la época colonial. Durante ese largo período, la Filosofía estuvo restringida casi exclusivamente a las Universidades y Seminarios, como sucedió en gran parte de toda la América Colonial. Ese largo trayecto del pensar venezolano ha sido muy poco estudiado y difundido, salvo honrosas excepciones. La tarea propuesta de escribir sobre la filosofía en Venezuela entraña distintas dificultades que no se pueden olvidar. Representa una labor que desborda los límites de una publicación periódica y, además, se corre el peligro de dejar por fuera a filósofos merecedores al menos de alguna mención.  De antemano, ofrezco mis disculpas por las omisiones.

No pretendo realizar un análisis pormenorizado de cada etapa, esto es, colonial, inicio de la vida republicana y actualidad, no solo por razones de espacio, sino porque el propósito principal de este artículo es enfatizar en algunas de las relaciones que guarda la actividad y desarrollo de la Filosofía con los tropiezos y bamboleos de la política que han signado nuestra historia (1). No hablo de un pensamiento propio precolombino, puesto que nuestra población indígena fue muy pequeña en comparación con otros países de América. Hay estudios sobre todo de las lenguas indígenas, algunas de ellas aún habladas en la región de la Goajira y al sur del país.

Durante los años noventa del siglo pasado, el Dr. Ángel Muñoz, Universidad del Zulia, comenzó un proyecto que denominó Programa de Rescate del Pensamiento Colonial, que no contó con todo el apoyo necesario; hubo quienes decían que eso “no era Filosofía”. Sus investigaciones le llevaron a escudriñar archivos y viejos manuscritos que, sobre todo, historiaban el nacimiento y formación de la Universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela. Este Programa de Rescate del Pensamiento Colonial de Muñoz es de obligatoria lectura y referencia, si se quiere conocer en detalle cómo y dónde se impartía Filosofía en Venezuela durante el período colonial. De igual importancia están los trabajos de Sabine Knabenschuh, también de la Universidad del Zulia. En lo que sigue trataré de señalar algunas de las corrientes estudiadas durante esos años.

Cuando Venezuela ingresa al siglo XIX, también encuentra la puerta de acceso a la Filosofía cultivada hasta ese momento, principalmente las ideas de Descartes, Hume y otros filósofos de destacada producción e importancia en la Filosofía Moderna. Este siglo discurre lleno de pugnas sociales y políticas que, como no es para menos, se reflejan en todo el ámbito cultural del país.

Venezuela se estrena como nación completamente independiente en 1830, pues formó parte de la Gran Colombia, proyecto bolivariano que perduró desde 1819 hasta su disolución en 1830. En el mes mayo de 1830, fue instalado en la ciudad de Valencia el Congreso homónimo con el fin de decidir sobre la separación de Venezuela de la Gran Colombia; nació entonces el Estado Venezolano bajo sanción de una nueva constitución. Desde ese momento, Venezuela se adentra en una nueva etapa repleta de regímenes despóticos y de caudillos a cuál más veleidoso, y esto supone un fuerte obstáculo para el desarrollo normal de una nueva sociedad.

Se vuelve imperioso citar a don Andrés Bello y sus contribuciones a la Filosofía, como bien indica García Bacca; pero hay una figura, solo desde hace poco tiempo rescatada, no menos digna de ser traída aquí: el pensador Juan Germán Roscio. En 1810, la intensa actividad como jurista de Roscio lo convierte en uno de los principales y fundamentales redactores de documentos cardinales de nuestra Independencia: tales son el Acta del 5 de julio y el célebre Manifiesto que hace al mundo la Confederación de Venezuela. Realizar una reflexión sobre Roscio a doscientos y más años de El triunfo de la libertad sobre el despotismo viene a ser una reivindicación de la civilidad en el contexto del momento histórico que nos ha tocado vivir.

La Biblioteca Ayacucho, ese maravilloso éxito editorial de la Venezuela posible, publicó el libro de Roscio El triunfo de la libertad sobre el despotismo, en 1994, cuyo estudio crítico fue realizado por Domingo Miliani, egresado del Instituto Pedagógico de Caracas como profesor de Castellano, Literatura y Latín, excelente ensayista y crítico literario. En ese estudio, de imprescindible lectura para quienes deseen adentrarse en el pensamiento de Roscio, Miliani hace un recorrido por la colonia, la ilustración y la modernidad que le permite ir dibujando el escenario donde se moverá Juan Germán Roscio y cómo sus ideas van configurándose en un mundo que se debatía entre diversas capas sociales, sus deseos de emanciparse y preservar ciertas creencias que formaban parte de la idiosincrasia de aquella Venezuela.

En un extraordinario artículo “Una mirada a la filosofía y sus nexos con el pensar venezolano”, Omar Astorga dedica un apartado al surgimiento de las corrientes positivista y evolucionista durante la segunda mitad del siglo XIX venezolano. Enfatiza un aspecto muy peculiar del camino del quehacer filosófico en nuestro país, y es que estos idearios filosóficos han sido prolijamente estudiados y analizados por destacados historiadores y críticos literarios, mientras que la atención de los filósofos ha sido menor. Con todo, Astorga reseña varios de los escritos sobre este período donde destaca estudios excelentes como los del filósofo Ángel Cappelletti, a quien debemos Positivismo y evolucionismo en Venezuela, obra en la que desarrolla una profunda reflexión tanto del positivismo, como del evolucionismo.

También hay una excelente tesis doctoral en Historia, cuyo autor es el filósofo Antonio Tinoco G., quien centra el desarrollo de la investigación en la relación entre “la idea de progreso como elemento central del pensamiento positivista y la idea que se tuvo del progreso y del atraso en el pensamiento positivista venezolano de los siglos XIX y XX”. Dicho de otra manera, Tinoco sostiene que “el positivismo al arribar a Venezuela fue visto como una doctrina que impulsaría el progreso y paulatinamente se fue transformando en una metodología para analizar el atraso y la realidad histórica social del país” (Tinoco, 2006, s/p). El positivismo se instala hacia 1870 en toda la región latinoamericana y con la característica primordial de ser asumida como basamento ideológico de varios gobiernos; y, entre ellos, descuella el de Antonio Guzmán Blanco en Venezuela.

En el citado artículo, Astorga habla de tres etapas claramente diferenciadas en el positivismo venezolano, que abarcan tres generaciones. Esta división también la comenta Tinoco. La primera está encabezada por nombres como el de “Rafael Villavicencio, Adolfo Ernst, Vicente Marcano y Arístides Rojas. La segunda generación, discípulos de los anteriores, la integran: Luis Razetti, [célebre médico venezolano]; David Lobo, Guillermo Delgado Palacios,  Gil Fortoul, Alejandro Urbaneja, Nicomedes Zuloaga, Lisandro Alvarado, Alfredo Jahn, Manuel Revenga, Luis López Méndez y César Zumeta. La tercera generación la integran Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, José Ladislao Andara, Elías Toro, Ángel César Rivas, Julio César Salas, Samuel Darío Maldonado. Se hace necesario agregar los nombres de Tomás Eloy González, Diego Carbonell, Rómulo Gallegos y Carlos Siso, como una cuarta y última generación de positivistas venezolanos” (Tinoco, 2006, s/p).

Tinoco sostiene que “el positivismo venezolano del siglo XIX está marcado, fundamentalmente, por la idea de progreso de Comte, y responde a la visión propuesta por Leopoldo Zea de concebir a esta doctrina por los latinoamericanos, como una forma de ruptura con el mundo colonial y enrumbar a los pueblos en aras del progreso. Mientras que el positivismo del siglo XX en Venezuela, sobre todo a partir del pensamiento de Gil Fortoul, se rige por la concepción del progreso propia de Spencer, Buckle, Renan, Taine y Le Bon, respondiendo más a la concepción propuesta por Martín Stabb, quien ve en los positivistas de aquel momento unos “diagnosticadores” de la realidad continental” (Ibidem).

El siglo XX entra en nuestro país tardíamente. Una férrea dictadura de 27 años, 1908-1935, cierra la Universidad Central de Venezuela y con ella la de muchas manifestaciones culturales. Solo a partir de los años cuarenta comienza a “normalizarse” la actividad filosófica en el país. Se fundan las Escuelas de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello, Universidad Católica Santa Rosa, Universidad Monteávila, Universidad del Zulia; también se fundan los estudios de postgrado en Filosofía. Surgen publicaciones periódicas, se organizan seminarios, simposios y congresos; en 1962 nace la Sociedad Venezolana de Filosofía. Hay figuras muy importantes en el ámbito filosófico, como Juan David García Bacca, Juan Nuño, Ernesto Mayz Vallenilla, Alberto Rosales, Eduardo Vázquez, entre otros, quienes le dieron un gran empuje a la Filosofía en Venezuela. Imposible olvidar a Giulio Pagallo y a Federico Riu. Con el nombre de Riu se instituyó el Premio de Investigación Filosófica, que rinde un justo homenaje al filósofo español-venezolano.

Bello

Igualmente, aun cuando sea una referencia muy sucinta, es necesario recordar la labor tan fructífera que rindieron profesores uruguayos-venezolanos, como es el caso de Ezra Heymann, Eduardo Piacenza, Javier Sasso y Mario Sambarino.

La Sociedad Venezolana de Filosofía fue fundada el 5 de octubre de 1962. Los miembros fundadores fueron: Ernesto Mayz Vallenilla, Manuel Granell Muñiz, Juan David García Bacca, Horacio Cárdenas Becerra, Ricardo Azpurua Ayala, Justino de Azcárate, Alberto Rosales y Carlos Leáñez. ¿Cuál es el objetivo de la Sociedad Venezolana de Filosofía? Basta acercarse a su Acta Constitutiva y leer lo siguiente: «El objeto de la Asociación es propiciar el desarrollo y perfeccionamiento de los estudios filosóficos en el país, sin distinción de credos o ideologías, con el propósito de contribuir mediante ello a su integración en el patrimonio cultural del pueblo venezolano». En el acta también consta la afiliación de la SVF a la Sociedad Interamericana de Filosofía de conformidad con la resolución del 2 de agosto de 1957 firmada por Ernesto Mayz Vallenilla, Juan David García Bacca, Manuel Granell y Horacio Cárdenas. De acuerdo con esta acta, la Asociación tendría 15 años de duración y podría prorrogarse. Luego, el día 30 de noviembre de 1980, se reconstituyó la Sociedad y firman esta refundación: Ernesto Mayz Vallenilla, Manuel Granell, Ricardo Azpúrua Ayala, Alberto Rosales y Carlos Leáñez. De acuerdo con la cláusula decimocuarta del Acta Constitutiva, la duración de la Asociación será ilimitada.

La Sociedad Venezolana de Filosofía es un espacio creado para facilitar y garantizar que en diferentes medios y lugares se practique la investigación, la docencia, la gestión intercultural, la creación artística y literaria, la defensa de los derechos humanos, la ética y la libertad. En defensa del libre ejercicio del pensamiento, esta sociedad comprometida con sus objetivos es un espacio para apoyar a todos sus miembros y a la difusión de las ideas filosóficas.

Desde su fundación y hasta la fecha, 2021, han sido presidentes de la SVF: Ernesto Mayz Vallenilla (+), Alberto Rosales, Eduardo Vásquez (+), Dinu Garber (+), Francisco Bravo, Mauricio Navia (+) y quien escribe este artículo.

Durante su existencia ha promovido los Congresos Nacionales de Filosofía (1986; 1988; 1991; 1994; 1999; 2005; 2010). Seminarios Itinerantes, entre los que se encuentran los celebrados con la Sociedad Colombiana de Filosofía, Coloquios y distintos encuentros tanto nacionales como internacionales. La SVF está adscrita a la Sociedad Interamericana de Filosofía; a la Red Iberoamericana de Filosofía y a la Federación Internacional de Sociedades de Filosofía. Durante años compartió con la Universidad Simón Bolívar la Revista de Filosofía, donde se encuentran publicados artículos muy valiosos de distintos pensadores venezolanos y de otras latitudes.

Entre los pensadores de ese siglo XX, controvertido y de altibajos sociopolíticos muy profundos en Venezuela, el aporte de Mayz Vallenilla, en el aspecto concerniente a la Filosofía en América Latina, resulta muy importante, si se quiere estudiar cómo se ha desarrollado la Filosofía en el país. Dedico unos párrafos a su libro titulado El problema de América.

Para celebrar el Día Mundial de la Filosofía, la Dra. Lourdes Velásquez, para entonces profesora de la Universidad Anáhuac, Ciudad de México, organizó un Simposio titulado «Día Internacional de la Filosofía: Luces del Pensamiento Latinoamericano» (2013) y fui invitada a participar para hablar, precisamente, de Ernesto Mayz Vallenilla. Enfoqué mi conferencia sobre El problema de América, obra esencial para adentrarnos en el empeño de Mayz para construir ese pensamiento filosófico original del que tanto se ha hablado en este lado del mundo.  Decía en mi intervención que es conocido por todos los que transitamos el medio académico de nuestro continente que ha existido una pregunta recurrente tanto en la literatura como en el quehacer filosófico; y no es otra que la referida a la “originalidad” de nuestra producción intelectual; Mayz, al referirse a esta insistencia, sustenta, en este pequeño ensayo, “que el único recurso al que pueden recurrir los latinoamericanos para ser originales y originarios en sus creaciones es entregarse a vivir lo más auténticamente posible su propio modo de ser… habitantes de un Nuevo Mundo”.

Con la idea de comentar algo más sobre esta obsesión, recordé una alusión que hice en otra publicación, El Caribe tiene nombre de mujer, y cité El escritor argentino y la tradición, donde Jorge Luis Borges dice: «La idea de que una literatura debe definirse por los rasgos diferenciales del país que la produce es una idea relativamente nueva; también es nueva y arbitraria la idea de que los escritores deben buscar temas de sus países» (Borges: 1975, 103). No sólo es nueva la idea, sino obsesiva. Al analizar algún autor latinoamericano o caribeño suele verse casi que como obligatorio exponer el problema que puede presentarse sino se escudriña hasta dónde es realmente representativo y cuán arraigado está en la cultura de la región. Repito lo que escribí en ese momento, a ningún francés se le hubiera ocurrido preguntarse o discutir sobre la pertenencia o no de Sartre o Simone de Beauvoir a las letras francesas —cuando me refiero a esta pertenencia no estoy hablando de nacionalidades—. Esto resultaría de una gran simplicidad y carecería de sentido planteárselo como problema; me refiero específicamente al problema de identificación cultural. Aun así, incluso se maneja —en forma más o menos explícita— una suerte de catálogo donde se enumeran las características deseables en un escritor, literato o filósofo, para otorgarle o no carta plena de ciudadanía literaria y filosófica. Muchos saben que se ha disputado, por ejemplo, sobre la representatividad de Jorge Luis Borges en la literatura latinoamericana, dado que la producción de Borges no está caracterizada por centrarse sobre determinadas tramas o escenarios sociopolíticos.

De allí que el propio Borges se burlaba de tipo de crítica diciendo que «Mahoma no necesitó describir camellos en el Alcorán para que se supiese que era árabe». Insinúa de esta manera que dicha obsesión tiene su origen en una concepción vacilante de la propia identidad. Así, el problema se relaciona con otra cuestión punzante en el contexto latinoamericano, que surge en relación con la identidad cultural.

Justamente, esa preocupación por la autenticidad es lo que motiva a Ernesto Mayz Vallenilla en El problema de América, publicado por primera vez en 1959. La obra de mayor densidad filosófica de Mayz es Fundamentos de la meta-técnica (1990). Este libro de Mayz ha sido comentado por varios especialistas y, entre ellos, destaco el artículo «El nuevo mundo de la meta-técnica» del profesor y especialista en Inteligencia Artificial Alberto Castillo Vicci.

He querido dedicarle unas líneas al Dr. Mayz precisamente porque fue el fundador de la Sociedad Venezolana de Filosofía, que hoy represento ante ustedes, estimados lectores del Papel Literario, así como también fue rector fundador de la Universidad Simón Bolívar, una de las universidades emblemáticas venezolanas y cuyos estudios de posgrado en Filosofía han representado un espacio de excelencia en el ejercicio filosófico.

Asimismo, dedico unas líneas a la que ha sido mi casa universitaria, la Universidad Católica Andrés Bello y sus distintos ámbitos filosóficos. La Escuela de Filosofía de la UCAB fue fundada en 1966 y, a pesar de los distintos tropiezos que tuvo durante algunos períodos, hoy sigue junto con las otras escuelas de filosofía del país, en especial la de la Universidad Central de Venezuela, ofreciendo la licenciatura. Además, en los años noventa fue fundado el Centro de Estudios Filosóficos, de donde surgió el hoy Centro de Investigación y Formación Humanística de la UCAB. Así, en 1997, fue aprobada y puesta en funcionamiento la Maestría en Filosofía, impartida tanto en la sede de Caracas, como en Guayana; fue aprobada también para funcionar en la Universidad Católica del Táchira, aunque nunca se puso en funcionamiento. Este año 2021 fue aprobado el doctorado en Filosofía para la sede de Caracas y la de Guayana.

Creo indispensable recordar, en unas brevísimas líneas, a Francisco Arruza, sj, quien transitó por los senderos filosóficos centrándose en la Lógica y la Metafísica. Fue director de la Escuela por muchos años y, gracias a su ayuda, en 1977 logramos reabrir el primer año de la carrera que venía cerrándose después de la huelga de 1974.

Sin la presencia de Arruza, en años clave del desarrollo de la Filosofía en la UCAB, considero que hoy, 2021, no se pudiese estar disfrutando de ese escenario filosófico que tanto le ha dado al país.

El nacimiento de la Escuela de Filosofía de la UCAB tuvo un inicio que pocos conocen. La conferencia magistral estuvo a cargo de Ernesto Mayz Vallenilla.  Todos los que conocimos al Dr. Mayz sabemos de su alergia al clero; sin embargo, contaba el ingeniero Alonso Pérez Luciani, alumno de la Escuela y quien fue el primer egresado de la Maestría en Filosofía de la UCAB, él y otros compañeros convencieron al Dr. Mayz para que dictara la conferencia. ¡Las historias de la Filosofía en nuestro país se cruzan y entrecruzan, a pesar de las diferencias!

Para la inauguración de la Maestría en Filosofía (1997), contamos con la presencia del filósofo español Fernando Savater, gracias a la profesora Mary Carmen Fernández, quien además de ser egresada y profesora de la Escuela, trabajaba en la Agencia Española de Cooperación Internacional. Aún recuerdo cómo el Aula Magna de nuestra universidad se quedó pequeña para recibir el público, ansioso por oír a Savater. Viene a mi memoria cuando Savater, al ver que la sala estaba completamente llena, me comentó, sonriendo, «tengo que cambiar lo que voy a decir». Ante mi mirada extrañada, siguió diciendo, mientras guardaba el escrito que había preparado: «Yo venía a dar una charla a un grupo reducido de filósofos; siempre somos pocos».

Pero los conflictos políticos desarrollados en los últimos veintitrés años, 1998-2021, han perjudicado gravemente a la Filosofía. Aun así, se realizaron dos Congresos Nacionales de Filosofía, el de 2005 y el de 2010, donde se homenajeó a Ernesto Mayz en el 2005 y a Alberto Rosales en 2010.El éxodo de estudiantes y profesores ha reducido drásticamente tanto la investigación como la enseñanza. La muerte prematura de algunos, la jubilación de otros y estos últimos meses de confinamiento han mermado considerablemente el mundo filosófico venezolano.

Habida cuenta, entonces, de todo lo dicho y a pesar de su inevitable y aun llamativo carácter telegráfico, creo que recuperar los avances conseguidos, la vuelta de publicaciones bien posicionadas y la presencia de nuestros filósofos en las actividades internacionales forma el gran reto para quienes luchamos por impedir la desaparición de la Filosofía en Venezuela.

Quizás más de uno me dirá que el régimen imperante en mi país realizó algunos encuentros internacionales de Filosofía. No seré yo quien lo niegue. A pesar de ello, y por decirlo brevemente, tan solo les aconsejo que lean las listas de asistentes, ponentes e invitados internacionales a esos “congresos” y me indiquen quiénes de ellos eran filósofos.


Referencias

1 Voy a emplear los trabajos de J.D. García Bacca (UCV), Ángel Muñoz (LUZ), Omar Astorga (UCV) y Antonio Tinoco (UCA) como fuentes, sobre todo por los datos recogidos por ellos en sus diferentes artículos sobre el desarrollo de la Filosofía en la vida venezolana.


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