Eduardo Mata

Por Antonio García Ponce

A diferencia de muchos compositores (Beethoven ciego y feo; Schubert rechoncho y de nariz chata; Schumann demente; Chopin tuberculoso; Chaikowski suicida), la mayoría de los conductores de orquesta nos han parecido siempre apolíneos, impetuosos, y hasta amables dentro de sus arranques de autoritarismo: Toscanini, von Karajan, Celibidache. A esta estirpe pertenecía el mexicano Eduardo Mata, a quien emparentaban en virtuosismo y popularidad con otras dos grandes figuras actuales, Zubin Mehta y Riccardo Muti, mediante el uso de la cacofonía llena  de emes y de tes: «¡Mata-Mehta-Muti, Mata-Mehta-Muti, Mata-Mehta-Muti!».

Ya a la edad de 22 años, Mata era director musical de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara. A partir de 1966 y durante casi un decenio fue director titular de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional de México y, tras otras posiciones destacadas en su país, pasó cuatro años como director y asesor musical de la Phoenix Symphony Orchestra. Su consagración mundial la obtuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de Dallas, a partir de 1977. Desde entonces, se le tuvo como uno de los más talentosos directores contemporáneos, con repetidas invitaciones a dirigir las mejores orquestas de los Estados Unidos, la Gran Bretaña, Alemania y otros países europeos (Cleveland Orchestra, Sinfónica de Pittsburgh, Chicago Lyric Orchestra, Filarmónica de Berlín, Scala de Milán). Sus más de 26 discos con los sellos RCA, Telarc, EMI, ProArte y Vox Cum Laude adquirieron enorme audiencia. En Caracas, se hizo familiar la escena de Mata, con la orquesta Orquesta Sinfónica Simón Bolívar y un enjambre de técnicos y especialistas de la casa Dorian Recordings, armados con sus cables, micrófonos, computadoras y demás artefactos muy sofisticados, trabajando durante jornadas extenuantes en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, el local con la mejor acústica del país. De allí salieron seis discos, CD, varios de ellos premiados luego por CD Review, la más acreditada revista musical discográfica de los Estados Unidos.

Al maestro Mata lo veíamos emerger de los libros donde campean los Amadises y Rolandos, para montarse en el podio-rocín, con su frac-armadura y atacar con su batuta-lanza al mismísimo Mandinga de la «Cantata Criolla» de Antonio Estévez, o a los gnomos que salían de la selva del «Sensemayá» de Silvestre Revueltas, respaldado él por los valientes escuderos que forman la tropa intrépida de la Sinfónica «Simón Bolívar». Fue precisamente durante la famosa gira española de la orquesta venezolana en el año del Quinto Centenario cuando debí entrevistar al mexicano para un libro, impreso en 1997 por Soledad Mendoza y su Editorial Diagrama, muy elogiado por su calidad tipográfica por el propio José Antonio Abreu, con excelentes fotos de Olga Lucía Jordán, ilustraciones de Pedro León Zapata, artículos de Isabel Palacios y Alberto Calzavara y asesoría musical de Valentina García. Aún no había llegado al Foro de Huelva y tuvimos que esperarlo. Nos acercamos, entretanto, al vecino convento de La Rábida, donde oímos de labios del monje-guía el relato que evocaba la leyenda que aprendimos en la escuela primaria:

Ésta es la misma imagen de la Virgen, tallada en alabastro, ante la cual oró Colón, en compañía de sus marinos, y con fray Juan Pérez oficiando la misa. Y ésta es la Sala Capitular, donde Colón presenta sus proyectos a los hermanos religiosos franciscanos. Y, miren por la ventana, ese es el río Tinto, por donde pasa Colón con sus tres navíos, rumbo al mar abierto, luego de zarpar unos dos kilómetros a la derecha, de Palos, aquel 3 de agosto de 1492.

Eduardo Mata llega justo para dirigir el concierto. Al final, hablamos, está cansado y promete organizar mejor sus respuestas por escrito. Helas aquí:

—Maestro, todos dicen que la Orquesta «Simón Bolívar» se ha enamorado de usted. Pero, lo que nos parece sumamente interesante es que se comenta con igual insistencia que usted se ha enamorado de la Orquesta. ¿Es verdad?

Me gusta la idea de que la Orquesta sienta que puede hacer buena música conmigo. Los directores de orquesta, por lo general, no deseamos ganar concursos de popularidad entre nuestros músicos. Sin embargo, cuando hay entrega al trabajo y una mística, como en el caso de la Orquesta «Simón Bolívar», suele haber respeto para el que los hace trabajar y les fija metas más ambiciosas que las que ellos creen que pueden lograr. Confieso que me encanta trabajar con ellos, aunque tenga que bregar duro para hacerlos sonar como a mí me gusta o como ellos mismos quisieran oírse.

—¿A qué nivel ubicaría usted a la Simón Bolívar con respecto a otras orquestas, en América Latina y a nivel mundial?

La OSSB es de las mejores de Iberoamérica y seguramente la mejor si la pudiéramos catalogar todavía como orquesta juvenil. Como tal, resistiría estupendamente la comparación con grupos del tipo de la Orquesta Juvenil española o la orquesta Juvenil de Alemania Occidental (antes de la unificación). El problema es que la orquesta ha dejado de ser «juvenil» por voluntad propia; ahora tendremos que juzgarla como una orquesta profesional a la luz de otras expectativas y retos.

—¿Cuál es el lado fuerte de la Orquesta?

—El lado fuerte de la orquesta son las cuerdas. En su gran mayoría, se trata de músicos estupendamente preparados en sus respectivos instrumentos y en lo teórico. Hay todavía mucho por hacer en cuanto a la formación de los músicos que tocan instrumentos de metal (cornos, trompetas y trombones). Creo que, sin lugar a dudas, éste es el renglón que debería atenderse con mayor urgencia para que la orquesta homogenice su plantel básico, a la altura de las cuerdas y, por lo tanto, su sonido.

—La juventud de los componentes de la orquesta es una cualidad por su entusiasmo, emoción, deseos de superación, pero, puede ser un punto débil a la hora de esmerar el refinamiento espiritual en obras muy introspectivas como la Patética de Chaikowski, o el Requiem alemán, de Brahms, ¿no le parece?

—No necesariamente la edad cronológica va equilibrada con la edad emocional. El resultado final de una interpretación musical sinfónica depende del director. Si los músicos poseen el refinamiento instrumental para salvar los escollos técnicos de una partitura de Mahler o Debussy, queda pues el poder de sugestión y la autoridad musical del director para llevarles exitosamente en la dirección interpretativa deseada. Una de las interpretaciones más maduras y expresivas que jamás haya yo escuchado de la Sinfonía Incompleta de Schubert tuvo lugar con la Orquesta Juvenil de la Comunidad Económica Europea, dirigida por Claudio Abbado. De manera pues que la juventud no solamente no es un escollo para lograr la madurez musical, sino una gran ventaja por todas las razones que se enumeran en la pregunta.

[…]

—¿Qué planes tiene para el futuro con la OSSB?

—Hemos iniciado ya lo que será una larga y ambiciosa serie de grabaciones con la compañía Dorian Recordings de Troy, Nueva York, líderes indiscutibles de la tecnología digital aplicada a fonogramas. El repertorio que estamos abordando constituye lo mejor de la música sinfónica iberoamericana del siglo XX. Queremos hacerles justicia a nuestros grandes clásicos como Heitor Villa-Lobos, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Alberto Ginastera, Antonio Estévez, Julián Orbón, etc., y, a través de ellos, crear un mercado tan extenso como posible para otros compositores más cercanos a nuestro tiempo. Queremos que los grandes públicos internacionales compartan el secreto —hasta ahora— que es la potencia y originalidad de nuestra música de concierto. Además de estas grabaciones, que nos llevarán varios años, tenemos varias giras proyectadas en Europa y Estados Unidos.

Hasta aquí sus respuestas. Nótese que al responder a la primera pregunta emerge cierto rubor en su faz al decir de modo escueto que «confieso que me encanta trabajar con ellos». Pero, en privado, el Maestro Mata explayaba todo su cariño, todo su amor por la orquesta venezolana. Confírmalo este fax que él envió como comunicación muy personal a sus briosos escuderos, después de un concierto en Caracas:

Montreal, 29 de noviembre de 1993.

Queridos amigos y colegas:

Mi mujer, Marina, suele decir que «me habló la Virgen» cuando escucha una ejecución dirigida por mí que le conmueve, o que ella piensa que rebasó los parámetros de lo normal.

El jueves pasado (25 de noviembre) creo que «les habló la Virgen» a todos. Siempre he creído que la Orquesta Bolívar tiene un potencial de emotividad que puede ser realizado con la seguridad técnica que da una buena preparación (personal y en los ensayos). Sin embargo, el jueves pasado rebasaron ustedes todas las expectativas y, a pesar de que hubo pequeñas máculas, no lograron éstas empañar la transmisión del mensaje de la música. Esto es lo importante; para ello hemos sido entrenados, para ello hemos adquirido una «mística». Cuando la música «sucede», puede esto equipararse a una experiencia religiosa; tan potente y profunda como la filosofía, tan rica como la vida misma.

Todo el programa fue extraordinario. Nuestros autores americanos adquirieron una dimensión universal gracias al convencimiento con que los tocamos. El Beethoven sonó como si nos perteneciera personalmente a todos y cada uno de nosotros…

Que esta experiencia nos aliente para seguir adelante, para tener este ideal siempre presente. Los abraza cariñosamente.

(fdo.) Eduardo Mata.

Por uno de esos accidentes tan absurdos que nos destruyen toda alegría, Eduardo Mata murió el 4 de enero de 1995, a la edad de 52 años, junto con su esposa Marina, al estrellarse el avión que él piloteaba. La sala José Félix Ribas del teatro Teresa Carreño fue el escenario de un conmovedor homenaje póstumo, a plena orquesta y coro, y una misa casi celestial, donde «habló la Virgen».


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